—Aún —dijo—. Ese dinero hubiera servido de gran manera para ayudar
a terminar de pagar, ¿o no lo haría, Caperucita?
Demi tenía la cara caliente. No
quería que la abuela se preocupara por sus problemas financieros.
—¿Cadwick te dijo algo?
—No quiero ser una carga.
—No lo eres —dijo Joseph—. El problema de dinero de Demi está resuelto.
—No voy a aceptar un donativo de ti, Joseph —dijo ella, preguntándose
cómo trabajaba su mente de niño rico—. Comencé el negocio por mí misma. Si
resulta, quiero ser capaz de aceptar el crédito completo. Igual si esto falla.
—No te estoy dando dinero.
—¿No lo estás? —Una parte de ella había considerado buscar la
seguridad, aunque nunca lo aceptaría.
—No. Lo que hice, sin embargo, fue servir de fiador para un
préstamo. —Él levantó una mano ante la insinuación de su protesta—. No te estoy
dando el préstamo, simplemente me aseguro que para el banco eres buena para los
negocios. Sé que puedes hacer un éxito de cualquier cosa que tengas en mente, Demi. Sólo me estoy asegurando de
que tengas la oportunidad.
—Gracias.
—Pero si pudiera hacer una sugerencia en cuanto a tu conductor de
un solo ojo...
—¿Bob? Renunció —dijo—. Consiguió un trabajo manejando un autobús
en la ciudad.
—Jesús.
—Lo sé. Gran trabajo. Sindicato, beneficios adicionales y todo. No
podía dejarlo pasar. Hablando de trabajos… —Miró su reloj—. Se suponía que
serviría cuatrocientos helados de Cereza y cincuenta y tres pasteles para la
verbena de la escuela elemental mañana en la noche. Realmente tengo que irme.
—Te llevo —dijo Joseph.
La abuelita tomó la mano de Joseph
y la de Demi. Las apretó.
—Está bien que ustedes dos estén juntos. Sabía que ustedes serían
el tipo de compañeros de alma del que hablan las personas en las historias.
Sólo de la tragedia podía haber nacido tal amor. Eso es lo que ustedes han
encontrado, la clase de amor que se sueña en los cuentos de hadas.
Demi peleó para no rodar sus
ojos. Sonrió y besó la mejilla de la abuela y observó cómo él hacía lo mismo.
Él susurró en su oído, pero Demi
pudo escucharlo tan claramente como si lo hubiera
hecho en los suyos.
—Gracias, Ester. Tienes razón. Ella es mi Blanca Nieves, mi Bella
Durmiente y mi Dorothy Gale. No podría ser mejor pareja para mí que si la
hubiera arrancado de las páginas de un cuento.
Su sonrisa brilló solo un momento y Joseph besó su mejilla de nuevo.
Ella lo miró mientras se enderezaba, pero entonces su mirada se enfocó en algo
detrás de él, sus ojos se abrieron.
—Oh, querido, espero que él no viera eso.
Ambos siguieron su mirada hasta un hombre de cabello blanco
revoloteando alrededor de un alimentador de aves alejado varios pies. Llevaba
un puñado de violetas en sus manos y al parecer no podía dejar de mirar en la
dirección de la abuela cada pocos segundos.
—¿Tienes un pretendiente, Abue? —Demi no podía controlar el tono
bromista en su voz.
—Detente, Caperucita. Ya yo tuve al amor de mi vida. George es
solo un… un hobby. —Se sonrojó, alisando finos mechones de su cabello hacia
atrás de su moño.
—Lindo hobby. —Observó a George ajustar su corbata pajarita y
alisar sus tirantes sobre el tejido escocés de su camisa manga corta. Era la
gruesa melena de cabello blanco lo que había capturado la atención de su
Abuela. La preferencia debía correr en la familia.
—Ahora váyanse, los dos. Él no vendrá si tengo compañía y su
memoria no es lo que solía ser. Olvidará por qué está esperando allá antes de
tiempo.
Joseph agarró la barbilla de la
abuela con la punta de su dedo, encontrando su mirada.
—¿Eres feliz?
