Demi
Una cosa tengo
clara... no voy a darme el lote con Joe Jonas. Afortunadamente, la señora
Peterson nos ha tenido ocupados toda la semana, haciendo experimentos, de modo
que no hemos tenido tiempo de hablar excepto para decidir quién enciende el
mechero Bunsen. Aunque cada vez que miro el brazo vendado de Joe, me acuerdo
del golpe que le propiné.
Intento no pensar
en él mientras me pinto los labios para mi cita con Colín. Es viernes por la
noche, y vamos a ir a cenar y al cine. Después de comprobar mi aspecto en el
espejo, hasta tres veces, y de ponerme el brazalete de Tiffany's que me regaló
por nuestro aniversario el año pasado, me dirijo a la piscina del jardín, donde
mi hermana está junto a su terapeuta físico. Mi madre, que lleva su bata de
terciopelo rosa, descansa acomodada en una tumbona, leyendo una revista de
decoración. La tranquilidad reina en la escena, excepto por la voz del
terapeuta físico que le da instrucciones a Shelley. Mi madre baja la revista y
veo que su expresión es tensa y ceñuda.
- Demz, no vengas
más tarde de las diez y media.
- Mamá, el cine
empieza a las ocho. Llegaremos a casa cuando acabe la película.
- Ya has oído lo
que te he dicho. No más tarde de las diez y media. Si tienes que salirte del
cine para llegar a casa a tu hora, pues te sales. Los padres de Colin no
respetarán a una chica que no tiene toque de queda.
El timbre de casa
suena.
- Probablemente sea
él -digo.
- Pues date prisa y
ve a abrirle. Un chico como él no esperará para siempre, ya lo sabes.
Salgo corriendo
hacia la puerta principal antes de que mi madre lo haga por mí y nos haga
quedar a los dos como tontos. Colin aparece en el umbral de la puerta con una
docena de rosas rojas en la mano.
- Para ti -dice,
sorprendiéndome.
¡Vaya! He sido una
idiota por pensar tanto en Joe esta semana. Abrazo a Colin y le doy un beso, un
verdadero beso en los labios.
- Deja que las
ponga en agua -digo, retrocediendo.
Canturreo alegre
mientras me dirijo a la cocina, oliendo la dulce fragancia de las rosas. Pongo
agua en un jarrón, preguntándome si Joe habrá llevado flores a su novia alguna
vez. Puede que regale cuchillos o algo así, por si su novia los necesita cuando
vaya a alguna parte sin él. Estar con Colin es tan...
¿Aburrido?
No. No somos
aburridos. Somos prudentes. Acomodados. Monos.
Después de cortar
la parte inferior de los tallos y colocar las rosas en el jarrón, encuentro a
Colin charlando con mi madre en el patio, algo que no me gusta mucho que haga.
- ¿Preparado? -le
pregunto.
Colin me lanza su
súper sonrisa blanca del millón de dólares.
- Sí. Tráela a las
diez y media -grita mi madre.
Como si una chica
con toque de queda deba tener además valores. Qué ridiculez, pero miro a
Shelley me trago las ganas de discusión.
- Por supuesto,
señora Lovato -responde Colin.
Una vez sentados en
su Mercedes, le pregunto:
- ¿Qué película
vamos a ver?
- Hay un cambio de
planes. La empresa de mi padre ha conseguido entradas para ver a los Chicago
Cubs. En un palco situado justo detrás del bateador. Cariño, vamos a ver a los
Cubbies.
- Qué guay.
¿Estaremos de vuelta a las diez y media? -le pregunto, porque no me cabe
ninguna duda de que mi madre estará esperándome a la puerta de casa.
- Sí, a no ser que
el partido se prolongue demasiado. ¿Cree tu madre que te convertirás en una
calabaza o algo así?
- No, solo es que,
bueno, no quiero darle un disgusto -digo, cogiéndolo de la mano.
- No te lo tomes a
mal, pero tu madre es un poco rara. Está muy buena, no me importaría tirármela,
aunque está totalmente pirada.
- ¡Puaj! ¡Colin,
acabas de confesarme que te tirarías a mi madre! Qué asqueroso eres -exclamo,
soltándole la mano.
- Venga ya, Demz -dice,
mirándome-. Tu madre parece más tu hermana gemela que tu madre. Está buenísima.
Mi madre hace mucho
ejercicio y tiene un cuerpo de treintañera, a pesar de sus cuarenta y cinco
años. Pero saber que mi novio cree que está buena es una asquerosidad total.
Ya en el partido,
Colin me conduce al palco de la empresa de su padre en el estadio Wrigley
Field. El lugar está abarrotado de gente de varios bufetes de abogados del
centro de la ciudad. El padre de Colin nos da la bienvenida. Su madre me da un
abrazo y un beso al aire antes de dejarnos para que nos relacionemos con el
resto de la gente. Observo a Colin mientras habla con otras personas en el
palco. Aquí se siente en casa, está en su elemento. Estrecha la mano, sonríe de
oreja a oreja y responde con carcajadas a los chistes que cuentan los demás,
tengan o no gracia.
