Joe
Llevarme a una galería
no es la mejor idea que ha tenido. Cuando Sierra se lleva a Demi para enseñarle
una pintura, me siento completamente fuera de lugar.
Deambulo por el
local y estudio la mesa en la que se extiende la comida pero, por suerte, ya
hemos comido. De hecho, no sé quién puede llamar comida a esto. Tengo la
sensación de que alguien debería meter el sushi un rato en el microondas para
que fuera comestible. También hay sándwiches del tamaño de una moneda.
- Nos hemos quedado
sin wasabi.
Todavía estoy
concentrando identificando el surtido de comida cuando alguien me da un
golpecito en la espalda. Me doy la vuelta y veo a un blanquito bajito y rubio.
Me recuerda a Cara Burro, y de inmediato, quiero apartarlo de un empujón.
- Nos hemos quedado
sin wasabi -repite.
Le respondería si
supiera qué cono es el wasabi. Pero no tengo ni idea, de modo que no me inmuto.
Y eso me hace sentir como un idiota.
- ¿No hablas mi
idioma?
Aprieto con fuerza
las manos. «Si, hablo tu idioma, gilipollas. Pero la última vez que estuve en
clase de lengua, no nos explicaron qué significa la palabra 'wasabi'». En lugar
de responder, ignoro al tipo y me acerco a una de las pinturas para observarla
de cerca. Una chica y un perro caminando por lo que parece una chapucera
imitación de la Tierra.
- Aquí estás. - Demi
se acerca. Doug y Sierra van detrás de ella.
- Demi, este es
Perry Landis -anuncia Doug, señalando al tipo que se parecía a Colin-. El
artista.
- ¡Ay, madre! ¡Tu
obra es increíble! -exclama Demi con efusividad.
Ha dicho «ay,
madre» como si fuera una cabeza de chorlito. ¿Está riéndose de mí o qué?
El tipo mira su
pintura por encima del hombro de Demi.
- ¿Qué te parece
esta? –pregunta. Demi carraspea antes de contestar:
- Creo que proyecta
un profundo conocimiento sobre la relación entre el hombre, el animal y la
Tierra.
Venga ya. Qué
gilipollez.
Perry la rodea con
el brazo y siento la tentación de darle una paliza, aquí, en medio de la
galería.
- Se ve que eres
una chica muy profunda.
Profunda, sí,
claro. Lo que quiere es llevársela a la cama... algo que no hará si puedo
evitarlo.
- Joe, ¿qué crees tú? -pregunta ella,
volviéndose hacia mí.
- Bueno... -Me
froto la barbilla mientras observo fijamente la pintura-. Te doy un dólar por
la colección entera, dos como mucho.
Sierra abre los
ojos de par en par y se cubre la boca con la mano, conmocionada. Doug se ha
atragantado con la bebida. ¿Y Demi? Miro a mi nueva chica mientras espero su
respuesta.
- Joe le debes una disculpa a Perry -suelta Demi.
Sí, después de que
él se disculpe por preguntarme por el wasabi. Ni de coña.
- Me largo de aquí
-contesto, antes de darles la espalda y salir por la puerta de la galería. Me
las piro.
Ya fuera, le gorreo
un cigarrillo a una camarera que está de descanso al otro lado de la calle. Lo
único en lo que puedo pensar es en la expresión de Demi cuando me ha ordenado
que me disculpe.
No se me da muy
bien obedecer órdenes.
Maldita sea, no me
ha hecho ninguna gracia ver cómo el capullo del artista ha rodeado a mi chica
con el brazo. Estoy seguro de que todos, de una manera u otra, quieren lo
mismo: alardear de que han podido tocarla. También lo deseo yo, pero la quiero
para mí solo. No me apetece que me dé órdenes como si fuera un cachorrito, y
que me coja de la mano cuando le apetezca y no esté haciendo ninguna escena.
Es obvio que esto
no está saliendo como se suponía.
