jueves, 11 de abril de 2013

Quimica Perfecta Capitulo 44




Joe

      Llevarme a una galería no es la mejor idea que ha tenido. Cuando Sierra se lleva a Demi para enseñarle una pintura, me siento completamente fuera de lugar.

    Deambulo por el local y estudio la mesa en la que se extiende la comida pero, por suerte, ya hemos comido. De hecho, no sé quién puede llamar comida a esto. Tengo la sensación de que alguien debería meter el sushi un rato en el microondas para que fuera comestible. También hay sándwiches del tamaño de una moneda.
    - Nos hemos quedado sin wasabi.

    Todavía estoy concentrando identificando el surtido de comida cuando alguien me da un golpecito en la espalda. Me doy la vuelta y veo a un blanquito bajito y rubio. Me recuerda a Cara Burro, y de inmediato, quiero apartarlo de un empujón.
    - Nos hemos quedado sin wasabi -repite.

    Le respondería si supiera qué cono es el wasabi. Pero no tengo ni idea, de modo que no me inmuto. Y eso me hace sentir como un idiota.
    - ¿No hablas mi idioma?

    Aprieto con fuerza las manos. «Si, hablo tu idioma, gilipollas. Pero la última vez que estuve en clase de lengua, no nos explicaron qué significa la palabra 'wasabi'». En lugar de responder, ignoro al tipo y me acerco a una de las pinturas para observarla de cerca. Una chica y un perro caminando por lo que parece una chapucera imitación de la Tierra.

    - Aquí estás. - Demi se acerca. Doug y Sierra van detrás de ella.
    - Demi, este es Perry Landis -anuncia Doug, señalando al tipo que se parecía a Colin-. El artista.

    - ¡Ay, madre! ¡Tu obra es increíble! -exclama Demi con efusividad.
    Ha dicho «ay, madre» como si fuera una cabeza de chorlito. ¿Está riéndose de mí o qué?

    El tipo mira su pintura por encima del hombro de Demi.
    - ¿Qué te parece esta? –pregunta. Demi carraspea antes de contestar:
    - Creo que proyecta un profundo conocimiento sobre la relación entre el hombre, el animal y la Tierra.
    Venga ya. Qué gilipollez.
    Perry la rodea con el brazo y siento la tentación de darle una paliza, aquí, en medio de la galería.
    - Se ve que eres una chica muy profunda.

    Profunda, sí, claro. Lo que quiere es llevársela a la cama... algo que no hará si puedo evitarlo.
    -    Joe, ¿qué crees tú? -pregunta ella, volviéndose hacia mí.
    - Bueno... -Me froto la barbilla mientras observo fijamente la pintura-. Te doy un dólar por la colección entera, dos como mucho.

    Sierra abre los ojos de par en par y se cubre la boca con la mano, conmocionada. Doug se ha atragantado con la bebida. ¿Y Demi? Miro a mi nueva chica mientras espero su respuesta.

    -    Joe le debes una disculpa a Perry -suelta Demi.
    Sí, después de que él se disculpe por preguntarme por el wasabi. Ni de coña.
    - Me largo de aquí -contesto, antes de darles la espalda y salir por la puerta de la galería. Me las piro.

    Ya fuera, le gorreo un cigarrillo a una camarera que está de descanso al otro lado de la calle. Lo único en lo que puedo pensar es en la expresión de Demi cuando me ha ordenado que me disculpe.
    No se me da muy bien obedecer órdenes.

    Maldita sea, no me ha hecho ninguna gracia ver cómo el capullo del artista ha rodeado a mi chica con el brazo. Estoy seguro de que todos, de una manera u otra, quieren lo mismo: alardear de que han podido tocarla. También lo deseo yo, pero la quiero para mí solo. No me apetece que me dé órdenes como si fuera un cachorrito, y que me coja de la mano cuando le apetezca y no esté haciendo ninguna escena.
    Es obvio que esto no está saliendo como se suponía.

    - Te he visto salir de la galería. Ahí solo entran zánganos -dice la camarera después de que le devuelva el mechero.
    Wasabi. Zánganos... En serio, debo dejar de faltar a clase de lengua.
    - ¿Zánganos?
    - Sí, zánganos, privilegiados que viven a costa del resto del enjambre.

    - Ah, bueno, pues definitivamente yo no soy uno de ellos. Respecto a lo del enjambre, pertenezco más bien a las obreras -respondo con ironía, dándole una calada al cigarrillo y agradeciendo la nicotina. De inmediato, me siento más tranquilo. Bueno, puede que tenga los pulmones marchitos, pero tengo la impresión de que moriré antes de que mis pulmones alcancen la saturación.

    - Soy Mandy, otra obrera. -La camarera me tiende la mano y me lanza una sonrisa. Tiene el cabello castaño y unas mechas de color púrpura. Es bonita, pero no es Demi.
    -    Joe.
    Cuando le estrecho la mano, ella se queda mirando mis tatuajes.
    - Yo tengo dos. ¿Quieres verlos?
    En realidad no me apetece ver lo que le tatuaron en el pecho o en el trasero una noche de borrachera.

