Joe
Tras la muerte de
mi padre, mi madre nos animó, a mis hermanos y a mí, a que nos curáramos con
ayuda de la música. Bailábamos por toda la casa, y nos turnábamos para hacerlo
con ella. Creo que era su modo de olvidar el dolor, al menos durante un tiempo.
Por la noche la oía sollozar en su habitación. Nunca abrí la puerta, pero
deseaba ponerme a cantar y hacer que su dolor se desvaneciera.
Hablo con la banda
antes de coger el micrófono.
- No me gustaría
hacer el idiota, pero los hermanos Jonas no pueden rechazar una petición de la
novia. Elena es muy persuasiva.
- ¡Ya te digo! -grita Jorge.
Elena le da un
puñetazo en el brazo y la cara de su marido se retuerce con una mueca. Elena
sabe dónde tiene que dar el golpe. Jorge le da un beso; se siente demasiado
feliz como para darle más importancia de la que tiene.
A mis hermanos y a
mí nos toca cantar, pero nada de canciones tristes. Improvisamos algunos temas
de Enrique Iglesias, Shakira y e incluso de mi grupo favorito, Maná. Cuando me
arrodillo para cantarles a mis primos pequeños, le guiño un ojo a Demi.
Es entonces cuando reparo en el silencio de
la multitud y en los susurros de conmoción. Héctor está aquí. El hecho de que
ande por aquí no augura nada bueno. Se pasea por el jardín con su traje caro,
entre las miradas de los invitados. Termino la canción y tomo asiento junto a Demi.
Siento la necesidad de protegerla.
- ¿Quieres un
cigarrillo? -me pregunta Paco mientras saca su paquete de Marlboro del bolsillo
trasero.
- No.
Paco me mira con
curiosidad, se encoge de hombros y enciende su pitillo.
- Cantas genial, Joe.
Si me hubieras dado unos minutos más, tendría a tu novia comiéndome de la mano.
La ha llamado mí
novia. ¿Es mi chica?
La llevo hasta una
nevera llena de bebidas. Paco nos sigue. Me ando con pies de plomo para no
llevarla a donde se encuentra Héctor.
Mario, un amigo de
uno de mis primos, está junto a la nevera; viste los colores de la pandilla
Python Trío y unos vaqueros gigantes y holgados que le cuelgan del culo. Los Python
Trío son nuestros aliados, pero si Demi lo viera por la calle, lo más probable
es que saliera corriendo en la dirección opuesta.
Joe, Paco, ¿qué
tal? -saluda Mario.
- Ya veo que te has
vestido de gala para la boda, Mario -murmuro.
- Calla, los
esmóquines son para los blancos -suelta Mario, sin reparar en Demi -. Los
pandilleros de los suburbios sois demasiado blandengues. En la ciudad hay
hermanos de verdad.
- Vale, tipo duro
-le desafía Paco con absoluta confianza-. Corre y cuéntaselo a Héctor.
Miro a Mario.
- Tío, sí sigues
soltando bobadas como esa - le digo-, te mostraré de primera mano lo duros que
podemos llegar a ser. Nunca subestimes a los Latino Blood.
- Bueno, tengo una
cita con una botella de Coronita. Nos vemos luego, chicos -concluye, y se aleja
de nosotros.
- Parece que se ha
cagado en los pantalones -sugiere Paco, que sigue con la mirada la retirada de
Mario.
Demi está más
blanca de lo que ya es de por sí.
- ¿Te encuentras
bien?
- Has amenazado a
ese tío –susurra-. Es decir, hablabas en serio.
En lugar de
responderle, la cojo de la mano y la llevo hacia un lado de la improvisada
pista de baile, que no es más que un área de césped. Está sonando una balada.
Cuando tiro de
ella, Demi se aparta.
- ¿Qué estás
haciendo?
- Baila conmigo -le
ordeno-. No te enfades. Rodéame con tus brazos y bailemos.
No quiero oír cómo
dice que soy un pandillero, que le da miedo y que si quiero salir con ella,
tendré que dejar este mundo.
- Pero...
- Olvida lo que le
he dicho a Mario -le ruego muy cerca de su oído-. Estaba poniéndome a prueba;
es su modo de averiguar nuestra lealtad hacia Héctor. Si percibe algún tipo de
discordia, su pandilla puede aprovecharlo para imponerse a la nuestra. Verás,
todas las pandillas se dividen en Colegas y Gente. Cada banda está asociada con
uno u otro grupo, y los que están afiliados con los Colegas son rivales de los
que lo están con la Gente. Mario está afiliado...
- ¡ Joe! -me
interrumpe.
- Sí.
- Asegúrame que no
ocurrirá nada malo.
No puedo.
- No te preocupes,
limítate a bailar -murmuro mientras me llevo sus brazos al cuello y empezamos a
movernos de nuevo.
Por encima de Demi,
veo que Héctor y mi madre mantienen una acalorada conversación. Me pregunto de
qué estarán hablando. Ella empieza a distanciarse un poco, hasta que él la
agarra por el brazo y le dice algo al oído. Justo cuando estoy a punto de dejar
de bailar para averiguar qué demonios ocurre, mi madre sonríe a Héctor juguetona
y estalla en carcajadas por algo que ha dicho. Es obvio que estoy paranoico.