- Te he visto salir
de la galería. Ahí solo entran zánganos -dice la camarera después de que le
devuelva el mechero.
Wasabi. Zánganos...
En serio, debo dejar de faltar a clase de lengua.
- ¿Zánganos?
- Sí, zánganos,
privilegiados que viven a costa del resto del enjambre.
- Ah, bueno, pues
definitivamente yo no soy uno de ellos. Respecto a lo del enjambre, pertenezco
más bien a las obreras -respondo con ironía, dándole una calada al cigarrillo y
agradeciendo la nicotina. De inmediato, me siento más tranquilo. Bueno, puede
que tenga los pulmones marchitos, pero tengo la impresión de que moriré antes
de que mis pulmones alcancen la saturación.
- Soy Mandy, otra
obrera. -La camarera me tiende la mano y me lanza una sonrisa. Tiene el cabello
castaño y unas mechas de color púrpura. Es bonita, pero no es Demi.
- Joe.
Cuando le estrecho la mano, ella se queda
mirando mis tatuajes.
- Yo tengo dos.
¿Quieres verlos?
En realidad no me
apetece ver lo que le tatuaron en el pecho o en el trasero una noche de
borrachera.
- ¡ Joe! -grita Demi desde la puerta de la
pinacoteca.
Le doy una calada
más al cigarro y procuro no pensar en el hecho de que Demi ha organizado esta
excursión para poder ocultar su sucio secretito. Y ya estoy harto de ser un
jodido secreto.
Mi medio novia
cruza la calle. Los tacones de sus zapatos de diseño resuenan en la acera y me
recuerdan que ella pertenece a una clase superior a la mía. Nos observa, a
Mandy y a mí, dos obreras fumando juntos.
- Mandy, aquí
presente, estaba a punto de enseñarme sus tatuajes -suelto para cabrearla.
- No me digas. ¿Tú
también ibas a enseñarle los tuyos? -me pregunta con una mirada inquisidora.
- No me va mucho el
drama -anuncia Mandy, antes de lanzar el cigarrillo al suelo y aplastarlo con
la punta de su zapatilla deportiva-. Qué tengáis suerte. Vais a necesitarla.
Doy otra calada al
pitillo, deseando que Demi no me provocara tanto como lo hace.
- Vuelve a la
galería, nena. Me vuelvo a casa en autobús.
- Pensaba que
íbamos a pasar un día agradable juntos,
Joe, en una ciudad donde nadie nos conoce. ¿No te apetece ser anónimo de
vez en cuando?
- ¿A qué llamas
agradable, a que ese pedazo de capullo que se autoproclama artista me tome por
ayudante de camarero? Prefiero que me conozcan como pandillero que como
camarero inmigrante.
- Ni siquiera le das una oportunidad a todo
esto. Si te relajaras y cambiaras el chip, encajarías bien. Puedes ser uno más.
- Todo el mundo es
falso. Incluso tú. Despierta, señorita «¡Ay, mi madre!» No quiero ser uno de
ellos. ¿Lo pillas?
- Alto y claro.
Para tu información, yo no soy falsa. Puedes llamarlo así si quieres, pero
nosotros lo llamamos ser considerados y educados.
- En tu círculo
social, no en el mío, dónde lo llamamos por su nombre. Y nunca jamás vuelvas a
ordenarme que rae disculpe como si fueras mi madre. Te lo juro, Demi, la
próxima vez que lo hagas habremos acabado.
Mierda. Se le han
puesto los ojos vidriosos. Guando me da la espalda, deseo darme una colleja por
haberla herido. Tiro el cigarrillo al suelo.
- Lo siento. No
pretendía ser un imbécil. Bueno, sí. Pero solo porque no me siento cómodo aquí.
Ella no me mira.
Tiendo la mano para acariciarle la espalda y me alegro al comprobar que no se
aparta de mí. Continúo hablando:
- Demi, me encanta
salir contigo. Joder, cuando voy al instituto, te busco por los pasillos. Tan
pronto atisbo esos mechones dorados y angelicales -le explico, deslizando los
dedos entre su melena-, sé que puedo seguir adelante sin contratiempos.
