martes, 4 de diciembre de 2012

Caperucita Y El Lobo Capitulo final





—Aún —dijo—. Ese dinero hubiera servido de gran manera para ayudar a terminar de pagar, ¿o no lo haría, Caperucita?
Demi tenía la cara caliente. No quería que la abuela se preocupara por sus problemas financieros.
—¿Cadwick te dijo algo?
—No quiero ser una carga.
—No lo eres —dijo Joseph—. El problema de dinero de Demi está resuelto.
—No voy a aceptar un donativo de ti, Joseph —dijo ella, preguntándose cómo trabajaba su mente de niño rico—. Comencé el negocio por mí misma. Si resulta, quiero ser capaz de aceptar el crédito completo. Igual si esto falla.
—No te estoy dando dinero.
—¿No lo estás? —Una parte de ella había considerado buscar la seguridad, aunque nunca lo aceptaría.
—No. Lo que hice, sin embargo, fue servir de fiador para un préstamo. —Él levantó una mano ante la insinuación de su protesta—. No te estoy dando el préstamo, simplemente me aseguro que para el banco eres buena para los negocios. Sé que puedes hacer un éxito de cualquier cosa que tengas en mente, Demi. Sólo me estoy asegurando de que tengas la oportunidad.
—Gracias.
—Pero si pudiera hacer una sugerencia en cuanto a tu conductor de un solo ojo...
—¿Bob? Renunció —dijo—. Consiguió un trabajo manejando un autobús en la ciudad.
—Jesús.
—Lo sé. Gran trabajo. Sindicato, beneficios adicionales y todo. No podía dejarlo pasar. Hablando de trabajos… —Miró su reloj—. Se suponía que serviría cuatrocientos helados de Cereza y cincuenta y tres pasteles para la verbena de la escuela elemental mañana en la noche. Realmente tengo que irme.
—Te llevo —dijo Joseph.

La abuelita tomó la mano de Joseph y la de Demi. Las apretó.
—Está bien que ustedes dos estén juntos. Sabía que ustedes serían el tipo de compañeros de alma del que hablan las personas en las historias. Sólo de la tragedia podía haber nacido tal amor. Eso es lo que ustedes han encontrado, la clase de amor que se sueña en los cuentos de hadas.
Demi peleó para no rodar sus ojos. Sonrió y besó la mejilla de la abuela y observó cómo él hacía lo mismo.
Él susurró en su oído, pero Demi pudo escucharlo tan claramente como si lo hubiera hecho en los suyos.
—Gracias, Ester. Tienes razón. Ella es mi Blanca Nieves, mi Bella Durmiente y mi Dorothy Gale. No podría ser mejor pareja para mí que si la hubiera arrancado de las páginas de un cuento.
Su sonrisa brilló solo un momento y Joseph besó su mejilla de nuevo. Ella lo miró mientras se enderezaba, pero entonces su mirada se enfocó en algo detrás de él, sus ojos se abrieron.
—Oh, querido, espero que él no viera eso.

Ambos siguieron su mirada hasta un hombre de cabello blanco revoloteando alrededor de un alimentador de aves alejado varios pies. Llevaba un puñado de violetas en sus manos y al parecer no podía dejar de mirar en la dirección de la abuela cada pocos segundos.
—¿Tienes un pretendiente, Abue? —Demi no podía controlar el tono bromista en su voz.
—Detente, Caperucita. Ya yo tuve al amor de mi vida. George es solo un… un hobby. —Se sonrojó, alisando finos mechones de su cabello hacia atrás de su moño.