    - ¡    Joe! -grita Demi desde la puerta de la pinacoteca.
    Le doy una calada más al cigarro y procuro no pensar en el hecho de que Demi ha organizado esta excursión para poder ocultar su sucio secretito. Y ya estoy harto de ser un jodido secreto.

    Mi medio novia cruza la calle. Los tacones de sus zapatos de diseño resuenan en la acera y me recuerdan que ella pertenece a una clase superior a la mía. Nos observa, a Mandy y a mí, dos obreras fumando juntos.

    - Mandy, aquí presente, estaba a punto de enseñarme sus tatuajes -suelto para cabrearla.

    - No me digas. ¿Tú también ibas a enseñarle los tuyos? -me pregunta con una mirada inquisidora.

    - No me va mucho el drama -anuncia Mandy, antes de lanzar el cigarrillo al suelo y aplastarlo con la punta de su zapatilla deportiva-. Qué tengáis suerte. Vais a necesitarla.
    Doy otra calada al pitillo, deseando que Demi no me provocara tanto como lo hace.
    - Vuelve a la galería, nena. Me vuelvo a casa en autobús.

    - Pensaba que íbamos a pasar un día agradable juntos,    Joe, en una ciudad donde nadie nos conoce. ¿No te apetece ser anónimo de vez en cuando?
    - ¿A qué llamas agradable, a que ese pedazo de capullo que se autoproclama artista me tome por ayudante de camarero? Prefiero que me conozcan como pandillero que como camarero inmigrante.

    - Ni siquiera le das una oportunidad a todo esto. Si te relajaras y cambiaras el chip, encajarías bien. Puedes ser uno más.
    - Todo el mundo es falso. Incluso tú. Despierta, señorita «¡Ay, mi madre!» No quiero ser uno de ellos. ¿Lo pillas?

    - Alto y claro. Para tu información, yo no soy falsa. Puedes llamarlo así si quieres, pero nosotros lo llamamos ser considerados y educados.

    - En tu círculo social, no en el mío, dónde lo llamamos por su nombre. Y nunca jamás vuelvas a ordenarme que rae disculpe como si fueras mi madre. Te lo juro, Demi, la próxima vez que lo hagas habremos acabado.

    Mierda. Se le han puesto los ojos vidriosos. Guando me da la espalda, deseo darme una colleja por haberla herido. Tiro el cigarrillo al suelo.
    - Lo siento. No pretendía ser un imbécil. Bueno, sí. Pero solo porque no me siento cómodo aquí.

    Ella no me mira. Tiendo la mano para acariciarle la espalda y me alegro al comprobar que no se aparta de mí. Continúo hablando:

    - Demi, me encanta salir contigo. Joder, cuando voy al instituto, te busco por los pasillos. Tan pronto atisbo esos mechones dorados y angelicales -le explico, deslizando los dedos entre su melena-, sé que puedo seguir adelante sin contratiempos.
  - No soy un ángel.

    - Para mí lo eres. Si me disculpas, regresaré y me disculparé ante ese artista.
    - ¿De verdad? -pregunta con los ojos muy abiertos.
    - Sí. No quiero hacerlo pero lo haré... por ti.
    Sus labios esbozan una tímida sonrisa.
    - No es necesario. Aprecio que digas que lo harías por mí, pero tienes razón. Se ha portado como un gilipollas.

    - Aquí estáis -dice Sierra-. Os hemos buscado por todas partes, tortolitos. Pongámonos en marcha y vayamos ya a la cabaña.
    En cuanto llegamos, Doug se frota las manos.

    - ¿Bañera de hidromasaje o película? -pregunta.
    Sierra se acerca a la ventana que da al lago.

    - Me voy a quedar dormida si ponemos una peli.
    Sentado junto a Demi en el sofá del salón, me quedo alucinando ante el hecho de que esta gigantesca casa sea la segunda residencia de Doug. Es más grande que la mía. ¿Una bañera de hidromasaje? Vaya, esta gente tiene de todo.
    - No he traído bañador -digo.

    - No te preocupes -contesta Demi -. Seguramente Doug pueda prestarte uno de los que guarda en la casita de la piscina.

    En la casita en cuestión, Doug busca en uno de los armarios.
    - Solo hay dos -dice entregándome un minúsculo bañador-. ¿Crees que te cabrá, grandullón?

    - Tal vez para el testículo derecho. ¿Por qué no te pones tú este y yo cojo el otro? -sugiero y me acerco al armario para sacar un bañador tipo bóxer. Reparo en que las chicas han desaparecido-. ¿Dónde se han metido?

    - Han ido a cambiarse. Y a hablar de nosotros, estoy seguro.
    Me cambio en un pequeño vestuario mientras pienso en la vida en mi barrio. Aquí, en el Lago Ginebra, es fácil olvidarse de eso durante un rato. No tengo que preocuparme de quién está cubriéndome las espaldas. Cuando salgo del vestuario, Doug dice;

    - ¿Eres consciente de que Demi va a tener que tragar mucho para salir contigo? La gente ya está empezando a hablar.

    - Escucha, Douggie. Me gusta esa chica más de lo que me ha gustado nadie en toda mi vida. No estoy dispuesto a dejarla escapar. Empezaré a preocuparme de lo que piense la gente cuando esté a dos metros bajo tierra.
    Doug sonríe y extiende los brazos.

