Demi
había echado las cortinas del dormitorio, de modo que la pieza estaba a
oscuras, iluminada tan solo por una tenue lámpara en la mesilla de noche. La
colcha estaba abierta e invitaba a probar un juego de sábanas limpias y suaves.
No cabía duda de que estaba todo preparado.
—No puedes echarme la culpa por
tener esperanzas se defendió ella mientras se descalzaba, ante la sonrisa
traviesa que lanzó Joseph.
Este rio, la agarró por la cintura
y la tiró sobre la cama.
—Eres incorregible dijo él,
aterrizando encima de Jamie.
Quizá. Pero había conseguido
hacerlo reír. Lo cual debían de haber conseguido muy pocas mujeres en el último
año. Ansiosa por saborear su sonrisa, se giró en busca de su boca.
La risa se trocó en una llamarada.
La estrechó entre los brazos y la envolvió en el fuego que lo abrasaba.
La falda se le había subido hasta
los muslos, y Joseph no vaciló en explorar la piel todavía cubierta.
Introdujo la mano entre sus piernas y empezó a subir.
Demi contuvo
la respiración y comenzó a desabrocharle la camisa. Cuando logró desabotonarla
por completo, la tiró al suelo y deslizó las manos por el excepcional torso de Joseph.
—¡Dios!, ¿alguna vez te he dicho
que eres el hombre más guapo del mundo?
— ¿Intentas que me ruborice otra
vez? Murmuró él, levantando la cabeza
del escote de Demi.
— ¿Te violenta oír que eres guapo? Preguntó ésta, acariciándole el pelo.
—Se supone que los hombres de
verdad no son guapos.
—Lo sé. Pero me da envidia que seas
más guapo que yo. Aunque ya lo voy superando.
—¿Quieres callarte? —Joseph
sonrió—. Se supone que soy yo el que dice los piropos. Estoy intentando
seducirte.
— ¿Sí, Joseph? — Demi agarró su cara
con ambas manos. Puede que no te hayas dado cuenta, pero ya estoy bastante
seducida.
Joseph le bajó la
falda, y descubrió unas pequeñas braguitas.
—Debería haberme imaginado que ni
siquiera te tomarías esto en serio.
—No te creas, Joseph — Demi lo besó—. Me lo
estoy tomando muy en serio.
—Me alegro murmuró él mientras le
quitaba la camiseta.
Incluso Demi
tuvo problemas para mantener el sentido del humor cuando Joseph se
despojó de toda su ropa, se deshizo de la ropa interior de ella y, finalmente,
unieron sus cuerpos desnudos.
—Te advierto que hace mucho tiempo
desde la última vez murmuró él. No puedo prometerte fuegos artificiales.
— ¿Es que no sabes que cada vez que
me besas ya veo fuegos artificiales? replicó Demi,
acurrucándose más contra él.
— ¿Cómo es que siempre pareces saber
lo que necesito oír? dijo Joseph mientras le acariciaba la espalda.
—Solo digo lo que pienso.
—Lo sé. Es una de los cosas que más
me han gustado siempre de ti Joseph deslizó una mano sobre el pecho
derecho de ella. Una de las cosas repitió con voz ronca.
—¿Estás diciendo que admiras mi
cabeza tanto como mi cuerpo?
—Te admiro por completo, Demi Lovato.
Conmovida por su sinceridad, lo
abrazó con todas sus fuerzas.
—Déjame que te enseñe cuánto te
admiro yo, Joseph Jonas.
No había bromeado al decir que no
necesitaba que la sedujeran... pero sospechaba que Joseph sí
lo necesitaba. No porque tuviera dudas sobre lo que estaban haciendo, sino
porque necesitaba, por un ratito, no ser quien tuviera el control, el
responsable de la felicidad y el bienestar de los demás.
Lo empujó y rodó sobre Joseph
hasta que este cabo tumbado boca arriba, debajo de Demi.
—Esta va por ti —murmuró ella—.
Déjame que te haga el amor.
Y, entonces, empezó a mordisquearlo
y besarlo de los labios a los lóbulos de las orejas y luego hasta la barbilla.
Le besó el cuello y bajó después a saborear sus tetillas. A Joseph se
le entrecortó la respiración cuando notó que seguía descendiendo.
— Demi...
— ¿Te he dicho que eres
absolutamente perfecto? preguntó ella, acariciando su sexo.
También era muy fuerte, lo cual
demostró cuando se incorporó de repente y la hizo rodar hasta ponerla contra el
colchón. Demi comprendió que no podía
aguantar más. Ella tampoco. Las manos le temblaban tanto que a Demi le hizo gracia verlo tan nervioso.
— ¿No te estarás riendo de mí? la
advirtió Joseph, buscando de nuevo la boca de Demi.
—Me río contigo le aseguró esta.
—Pues yo no me río replicó él...
con una sonrisa en los labios.
Luego la besó de nuevo y, de
pronto, se introdujo por completo dentro de ella.
No le había prometido fuegos
artificiales, pero se los estaba ofreciendo.
Cuando su pulso recobró cierta
normalidad, Demi supo que ya no había marcha
atrás. Hasta ese día, había logrado no hablar de amor al describir sus
sentimientos hacia Joseph.
Pero ya no podía seguir sin reconocer que estaba enamorada de él... probablemente
desde el día que la había besado en el gimnasio hacía quince años.
Demi
siempre había creído en el destino. Y por fin tenía la certeza de que Joseph
era el suyo.
Si ella era el destino de él...
bueno, todavía estaba por ver.
Joseph estaba tumbado
sobre la espalda, mirando al techo, rodeándola con el brazo derecho, con la
cara de Demi sobre un hombro. No había dicho
nada tras un gemido que había emitido mientras hacían el amor. Demi no tenía ni idea de qué estaría pensando.
—¿Sabes lo irritante que es que te
pregunten en qué estás pensando? inquirió ella después de incorporarse y apoyar
la cara sobre una mano.
—¿Sí?
—Prepárate a comprobarlo.
— ¿Quieras saber lo que estoy
pensando? Joseph le acarició el pelo.
—Mientras me sienta halagada...
—Estaba pensando que me alegro
mucho de que me hayas invitado a comer dijo él, sonriente.
—De acuerdo... lo tomaré como un
halago.
—Si no es suficiente, tengo una
lista enorme de halagos para ti.
—Guárdalos de momento. Me gustará
oírlos luego dijo Demi. Yo también tengo alguno para ti, pero no quiero
convertirte en un hombre vanidoso.
—Más de uno diría que ya lo soy.
Demi
pensó en los destellos de inseguridad que había atisbado en sus ojos. Una
inseguridad que no había visto en él cuando era joven. Algo lo había conmovido
y herido desde entonces, le había robado las ganas de reír. Al principio, lo
había aducido al pesar por la muerte de su esposa; pero el hecho de que jamás
la mencionara, ni siquiera de pasada, le parecía extraño.
Claro que no era el momento de
preguntar por ella.
¿Qué estaría sintiendo en esos
momentos? Lo había hecho reír y gemir de placer, pero ignoraba por qué volvía a
tener un velo en su mirada. Tal vez no se arrepintiera, pero quizá se sintiese
culpable... o inquieto por lo que el futuro les depararía.
Quería verlo sonreír de nuevo, así
que le hizo cosquillas... con éxito.
—Conque tienes cosquillas, ¿eh?
—No —dijo él entre risas.