- No soy un ángel.
- Para mí lo eres.
Si me disculpas, regresaré y me disculparé ante ese artista.
- ¿De verdad?
-pregunta con los ojos muy abiertos.
- Sí. No quiero
hacerlo pero lo haré... por ti.
Sus labios esbozan
una tímida sonrisa.
- No es necesario.
Aprecio que digas que lo harías por mí, pero tienes razón. Se ha portado como
un gilipollas.
- Aquí estáis -dice
Sierra-. Os hemos buscado por todas partes, tortolitos. Pongámonos en marcha y
vayamos ya a la cabaña.
En cuanto llegamos,
Doug se frota las manos.
- ¿Bañera de
hidromasaje o película? -pregunta.
Sierra se acerca a
la ventana que da al lago.
- Me voy a quedar
dormida si ponemos una peli.
Sentado junto a Demi
en el sofá del salón, me quedo alucinando ante el hecho de que esta gigantesca
casa sea la segunda residencia de Doug. Es más grande que la mía. ¿Una bañera
de hidromasaje? Vaya, esta gente tiene de todo.
- No he traído
bañador -digo.
- No te preocupes
-contesta Demi -. Seguramente Doug pueda prestarte uno de los que guarda en la
casita de la piscina.
En la casita en
cuestión, Doug busca en uno de los armarios.
- Solo hay dos
-dice entregándome un minúsculo bañador-. ¿Crees que te cabrá, grandullón?
- Tal vez para el
testículo derecho. ¿Por qué no te pones tú este y yo cojo el otro? -sugiero y
me acerco al armario para sacar un bañador tipo bóxer. Reparo en que las chicas
han desaparecido-. ¿Dónde se han metido?
- Han ido a
cambiarse. Y a hablar de nosotros, estoy seguro.
Me cambio en un
pequeño vestuario mientras pienso en la vida en mi barrio. Aquí, en el Lago
Ginebra, es fácil olvidarse de eso durante un rato. No tengo que preocuparme de
quién está cubriéndome las espaldas. Cuando salgo del vestuario, Doug dice;
- ¿Eres consciente
de que Demi va a tener que tragar mucho para salir contigo? La gente ya está
empezando a hablar.
- Escucha, Douggie.
Me gusta esa chica más de lo que me ha gustado nadie en toda mi vida. No estoy
dispuesto a dejarla escapar. Empezaré a preocuparme de lo que piense la gente
cuando esté a dos metros bajo tierra.
Doug sonríe y
extiende los brazos.
- Eh, Jonas, creo
que acabamos de compartir un momento de amistad. ¿Quieres celebrarlo con un
abrazo?
- Ni de coña,
blanquito.
Doug me da una
palmada en la espalda y luego nos dirigimos a la bañera de hidromasaje. A pesar
de todo, creo que tiene razón: no sé si hemos dado un paso hacia la amistad,
pero por lo menos nos entendemos bien. Sea lo que sea, no estoy dispuesto a
abrazarle.
- Muy sexy, cariño
-dice Sierra mirando el minúsculo bañador.
Doug camina como un
pingüino e intenta que el bañador no le moleste demasiado.
- Te juro que me
quitaré esto en cuanto me meta en la bañera. Me estrangula los huevos.
- No entres en
detalles -interviene Demi, tapándose los oídos con las palmas de las manos.
Lleva un bikini
amarillo que deja muy poco a la imaginación. ¿Acaso no es consciente de que
parece una hermosa flor, capaz de alegrarle la vida a todo aquel que se fije en
ella?
Doug y Sierra se
meten en la bañera.
Yo me cuelo de un
salto y me siento junto a Demi. Es la primera vez que me meto en una bañera de
hidromasaje y no conozco mucho el protocolo. ¿Vamos a sentamos aquí a hablar o
a separarnos en parejas para darnos el lote? Preferiría la segunda opción, pero
Demi parece nerviosa.