    - Eh, Jonas, creo que acabamos de compartir un momento de amistad. ¿Quieres celebrarlo con un abrazo?
    - Ni de coña, blanquito.

    Doug me da una palmada en la espalda y luego nos dirigimos a la bañera de hidromasaje. A pesar de todo, creo que tiene razón: no sé si hemos dado un paso hacia la amistad, pero por lo menos nos entendemos bien. Sea lo que sea, no estoy dispuesto a abrazarle.

    - Muy sexy, cariño -dice Sierra mirando el minúsculo bañador.
    Doug camina como un pingüino e intenta que el bañador no le moleste demasiado.
    - Te juro que me quitaré esto en cuanto me meta en la bañera. Me estrangula los huevos.

    - No entres en detalles -interviene Demi, tapándose los oídos con las palmas de las manos.
    Lleva un bikini amarillo que deja muy poco a la imaginación. ¿Acaso no es consciente de que parece una hermosa flor, capaz de alegrarle la vida a todo aquel que se fije en ella?

    Doug y Sierra se meten en la bañera.
    Yo me cuelo de un salto y me siento junto a Demi. Es la primera vez que me meto en una bañera de hidromasaje y no conozco mucho el protocolo. ¿Vamos a sentamos aquí a hablar o a separarnos en parejas para darnos el lote? Preferiría la segunda opción, pero Demi parece nerviosa.

    Sobre todo cuando Doug lanza su bañador fuera del agua.
    - Ya te vale, tío -digo, haciendo una mueca.
    - ¿Qué? Me gustaría tener niños algún día,  Joe Jonas. Y esa cosa me estaba cortando la circulación.

    Demi sale de la bañera y se tapa con una toalla.
    - Vayamos dentro, Joe.
    - Podéis quedaros aquí, chicos -asegura Sierra-. Haré que se ponga la bolsa de canicas otra vez.

    - Olvídalo. Disfrutad del baño. Nosotros estaremos dentro -replica Demi.
    Cuando salgo de la bañera, Demi me pasa una toalla. La rodeo con un brazo mientras caminamos hacia la cabaña.
    - ¿Te encuentras bien?
    - Claro. Pensaba que estabas enfadado.

    - Estoy genial. Pero... -Una vez en la casa, cojo una figurita de cristal soplado y la miro con atención-. Ver esta casa, esta vida... quiero estar aquí contigo, pero miro a mi alrededor y me doy cuenta de que esto nunca será mi mundo.
    - Piensas demasiado. -Se arrodilla en la alfombra y da una palmadita para invitarme a que me siente a su lado-. Ven aquí y túmbate boca abajo. Sé dar masajes suecos. Te relajará.

    - Pero tú no eres sueca.
    - Sí, ya, y tú tampoco. Así que si lo hago mal, no te darás cuenta.
    Me tumbo a su lado.

    - Pensaba que íbamos a tomárnoslo con calma.
    - Un masaje en la espalda es inofensivo.
    Recorro con la mirada el bikini que le marca un cuerpo de escándalo.
    - Tengo que confesarte que he intimado con chicas que llevaban mucha más ropa de la que llevas ahora.

    - Compórtate. -Me da un cachete en el culo.
    Cuando sus manos tocan mi espalda, dejo escapar un gemido. Tío, esto es una tortura. Estoy intentando portarme como es debido, pero me encanta el contacto de sus manos, y mi cuerpo parece cobrar vida propia.
    - Estás tenso -me dice al oído.

    Por supuesto que estoy tenso. Tiene las manos sobre mí. Mi respuesta es otro gemido.
    Después de unos minutos de masaje soporífero, empiezan a oírse fuertes gemidos, suspiros y gruñidos que vienen de la bañera de hidromasaje y que se cuelan en nuestra habitación. Es obvio que Sierra y Doug se han saltado el masaje de espalda.
    - ¿Crees que lo están haciendo? -pregunta.

    - O eso o Doug es un tipo muy religioso -respondo, haciendo alusión al «¡Oh, Dios!» que Doug exclama cada dos segundos.

    - ¿Te pone cachondo? -canturrea en voz baja junto a mi oído.
    - No, pero si sigues masajeándome así, olvídate de toda esa mierda de tomárnoslo con calma. -Me siento y la miro a la cara-. Lo que no logro entender es si me provocas y me tientas a propósito o si realmente eres inocente.
    - No intento provocarte.

    Enarco una ceja y bajo la mirada hacia la parte superior de mi muslo, donde ella ha apoyado su mano. La aparta bruscamente.
    - Vale, no pretendía poner la mano ahí. Bueno, quiero decir que lo he hecho sin darme cuenta. Solo que... lo que... lo que quiero decir es que...

    - Me encanta cuando tartamudeas -admito mientras la acerco y le enseño mi versión del masaje sueco, hasta que Doug y Sierra nos interrumpen.

