Joe
Hoy Demi se ha
marchado del instituto a la carrera, siguiendo a Cara Burro. Antes de irme, la
vi con él. Estaban enfrascados en una conversación privada en la parte de atrás
del campo de fútbol. Se ha decantado por él, lo que no me sorprende en
absoluto. Cuando me preguntó en clase de química qué debía hacer, tendría que
haberle dicho que plantara a ese capullo. Ahora me sentiría mejor y no estaría
tan cabreado como lo estoy ahora. ¡Cabronazo!
Él no la merece. De
acuerdo, puede que yo tampoco.
Después de clase,
pasé por el almacén para ver si podía obtener algo de información sobre mi
padre. Sin embargo, no saqué nada en claro. Los tipos que conocían entonces a
mi padre no tienen mucho que decir, excepto que nunca dejaba de hablar de sus
hijos. La conversación se vio interrumpida por un Satín Hood que fumigó el
almacén a disparos, una señal de que están buscando venganza y de que no se
detendrán hasta conseguirla. No sé si debería preocuparme o no por la ubicación
del almacén, un descampado aislado detrás de la vieja estación de tren. Nadie
sabe que estamos aquí, ni siquiera la poli. Sobre todo la poli.
Ya soy inmune al
sonido de los disparos. En el almacén, en el parque... los espero en cualquier
momento. Algunas calles son más seguras que otras, pero los rivales saben que
este lugar, el almacén, es nuestro santuario. Y esperan el momento oportuno
para tomar represalias. Es una filosofía muy simple: si no respetas nuestro
territorio, nosotros no respetaremos el tuyo. Nadie ha salido herido esta vez,
así que no habrá ninguna muerte que vengar. No obstante, seguro que se
derramará sangre. Esperan que vayamos en su busca, y no les decepcionaremos. En
la zona de la ciudad en la que vivo, el ciclo de la vida se enlaza con el ciclo
de la violencia.
Después de que todo
vuelva a la normalidad, subo a la moto y me doy cuenta de que sin pretenderlo
me encamino a casa de Demi. No puedo evitarlo. Tan pronto como cruzo las vías
del tren, me detiene un coche de policía, del que salen dos tipos uniformados.
En lugar de
explicarme la razón por la que me detienen, uno de los polis me ordena que baje
de la moto y que le muestre el carné.
- ¿He cometido
alguna infracción? -pregunto mientras se lo entrego.
El agente que
examina mi documentación me contesta:
- Podrás hacer
preguntas después de que yo haga las mías. ¿Llevas drogas encima, Joseph?
- No, señor.
- ¿Algún arma?
-pregunta el otro policía.
Vacilo un instante,
pero les digo la verdad: - Sí.
Uno de los policías
saca la pistola de su funda y me apunta con ella en el pecho. El otro me pide
que levante las manos y luego me ordena tumbarme en el suelo mientras pide
refuerzos. Mierda. Estoy bien jodido; muy jodido.
- ¿Qué tipo de
arma?
Hago una mueca
antes de decir: - Una Glock de nueve milímetros.
Menos mal que le
devolví a Wil la Beretta o me hubieran pillado armado hasta los dientes.
Mi respuesta hace
que el policía se ponga algo nervioso. Me fijo en que su dedo tiembla
ligeramente sobre el gatillo.
- ¿Dónde la llevas?
- Escondida en la
pierna izquierda.
- No te muevas, voy
a desarmarte. Si te quedas quieto, no pasará nada.
Tras desarmarme, el
otro poli se pone unos guantes de goma y en un tono de voz autoritario que no
tiene nada que envidiar al de la señora P., suelta:
- ¿Llevas encima
alguna jeringuilla, Joseph?
- No, señor
-respondo.
Se arrodilla a mi
lado y me pone las esposas.
