miércoles, 13 de marzo de 2013

Química Perfecta Capitulo 15





Demi

   Una cosa tengo clara... no voy a darme el lote con Joe Jonas. Afortunadamente, la señora Peterson nos ha tenido ocupados toda la semana, haciendo experimentos, de modo que no hemos tenido tiempo de hablar excepto para decidir quién enciende el mechero Bunsen. Aunque cada vez que miro el brazo vendado de Joe, me acuerdo del golpe que le propiné.

    Intento no pensar en él mientras me pinto los labios para mi cita con Colín. Es viernes por la noche, y vamos a ir a cenar y al cine. Después de comprobar mi aspecto en el espejo, hasta tres veces, y de ponerme el brazalete de Tiffany's que me regaló por nuestro aniversario el año pasado, me dirijo a la piscina del jardín, donde mi hermana está junto a su terapeuta físico. Mi madre, que lleva su bata de terciopelo rosa, descansa acomodada en una tumbona, leyendo una revista de decoración. La tranquilidad reina en la escena, excepto por la voz del terapeuta físico que le da instrucciones a Shelley. Mi madre baja la revista y veo que su expresión es tensa y ceñuda.

    - Demz, no vengas más tarde de las diez y media.
    - Mamá, el cine empieza a las ocho. Llegaremos a casa cuando acabe la película.
    - Ya has oído lo que te he dicho. No más tarde de las diez y media. Si tienes que salirte del cine para llegar a casa a tu hora, pues te sales. Los padres de Colin no respetarán a una chica que no tiene toque de queda.
    El timbre de casa suena.

    - Probablemente sea él -digo.
    - Pues date prisa y ve a abrirle. Un chico como él no esperará para siempre, ya lo sabes.
    Salgo corriendo hacia la puerta principal antes de que mi madre lo haga por mí y nos haga quedar a los dos como tontos. Colin aparece en el umbral de la puerta con una docena de rosas rojas en la mano.
    - Para ti -dice, sorprendiéndome.

    ¡Vaya! He sido una idiota por pensar tanto en Joe esta semana. Abrazo a Colin y le doy un beso, un verdadero beso en los labios.

    - Deja que las ponga en agua -digo, retrocediendo.
    Canturreo alegre mientras me dirijo a la cocina, oliendo la dulce fragancia de las rosas. Pongo agua en un jarrón, preguntándome si Joe habrá llevado flores a su novia alguna vez. Puede que regale cuchillos o algo así, por si su novia los necesita cuando vaya a alguna parte sin él. Estar con Colin es tan...
    ¿Aburrido?

    No. No somos aburridos. Somos prudentes. Acomodados. Monos.
    Después de cortar la parte inferior de los tallos y colocar las rosas en el jarrón, encuentro a Colin charlando con mi madre en el patio, algo que no me gusta mucho que haga.
    - ¿Preparado? -le pregunto.

    Colin me lanza su súper sonrisa blanca del millón de dólares.
     - Sí. Tráela a las diez y media -grita mi madre.
    Como si una chica con toque de queda deba tener además valores. Qué ridiculez, pero miro a Shelley me trago las ganas de discusión.
    - Por supuesto, señora Lovato -responde Colin.

    Una vez sentados en su Mercedes, le pregunto:
    - ¿Qué película vamos a ver?
    - Hay un cambio de planes. La empresa de mi padre ha conseguido entradas para ver a los Chicago Cubs. En un palco situado justo detrás del bateador. Cariño, vamos a ver a los Cubbies.

    - Qué guay. ¿Estaremos de vuelta a las diez y media? -le pregunto, porque no me cabe ninguna duda de que mi madre estará esperándome a la puerta de casa.
    - Sí, a no ser que el partido se prolongue demasiado. ¿Cree tu madre que te convertirás en una calabaza o algo así?

    - No, solo es que, bueno, no quiero darle un disgusto -digo, cogiéndolo de la mano.
    - No te lo tomes a mal, pero tu madre es un poco rara. Está muy buena, no me importaría tirármela, aunque está totalmente pirada.

    - ¡Puaj! ¡Colin, acabas de confesarme que te tirarías a mi madre! Qué asqueroso eres -exclamo, soltándole la mano.
    - Venga ya, Demz -dice, mirándome-. Tu madre parece más tu hermana gemela que tu madre. Está buenísima.
    Mi madre hace mucho ejercicio y tiene un cuerpo de treintañera, a pesar de sus cuarenta y cinco años. Pero saber que mi novio cree que está buena es una asquerosidad total.