        Dos semanas más tarde, me entero de que tengo una cita en el juzgado por los cargos de posesión de armas. Le oculto la noticia a Demi, porque alucinaría. Probablemente me daría la vara con que un abogado de oficio no es tan bueno como uno privado. Lo cierto es que no puedo permitirme un abogado de un gran bufete.
    Mientras espero en la puerta principal del instituto, preocupándome por lo que me depara el destino, alguien me golpea de repente y casi caigo al suelo.
    - ¿Qué coño? -espeto.

    - Lo siento -responde el chico con voz nerviosa.
    Me doy cuenta de que el tipo que tengo delante no es otro que el Blanquito de la cárcel en persona.

    - Ven aquí, imbécil -grita Sam.
    Avanzo y me interpongo entre ellos. - Sam, ¿cuál es el problema?
    - Este capullo me ha robado la plaza de aparcamiento -me explica señalando a Blanquito.

    - ¿Y? ¿No has encontrado otro sitio?
    Sam se endereza con rigidez, listo para darle una paliza a Blanquito. No vacilaría ni un segundo si se propone hacerlo.
    - Si, he encontrado otro sitio.

    - Pues entonces déjale en paz. Lo conozco. Es buena gente.
    - ¿Conoces a este tío? -pregunta Sam, enarcando una ceja.
    - Mira. -Echo un vistazo a Blanquito y agradezco que esta vez lleve una camisa azul y no la de color coral. Todavía tiene pinta de lerdo, pero por lo menos puedo mantenerme serio cuando digo-: Este tipo ha estado en la cárcel más veces que yo. Puede que parezca un capullo, pero bajo ese pelo engominado y esa fea camisa se esconde un auténtico tipo duro.

    - ¿Estás riéndote de mí Joe? -asegura Sam.
    - No digas que no te lo advertí -añado, encogiéndome de hombros y apartándome de su camino.

    Blanquito da un paso adelante, aparentando ser un tipo duro. Me muerdo el labio inferior para no soltar una carcajada y me cruzo de brazos como si estuviera esperando a que comenzara la pelea. Mis colegas de los Latino Blood también esperan, preparados para ver como un lerdo blanquito le patea el culo a Sam.
    Sam me mira, después mira a Blanquito y otra vez a mí.

    - Joe, como te estés riendo de mí...
    - Comprueba su expediente policial. Su especialidad son los coches de lujo.
    Sam espera su siguiente movimiento. Blanquito no. Camina hacia mí y me tiende el puño.
    - Si necesitas algo, Joe, sabes que puedes contar conmigo.

    Hago chocar mi puño contra el de Blanquito. Un segundo más tarde ha desaparecido. Doy gracias porque nadie haya reparado en el temblor de su muñeca.
    Me topo con él junto a su taquilla, en el descanso entre la primera y segunda hora.

    - ¿Hablabas en serio cuando has dicho que puedo contar contigo si lo necesito?
    - Después de lo de esta mañana, te debo la vida -admite Blanquito-. No sé por qué has dado la cara por mí, pero estaba cagado de miedo.

    - Esa es la regla número uno. No dejes que se note que estás cagado.
    Blanquito resopla. Supongo que es su manera de reír, o eso o padece una sinusitis de la hostia.

    - Intentaré recordarlo la próxima vez que un pandillero amenace con matarme. -Tiende una mano para estrechar la mía-. Me llamo Gary Frankel.
    Le estrecho la mano.

    - Mira, Gary -continuó-. Mi juicio es la semana que viene y preferirla no fiarme de un abogado de oficio. ¿Crees que tu madre podría ayudarme?
    Gary sonríe.
    - Creo que sí. Es muy buena. Si es tu primer delito, probablemente te consiga una libertad condicional reducida.

    - No me lo puedo permitir...
    - No te preocupes por el dinero, Joe. Aquí tienes su tarjeta. Le diré que eres amigo mío y lo hará gratis.

    Cuando Gary se aleja por el pasillo, pienso en lo cómico de la situación. A veces, la persona que menos esperas puede convertirse en tu aliado, aunque sea por una vez. Y a veces, una chica rubia puede hacer que el futuro sea algo que esperas con ilusión.

domingo, 7 de abril de 2013

Quimica Perfecta Capitulo 43




Demi
  
  - Demi, por favor, explícame otra vez por qué hemos de recoger a Joe para que nos acompañe al Lago Ginebra -me pide Sierra.

    - Mi madre me ha ordenado que no le vea fuera del instituto, así que el Lago Ginebra es el lugar perfecto para salir con él. Allí nadie nos verá.
    - Excepto nosotros.

    - Pero vosotros no vais a chivaros, ¿verdad?
    Pillo a Doug haciendo una mueca. Al principio me pareció buena idea. Salir en pareja a pasar el día al Lago Ginebra podía ser algo divertido. Bueno, al menos cuando Sierra y Doug se recuperen de la conmoción inicial que les provocará la visión de Joe y yo juntos.

    - Por favor, no me deis más el coñazo con esto.
    - Ese tío es un perdedor, Demi -declara Doug mientras llega al aparcamiento del instituto, donde Joe debe de estar esperándonos-. Es tu mejor amiga, Sierra. Hazla entrar en razón.

    - Lo he intentado, pero ya la conoces. Es muy cabezona.
    Dejo escapar un suspiro.