Las horas pasan y
la oscuridad se cierne sobre la ciudad. La fiesta todavía continúa cuando
caminamos hacia el coche. De vuelta a Fairfield, ambos guardamos silencio.
- Ven aquí -le pido
suavemente al detener el coche en el aparcamiento del taller.
Ella se inclina
sobre la palanca de cambios, acortando la distancia que nos separa.
- Me lo he pasado
genial -susurra-. Bueno, excepto la parte en la que me he tenido que esconder
en el baño... y cuando tú amenazaste a ese tipo.
- Olvídate de eso y
bésame.
Deslizo las manos
en su cabello. Ella me rodea el cuello con los brazos mientras yo trazo con la
lengua la cuenca de sus labios. Ella los abre y yo la beso con más intensidad.
Es como un tango, primero nos movemos a un ritmo lento y rítmico, después,
empezamos a jadear cuando nuestras lenguas se encuentran y el beso adopta un
ritmo ardiente y precipitado que no quiero que acabe nunca. Puede que los besos
de Carmen fueran picantes, pero los de Demi son más sensuales, sexys y
extremadamente adictivos.
En el coche estamos
muy apretados y los asientos no nos dejan espacio suficiente. Antes de que me
dé cuenta, nos hemos colocado en los asientos de atrás. Sigue sin parecerme
ideal, pero apenas reparo en ello.
Estoy demasiado
absorto con sus gemidos, sus besos y sus manos en mi pelo. Y con el olor a
galletas de vainilla. Esta noche no quiero llegar muy lejos con ella. Sin
embargo, mi mano recorre su muslo desnudo.
- Me hace sentir
tan bien -admite casi sin aliento.
Nos recostamos en
los asientos y me permito explorarla con las manos. Acaricio con los labios el
hueco de su cuello y le suelto los tirantes del vestido y del sujetador. En
respuesta, ella me desabrocha la camisa. Una vez abierta, sus dedos me recorren
el pecho y los hombros, abrasándome la piel.
- Eres... perfecto
-jadea.
Ahora mismo no son
palabras precisamente lo que deseo intercambiar con ella. Muy despacio, trazo
con la lengua un sendero sobre su piel sedosa, expuesta a la brisa de la noche.
Ella me agarra por el pelo, incitándome a seguir adelante. Tiene un sabor tan
agradable. Demasiado. ¡A caramelo!
Me aparto unos
cuantos centímetros para mirarla a los ojos, esos ojos color azul zafiro que
resplandecen de deseo. Eso sí que es la perfección.
- Te deseo -le
confieso con voz ronca. Presiona mi entrepierna y siento una mezcla de dolor y
placer casi insoportable. Pero cuando empiezo abajarle las braguitas, ella me
aparta la mano y se separa de mí.
- No... No estoy
preparada para esto. Déjalo, Joe.
Me aparto de ella y
me incorporo en el asiento, esperando a que se me baje el calentón. La miro
mientras se anuda los tirantes y vuelve a ponerse la ropa. Mierda, he ido
demasiado rápido. Me dije a mí mismo que no debía emocionarme, que debía
controlarme cuando estaba con ella. Me paso una mano por el pelo y dejo escapar
un suspiro.
- Lo siento.
- No, soy yo quien
lo siente. No es culpa tuya. He sido yo quien te ha metido prisa, y tienes
derecho a estar enfadado. Mira, acabo de salir de una relación y están pasando
muchas cosas en casa -me explica, llevándose las manos a la cara-. Estoy tan
confusa.
Coge el bolso y
abre la puerta del coche. La sigo, con la camisa negra abierta y ondeando a
merced del viento, como la capa de un vampiro. Como eso, o como la capa del
ángel de la muerte.
- Demi, espera.
- Por favor... abre
la puerta del garaje. Necesito el coche.
- No te vayas.
Introduzco la
contraseña en el teclado electrónico.
- Lo siento -se
lamenta una vez más.
- Déjalo ya.
Escucha, no importa lo que ha pasado. No estoy contigo solo por eso. Me he
dejado llevar por el modo en que hemos conectado esta noche, por tu olor a
vainilla que quisiera poder respirar toda la vida y... mierda, lo he echado
todo a perder, ¿no es cierto?
Demi sube a su coche.
- ¿Podemos ir más
despacio, Joe? Esto va demasiado rápido para mí.
- Sí -digo, y
asiento con la cabeza. Tengo las manos metidas en los bolsillos, en un intento
por resistir el deseo de sacarla del coche.
Y de veras espero
que se marche ya, porque si no lo hace, no podré controlarme.
Me he dejado llevar
al recorrer su cuerpo con mis manos y lo he echado todo a perder.
La apuesta.
Se supone
que todo esto con Demi no es más que una apuesta. No he de enamorarme de una
chica de la zona norte. Intentaré concentrarme en la apuesta y dejar a un lado
lo que sospecho que son sentimientos muy reales. Los sentimientos no pueden
formar parte de este juego