Sobre todo cuando
Doug lanza su bañador fuera del agua.
- Ya te vale, tío
-digo, haciendo una mueca.
- ¿Qué? Me gustaría
tener niños algún día, Joe Jonas. Y esa
cosa me estaba cortando la circulación.
Demi sale de la
bañera y se tapa con una toalla.
- Vayamos dentro, Joe.
- Podéis quedaros
aquí, chicos -asegura Sierra-. Haré que se ponga la bolsa de canicas otra vez.
- Olvídalo.
Disfrutad del baño. Nosotros estaremos dentro -replica Demi.
Cuando salgo de la
bañera, Demi me pasa una toalla. La rodeo con un brazo mientras caminamos hacia
la cabaña.
- ¿Te encuentras
bien?
- Claro. Pensaba
que estabas enfadado.
- Estoy genial.
Pero... -Una vez en la casa, cojo una figurita de cristal soplado y la miro con
atención-. Ver esta casa, esta vida... quiero estar aquí contigo, pero miro a mi
alrededor y me doy cuenta de que esto nunca será mi mundo.
- Piensas
demasiado. -Se arrodilla en la alfombra y da una palmadita para invitarme a que
me siente a su lado-. Ven aquí y túmbate boca abajo. Sé dar masajes suecos. Te
relajará.
- Pero tú no eres
sueca.
- Sí, ya, y tú
tampoco. Así que si lo hago mal, no te darás cuenta.
Me tumbo a su lado.
- Pensaba que
íbamos a tomárnoslo con calma.
- Un masaje en la
espalda es inofensivo.
Recorro con la
mirada el bikini que le marca un cuerpo de escándalo.
- Tengo que
confesarte que he intimado con chicas que llevaban mucha más ropa de la que
llevas ahora.
- Compórtate. -Me
da un cachete en el culo.
Cuando sus manos
tocan mi espalda, dejo escapar un gemido. Tío, esto es una tortura. Estoy
intentando portarme como es debido, pero me encanta el contacto de sus manos, y
mi cuerpo parece cobrar vida propia.
- Estás tenso -me dice
al oído.
Por supuesto que
estoy tenso. Tiene las manos sobre mí. Mi respuesta es otro gemido.
Después de unos
minutos de masaje soporífero, empiezan a oírse fuertes gemidos, suspiros y
gruñidos que vienen de la bañera de hidromasaje y que se cuelan en nuestra
habitación. Es obvio que Sierra y Doug se han saltado el masaje de espalda.
- ¿Crees que lo
están haciendo? -pregunta.
- O eso o Doug es
un tipo muy religioso -respondo, haciendo alusión al «¡Oh, Dios!» que Doug
exclama cada dos segundos.
- ¿Te pone
cachondo? -canturrea en voz baja junto a mi oído.
- No, pero si
sigues masajeándome así, olvídate de toda esa mierda de tomárnoslo con calma.
-Me siento y la miro a la cara-. Lo que no logro entender es si me provocas y
me tientas a propósito o si realmente eres inocente.
- No intento
provocarte.
Enarco una ceja y
bajo la mirada hacia la parte superior de mi muslo, donde ella ha apoyado su
mano. La aparta bruscamente.
- Vale, no
pretendía poner la mano ahí. Bueno, quiero decir que lo he hecho sin darme
cuenta. Solo que... lo que... lo que quiero decir es que...
- Me encanta cuando
tartamudeas -admito mientras la acerco y le enseño mi versión del masaje sueco,
hasta que Doug y Sierra nos interrumpen.
Dos semanas más
tarde, me entero de que tengo una cita en el juzgado por los cargos de posesión
de armas. Le oculto la noticia a Demi, porque alucinaría. Probablemente me
daría la vara con que un abogado de oficio no es tan bueno como uno privado. Lo
cierto es que no puedo permitirme un abogado de un gran bufete.