- Levántate -me
ordena tirando de mí. Luego hace que me incline sobre el capó del coche. Cuando
me cachea, me siento humillado. Mierda, por mucho que supiera que era
inevitable que algún día me arrestaran, parece ser que no estaba preparado. Me
muestra la pistola y dice:
- Quedas detenido
por posesión de armas.
Joseph Jonas, tienes derecho a permanecer en
silencio -recita el otro poli-. Cualquier cosa que digas podrá ser utilizada en
tu contra en un tribunal...
El calabozo huele a
meados y a humo. O quizás sean los tipos que han tenido la mala suerte de
acabar encerrados conmigo en esta celda. Sea lo que sea, estoy deseando salir
de este maldito lugar.
¿A quién voy a
llamar para que pague la fianza? Paco no tiene dinero. Enrique ha invertido el
suyo en el taller. Mi madre me matará si se entera de que me han arrestado.
Apoyo la espalda contra las barras de hierro de la celda e intento pensar con
calma, aunque resulta muy difícil hacerlo en un lugar tan asqueroso como este.
La policía lo llama celda de detención, un modo sofisticado de decir jaula.
Menos mal que es la primera vez que me meten aquí. Maldita sea, juro que será
la última. ¡Lo juro!
Me inquieta la idea
de ir a la cárcel porque me he pasado la vida sacrificándome por mis hermanos.
¿Y si me encierran de por vida? En mi fuero interno sé que no es la vida que
deseo. Quiero que mi madre se sienta orgullosa de mí por ser algo más que un
pandillero. Quiero un futuro del que pueda sentirme orgulloso. Y deseo con
todas mis fuerzas demostrarle a Demi que soy un buen tipo.
Me golpeo la parte
posterior de la cabeza contra las barras de hierro, pero no logro apartar todos
estos pensamientos de mi mente.
- Te he visto en el
instituto Fairfield. Yo también voy allí -dice un blanco bajito,
aproximadamente de mi misma edad.
El petardo lleva
una camisa de golf de color coral y unos pantalones blancos, como si lo
hubieran sacado de un torneo de golf junto a otros ciudadanos de clase alta. El
blancucho aparenta ser un tipo guay, pero con esa camisa de color coral...
Joder, aparentar eso va a ser el menor de sus problemas. El tipo lleva tatuado
en la frente «soy un niño rico de la zona norte».
- ¿Cómo has acabado
aquí? -me interroga, como si fuera una pregunta normal entre dos personas normales,
un día normal.
- Iba armado.
- ¿Cuchillo o
pistola?
- Y a ti qué cono
te importa -digo, fulminándolo con la mirada.
- Solo intento
mantener una conversación -confiesa el blanquito. ¿Acaso a todos los blancos
les gusta demasiado el sonido de su propia voz? - ¿Y tú? -le pregunto.
- Mi padre llamó a
la poli y les dijo que le robé el coche -confiesa, dejando escapar un suspiro.
- ¿Estás en este
agujero por tu viejo? ¿Y lo ha hecho a propósito? -pregunto con una mueca. -
Cree que así aprenderé una lección. - Sí. La lección es que tu viejo es un
gilipollas -sentencio, pensando que lo mejor que podría haber hecho su padre es
enseñar a su hijito a vestirse. - Mi madre pagará la fianza. - ¿Estás seguro?
-El blanquito se endereza.
- Es abogada, y no es la primera vez que mi
padre hace algo así. De hecho, ya son varias. Creo que intenta joder a mí madre
y atraer su atención. Están divorciados. . Niego con la cabeza. Estos
blanquitos... - Es verdad -dice el tipo-. Sí, estoy seguro.
- Jonas, ya puedes hacer tu llamada -anuncia
el poli desde el otro lado de los barrotes.
Mierda, me he
distraído tanto con este bocazas que ni siquiera he decidido a quién llamar
para que pague la fianza. De repente, siento un nudo en el estómago, el mismo
que sentí al ver el enorme suspenso en boli rojo en el examen de química. Solo
conozco a una persona con el dinero y los medios para sacarme de este lío:
Héctor. El jefe de los Latino Blood.