- Veamos el partido
en esas butacas de ahí -sugiere, llevándome a un asiento después de haber
comprado unos perritos calientes y refrescos en la cafetería.
- El año que viene
espero conseguir una pasantía en Harris, Lundstrom y Wallace -dice en voz
baja-. Así pasaré más tiempo con estos tipos.
Cuando el señor
Lundstrom aparece a nuestro lado, Colin adopta un tono muy serio. Le miro con
admiración mientras habla con el señor Lundstrom como si fueran viejos amigos.
Definitivamente, mi novio tiene un don especial para hacerle la pelota a la
gente.
- He oído que
quieres seguir los pasos de tu padre -dice el señor Lundstrom.
- Sí, señor
-replica Colin, y acto seguido se ponen a charlar sobre fútbol y finanzas,
cualquier cosa que se le ocurre a Colin para seguir conversando con el señor
Lundstrom.
Megan me llama al
móvil y le describo los momentos claves del partido. Mientras charlamos, espero
a que Colín termine de hablar con el señor Lundstrom. Megan me comenta que se
lo ha pasado genial bailando en un sitio llamado Club Mystique, un local en el
que dejan entrar a adolescentes. Me asegura que a Sierra y a mí nos encantaría.
En la séptima
entrada, Colin y yo nos ponemos en pie y tarareamos el himno. Desafinamos un montón,
pero no importa porque en este momento da la impresión de que los miles de
seguidores de los Chicago Cubs que están cantando desafinan tanto como
nosotros. Me gusta divertirme así con Colin, lo que me hace pensar que he sido
excesivamente crítica con nuestra relación.
A las nueve y
cuarenta y cinco me vuelvo hacia él y le repito que no puedo llegar a casa con
retraso aunque el partido no haya acabado aún. Él me coge de la mano. Tengo la
sensación de que va a disculparse por no haberme hecho mucho caso durante su
conversación con el señor Lundstrom. Entonces, el señor Lundstrom invita al
señor Wallace a unirse al grupo.
A medida que pasan
los minutos, empiezo a ponerme nerviosa. Ha habido demasiada tensión en mi casa
últimamente. No quiero añadir más.
- Colin... -digo,
apretándole con fuerza la mano.
Él me responde rodeándome los hombros con un
brazo.
Al final de la
novena entrada, cuando ya son las diez pasadas, intervengo en la conversación:
- Lo siento, pero
Colin tiene que llevarme a casa.
El señor Wallace y
el señor Lundstrom estrechan la mano de Colin y, acto seguido, lo saco del
estadio.
- Brit, ¿sabes lo
difícil que es conseguir una pasantía en HL&W?
- Ahora mismo no me
importa, Colin. Tengo que estar en casa a las diez y media.
- Pues llegarás a
las once. Llama a tu madre y dile que estamos en mitad de un atasco.
Colin no se imagina
cómo se pone mi madre cuando está de malhumor. Afortunadamente, son muchas las
veces que he podido evitar que venga a recogerme a casa, y cuando lo hace es
solo para pasar unos pocos minutos. No tiene ni idea de cómo me siento cuando
mi madre descarga su ira sobre mí.
Nos ponemos en
marcha, no a las once, sino casi a las once y media. Colin todavía sigue
hablando de su posible pasantía en HL&W mientras escucha el resumen del
partido por la radio.
- Tengo que irme
-digo, acercándome para darle un beso rápido.
- Quédate aquí un
rato -me susurra contra los labios-. Hace una eternidad que no hemos tenido
tiempo de divertirnos un rato juntos. Lo echo de menos.
- Yo también, pero
es muy tarde -replico, lanzándole una mirada cargada de disculpas-. Pasaremos
juntos más noches.
- Espero que sea
pronto.
Entro en casa,
preparada para el sermón. Tal y como esperaba, mi madre me espera en la
entrada, cruzada de brazos.
- Llegas tarde.
- Lo sé. Lo siento.
- ¿Crees que puedes
saltarte mis reglas a la torera?
- No.
Deja escapar un
suspiro.
- Mamá, de verdad
que lo siento. En lugar de ir al cine, fuimos a un partido de béisbol y el
tráfico era horrible.
- ¿Aun partido de
béisbol? ¿Habéis estado en la ciudad todo este tiempo? ¡Os podrían haber
atracado!
- Estamos bien,
mamá.
- Crees que lo
sabes todo, Demz, pero no es así. Vete a saber, podrías estar muerta en algún
callejón de la ciudad mientras yo pienso que estás en el cine. Comprueba tu
bolso y mira si te falta dinero o algún documento.
Abro el bolso y
repaso el contenido de mi bolso, únicamente para complacerla. Sostengo en alto
el dinero y los documentos.
- Está todo aquí.
- Considérate
afortunada. Por esta vez.
- Siempre me ando
con cuidado cuando voy a la ciudad, mamá. Además, Colin estaba conmigo.