    Ya en el partido, Colin me conduce al palco de la empresa de su padre en el estadio Wrigley Field. El lugar está abarrotado de gente de varios bufetes de abogados del centro de la ciudad. El padre de Colin nos da la bienvenida. Su madre me da un abrazo y un beso al aire antes de dejarnos para que nos relacionemos con el resto de la gente. Observo a Colin mientras habla con otras personas en el palco. Aquí se siente en casa, está en su elemento. Estrecha la mano, sonríe de oreja a oreja y responde con carcajadas a los chistes que cuentan los demás, tengan o no gracia.
    - Veamos el partido en esas butacas de ahí -sugiere, llevándome a un asiento después de haber comprado unos perritos calientes y refrescos en la cafetería.
    - El año que viene espero conseguir una pasantía en Harris, Lundstrom y Wallace -dice en voz baja-. Así pasaré más tiempo con estos tipos.

    Cuando el señor Lundstrom aparece a nuestro lado, Colin adopta un tono muy serio. Le miro con admiración mientras habla con el señor Lundstrom como si fueran viejos amigos. Definitivamente, mi novio tiene un don especial para hacerle la pelota a la gente.

    - He oído que quieres seguir los pasos de tu padre -dice el señor Lundstrom.
    - Sí, señor -replica Colin, y acto seguido se ponen a charlar sobre fútbol y finanzas, cualquier cosa que se le ocurre a Colin para seguir conversando con el señor Lundstrom.

    Megan me llama al móvil y le describo los momentos claves del partido. Mientras charlamos, espero a que Colín termine de hablar con el señor Lundstrom. Megan me comenta que se lo ha pasado genial bailando en un sitio llamado Club Mystique, un local en el que dejan entrar a adolescentes. Me asegura que a Sierra y a mí nos encantaría.

    En la séptima entrada, Colin y yo nos ponemos en pie y tarareamos el himno. Desafinamos un montón, pero no importa porque en este momento da la impresión de que los miles de seguidores de los Chicago Cubs que están cantando desafinan tanto como nosotros. Me gusta divertirme así con Colin, lo que me hace pensar que he sido excesivamente crítica con nuestra relación.

    A las nueve y cuarenta y cinco me vuelvo hacia él y le repito que no puedo llegar a casa con retraso aunque el partido no haya acabado aún. Él me coge de la mano. Tengo la sensación de que va a disculparse por no haberme hecho mucho caso durante su conversación con el señor Lundstrom. Entonces, el señor Lundstrom invita al señor Wallace a unirse al grupo.

    A medida que pasan los minutos, empiezo a ponerme nerviosa. Ha habido demasiada tensión en mi casa últimamente. No quiero añadir más.
    - Colin... -digo, apretándole con fuerza la mano.
     Él me responde rodeándome los hombros con un brazo.
    Al final de la novena entrada, cuando ya son las diez pasadas, intervengo en la conversación:

    - Lo siento, pero Colin tiene que llevarme a casa.
    El señor Wallace y el señor Lundstrom estrechan la mano de Colin y, acto seguido, lo saco del estadio.

    - Brit, ¿sabes lo difícil que es conseguir una pasantía en HL&W?
    - Ahora mismo no me importa, Colin. Tengo que estar en casa a las diez y media.
    - Pues llegarás a las once. Llama a tu madre y dile que estamos en mitad de un atasco.
    Colin no se imagina cómo se pone mi madre cuando está de malhumor. Afortunadamente, son muchas las veces que he podido evitar que venga a recogerme a casa, y cuando lo hace es solo para pasar unos pocos minutos. No tiene ni idea de cómo me siento cuando mi madre descarga su ira sobre mí.
    Nos ponemos en marcha, no a las once, sino casi a las once y media. Colin todavía sigue hablando de su posible pasantía en HL&W mientras escucha el resumen del partido por la radio.

    - Tengo que irme -digo, acercándome para darle un beso rápido.
    - Quédate aquí un rato -me susurra contra los labios-. Hace una eternidad que no hemos tenido tiempo de divertirnos un rato juntos. Lo echo de menos.
    - Yo también, pero es muy tarde -replico, lanzándole una mirada cargada de disculpas-. Pasaremos juntos más noches.
    - Espero que sea pronto.

    Entro en casa, preparada para el sermón. Tal y como esperaba, mi madre me espera en la entrada, cruzada de brazos.
    - Llegas tarde.
    - Lo sé. Lo siento.
    - ¿Crees que puedes saltarte mis reglas a la torera?
    - No.
    Deja escapar un suspiro.
    - Mamá, de verdad que lo siento. En lugar de ir al cine, fuimos a un partido de béisbol y el tráfico era horrible.
    - ¿Aun partido de béisbol? ¿Habéis estado en la ciudad todo este tiempo? ¡Os podrían haber atracado!
    - Estamos bien, mamá.

    - Crees que lo sabes todo, Demz, pero no es así. Vete a saber, podrías estar muerta en algún callejón de la ciudad mientras yo pienso que estás en el cine. Comprueba tu bolso y mira si te falta dinero o algún documento.
    Abro el bolso y repaso el contenido de mi bolso, únicamente para complacerla. Sostengo en alto el dinero y los documentos.
    - Está todo aquí.