—Lindo hobby. —Observó a George ajustar su corbata pajarita y alisar sus tirantes sobre el tejido escocés de su camisa manga corta. Era la gruesa melena de cabello blanco lo que había capturado la atención de su Abuela. La preferencia debía correr en la familia.
La Abuelita mojó sus labios y pellizcó sus mejillas para conseguir un rubor natural.
—Ahora váyanse, los dos. Él no vendrá si tengo compañía y su memoria no es lo que solía ser. Olvidará por qué está esperando allá antes de tiempo.
Joseph agarró la barbilla de la abuela con la punta de su dedo, encontrando su mirada.
—¿Eres feliz?
Ella sonrió.
—Sí, mi adorado lobo plateado. Soy feliz siendo humana. Pero gracias por la oferta como siempre.
El vientre de Demi se calentó observándolo inclinarse para besar su mejilla una vez más.
—Solo por ti, mi dulce Ester —dijo, entonces tomó a Demi de la mano.
—Me gusta cómo eres con ella. —Se instaló en el cuero intenso de los asientos de su limo.
—Ella es una querida amiga —dijo—. Sin ella la muerte de Donna hubiera sido intolerable.
—Annette dijo que no la convertirías porque estabas tan infeliz con la vida que habías llevado, que no comprometerías a alguien más al mismo destino.
—Lo decidí hace mucho tiempo, por Ester haría una excepción si ella verdaderamente lo deseaba. Joseph deslizó su mano a través del asiento hacia el de Demi. No podía estar tan cerca y no tocarla.
Sus dedos se entrelazaron. Su mano tan pequeña en la suya, él atesoraba eso.
Ella siempre se negó. Yo creo, aunque lo negaba, que Ester sabía que los procesos emocionales de lejos pesarían más que los años sumados. Aún, con todo esto, mantuve mi ofrecimiento.
La mirada verde bosque de Demi bajó a sus manos agarradas.
—¿Será que estamos realmente tan mal?
La ansiedad en su voz tocó su corazón. Llevó su mano a sus labios, probando su piel dulce como el azúcar mientras hablaba.
—Por veintiún años no pude imaginarme un destino peor. —Su temblorosa respiración, su piel caliente contra sus labios.
—¿Y ahora?
—Valoro cada momento que te tengo como mi premio. —Su esencia excitó rápido el aire, llenando el compartimiento privado como el más cautivante perfume.
Él cerró sus ojos, respirándola. Nunca tendría suficiente de ella.
¿Cómo podría? Ella era su compañera de vida, aún cuando había tratado de negar por tanto tiempo que existía. Pero ella existía y él se aseguraría que tuviera todas las razones para quedarse.
—Sabes, cuando era una adolescente, todos los jóvenes enamorados iban al estacionamiento los sábados en la noche. —Él tiró de su mano, y consiguió que una sonrisa pícara atravesara los labios de Demi.

—Es mediodía del domingo —dijo ella, siguiendo la iniciativa de él, moviéndose sobre sus rodillas en el asiento—. No estamos en el estacionamiento y no estamos… ah, solos. —Miró sobre su hombro a la sólida pared que proveía intimidad.
—La división es a prueba de sonido —le dijo, agarrándola alrededor de su cintura, montándola sobre su regazo—. Además, Dave no dirá nada de lo que escuche.
—Entonces, es un buen conductor. —Sentándose a horcajadas en sus piernas, presionando el calor húmedo de su sexo contra su ingle. Las caderas de él presionando las de ella, no podía evitarlo, sus manos ahuecadas en la suave curva de su cintura, acercándola a él.
Demi arqueó su espalda, añadiendo su propia deliciosa presión, sus pechos levantándose bajo el escote de su vestido de verano. Los músculos de Joseph apretándose, queriéndola, necesitando sentir su coño apretando su polla, exprimiéndolo hasta secarlo.
Ella estaba lista para él, su excitación era tan pesada en el aire que su mitad lobo despertaba a su esencia. Su deseo estaba rodando a través de él como un toque físico, despertando su cuerpo, llamando a todo lo masculino dentro de él.

Estaban tan conectados, demasiado conectados. Ella podía anularlo… y él lo disfrutaría.
Sus testículos pesaban, su polla pulsaba con el pensamiento de introducirse en ella. Su mente era lenta, la sangre corría hacia su polla, haciendo más difícil pensar más allá de deslizar sus manos por debajo de ese dulce y pequeño vestido, la sedosa carne de sus muslos contra sus palmas, el mojado calor de sus bragas…
Su teléfono sonó. Joder.
—¿Qué pasa con esos pensamientos sobre cogerte mientras estoy en este carro que hacen que el maldito teléfono suene?
Demi se recostó, entrecerrando sus manos sobre sus hombros. Su respiración era profunda, pero aún bajo control.
—Podría ser importante.
Joseph tironeó el pequeño Blackberry de su bolsillo frontal.
—¿Qué?
—¿Tío Joseph? —Dijo Rick—. ¿Estás bien? Suenas… Oh. Demi está contigo, ¿no?
—Al punto, Rick. —Su mandíbula apretada, trataba de suavizar el calor en su voz.
—Sí, correcto. —Su voz tenía un tono de risa—. Mamá quiere saber si vas a traer a Demi esta noche. Una especie de fiesta de ven-a-conocer-a-la-familia.
Personalmente, sólo quiero ver al gran lobo alfa comportándose todo suave y adorable alrededor de su compañera.
Joseph dirigió su mirada a Demi, sus suaves y besables labios, su delicado cuello y sus hombros casi desnudos. Miró la manera en que un único rizo rojo se colocaba por encima del montículo de su pecho.
—Créeme, chico. No hay nada suave y adorable en mí en este momento.
Rick resopló.
—No lo dudo. Así que, ¿vienen o no? Tengo que decirte, que Mamá tiene algún tipo de aprensión con respecto a la primera impresión que Demi tuvo de ella…
 tú sabes, ahora que es la ama de casa de Suzie y todo con Shawn.

