Había pensado que al hacerle el
amor de nuevo iba a haberse quedado satisfecho. Pero no había sido así. Todo lo
que había ocurrido había sido que le había recordado lo que había estado
echando de menos y anhelando durante todos aquellos meses sin ella. En aquel
momento, en vez de sentirse fresco y como nuevo, se sentía malhumorado e
impaciente... y el hecho de que quizá Demetria
no fuera a telefonearle, no le ayudaba a sentirse mejor. Se planteó que tal vez
en el último minuto ella fuera a decidir no acompañarlo a Milán.
No comprendió por qué había
permitido con tanta facilidad que durmiera sola en su casa. Pensó que debía
haber insistido en pasar la noche en su compañía y, a la mañana siguiente,
esperar a que hiciera las maletas.
Al pensar en el hijo que iba a
tener y en lo que otro nuevo abandono supondría para él, maldijo en voz baja.
Se percató de que no estaba
actuando como un hombre que no estuviera seguro de que el bebé que estaba
esperando su amante fuera suyo. Todo lo contrario... se estaba comportando como
si no hubiera duda alguna de que era el padre del hijo de Demetria.
Recordó la manera tan apasionada
e inhibida en la que ella le había respondido cuando habían hecho el amor y no
tuvo duda alguna. Algo profundamente intuitivo, un sexto sentido muy intenso,
finalmente le convenció de que Demi estaba
diciendo la verdad.
Se dijo a sí mismo que era normal
que se sintiera tan posesivo acerca del niño y que se pusiera tan furioso al
pensar que ella fuera a apartarlo de él. Pero, además, estaba aquella...
aquella adicción que había desarrollado por Demetria.
No podía explicarla ni deseaba sentirla.
Aunque concluyó que, de hecho,
probablemente era algo bueno que por lo menos fueran compatibles en eso. Haría
que las cosas fueran mucho más simples cuando le explicara a ella la idea que
se había ido formando en su cabeza durante las primeras horas de la madrugada,
cuando no había sido capaz de dormir.
Varias horas después, cuando
colgó el teléfono tras haber hablado con su estudio de arquitectura, miró con
aire taciturno a su chófer, Brian, mientras éste sacaba su equipaje para
colocarlo en el maletero del Rolls—Royce. Comprobó de nuevo la hora en su reloj
de muñeca y explotó debido a lo impaciente que se sentía.
— ¡Dio! ¿A qué cree que está jugando?
Lo que le había puesto aún más
nervioso de lo que ya había estado, había sido el hecho de que había
telefoneado a Demetria en tres ocasiones sin
obtener respuesta alguna. Pero no permitió que las negativas asunciones que le
estaban acechando se apoderaran de su mente y decidió ponerse en acción.
A punto de seguir a Brian al
coche para indicarle que le llevara al piso de Demi,
oyó que el teléfono que había en la mesita de la entrada sonaba. Con el
corazón revolucionado, se apresuró en responder.
— ¡De Jonas!
—espetó.
— ¿Joe?
— ¡Demetria!
¿Por qué no me has telefoneado? ¿Dónde has estado? ¡He estado llamándote
durante toda la mañana!
—Estoy en el hospital —contestó
ella con la voz levemente temblorosa.
— ¿En el hospital? ¿Qué ocurre?
¿Qué ha pasado? —exigió saber él, sintiendo como la sangre se le congelaba en
las venas. Agarró el teléfono con fuerza.
—Te lo diré cuando regrese a casa
—respondió Demi —, Me está esperando un taxi
para llevarme a mi piso. Te veré allí.
— ¡Demetria!
En ese momento ella colgó el
teléfono, antes incluso de que Joe pudiera
decir ni una palabra más.
En cuanto Demi. vio el ya para ella familiar Rolls—Royce de Joe aparcado fuera del bloque de pisos donde
vivía, con el chófer uniformado sentado en el asiento del conductor, sintió
como si todas sus extremidades se derritieran. No pudo evitar comenzar a andar
más despacio y, ansiosa, miró a Joe. Este
llevaba un abrigo negro de cachemira y estaba esperando impaciente en los
peldaños que había frente a la puerta de su piso.
En cuanto la vio aparecer, la
tensión que ella había percibido que él sentía, comenzó a envolverla. Respirando
profundamente para lograr obtener coraje, y sintiéndose levemente mareada, se
forzó en continuar andando.