    - Considérate afortunada. Por esta vez.
    - Siempre me ando con cuidado cuando voy a la ciudad, mamá. Además, Colin estaba conmigo.

    - No quiero oír ninguna excusa, Demz. ¿No has pensado que sería un detalle por tu parte llamar para contarme el cambio de planes y para decirme que ibas a llegar tarde? -¿Para qué me grite por teléfono y después tenga que aguatar al llegar a casa? De ninguna manera. Sin embargo, no puedo decirle eso en la cara.
    - No se me ocurrió -contesto sin más.

    - ¿Alguna vez piensas en esta familia? El mundo no gira a tu alrededor, Demi.
    - Ya lo sé, mamá. Te prometo que la próxima vez llamaré. Estoy cansada. ¿Puedo irme a la cama?

    Me despacha con un gesto de la mano.
      El sábado por la mañana me despierta el grito de mi madre. Aparto de una manotada las sábanas, me levanto y salgo corriendo por la escalera para ver a qué se debe tanto alboroto.

    Shelley está en su silla de ruedas, frente a la mesa de la cocina. Tiene la boca llena de comida y se ha manchado la camiseta y los pantalones. Parece una niña pequeña en lugar de una mujer de veinte años.

    - ¡Shelley, si vuelves a hacerlo, te irás a tu habitación! -le grita mi madre antes de colocar un bol de comida triturada en la mesa, delante de ella.
    Shelley lo tira al suelo. Mi madre ahoga un grito y después fulmina a mi hermana con la mirada.
    - Yo me encargo -digo, corriendo hacia mi hermana.
    Mi madre nunca le ha puesto la mano encima a mi hermana. Sin embargo, su excesiva desesperación causa el mismo efecto.
    - No la mimes tanto, Demi-advierte mi madre-. Si no come, la alimentaremos a través de un tubo. ¿Te gustaría eso?

    No soporto que mi madre haga esto. Siempre imagina lo peor que puede suceder en lugar de intentar arreglar lo que está mal. Cuando mi hermana me mira, veo la misma desesperación en sus ojos.
    Mi madre señala a Shelley con el dedo y después a la comida que hay esparcida por el suelo.
    - Esa es la razón por la que hace meses que no te llevo a un restaurante -le dice.
    - Mamá, para -le ruego-. No tienes que empeorar las cosas. Shelley ya está alterada, ¿De qué sirve echar más hierro al asunto?
    - ¿Y qué hay de mí?

    La tensión aparece de nuevo: nace en mi interior y se extiende por todo mi cuerpo hasta llegar a los dedos de las manos y de los pies. Se hace más intensa y estalla con tal fuerza que apenas soy capaz de reprimirla.

    - ¡Esto no tiene nada que ver contigo! ¿Por qué siempre crees que todo se vuelve contra ti? -vocifero-. Mamá, ¿no te das cuenta de que se siente dolida? En lugar de chillarle, ¿por qué no te detienes un momento a pensar qué ha podido salir mal?
    Sin pensarlo dos veces, cojo una toallita y me arrodillo al lado de mi hermana. Empiezo a limpiarle los pantalones.

    - ¡Demi, no! -grita mi madre.
    No le hago caso. Aunque debería hacerlo, porque antes de que logre apartarme, Shelley me coge del pelo y empieza a tirar con fuerza. Con todo el alboroto, se me ha olvidado que a Shelley le ha dado últimamente por tirar del pelo a la gente.
    - ¡Ay! -exclamo-. ¡Shelley, para, por favor!

    Intento alcanzarle las manos y presionarle los nudillos, tal y como nos dijo el médico que hiciéramos para lograr que nos soltara, pero es inútil. Estoy en la posición equivocada, agachada sobre los pies de Shelley con el cuerpo torcido. Mi madre está soltando tacos, la comida vuela por la cocina y empiezo a sentir el cuero cabelludo en carne viva.

    Shelley sigue tirando con fuerza, a pesar de que mi madre intenta conseguir que me suelte el pelo.
    - ¡Los nudillos, mamá! -grito, recordándole lo que sugirió el Dr. Meir. Maldita sea, ¿cuánto pelo me ha arrancado? Tengo la sensación de que una gran parte de la cabeza me ha quedado calva.

    Parece que mi madre ha aceptado la sugerencia y debe de haber presionado con fuerza los nudillos de mi hermana porque por fin me suelta el pelo. O eso o Shelley me ha arrancado el mechón que estaba agarrando.
    Caigo al suelo y acto seguido me llevo la mano a la parte de atrás de la cabeza.
    Shelley está sonriendo.