Ella sonrió.
—Sí, mi adorado lobo plateado. Soy feliz siendo humana. Pero
gracias por la oferta como siempre.
El vientre de Demi se calentó observándolo inclinarse para besar su mejilla una vez
más.
—Solo por ti, mi dulce Ester —dijo, entonces tomó a Demi de la mano.
—Me gusta cómo eres con ella. —Se instaló en el cuero intenso de
los asientos de su limo.
—Ella es una querida amiga —dijo—. Sin ella la muerte de Donna
hubiera sido intolerable.
—Annette dijo que no la convertirías porque estabas tan infeliz
con la vida que habías llevado, que no comprometerías a alguien más al mismo
destino.
—Lo decidí hace mucho tiempo, por Ester haría una excepción si
ella verdaderamente lo deseaba. Joseph deslizó su mano a través del asiento hacia el de Demi. No podía estar tan cerca y
no tocarla.
Sus dedos se entrelazaron. Su mano tan pequeña en la suya, él
atesoraba eso.
Ella siempre se negó. Yo creo, aunque lo negaba, que Ester sabía
que los procesos emocionales de lejos pesarían más que los años sumados. Aún,
con todo esto, mantuve mi ofrecimiento.
La mirada verde bosque de Demi
bajó a sus manos agarradas.
—¿Será que estamos realmente tan mal?
La ansiedad en su voz tocó su corazón. Llevó su mano a sus labios,
probando su piel dulce como el azúcar mientras hablaba.
—Por veintiún años no pude imaginarme un destino peor. —Su
temblorosa respiración, su piel caliente contra sus labios.
—¿Y ahora?
—Valoro cada momento que te tengo como mi premio. —Su esencia
excitó rápido el aire, llenando el compartimiento privado como el más
cautivante perfume.
Él cerró sus ojos, respirándola. Nunca tendría suficiente de ella.
¿Cómo podría? Ella era su compañera de vida, aún cuando había
tratado de negar por tanto tiempo que existía. Pero ella existía y él se aseguraría
que tuviera todas las razones para quedarse.
—Sabes, cuando era una adolescente, todos los jóvenes enamorados
iban al estacionamiento los sábados en la noche. —Él tiró de su mano, y
consiguió que una sonrisa pícara atravesara los labios de Demi.
—Es mediodía del domingo —dijo ella, siguiendo la iniciativa de
él, moviéndose sobre sus rodillas en el asiento—. No estamos en el
estacionamiento y no estamos… ah, solos. —Miró sobre su hombro a la sólida
pared que proveía intimidad.
—La división es a prueba de sonido —le dijo, agarrándola alrededor
de su cintura, montándola sobre su regazo—. Además, Dave no dirá nada de lo que
escuche.
—Entonces, es un buen conductor. —Sentándose a horcajadas en sus
piernas, presionando el calor húmedo de su sexo contra su ingle. Las caderas de
él presionando las de ella, no podía evitarlo, sus manos ahuecadas en la suave curva
de su cintura, acercándola a él.
Demi arqueó su espalda, añadiendo
su propia deliciosa presión, sus pechos levantándose bajo el escote de su
vestido de verano. Los músculos de Joseph
apretándose, queriéndola, necesitando sentir su
coño apretando su polla, exprimiéndolo hasta secarlo.
Ella estaba lista para él, su excitación era tan pesada en el aire
que su mitad lobo despertaba a su esencia. Su deseo estaba rodando a través de
él como un toque físico, despertando su cuerpo, llamando a todo lo masculino
dentro de él.
Estaban tan conectados, demasiado conectados. Ella podía anularlo…
y él lo disfrutaría.
Sus testículos pesaban, su polla pulsaba con el pensamiento de
introducirse en ella. Su mente era lenta, la sangre corría hacia su polla,
haciendo más difícil pensar más allá de deslizar sus manos por debajo de ese
dulce y pequeño vestido, la sedosa carne de sus muslos contra sus palmas, el
mojado calor de sus bragas…
Su teléfono sonó. Joder.
—¿Qué pasa con esos pensamientos sobre cogerte mientras estoy en
este carro que hacen que el maldito teléfono suene?