    - ¿Podéis dejar de hablar de mí como si no estuviera presente? Me gusta Joe. Y yo le gusto a él. Quiero darle una oportunidad.
    - ¿Y cómo pretendes hacerlo? ¿Vais a mantener en secreto vuestra relación? ¿Toda la vida? -pregunta Sierra.

    Afortunadamente, ya hemos llegado, así que no tengo que responder. Joe está sentado en el bordillo, junto a su moto, con las piernas extendidas. Estoy nerviosa, y al abrir la puerta de atrás, me muerdo el labio inferior.

    Guando ve a Doug conduciendo y a Sierra a su lado, se le tensa la mandíbula.
    - Entra, Joe.
    Me echo a un lado para dejarle sitio.
    - No creo que sea muy buena idea -dice, asomando la cabeza.
    - No seas tonto. Doug ha prometido que se portará bien. ¿No es cierto, Doug?
    Aguanto la respiración hasta oír la respuesta.

    Doug asiente con la cabeza en un gesto que demuestra poco interés.
    - Claro -asegura impasible.
    Estoy segura de que si Joe fuera otro tío, se largaría de aquí. Pero toma asiento a mi lado.
    - ¿A dónde vamos? -pregunta.
    - Al lago Ginebra -respondo-. ¿Has estado allí antes?
    - No.
    - Está a una hora de camino. Los padres de Doug tienen una cabaña.
    El trayecto me recuerda más al ambiente propio de una biblioteca que a otra cosa. Nadie pronuncia ni una palabra. Cuando Doug se detiene a repostar, Joe sale del coche, se aleja y se enciende un cigarrillo.

    Me hundo en el asiento. Hasta ahora, el día no se parece en nada a cómo lo había imaginado. Sierra y Doug suelen ser muy divertidos cuando están juntos, pero ahora mismo parece que se dirigen a un funeral.

    - ¿Os importaría intentar al menos mantener una conversación? -ruego a mi mejor amiga-. Puedes tirarte horas enteras hablando del tipo de perro al que besarías, pero no puedes ni articular dos palabras seguidas delante del chico que me gusta.
    Sierra se vuelve sobre su asiento.
    - Lo siento. Es que... Demi, te mereces algo mejor. MUCHO mejor.
    - ¿Te refieres a Colin?

    - A cualquiera -resopla y se vuelve de nuevo.
    Joe entra en el coche y le lanzo una tímida sonrisa. Pero él no me corresponde. Le cojo la mano y no me devuelve el apretón, aunque por lo menos tampoco la aparta. ¿Será una buena señal?

    Cuando salimos de la gasolinera, Joe interviene:
    - Tienes un neumático suelto. ¿Oyes ese ruido en la parte posterior izquierda?
    Doug se encoge de hombros.
    - Lleva así un mes. No es gran cosa.
    - Para en el arcén y te lo arreglo -sugiere Joe -. Si se suelta en mitad de la autopista, estaremos bien jodidos.

    Estoy segura de que Doug no quiere confiar en el análisis de Joe, pero después de un kilómetro y medio, acaba deteniéndose a un lado de la carretera, aunque a regañadientes.

    - Doug. -Sierra señala el prostíbulo que tenemos enfrente-. ¿Qué tipo de personas crees que entran ahí?
    - Ahora mismo, cariño, me importa un pepino. -Se vuelve hacia Joe y añade-: Vale, crack. Arréglame el coche.

Joe y Doug salen del coche.
    - Siento haberme quejado tanto -dice Sierra.
    - Yo también lo siento.
    - ¿Crees que Doug y Joe van a ponerse a discutir?

    - Puede. Será mejor que salgamos y les distraigamos un poco.
    Cuando salgo, Joe está sacando las herramientas del maletero.
    Después de levantar el coche con el gato, Joe sujeta la llanta entre las manos. Doug tiene los brazos en jarras y la mandíbula apretada en un gesto desafiante.
    - Thompson, ¿qué coño te pasa?

    - No me caes bien, Jonas.
    - ¿Crees que tú me haces mucha gracia? -espeta Joe, mientras se arrodilla junto a la llanta y empieza a apretar los tornillos.

    Me vuelvo hacia Sierra. ¿Deberíamos intervenir? Mi mejor amiga se encoge de hombros y yo hago lo mismo. No es que hayan llegado a las manos... bueno, de momento.
    Un coche se detiene a nuestro lado con un chirrido de ruedas. Hay cuatro mexicanos dentro, dos delante y dos detrás. Joe les ignora mientras baja el coche con el gato y lleva las cosas al maletero.

    - ¡Eh, nenas! ¿Qué os parece si dejáis plantados a esos perdedores y os venís con nosotros? Os enseñaremos qué es divertirse de verdad -grita uno de ellos a través de la ventanilla.

    - ¡Vete a la mierda! -exclama Doug. Uno de los chicos sale del coche y avanza hacia Doug. Sierra grita algo pero en ese instante no oigo sus palabras. Estoy demasiado absorta mirando a Joe que se ha quitado la camiseta y se ha interpuesto entre el tipo y Doug.
    - Apártate de mi camino -ordena el tipo-. No caigas tan bajo por defender a este capullo blancucho.