    Mi madre frunce el ceño.
    Y las lágrimas me resbalan por las mejillas.
    - Voy a llevarla al Dr. Meir ahora mismo -dice mi madre, agitando la cabeza, dejando claro que soy yo la culpable de toda esta situación descontrolada-. Esto ha llegado demasiado lejos. Demi, coge el coche de tu padre y ve al aeropuerto O'Hare a recogerlo. Su vuelo llega a las once. Es lo mínimo que puedes hacer para echar una mano.

Quimica Perfecta Capitulo 14




Joe
    
- ¿Y a esto lo llamas besar?
    - Sí.
    De acuerdo, me ha desconcertado un poco que Demi me haya hecho poner la mano sobre su sedosa mejilla. Maldita sea, por la manera que ha reaccionado mi cuerpo se diría que estaba bajo el efecto de las drogas. Hace un minuto, me tenía completamente hechizado. Luego, la hermosa bruja le ha dado la vuelta a la tortilla y se ha hecho con la posición de ventaja. Me ha sorprendido, eso está claro. Estallo en carcajadas, deliberadamente, para que todos se interesen por lo que hacemos, que es justo lo que ella no quiere.

    - Shh -suelta Demi, dándome un puñetazo en el hombro para que me calle. Cuando río con más fuerza, me golpea en el brazo con el pesado libro de química.
    En el brazo dolorido.

    - ¡Ay! -exclamo con una mueca de dolor. Siento como si un millón de abejas me clavaran su aguijón en la herida del bíceps-. ¡Cono, qué daño!
    Ella se muerde el labio color rosa palo, un tono que le va muy bien, a mi parecer. Aunque tampoco me importaría ver cómo le queda el rosa chicle.
    - ¿Te he hecho daño? -pregunta.
    - Sí -digo entre dientes mientras intento concentrarme en el color de sus labios para olvidarme del dolor.
    - Bien.

    Me levanto la manga de la camiseta para examinar la herida y (gracias a mi compañera de laboratorio) una de las grapas que me pusieron en el centro de salud tras la pelea con los Latin Hood en el parque está sangrando. Demi tiene un buen derechazo para alguien que probablemente no pase de peso pluma.
    Aspira con fuerza y se ablanda:

    - ¡Oh, Dios! No pretendía hacerte daño, Joe. De verdad que no. Cuando amenazaste con enseñarme la cicatriz, te levantaste la manga izquierda.
    - No iba a enseñártela de verdad. Estaba tomándote el pelo. No pasa nada -le digo. Vaya, parece que es la primera vez que esta chica ve sangre. Aunque claro, puede que ella la tenga azul.
    - Sí, sí que pasa -insiste mientras niega con la cabeza-. Te están sangrando los puntos.

    - Son grapas -matizo, intentando poner una nota de humor. La pobre está más blanca de lo normal. Y respira con fuerza, casi jadeando. Si se desmaya, voy a perder la apuesta con Lucky. Si no es capaz de aguantar una mancha de sangre, ¿cómo va a reaccionar cuando tengamos relaciones sexuales? A no ser que no nos desnudemos, entonces no tendrá que ver todas las cicatrices que tengo. Y si lo hacemos a oscuras, podrá imaginar que soy alguien blanco y rico. A la mierda, me gusta hacerlo con las luces encendidas... Me gustaría sentirla contra mí, y quiero que sepa que está conmigo y no con otro capullo.

    - Joe, ¿te encuentras bien? -pregunta Demi. Su preocupación parece sincera.
    ¿Debería contarle que se me había ido el santo al cielo y que me he puesto a imaginar cómo sería hacerle el amor?

    La señora P. aparece por el pasillo con una expresión ceñuda.
    - Chicos, esto es una biblioteca. Guarden silencio -dice. Pero entonces repara en la pequeña veta de sangre que me serpentea por el brazo y me mancha la manga-. Demi, acompáñele a la enfermería. Joe, la próxima vez que venga al instituto, lleve la herida bien vendada.

    - Señora P, ¿no cuento con su comprensión? Me estoy desangrando.
    - Haga algo para ayudar a la humanidad o al planeta, Joe, y entonces contará con mi comprensión. La gente que se mete en peleas callejeras no conseguirá nada de mí excepto rechazo. Ahora vaya a curarse.
    Demi coge los libros de mi regazo y dice con voz temblorosa:
    - Vamos.

    - Puedo llevar los libros -digo mientras la sigo fuera de la biblioteca. Estoy presionándome la manga contra la herida, con la esperanza de que detenga la hemorragia.
    Ella camina delante de mí. Si le digo que necesito ayuda para caminar porque me siento débil, ¿se lo tragará y acudirá a mi rescate? Tal vez debería tropezarme... aunque conociéndola, seguro que no le importará.