Nunca le he pedido
un favor a Héctor. Porque nunca sabes cuándo querrá cobrárselo. Y estar en
deuda con él significa algo más que deberle dinero.
A veces, la vida te
obliga a tomar decisiones que no deseas tomar.
Tres horas más
tarde, después de que un juez me eche la bronca hasta casi hacerme sangrar los
oídos y fije una fianza, Héctor me recoge en el juzgado. Es un hombre poderoso.
Lleva el pelo engominado y peinado hacia atrás, de un tono más negro que el
mío, y hay algo en él que dice que más vale no intentar jugársela.
Le tengo
mucho respeto a Héctor porque es el tipo que me inició en los Latino Blood.
Creció en la misma ciudad que mi padre; se conocían desde pequeños. Héctor ha
estado pendiente de mi familia y de mí desde que murió mi padre. Me enseñó
nuevas expresiones como segunda generación y suelta palabras como legado. Nunca
le olvidaré.
Héctor me da un
manotazo en la espalda mientras nos dirigimos al aparcamiento.
- Te ha tocado el
juez Garrett. Menudo hijo de puta. Tienes suerte de que la fianza no haya sido
muy alta.
Asiento con la
cabeza. Solo deseo regresar a casa. Ya en el coche, lejos del juzgado, le digo:
- Te devolveré la
pasta, Héctor.
- No te preocupes
por eso, hombre -responde él-. Para eso están los hermanos. Para ser sincero,
me ha sorprendido saber que es la primera vez que te arrestan. Estás más limpio
que ningún otro miembro de los Latino Blood.
Miro a través de la
ventanilla del coche de Héctor. Las calles están tranquilas y oscuras, como el
Lago Michigan.
- Eres un chico
inteligente, lo suficiente como para ascender dentro de la banda -explica
Héctor.
Daría lo que fuera
por ocupar el lugar de algunos Latino Blood, pero ¿ascender? Vender drogas y
armas son algunas de las cosas ilegales que suponen estar en una posición más
alta. Me gusta estar donde estoy, cabalgando sobre esta peligrosa ola pero sin
sumergirme completamente en ella. Debería alegrarme de que Héctor se plantee la
idea de darme más responsabilidad dentro de los Latino Blood. Lo de Demi y su
mundo es solo una fantasía.
- Piénsatelo -dice
Héctor cuando llegamos a mi casa.
- Lo haré. Gracias
por pagar la fianza, tío.
- Toma, coge esto
-añade, sacando una pistola de debajo del asiento del conductor-. La poli te ha
confiscado la tuya.
Vacilo un instante,
recordando el momento en que el poli me preguntó si iba armado. Joder, resultó
muy humillante que me apuntaran con un arma en el pecho mientras me quitaban la
Glock. Pero rechazar el arma de Héctor sería una falta de respeto, y yo nunca
haría algo así. Acepto el arma y la deslizo en la cinturilla de los vaqueros.
- Me han dicho que
has estado haciendo preguntas sobre tu padre. Mi consejo es que lo dejes como
está, Joe.
- No puedo, ya lo
sabes.
- Bueno, si
descubres algo, házmelo saber. Siempre te respaldaré.
- Lo sé. Gracias,
tío.
En mi casa se
respira tranquilidad. Entro en mi habitación y encuentro a mis dos hermanos
durmiendo. Abro el cajón superior y escondo el arma bajo la tabla de madera
donde nadie pueda dar con ella. Es un truco que me enseñó Paco. Me tumbo en la
cama y me tapo los ojos con el antebrazo, esperando poder dormir algo esta
noche.
Destellos de lo
sucedido el día anterior se suceden ante mí. La imagen de Demi, sus labios
sobre mi boca, su dulce aliento mezclado con el mío, es la única imagen que
persiste en mi mente. Mientras me quedo dormido, su rostro angelical es lo
único que consigue alejar las pesadillas de mi pasado.