Demi se recostó, entrecerrando
sus manos sobre sus hombros. Su respiración era profunda, pero aún bajo
control.
—Podría ser importante.
Joseph tironeó el pequeño
Blackberry de su bolsillo frontal.
—¿Qué?
—¿Tío Joseph? —Dijo Rick—. ¿Estás bien? Suenas… Oh. Demi está contigo, ¿no?
—Al punto, Rick. —Su mandíbula apretada, trataba de suavizar el
calor en su voz.
—Sí, correcto. —Su voz tenía un tono de risa—. Mamá quiere saber
si vas a traer a Demi esta noche. Una especie de fiesta de ven-a-conocer-a-la-familia.
Personalmente, sólo quiero ver al gran lobo alfa comportándose
todo suave y adorable alrededor de su compañera.
Joseph dirigió su mirada a Demi, sus suaves y besables
labios, su delicado cuello y sus hombros casi desnudos. Miró la manera en que
un único rizo rojo se colocaba por encima del montículo de su pecho.
—Créeme, chico. No hay nada suave y adorable en mí en este
momento.
Rick resopló.
—No lo dudo. Así que, ¿vienen o no? Tengo que decirte, que Mamá
tiene algún tipo de aprensión con respecto a la primera impresión que Demi tuvo de ella…
tú sabes, ahora que es la
ama de casa de Suzie y todo con Shawn.
Demi se inclinó hacia él, anidando
su pequeña cara debajo de su barbilla y presionando sus labios en su cuello. Su
perfume, la esencia de flores silvestres con un toque oculto de bosque, se
deslizaba a través de su cuerpo como brandy caliente. Joseph cerró sus ojos, el calor se
rizaba desde el punto donde sus labios lo tocaron en rápidas y vertiginosas
olas. Lo besó de nuevo.
—Ella es de la manada ahora, Tío Joseph —dijo Rick—. Tú sabes, la
familia. Vamos a hacerlo bien por ella. Espero que lo sepa.
Joseph encontró la mirada de Demi, levantando una ceja.
Ella sonrió.
—Toda mi vida hemos sido sólo la abuela y yo. Aún después de que
el cambio comenzara y estuviera con ellos, nunca me había sentido tan conectada
a la familia de la forma en que lo hice cuando la manada vino a ayudarme.
Quiero ser de nuevo parte de eso. Siempre.
—Siempre. —Él se inclinó hacia delante, tomando su boca con la
suya, sintiendo su mundo caer en su lugar, completándolo en una forma que nunca
hubiera pensado posible.
—¿Tío Joseph? ¿Estás ahí?
Joseph acercó el teléfono a su
oído.
—Uhm… Yo… Te regreso la llamada, chico. —Apretó el botón de
apagado de su celular y lo tiró en el asiento. Sus brazos estaban envueltos
alrededor de Demi, sus manos se deslizaban para ahuecar los firmes globos de su
trasero.
Jadeó cuando los apretó, sus dedos encontrando el borde de sus
bragas,bentonces las deslizo por debajo.
— ¿Qué tanto te gustan estas cosas? —Sus labios rozaron la suave
piel debajo de su oreja.
—Son horribles.
Su risa retumbó entre ellos, haciendo eco a través de su cuerpo,
reverberando de regreso hacia él.
—Buena respuesta. —Un rápido tirón y Joseph desgarró la entrepierna,
otro jalón y desgarró el lateral. Sacó
la pieza arruinada de debajo de su vestido. Su mirada bajó a su mano antes de
lanzar las bragas al piso. Eran de encaje y seda, el mismo blanco leche como su
piel.
Las manos de Demi ahuecaron su cara, trayendo su atención de regreso a ella.
—Quiero que sepas que… Te amo. Y no a causa de lo que ha pasado,
no porque esté infectada. Te amo desde antes. Pienso que te he amado desde
siempre. He estado merodeando a través de ese bosque por años sin saber lo que
estaba buscando. Ahora lo sé.