    Justo antes de llegar a la enfermería, se da la vuelta. Le tiemblan las manos.
    - Lo siento mucho, Joe. No pretendía...- Ha perdido los papeles. Si se pone a llorar, no sé qué voy a hacer. No estoy acostumbrado a tratar con chicas lloronas. No creo que a Carmen se le escapara ni una sola lágrima durante el tiempo que salimos juntos. De hecho, no estoy muy seguro de que Carmen tenga conductos lacrimales. Eso solía gustarme, porque las tías sensibles me ponen nervioso.
    - Oye... ¿estás bien? -pregunto.

    - Si esto llega a saberse, no voy a lograr que lo olviden nunca. Ay, Dios, si la señora Peterson llama a mis padres, me matarán. O al menos desearé que lo hagan.
    Ella sigue hablando y temblando, como si fuera un coche sin frenos y con unos pésimos amortiguadores.
     - ¿Demi?
     - ... y mi madre me echará la culpa de todo. Admito que es culpa mía. Pero se pondrá histérica conmigo y yo tendré que explicárselo, y espero que...
    Antes de que pueda decir nada más, le grito:
    - ¡Demi!

    Me mira con una expresión tan confusa que no sé si sentir lástima por ella o si sentirme atónito porque no dejara de hablar. Parecía que no iba a detenerse nunca.
     - ¡Eres tú quien se está poniendo histérica! -le recuerdo. Demi tiene los ojos claros y brillantes, pero ahora están apagados y vacíos, como si estuviera en otra parte. Mira al suelo, a su alrededor, a todos lados menos a mí-. No, no es verdad. Me encuentro bien.
    - Y una mierda. Mírame. -Vacila un instante.
    - Estoy bien -dice, mirando ahora a una de las taquillas que hay en el pasillo-. Olvida todo lo que te he dicho.

    - Si no me miras, voy a desangrarme aquí mismo y tendrán que hacerme una trasfusión. Mírame, joder. -Cuando lo hace, todavía respira con dificultad.
    - ¿Qué? Si quieres decirme que mi vida está fuera de control, ya soy consciente de ello.
    - Ya sé que no pretendías hacerme daño. Incluso aunque hubiera sido así, probablemente lo mereciera -digo. Espero quitarle hierro al asunto para que a la chica no le dé un ataque de nervios en el pasillo-. Cometer errores no es ningún crimen, ¿sabes? ¿De qué sirve tener una reputación si no puedes arruinarla de vez en cuando?

    - No intentes hacer que me sienta mejor, Joe. Te odio.
    - Yo también te odio. Ahora, por favor, larguémonos de aquí. No quiero que el conserje se pase todo el día limpiando mi sangre del suelo. Somos parientes, ¿sabes?
    Ella mega con la cabeza. No se traga que el conserje de Fairfield sea un pariente mío. Vale, puede que no sea exactamente un pariente. Pero tiene familia en Atencingo, la misma ciudad de México en la que viven los primos de mi madre.

    En lugar de marchamos, mi compañera de laboratorio abre la puerta de la enfermería para que entre. Creo que todavía puede responder, aunque aún le tiemblen las manos.

    - Está sangrando -le grita a la señorita Kioto, la enfermera del instituto.
    La señorita Kioto me obliga a sentarme en una de las camillas.
    - ¿Qué te ha pasado?

    Miro a Demi. Tiene una expresión de preocupación, como si le angustiara que pudiera dañarla allí mismo. Espero que el ángel de la muerte tenga el mismo aspecto que ella cuando estire la pata. No me importaría i

    - Se me han abierto las grapas -digo-. No es para tanto.
    - ¿Y cómo ha ocurrido? -pregunta la señorita Kioto mientras humedece un trozo de tela blanca y me da ligeros toques en el brazo. Contengo la respiración, esperando a que desaparezca el escozor. No voy a chivarme de mi compañera, sobre todo cuando estoy intentando seducirla.

    - Le he golpeado yo -dice Demi con un hilo de voz.
    La enfermera se da la vuelta, asombrada.
    - ¿Le has golpeado?

    - Por accidente -intervengo yo, sin saber exactamente por qué intento proteger a una chica que me odia y que probablemente preferiría suspender la clase de la señora P. que ser mi compañera.

    Mis planes con Demi no iban como esperaba. El único sentimiento que ha afirmado sentir por mí es el odio. E imaginarme a Lucky montado en mi moto es mucho más doloroso que la mierda antiséptica que la señorita Kioto está frotando contra mi herida.

    Si quiero salvar la dignidad y mi Honda, voy a tener que conseguir quedarme a solas con Demi. Puede que su preocupación signifique que no me odia del todo. Nunca he conocido a una chica que lo tenga todo tan programado, que sepa con tal claridad cuáles son sus objetivos. Es un robot. O eso me parece. Siempre que la veo, parece actuar como una princesa acosada por las cámaras. Quién iba a decir que un simple brazo sangriento conseguiría trastocarla.