    Joe se planta frente al chico con la llanta de hierro firmemente sujeta en la mano.
    - Si jodes al blanquito, estarás jodiéndome a mí. Así de simple. ¿Lo pillas, colega?
    Otro chico sale del coche. Estamos metidos en un buen lío.
    - Chicas, coged las llaves y meteos en el coche -ordena
    Joe con un tono de voz confiado.
    - Pero...
    Su mirada transmite una serenidad casi letal. Oh, Dios.
    Va totalmente en serio.
    Doug le lanza a Sierra las llaves del coche. ¿Y ahora qué? ¿Se supone que tenemos que quedarnos sentaditas en el coche y ver cómo se pelean?
    - No, no voy a ningún sitio -digo.

    - Y yo tampoco -añade Sierra.
    Uno de los chicos del otro coche asoma la cabeza por la ventanilla.
    - Joe, ¿eres tú?
Joe se relaja.

    - ¿Tiny? ¿Qué coño haces con estos capullos?
    El chico que responde al nombre de Tiny les dice algo a sus compinches, quienes no tardan en volver al coche. Casi parecen aliviados por no tener que enfrentarse a Joe y a Doug.

    - Dime tú primero qué haces con un puñado de niños pijos -dice Tiny.
    - Lárgate de aquí -ríe Joe.
    Una vez que todos estamos de nuevo en el coche, Doug dice: - Gracias por cubrirme las espaldas.
    - No pasa nada -murmura Joe.

    Nadie vuelve a romper el silencio hasta que llegamos a orillas del Lago Ginebra. Doug aparca delante de un bar para comer algo. Dentro, Sierra y yo pedimos unas ensaladas, mientras Doug y Joe optan por las hamburguesas.
    Nos sentamos en un banco mientras esperamos la comida, sin pronunciar palabra. Le doy una patada a Sierra por debajo de la mesa.

    - Bueno, Joe empieza-. ¿Has visto alguna peli buena últimamente?
    - No.
    - ¿Has solicitado el ingreso en alguna universidad?
    Joe niega con la cabeza.
    Sorprendentemente, Doug interviene: - ¿Quién te ha enseñado tanto de coches?
    - Mi primo -contesta Joe.. Los fines de semana me paso por su casa y me quedo observando cómo resucita los coches.

    - Mi padre tiene un Karmann Ghia del 72 en el garaje muerto de risa. Cree que volverá a funcionar por arte de magia.

    - ¿Qué le pasa? -pregunta Joe.
    Doug se lo explica y Joe escucha con atención. Me siento y me relajo al escucharles discutir sobre las ventajas e inconvenientes de comprar piezas de recambio por eBay. La tensión parece desvanecerse a medida que avanza la conversación.
    Tras acabar de comer, paseamos por la calle Main. Joe me coge de la mano y no puedo pensar en nada más que no sea estar allí con él.

    - Mirad, hay una nueva galería -dice Sierra, señalando el otro lado de la calle-. Y además es la inauguración. ¡Entremos!
    - Genial -exclamo.

    - Yo me quedaré fuera -añade Joe cuando cruzo al otro lado con Sierra y Doug-. No me van mucho las galerías.
    Sé que no es verdad. ¿Cuándo entenderá que no tiene por qué cumplir con la etiqueta que todos le han colocado? Si entrara, se daría cuenta de que se siente tan a gusto en la galería como en el taller de su primo.

    - Vamos -insisto, tirando de él. Sonrío cuando entramos en la galería.
    Todo un bufé espera en una mesa mientras unas cuarenta personas se arremolinan observando las obras.
    Doy una vuelta con Joe, que camina con rigidez a mi lado.
    - Relájate -le digo.
    - Para ti es fácil decirlo -murmura.

Quimica Perfecta Capitulo 42




Joe
  
  Tras la apresurada huida de Demi, no me apetece mucho hablar, y espero poder evitar a mi madre cuando llegue a casa. Sin embargo, me basta una sola mirada al sofá del salón para saber que mi deseo no va a cumplirse. La televisión está apagada, el salón está tenuemente iluminado, y probablemente mi madre habrá mandado a mis hermanos a nuestra habitación.

    - Joe –empieza-. Yo no quería esta vida para nosotros.
    - Lo sé.
    - Espero que Demi no te esté llenando la cabeza de pájaros.
    Me encojo de hombros.

    - ¿Con qué? ¿Con que detesta que esté en una banda? Puede que no hayas elegido esta vida, pero está claro que no dijiste nada cuando entré en ella.
    - No me hables así, Joe.

    - ¿Por qué no? ¿La verdad es demasiado dolorosa? Soy un pandillero porque debo protegerte, a ti y a mis hermanos, mamá. Ya lo sabes, aunque nunca hablemos de ello -digo, alzando la voz a medida que me invade la frustración-. Es una elección que tomé hace mucho tiempo. Puedes fingir que no me animaste a hacerlo, pero -continúo, quitándome la camiseta y enseñándole los tatuajes-, mírame bien. Pertenezco a una banda, como papá. ¿También quieres que trafique con 

    - Estabas demasiado asustada para escapar de este agujero, y ahora estamos atrapados aquí. No me eches la culpa, ni a mí ni a Demi.