- No quiero oír
ninguna excusa, Demz. ¿No has pensado que sería un detalle por tu parte llamar
para contarme el cambio de planes y para decirme que ibas a llegar tarde?
-¿Para qué me grite por teléfono y después tenga que aguatar al llegar a casa?
De ninguna manera. Sin embargo, no puedo decirle eso en la cara.
- No se me ocurrió
-contesto sin más.
- ¿Alguna vez
piensas en esta familia? El mundo no gira a tu alrededor, Demi.
- Ya lo sé, mamá.
Te prometo que la próxima vez llamaré. Estoy cansada. ¿Puedo irme a la cama?
Me despacha con un
gesto de la mano.
El sábado por la
mañana me despierta el grito de mi madre. Aparto de una manotada las sábanas,
me levanto y salgo corriendo por la escalera para ver a qué se debe tanto
alboroto.
Shelley está en su
silla de ruedas, frente a la mesa de la cocina. Tiene la boca llena de comida y
se ha manchado la camiseta y los pantalones. Parece una niña pequeña en lugar
de una mujer de veinte años.
- ¡Shelley, si
vuelves a hacerlo, te irás a tu habitación! -le grita mi madre antes de colocar
un bol de comida triturada en la mesa, delante de ella.
Shelley lo tira al
suelo. Mi madre ahoga un grito y después fulmina a mi hermana con la mirada.
- Yo me encargo
-digo, corriendo hacia mi hermana.
Mi madre nunca le
ha puesto la mano encima a mi hermana. Sin embargo, su excesiva desesperación
causa el mismo efecto.
- No la mimes
tanto, Demi-advierte mi madre-. Si no come, la alimentaremos a través de un
tubo. ¿Te gustaría eso?
No soporto que mi
madre haga esto. Siempre imagina lo peor que puede suceder en lugar de intentar
arreglar lo que está mal. Cuando mi hermana me mira, veo la misma desesperación
en sus ojos.
Mi madre señala a
Shelley con el dedo y después a la comida que hay esparcida por el suelo.
- Esa es la razón
por la que hace meses que no te llevo a un restaurante -le dice.
- Mamá, para -le
ruego-. No tienes que empeorar las cosas. Shelley ya está alterada, ¿De qué
sirve echar más hierro al asunto?
- ¿Y qué hay de mí?
La tensión aparece
de nuevo: nace en mi interior y se extiende por todo mi cuerpo hasta llegar a
los dedos de las manos y de los pies. Se hace más intensa y estalla con tal
fuerza que apenas soy capaz de reprimirla.
- ¡Esto no tiene
nada que ver contigo! ¿Por qué siempre crees que todo se vuelve contra ti?
-vocifero-. Mamá, ¿no te das cuenta de que se siente dolida? En lugar de
chillarle, ¿por qué no te detienes un momento a pensar qué ha podido salir mal?
Sin pensarlo dos
veces, cojo una toallita y me arrodillo al lado de mi hermana. Empiezo a limpiarle
los pantalones.
- ¡Demi, no! -grita
mi madre.
No le hago caso.
Aunque debería hacerlo, porque antes de que logre apartarme, Shelley me coge
del pelo y empieza a tirar con fuerza. Con todo el alboroto, se me ha olvidado
que a Shelley le ha dado últimamente por tirar del pelo a la gente.
- ¡Ay! -exclamo-.
¡Shelley, para, por favor!
Intento alcanzarle
las manos y presionarle los nudillos, tal y como nos dijo el médico que
hiciéramos para lograr que nos soltara, pero es inútil. Estoy en la posición
equivocada, agachada sobre los pies de Shelley con el cuerpo torcido. Mi madre
está soltando tacos, la comida vuela por la cocina y empiezo a sentir el cuero
cabelludo en carne viva.
Shelley sigue
tirando con fuerza, a pesar de que mi madre intenta conseguir que me suelte el
pelo.
- ¡Los nudillos,
mamá! -grito, recordándole lo que sugirió el Dr. Meir. Maldita sea, ¿cuánto
pelo me ha arrancado? Tengo la sensación de que una gran parte de la cabeza me
ha quedado calva.
Parece que mi madre
ha aceptado la sugerencia y debe de haber presionado con fuerza los nudillos de
mi hermana porque por fin me suelta el pelo. O eso o Shelley me ha arrancado el
mechón que estaba agarrando.
Caigo al suelo y
acto seguido me llevo la mano a la parte de atrás de la cabeza.
Shelley está
sonriendo.
Mi madre frunce el
ceño.
Y las lágrimas me
resbalan por las mejillas.
- Voy a llevarla al
Dr. Meir ahora mismo -dice mi madre, agitando la cabeza, dejando claro que soy
yo la culpable de toda esta situación descontrolada-. Esto ha llegado demasiado
lejos. Demi, coge el coche de tu padre y ve al aeropuerto O'Hare a recogerlo.
Su vuelo llega a las once. Es lo mínimo que puedes hacer para echar una mano.