Demi se inclinó hacia él, anidando su pequeña cara debajo de su barbilla y presionando sus labios en su cuello. Su perfume, la esencia de flores silvestres con un toque oculto de bosque, se deslizaba a través de su cuerpo como brandy caliente. Joseph cerró sus ojos, el calor se rizaba desde el punto donde sus labios lo tocaron en rápidas y vertiginosas olas. Lo besó de nuevo.
—Ella es de la manada ahora, Tío Joseph —dijo Rick—. Tú sabes, la familia. Vamos a hacerlo bien por ella. Espero que lo sepa.
Joseph encontró la mirada de Demi, levantando una ceja.
Ella sonrió.
—Toda mi vida hemos sido sólo la abuela y yo. Aún después de que el cambio comenzara y estuviera con ellos, nunca me había sentido tan conectada a la familia de la forma en que lo hice cuando la manada vino a ayudarme. Quiero ser de nuevo parte de eso. Siempre.
—Siempre. —Él se inclinó hacia delante, tomando su boca con la suya, sintiendo su mundo caer en su lugar, completándolo en una forma que nunca hubiera pensado posible.
—¿Tío Joseph? ¿Estás ahí?
Joseph acercó el teléfono a su oído.
—Uhm… Yo… Te regreso la llamada, chico. —Apretó el botón de apagado de su celular y lo tiró en el asiento. Sus brazos estaban envueltos alrededor de Demi, sus manos se deslizaban para ahuecar los firmes globos de su trasero.
Jadeó cuando los apretó, sus dedos encontrando el borde de sus bragas,bentonces las deslizo por debajo.
— ¿Qué tanto te gustan estas cosas? —Sus labios rozaron la suave piel debajo de su oreja.
—Son horribles.
Su risa retumbó entre ellos, haciendo eco a través de su cuerpo, reverberando de regreso hacia él.
—Buena respuesta. —Un rápido tirón y Joseph desgarró la entrepierna, otro jalón y  desgarró el lateral. Sacó la pieza arruinada de debajo de su vestido. Su mirada bajó a su mano antes de lanzar las bragas al piso. Eran de encaje y seda, el mismo blanco leche como su piel.
Las manos de Demi ahuecaron su cara, trayendo su atención de regreso a ella.

—Quiero que sepas que… Te amo. Y no a causa de lo que ha pasado, no porque esté infectada. Te amo desde antes. Pienso que te he amado desde siempre. He estado merodeando a través de ese bosque por años sin saber lo que estaba buscando. Ahora lo sé.
—Ahora lo sabemos. —Él cerró la distancia entre ellos, tomando su boca con la suya. Su jadeo robó su aliento, su exhalación llenó sus pulmones.
Las manos de ella trabajaron sus pantalones, su cinturón, su cremallera. Se levantó lo suficiente para deslizar sus pantalones y sus calzoncillos hasta sus rodillas, su polla meneándose rígida y entusiasta. Pasó su mano sobre su eje, enviando una sacudida que entumeció su mente y se disparó a través de su cuerpo. Sus dedos estaban agarrados alrededor de la circunferencia de su polla, acariciándolo mientras su otra mano llevaba su cabello por detrás de su oreja así podía ver.

Joseph tragó, su boca estaba seca, su cuerpo pesado. Empujó su lindo vestido hacia sus caderas, exponiendo el tope rojo del cabello de su coño entre sus muslos. Su crema brillando en los ásperos cabellos, su aroma más fuerte ahora, más enloquecedor.
Un gruñido profundo comenzó en su pecho, una necesidad salvaje bordeando más cerca y más cerca a la superficie. Mi compañera. Reclámala de nuevo.
Sus caderas balanceándose, siguiendo el ritmo de ella mientras mojaba sus dedos en sus rizos calientes y húmedos. Su jadeo apretó sus pulmones, su placer vibrando a lo largo de su piel mientras él había cerrado sus ojos para evitar perder el control. Sentía lo que ella sentía. La pesada sensación de llenura de sus dedos dentro de ella, como cada arremetida construía esa presión exquisita, llevándola más y más cerca hacia la liberación.