    - Eso no es justo -contesta ella, alzando la voz. -Lo que no es justo es que vivas como una viuda en luto perpetuo desde que murió papá. ¿Por qué no nos mudamos a México? Dile a tío Julio que desperdició los ahorros de su vida enviándonos a América. ¿O tienes miedo de regresar a México y confesarle a tu familia que has fracasado? - No vamos a hablar de eso.

    - Despierta ya -le digo abriéndome de brazos-. ¿Qué te ata a este lugar? ¿Tus hijos? Eso es solo un pretexto. ¿Así te imaginabas el sueño americano? -le pregunto, y señalando el santuario de mi padre, añado-: Era un pandillero, no un santo.

    - No tuvo otra elección –grita-. Nos protegió. - Y ahora soy yo quien os protege. ¿Harás otro santuario cuando me liquiden? ¿Y a Carlos? Porque él es el siguiente, lo sabes, ¿verdad? Y después Luís.

    Mi madre me da un fuerte bofetón, tras lo cual, da un paso atrás. Maldita sea, odio hacerla enfadar. Tiendo la mano hacia ella, le rodeo el brazo con los dedos para abrazarla y disculparme, pero me hace una mueca.- ¿Mamá? -No sé por qué reacciona así. Aunque no he sido brusco con ella, se comporta como si lo hubiera sido.

    Se retuerce hasta librarse de mi agarrón y se aparta, pero no puedo dejarla ir. Doy un paso adelante y le levanto la manga del vestido. Horrorizado, encuentro un feo moratón en la parte superior del brazo, de un tono entre el púrpura, el negro y el azul. Mi mente retrocede hasta el momento en que vi a mi madre y a Héctor manteniendo una conversación a solas en la boda.

    - ¿Te lo ha hecho Héctor? -le pregunto en voz baja-. Tienes que dejar de hacer preguntas sobre papá -responde ella, apresurándose a bajarse la manga para ocultar el moratón.

    Cuando asimilo que han hecho daño a mi madre para enviarme una advertencia, siento cómo la ira se acumula en mi estómago y se extiende por todo mi cuerpo-, ¿Por qué? ¿A quién quiere proteger Héctor?

    ¿Estará protegiendo a algún Latino Blood o a otro pandillero de una banda afiliada? Ojalá pudiera explicármelo él mismo. Es más, me gustaría vengarme y darle una paliza por haberle hecho daño a mi madre, pero Héctor es intocable. Todos sabemos que desafiar a Héctor significa desafiar a toda la pandilla.

    Mi madre me fulmina con la mirada.- No me preguntes más. Hay muchas cosas que no sabes, Joe. Cosas que no deberías saber nunca. Déjalo estar. - ¿Crees que es bueno vivir en la ignorancia? Papá estaba en una banda y traficaba con drogas. A mí no me da miedo la verdad, maldita sea. ¿Por qué todos los que me rodean se empeñan en ocultarme la verdad? Mantengo las manos a los lados, con firmeza, y las siento pegajosas. Un sonido en el pasillo atrae mi atención. Me doy la vuelta y veo a mis dos hermanos con los ojos muy pleitos, confusos, joder.

    Cuando mi madre repara en su presencia, se queda boquiabierta. Haría cualquier cosa por evitarle todo sufrimiento.

    Me acerco a ella y le pongo una mano en el hombro, con suavidad.
    - Perdóname, mamá.
    Ella me aparta de un manotazo, contiene un sollozo y sale corriendo hacia su habitación, cerrando la puerta tras ella.

    - ¿Es verdad? -pregunta Carlos, en un tono de voz rebosante de tensión.
    - Sí -contesto, asintiendo.

    Luís niega con la cabeza y frunce el ceño, confuso.
    - ¿De qué estabais hablando? No lo entiendo. Pensaba que papá era un buen hombre. Mamá siempre dice que era un buen hombre.

    Me acerco a mi hermano pequeño y apoyo su cabeza en mi pecho.
    - ¡Sois todos unos mentirosos! -estalla Carlos-. Tú, él, todos sois unos mentirosos. ¡Embusteros!
    - Carlos -Suelto a Luis y cojo a mi otro hermano por el brazo.
    Me mira la mano con repugnancia; está fuera de sí.

    - Todo este tiempo he pensado que entraste en los Latino Blood para protegernos. Pero solo seguías los pasos de papá. Menudo héroe. Te gusta formar parte de los Latino Blood, pero a mí me lo prohíbes. ¿No es un poco hipócrita, hermano?
    - Puede.

    - Eres una desgracia para esta familia. Lo sabes, ¿verdad?
    En cuanto aflojo la mano, Carlos abre de un puñetazo la puerta trasera de la casa y se marcha hecho una furia.

    La débil voz de Luis rompe el silencio.
    - A veces los hombres buenos tienen que hacer cosas que no son tan buenas, ¿verdad?

    Le revuelvo el pelo con la mano. Luis es mucho más inocente de lo que yo era a su edad.
    - ¿Sabes? Creo que vas a ser el Jonas más inteligente de la familia, hermanito. Ahora, a la cama. Tengo que hablar con Carlos.
    Encuentro a mi hermano sentado en las escaleras traseras, de cara al patio de nuestro vecino.