    Miro a Demi. Está concentrada en mi brazo y en las curas de la enfermera. Ojalá estuviéramos en la biblioteca. Estoy seguro de que estaba pensando en enrollarse conmigo. Me he excitado solo de pensarlo, aquí delante de la señorita Kioto. Menos mal que la enfermera se aleja hacia el botiquín, ¿Dónde hay un enorme libro de química cuando necesitas uno?

    - Quedemos el jueves después del instituto. Ya sabes, para trabajar en el borrador -sugiero. Y tengo dos razones para hacerlo: la primera es que, delante de la señorita Kioto, debo dejar de pensar en Demi desnuda, y la segunda es que quiero quedarme a solas con ella.
    - El jueves estoy ocupada -dice.

    Probablemente tenga planes con Caro Burro. Es obvio que prefiere estar con ese capullo antes que conmigo.
    - Pues el viernes -añado, probándola aunque tal vez no debería hacerlo. Poner a prueba a una chica como Demi podría significar un duro golpe para mi ego. Aunque la he cogido en un momento vulnerable y todavía le tiemblan las manos después de haber visto la sangre. Admito que soy un capullo manipulador.

    Se muerde el labio inferior, un labio que cree llevar pintado del color equivocado.
    - El viernes tampoco puedo. -La erección se me ha bajado del todo-. ¿Qué te parece el sábado por la mañana? -sugiere-. Podemos quedar en la biblioteca de Fairfield.
    - ¿Estás segura de que puedes hacerme un hueco en tu apretada agenda?
    - Cállate. Nos veremos allí a las diez.

    - Es una cita -anuncio mientras la señorita Kioto, que obviamente está escuchándonos, termina de ponerme una venda en el brazo.
    Demi recoge sus libros.
    - No es una cita, Joe -asegura por encima del hombro.
    Cojo el libro y salgo corriendo al pasillo tras ella. Camina sola. La música aún no suena por los altavoces, lo que significa que todavía están dando clase.

    - Puede que no sea una cita, pero todavía me debes un beso. Siempre cobro las deudas -replico. Los ojos de mi compañera de laboratorio pasan de estar apagados a brillar con intensidad. Es una mirada enloquecida y ardiente. Mmm, peligroso. Le guiño un ojo-. Y no te comas el coco con el color que te vas a poner en los labios el sábado. Tendrás que volver a pintártelos después de que nos hayamos dado el lote.

Quimica Perfecta Capitulo 13




Demi
   
Mi compañero de laboratorio no ha aparecido por el instituto desde que nos asignaron los proyectos. Finalmente, una semana más tarde, se presenta pavoneándose por la clase. Me saca de quicio, porque aunque mi vida en casa sea un desastre, no por ello dejo de venir al instituto.

    - Qué amabilidad por tu parte aparecer -le digo.
    - Qué amabilidad por tu parte darte cuenta -responde él mientras se quita la bandana.
    La señora Peterson entra en clase. Me da la impresión de que se siente aliviada de ver a Joe. Enderezando los hombros, anuncia:

    - Iba a ponerles un examen sorpresa esta mañana, pero al final he decidido que trabajarán en la biblioteca junto a sus compañeros. El plazo para entregar el borrador del proyecto acaba en dos semanas.

    Colin y yo nos cogemos de la mano de camino a la biblioteca. Joe va detrás, por alguna parte, hablando con sus compinches. Colin me aprieta con fuerza la mano y pregunta:

    - ¿Quieres que quedemos después del entrenamiento?
    - No puedo. Después de entrenar tengo que irme a casa.
    Baghda se despidió el pasado sábado y a mi madre le entró el pánico. Hasta que contrate a una nueva cuidadora tengo que ayudarla más. Él frena en seco y me suelta la mano.

    - Mierda, Demz. ¿Vas a tener algo de tiempo para mí o qué?
    - Puedes venir conmigo -sugiero.
    - ¿Para mirar mientras cuidas de tu hermana? No, gracias. No quiero parecer un gilipollas, pero tengo ganas de estar contigo... solos tú y yo.
    - Lo sé. A mí también me apetece.
    - ¿Y el viernes?

    Se supone que deberla quedarme con Shelley, sin embargo, mi relación con Colin está tambaleándose y no quiero que crea que no quiero estar con él.
    - El viernes me va bien.
    Antes de que sellemos nuestro plan con un beso, Joe carraspea delante de nosotros.
    - Nada de demostraciones públicas de afecto. Son las normas del instituto. Además, es mi compañera, imbécil. No la tuya.
    - Cállate, Jonas -murmura Colin, antes de ir con Darlene.
    Me llevo una mano a la cadera y miro fijamente a Joe.

    - ¿Desde cuándo te preocupan tanto las normas del instituto? -pregunto.
    - Desde que eres mi compañera de laboratorio. Fuera de clase eres suya. Pero en química eres mía.
    - ¿Quieres ir a buscar la maza y arrastrarme por el pelo a la biblioteca?
    - No soy un Neandertal. Tú novio es el mono, no yo.
    - Entonces, deja de comportarte como tal.