—Ahora lo sabemos. —Él cerró la distancia entre ellos, tomando su
boca con la suya. Su jadeo robó su aliento, su exhalación llenó sus pulmones.
Las manos de ella trabajaron sus pantalones, su cinturón, su
cremallera. Se levantó lo suficiente para deslizar sus pantalones y sus
calzoncillos hasta sus rodillas, su polla meneándose rígida y entusiasta. Pasó
su mano sobre su eje, enviando una sacudida que entumeció su mente y se disparó
a través de su cuerpo. Sus dedos estaban agarrados alrededor de la circunferencia
de su polla, acariciándolo mientras su otra mano llevaba su cabello por detrás
de su oreja así podía ver.
Joseph tragó, su boca estaba seca,
su cuerpo pesado. Empujó su lindo vestido hacia sus caderas, exponiendo el tope
rojo del cabello de su coño entre sus muslos. Su crema brillando en los ásperos
cabellos, su aroma más fuerte ahora, más enloquecedor.
Un gruñido profundo comenzó en su pecho, una necesidad salvaje
bordeando más cerca y más cerca a la superficie. Mi compañera. Reclámala de nuevo.
Sus caderas balanceándose, siguiendo el ritmo de ella mientras
mojaba sus dedos en sus rizos calientes y húmedos. Su jadeo apretó sus
pulmones, su placer vibrando a lo largo de su piel mientras él había cerrado
sus ojos para evitar perder el control. Sentía lo que ella sentía. La pesada
sensación de llenura de sus dedos dentro de ella, como cada arremetida construía
esa presión exquisita, llevándola más y más cerca hacia la liberación.
Él conocía la reacción de su cuerpo a su toque mientras ella sabía
de la sensación de su mano bombeando la sensitiva carne de su polla. Cada golpe
empujaba una sucesión de estremecimientos de placer desde cada esquina de su
ser, tan innegable que no podía calmar su cuerpo. Su corazón golpeaba su pecho,
su bestia rodaba y gruñía dentro de él, queriendo más, queriéndolo todo.
Curvó sus dedos dentro de ella, empujándola hacia él, aún mientras
las paredes de su coño lo apretaban. Cuando la cabeza de su polla se balanceo
contra su sexo y su crema mojó su cabeza, sacó sus dedos e introdujo su duro
eje profundamente dentro de ella.
Ella lo cabalgó rápido y salvaje, el paso era frenético,
satisfactorio desde el comienzo. La presión aumentando entre ellos, a través de
ellos, un cuerpo alimentando al otro. Demi
gritó… No, no era un grito. Ella aulló. Y una
sencilla comprensión cristalizó en los más primitivos recovecos del cerebro de Joseph.
Ella lo había reclamado, marcado como su compañero. Su cuerpo
abrazando el suyo, su espíritu buscando a través de la conexión de su carne a
su alma y tocándolo ahí. Sus pulmones se agarrotaron, una tormenta de calor
inundó su cuerpo, quemando cada atadura difícilmente ganada de su control. La liberación
llegó dura y rápida. No había cómo pararlo, sin esperar por ella para disfrutarlo.
No había necesidad.
El orgasmo de Demi corrió a través de él un instante más tarde. Como una caída libre
desde un elevado acantilado, él no podía respirar. El placer era demasiado intenso,
estimulando cada terminación nerviosa en su cuerpo mientras sus testículos, sus
músculos y su carne zumbaba y temblaba con cada sensación. Un placer tan
cercano al dolor que a él casi le dolía.
Ella colapsó contra él, el rápido latido de su corazón era como un
trueno a través de su pecho. Nada como eso le había pasado nunca antes y él
sabía que nada como eso le volvería a pasar nunca con nadie más. Compañera de vida.
Demi se levantó para mirar en
sus ojos, sus brazos estaban calientes alrededor de su cuello.
—La abuelita solía advertirme de que el gran lobo malo en el
bosque me comería. —Ella sonrió—. Tengo que decírtelo. Me siento completamente consumida.
Joseph la besó, fue un toque rápido
de labios.
—¿Quién fue el que dijo, Caperucita, que ser comido por un lobo
era algo malo?
Fin.