    - ¿Es así como murió? -me pregunta cuando me siento a su lado-. ¿Traficando con drogas?
    - Sí.
    - ¿Te llevaba con él?
    Asiento con la cabeza.
    - Qué cabrón, solo tenías seis años. -Carlos exhala un suspiro lleno de cinismo-. ¿Sabes? Hoy he visto a Héctor en las canchas de baloncesto de la calle Main.

    - No te acerques a él. Yo no tuve elección cuando murió papá, y ahora estoy atrapado. Si crees que estoy en los Latino Blood porque me gusta, estás muy equivocado. No quiero que tú te metas.

    - Lo sé.
    Le lanzo una mirada ceñuda como la que mi madre solía dedicarme cuando metía pelotas de tenis dentro de sus medias y las arrojaba para ver cómo volaban.
    - Escúchame, Carlos, escúchame con atención. Concéntrate en el colegio para poder ir después a la universidad. Para poder ser algo en la vida.
    No como yo. Se produce un largo silencio.

    - Destiny tampoco quiere que acabe en la pandilla. Quiere ir a la universidad y licenciarse en enfermería. -Se ríe-. Me ha dicho que sería genial que fuésemos a la misma universidad. -No digo nada. Lo que necesita es que deje de darle consejos y le permita resolver el resto por sí mismo-. Me gusta Demi, ¿sabes? -confiesa.
    - A mí también me gusta.

    Pensaba lo mismo antes, cuando estábamos aún en el coche. Me he dejado llevar. Espero no haberlo echado todo a perder.

    - Vi a Demi hablando con mamá en la boda. Se defendió muy bien.
    - Si te soy sincero, le entró un bajón y se refugió en el cuarto de baño.
    - Para ser un tipo tan inteligente, estás loco si crees que puedes controlarlo todo.
    - Soy fuerte -le digo a Carlos-. Y siempre estoy preparado para afrontar el peligro.
    Carlos me da una palmada en la espalda.

    - De algún modo, hermano, creo que para salir con una chica del norte se necesitan más agallas que para entrar en una banda.

    Mi hermano me está ofreciendo la oportunidad perfecta para contarle la verdad.
    - Carlos, los Latino Blood hablan de fraternidad, de honor, de lealtad. Y suena muy bien. Pero no son tu familia, lo sabes, ¿verdad? La hermandad durará siempre y cuando estés dispuesto a hacer lo que ellos quieren que hagas.

    Mi madre abre la puerta y nos mira. Parece muy triste. Ojalá pudiera cambiar su vida y evitarle todo el sufrimiento, pero no puedo.
    - Carlos, déjame a solas con Joe.

    Cuando Carlos entra en casa y ya no puede oímos, mi madre se sienta a mi lado. Tiene un cigarro en la mano, el primero que le veo fumar desde hace mucho tiempo.
    Espero a que sea ella quien tome la iniciativa. Ya he hablado suficiente por esta noche.

    - He cometido muchos errores en mi vida, Joe -dice, y el humo del cigarrillo se eleva hacia la luna-. Y no puedo enmendar algunos por mucho que rece. -Tiende la mano y me coloca el pelo detrás de las orejas-. Eres un adolescente que tiene las responsabilidades de un hombre. Sé que no es justo para ti. - No pasa nada.

    - No, sí que pasa. Yo también crecí demasiado rápido. Ni siquiera acabé el instituto porque estaba embarazada de ti. -Me mira como si viera reflejada en mí a la adolescente que fue no hace tanto-. Deseaba muchísimo tener un bebé. Tu padre quería que esperásemos hasta acabar el instituto, pero yo lo quería antes. Ser madre era lo que más deseaba en el mundo.

    - ¿Te arrepientes? -pregunto.
    - ¿De ser madre? Por supuesto que no. De seducir a tu padre y de no asegurarme de que llevara condón, sí.
    - No me apetece escuchar eso.

    - Bueno, pues te lo diré de todos modos, quieras o no. Ten cuidado, Joe.
    - Lo tengo.
    Le da otra calada al cigarrillo mientras niega con la cabeza.
    - No, no lo entiendes. Puede que tú tengas cuidado, pero las chicas no lo tienen. Son manipuladoras. Lo sé porque soy una de ellas.

    - Demi es...
    - El tipo de chica que puede lograr que hagas cosas que no quieres hacer.
    - Créeme, mamá. Ella no quiere tener un bebé.
    - No, pero querrá otras cosas. Cosas que nunca podrás darle.
    Levanto la mirada hacia las estrellas, la luna, el insondable universo. - ¿Y qué pasa si yo quiero dárselas? -Deja escapar un profundo suspiro junto al humo del tabaco.

    - Tengo treinta y cinco años, y soy lo suficientemente vieja como para haber visto morir a mucha gente que creía poder cambiar el mundo. No importa lo que pienses, tu padre murió intentando corregir su vida. Tienes una visión equivocada de lo que ocurrió Joe. Eras tan solo un niño, demasiado pequeño como para comprenderlo.
    - Ahora soy lo suficientemente mayor.

    Una lágrima desciende por su mejilla. La seca con el dorso de la mano.
    -Sí, ya, pero ahora es demasiado tarde.