    Todas las mesas de la biblioteca están ocupadas, así que nos vemos obligados a sentamos en un rincón de la parte de atrás, en la aislada sección de no ficción. Me siento sobre la moqueta y dejo los libros en el suelo. Me doy cuenta de que Joe me está mirando, y lo hace con tanta intensidad que temo que sea capaz de ver a la verdadera Demi que escondo tras mi fachada. Pero no lo logrará porque hasta ahora nadie lo ha hecho.

    Le devuelvo la mirada. Si quiere, puedo seguirle el juego. Su expresión no muestra nada, pero sí la cicatriz que tiene sobre la ceja izquierda y que refleja la verdad... es humano. El contorno de su camiseta delinea unos músculos que únicamente pueden conseguirse a base de trabajo manual o de ejercicio. Cuando mi mirada llega a sus ojos, el tiempo se detiene. Me está atravesando con los ojos. Tengo la sensación de que puede ver mi verdadero yo, sin conductas fingidas, sin fachadas. Solo a Demi.
    - ¿Qué tengo que hacer para que salgas conmigo? -me pregunta.
    - No hablas en serio.

    - ¿Te parece que estoy bromeando? -La señora Peterson se acerca, por lo que me libro de responder a su pregunta.
    - Les estoy vigilando de cerca. Joe, la semana pasada no vino a clase.
    - ¿Qué ocurrió?
     - Me cayó un cuchillo encima.
    La profesora niega con la cabeza, perpleja, y se aleja para hostigar a otros compañeros.
    Miro a Joe con los ojos como platos y le pregunto:
    - ¿Un cuchillo? Estás de coña, ¿verdad?

    - No. Estaba cortando tomates, y no vas a creértelo, pero se me escurrió el cuchillo y me corté el hombro. El médico me puso unas grapas. ¿Quieres verlas? -pregunta mientras empieza a subirse la manga. Me tapo los ojos con la mano. .
   Joe, no seas asqueroso. Y no me creo que un cuchillo se te escurriera de las manos. Fue en una pelea callejera.

    - No has respondido a mi pregunta -dice sin admitir ni negar mi teoría sobre la causa de la herida-. ¿Qué tengo que hacer para que salgas conmigo?
    - Nada. No voy a salir contigo.
    - Apuesto a que si nos diéramos el lote cam
biarías de opinión.
    - Como si eso fuera a ocurrir alguna vez.
    - Tú te lo pierdes -dice, antes de estirar sus largas piernas frente a mí, con su libro de química descansando sobre el regazo. Me mira con sus ojos color chocolate con tal intensidad que juraría que puede hipnotizarme con ellos-. ¿Estás preparada? -pregunta.

    Por un nanosegundo, me quedo observando aquellos ojos oscuros, preguntándome qué sentiría al besarlo. Mi mirada baja hasta sus labios. Durante otro nanosegundo, casi puedo sentir que se acercan a mí. ¿Cómo serán sus labios, suaves o duros? ¿Besará con dulzura o con avidez y seguridad, como refleja su personalidad?
    - ¿Para qué? -susurro a medida que me acerco.

    - Para el proyecto -dice-. Calentadores de manos. La clase de Peterson. Química.
    Niego con la cabeza, intentando apartar todos esos ridículos pensamientos de mi mente hiperactiva de adolescente. Necesito más horas de sueño.
    - Sí, calentadores de manos -digo, abriendo el libro de química.
    - ¿Demi?

    - ¿Qué? -pregunto, mirando sin ver las palabras impresas en la página. No tengo ni idea de lo que estoy leyendo porque estoy demasiado avergonzada como para poder concentrarme.

    - Me estabas mirando como si quisieras besarme.
    Me obligo a soltar una carcajada.
    - Sí, claro -digo con sarcasmo.
    - Nadie nos está mirando, así que si quieres hacerlo, adelante. No quiero alardear, pero soy todo un profesional.

            Me sonríe lentamente con una sonrisa que probablemente haya inventado para derretir los corazones de todas las chicas del planeta.
    Joe, no eres mi tipo. -Tengo que decirle algo para que deje de mirarme como si estuviera planeando hacerme cosas de las que solo he oído hablar.
    - ¿Solo te gustan los blanquitos?

    - Déjalo ya -respondo entre dientes.
    - ¿Qué? -insiste, poniéndose muy serio-. Es verdad, ¿no?
    La señora Peterson aparece frente a nosotros.
    - ¿Cómo va ese borrador? -pregunta.

    - Genial -respondo con una sonrisa falsa. Saco el resumen de la búsqueda que hice en casa y se lo paso a la señora Peterson mientras me pongo manos a la obra-. Anoche me documenté un poco sobre los calentadores de manos. Tenemos que disolver sesenta gramos de acetato de sodio y cien milímetros de agua a setenta grados.