Mientras espero en
la puerta principal del instituto, preocupándome por lo que me depara el
destino, alguien me golpea de repente y casi caigo al suelo.
- ¿Qué coño?
-espeto.
- Lo siento -responde
el chico con voz nerviosa.
Me doy cuenta de
que el tipo que tengo delante no es otro que el Blanquito de la cárcel en
persona.
- Ven aquí, imbécil
-grita Sam.
Avanzo y me
interpongo entre ellos. - Sam, ¿cuál es el problema?
- Este capullo me
ha robado la plaza de aparcamiento -me explica señalando a Blanquito.
- ¿Y? ¿No has
encontrado otro sitio?
Sam se endereza con
rigidez, listo para darle una paliza a Blanquito. No vacilaría ni un segundo si
se propone hacerlo.
- Si, he encontrado
otro sitio.
- Pues entonces
déjale en paz. Lo conozco. Es buena gente.
- ¿Conoces a este
tío? -pregunta Sam, enarcando una ceja.
- Mira. -Echo un
vistazo a Blanquito y agradezco que esta vez lleve una camisa azul y no la de
color coral. Todavía tiene pinta de lerdo, pero por lo menos puedo mantenerme
serio cuando digo-: Este tipo ha estado en la cárcel más veces que yo. Puede
que parezca un capullo, pero bajo ese pelo engominado y esa fea camisa se
esconde un auténtico tipo duro.
- ¿Estás riéndote
de mí Joe? -asegura Sam.
- No digas que no
te lo advertí -añado, encogiéndome de hombros y apartándome de su camino.
Blanquito da un
paso adelante, aparentando ser un tipo duro. Me muerdo el labio inferior para
no soltar una carcajada y me cruzo de brazos como si estuviera esperando a que
comenzara la pelea. Mis colegas de los Latino Blood también esperan, preparados
para ver como un lerdo blanquito le patea el culo a Sam.
Sam me mira,
después mira a Blanquito y otra vez a mí.
- Joe, como te
estés riendo de mí...
- Comprueba su
expediente policial. Su especialidad son los coches de lujo.
Sam espera su
siguiente movimiento. Blanquito no. Camina hacia mí y me tiende el puño.
- Si necesitas algo,
Joe, sabes que puedes contar conmigo.
Hago chocar mi puño
contra el de Blanquito. Un segundo más tarde ha desaparecido. Doy gracias
porque nadie haya reparado en el temblor de su muñeca.
Me topo con él
junto a su taquilla, en el descanso entre la primera y segunda hora.
- ¿Hablabas en
serio cuando has dicho que puedo contar contigo si lo necesito?
- Después de lo de
esta mañana, te debo la vida -admite Blanquito-. No sé por qué has dado la cara
por mí, pero estaba cagado de miedo.
- Esa es la regla
número uno. No dejes que se note que estás cagado.
Blanquito resopla.
Supongo que es su manera de reír, o eso o padece una sinusitis de la hostia.
- Intentaré
recordarlo la próxima vez que un pandillero amenace con matarme. -Tiende una
mano para estrechar la mía-. Me llamo Gary Frankel.
Le estrecho la
mano.
- Mira, Gary
-continuó-. Mi juicio es la semana que viene y preferirla no fiarme de un
abogado de oficio. ¿Crees que tu madre podría ayudarme?
Gary sonríe.
- Creo que sí. Es
muy buena. Si es tu primer delito, probablemente te consiga una libertad
condicional reducida.
- No me lo puedo
permitir...
- No te preocupes
por el dinero, Joe. Aquí tienes su tarjeta. Le diré que eres amigo mío y lo
hará gratis.
Cuando Gary se
aleja por el pasillo, pienso en lo cómico de la situación. A veces, la persona
que menos esperas puede convertirse en tu aliado, aunque sea por una vez. Y a
veces, una chica rubia puede hacer que el futuro sea algo que esperas con
ilusión.