— ¡Hola! —le saludó, tocando
distraídamente las llaves que tenía en el bolsillo. Repentinamente se
estremeció al sentir como una ráfaga del frío aire de marzo le alborotaba el
pelo alrededor de la cara—. Siento si te he preocupado al no estar en casa para
contestar tus llamadas.
Joe se acercó a Demi
y se colocó delante de ella. Sus
ojos reflejaban un miedo y una aprensión tan intensas que durante un momento la
dejó profundamente desconcertada.
— ¿Por qué has ido al hospital, Demetria? —exigió saber, agarrándola posesivamente
por los brazos—, ¡He estado volviéndome loco desde que me lo has dicho!
—Entremos en mi piso, ¿te parece?
No es algo de lo que quiera hablar aquí fuera bajo la lluvia —contestó ella,
mirando al cielo.
Estaba comenzando a llover y
esbozó una leve sonrisa. Soltándola de mala gana, Joe
la acompañó a la entrada de su vivienda. Una vez que estuvieron dentro del
vestíbulo, Demi se quitó la bufanda rosa que llevaba al
cuello y la dejó en el perchero que había junto a la puerta. A continuación se
quitó su ya empapado chubasquero.
— ¿Quieres darme tu abrigo? —le
preguntó a él.
Observó que el envidiable tono
moreno de la piel de Joe parecía menos
vibrante aquella mañana.
— ¡Deberías haberme telefoneado!
—espetó él de manera acusatoria, ignorando completamente la mano que había
tendido ella para que le diera el abrigo—. Dijiste que estabas en el hospital.
¿Qué ocurre? ¿Es el bebé?
— ¿Por qué no nos sentamos?
—sugirió Demi, tratando de estar lo más
calmada posible. Pero, aun así, sintió como le daba vueltas el estómago.
Entonces guió a Joe hasta el cómodo salón que ella misma había
decorado con mucho cariño durante los cinco años que llevaba viviendo en aquel
piso. Al acercarse al sofá, que estaba tapizado en un color beige claro, y que
tenía unos coloridos cojines adornándolo, sintió como casi se le salía el
corazón por la boca al oír el autoritario tono de voz de él detrás de ella. No le
quedó ninguna duda de que Joe estaba a punto
de perder los nervios.
— ¡Dio! ¿Por qué no me explicas qué es lo que ocurre? ¿Tengo que
quedarme aquí de pie sin saber nada durante toda la mañana hasta que te decidas
a contármelo?
Colocándose un mechón de pelo
detrás de la oreja, Demi trató de contener
el enorme bochorno que sintió. Una cosa era confesarle a Joe que
estaba embarazada... pero discutir los detalles íntimos de aquel estado era
algo muy distinto... sobre todo cuando él se había quedado allí de pie con un
aspecto tan increíblemente arrebatador...
—Esta mañana he sufrido una leve
hemorragia vaginal que me ha preocupado. Telefoneé a mi ginecólogo, el cual me
dijo que fuera directamente al hospital para que me revisaran.
La tensión que habían reflejado
las enigmáticas facciones de Joe aumentó
considerablemente. Ella se sintió conmovida, a la vez que sorprendida, ante el
hecho de que parecía que él realmente se preocupaba mucho... por lo menos por
el bebé.
—Allí me dijeron que no tengo que
alarmarme. Aparentemente es muy común que durante las primeras doce y catorce
semanas se sangre un poco. Aun así, me han hecho una ecografía como medida de
precaución.
— ¿Y qué ha mostrado la
ecografía? —exigió saber Joe.
—Que todo está bien y que el bebé
está creciendo con total normalidad en el útero. La ecografía puede mostrar si,
por ejemplo, una mujer tiene un embarazo extrauterino... que es cuando el bebé
crece fuera del útero.
— ¿Estás sangrando todavía?
—No —contestó Demi, esbozando una tímida sonrisa—, Estoy
completamente bien.
Aquella tranquila respuesta
ocultaba el pánico que se había apoderado de ella aquella mañana cuando había
ido al cuarto de baño y había descubierto que estaba sangrando.
Hasta que no
había pensado en la idea de que posiblemente podía perder a su bebé, no se
había percatado de lo mucho que quería a su futuro hijo. Si su relación
sentimental con Joe estaba destinada a no
perdurar, por lo menos le quedaría el regalo más grande de su apasionada unión,
regalo que siempre le recordaría a él.