    - Te equivocas -dice Joe.
    Levanto la cabeza y me doy cuenta de que la señora Peterson se ha ido.
    - ¿Cómo dices?
    - Que te equivocas -repite Joe, cruzándose de brazos.
    - No lo creo.
    - Crees que nunca te equivocas, ¿verdad?
    Lo dice como si no fuera más que una rubia estúpida, lo que me saca de mis casillas.

    - Claro que no -digo, alzando la voz e imitando a una auténtica niña pija-. Verás, la semana pasada compré un lápiz de labios Bobbi Brown de color rosa palo cuando debería haber elegido un rosa chicle porque va mucho mejor con el tono de mi piel. No hace falta que te diga que la compra fue un desastre total -le explico. Justo lo que él esperaba oír. Me pregunto si se lo ha tragado o si es capaz de captar por el tono de mi voz que estoy siendo sarcástica.

    - Te creo -confiesa.
    - ¿Y tú nunca te has equivocado? -pregunto.
    - Por supuesto -admite-. La semana pasada, cuando atraqué el banco que hay al lado de la tienda Walgreens, le dije al cajero que me diera todos los billetes de cincuenta dólares que tuviera en el cajón. Aunque tendría que haberle pedido los billetes de veinte porque hay muchos más que de cincuenta.

    De acuerdo, está claro que ha captado la ironía. Y me la ha devuelto por partida doble, lo que en realidad es perturbador porque, de algún modo, hace que nos parezcamos mucho. Me pongo la mano en el pecho y ahogo un grito, siguiéndole el juego.
    - Qué desastre.
    - Así que supongo que los dos podemos equivocamos.
    Levanto en alto la barbilla y declaro, obstinada:
    - Bueno, en química no me equivoco. A diferencia de ti, yo sí que me tomo en serio esta clase.
    - Entonces, hagamos una apuesta. Si tengo razón, me das un beso -sugiere.
    - ¿Y si la tengo yo?
    - Tú eliges.

    Es como quitarle un caramelo a un bebé. El ego del señor MACHOTE está a punto de recibir un buen golpe, y estaré encantada de servo quien se lo dé.
    - Si gano, te tomarás en serio este proyecto, y a mí también -le digo-. No te meterás conmigo ni harás comentarios ridículos.
    - Trato hecho. Aunque antes he de mencionar que tengo una memoria fotográfica prodigiosa.

    Joe, he de mencionar que he copiado la información directamente del libro -admito, mirando las notas que he tomado y abriendo después el libro por la página correspondiente-. Sin mirar, ¿qué temperatura necesitamos para la preparación? -le pregunto.

    Joe es un tipo al que se le dan bien los retos. Aunque esta vez, el tipo duro va a perder. Cierra su libro y me mira, con la mandíbula apretada.
    - Veinte grados. Y debe disolverse a cien grados, no a setenta -responde con total confianza.

    Repaso la página y después mis anotaciones. Luego vuelvo a comprobar la página. No puedo haberme equivocado. ¿Qué página,..?
    - Vaya, es cierto. Cien grados -digo, mirándolo asombrada-. Tienes razón.
    - ¿Vas a besarme ahora o prefieres hacerlo más tarde?
    - Ahora mismo -respondo.

    Sé que le he dejado atónito porque tiene las manos inmóviles. En casa, mi vida está dictada por mis padres. Pero en el instituto es distinto. Tengo que hacerlo de ese modo porque si no tengo controlado ningún aspecto de mi vida acabaré convirtiéndome en un maniquí.
    - ¿En serio? -me pregunta.
    - Sí.
    Le cojo una mano. Nunca me atrevería a hacerlo si hubiera alguien delante, y me siento agradecida por la intimidad que nos ofrecen los libros de no ficción que nos rodean. Se queda sin respiración cuando me pongo de rodillas y me inclino hacia él. Intento olvidarme del hecho de que sus dedos son largos y ásperos y de que es la primera vez que le toco. Estoy nerviosa. Aunque no hay necesidad. Esta vez soy yo quien tiene el control. Puedo sentir cómo intenta contenerse. Me está permitiendo dar el primer paso, lo que no está nada mal. No sé de qué sería capaz si se dejara ir.

    Le obligo a colocar la mano contra mi mejilla para que pueda cubrirme la cara, y le oigo soltar un gemido. Reprimo una sonrisa porque esa reacción demuestra que soy yo quien tiene el poder. Se queda inmóvil cuando nuestros ojos se encuentran.
    Entonces, giro la cabeza hacia su mano y le doy un beso en la palma.
    - Ahí lo tienes, ya te he besado -digo, soltándole la mano y dando por zanjado el asunto.
    El señor Latino y su gran ego han sido derrotados por una rubia estúpida.