Él conocía la reacción de su cuerpo a su toque mientras ella sabía de la sensación de su mano bombeando la sensitiva carne de su polla. Cada golpe empujaba una sucesión de estremecimientos de placer desde cada esquina de su ser, tan innegable que no podía calmar su cuerpo. Su corazón golpeaba su pecho, su bestia rodaba y gruñía dentro de él, queriendo más, queriéndolo todo.
Curvó sus dedos dentro de ella, empujándola hacia él, aún mientras las paredes de su coño lo apretaban. Cuando la cabeza de su polla se balanceo contra su sexo y su crema mojó su cabeza, sacó sus dedos e introdujo su duro eje profundamente dentro de ella.
Ella lo cabalgó rápido y salvaje, el paso era frenético, satisfactorio desde el comienzo. La presión aumentando entre ellos, a través de ellos, un cuerpo alimentando al otro. Demi gritó… No, no era un grito. Ella aulló. Y una sencilla comprensión cristalizó en los más primitivos recovecos del cerebro de Joseph.

Ella lo había reclamado, marcado como su compañero. Su cuerpo abrazando el suyo, su espíritu buscando a través de la conexión de su carne a su alma y tocándolo ahí. Sus pulmones se agarrotaron, una tormenta de calor inundó su cuerpo, quemando cada atadura difícilmente ganada de su control. La liberación llegó dura y rápida. No había cómo pararlo, sin esperar por ella para disfrutarlo. No había necesidad.
El orgasmo de Demi corrió a través de él un instante más tarde. Como una caída libre desde un elevado acantilado, él no podía respirar. El placer era demasiado intenso, estimulando cada terminación nerviosa en su cuerpo mientras sus testículos, sus músculos y su carne zumbaba y temblaba con cada sensación. Un placer tan cercano al dolor que a él casi le dolía.

Ella colapsó contra él, el rápido latido de su corazón era como un trueno a través de su pecho. Nada como eso le había pasado nunca antes y él sabía que nada como eso le volvería a pasar nunca con nadie más. Compañera de vida.
Demi se levantó para mirar en sus ojos, sus brazos estaban calientes alrededor de su cuello.
—La abuelita solía advertirme de que el gran lobo malo en el bosque me comería. —Ella sonrió—. Tengo que decírtelo. Me siento completamente consumida.
Joseph la besó, fue un toque rápido de labios.
—¿Quién fue el que dijo, Caperucita, que ser comido por un lobo era algo malo?
Fin.

Caperucita Y El Lobo Capitulo 38





—¿Lo sabías? —Demi miró muda de asombro por la apretada sonrisa de su abuela.
—Por supuesto, querida —dijo la abuelita—. ¿Cómo más sabría dar mis respuestas locas cuando el juez me llamó?
—¿Entonces por qué no lo hiciste?
La Abuelita cabeceó hacia Joseph que estaba a su lado.
—Perdió el valor.
La estoica cara de Joseph se ruborizó, la tensión alrededor de sus ojos se suavizó al igual que las líneas a través de su frente. Una sonrisa vaciló en sus labios, pero  habló antes de que ésta tomara el control.
—Era un último recurso, y no uno agradable.
Demi se recostó en su silla, cruzando sus brazos debajo de su pecho.
—Especialmente si la abuelita decidió que quería vender.
Las cejas de Joseph se fruncieron.
—Ese nunca fue su deseo.

—¿Y si lo era? Quiero decir, después de que hubieras tomado el control sobre todo. ¿Qué tal si ella decidía que quería vender? —No estaba segura de por qué estaba probándolo. Sólo tenía que estar segura, oírlo de sus propios labios.
Los ojos azul pálido de Joseph se estrecharon, con una expresión interrogante. Se inclinó hacia delante, con los codos sobre sus rodillas.
—La custodia era un truco, Demi. Una línea de defensa contra decisiones precipitadas.
—No responde la pregunta.
—¿Realmente estás preguntando? Joseph sacudió su cabeza y empujándose hacia atrás, inclinó su alto cuerpo en la silla. Mirando a lo lejos, hablando más  para sí mismo que para Demi—. Por supuesto que estás preguntando. Es tu abuela. Deberías hacerlo.
Su mirada se posó sobre el lujoso césped del patio de Green Acres. Cerca de un acre de césped bien cuidado había árboles y jardines de flores, que eran bordeados por el bosque. Habían colocado un cómodo juego de sillas de mimbre debajo de un fresno gigante blanco. Las ramas, gruesas y con hojas, dejaban al sol atravesarse alrededor de ellas moteándolas de luz.

El rostro anguloso de Joseph se ensombreció, sin embargo no había furia en sus ojos
aún. Estaba usando su traje Armani de costumbre, ligero, de color gris carbón oscuro, con una camisa de cuello redondo debajo, ropa casual de negocios, sexy como el infierno. Su grueso cabello gris plata combinaba perfectamente,  rizándose justo por encima de su cuello, un fuerte contraste con el azul glacial de sus ojos.
Regresó su mirada a ella y esto fue todo lo que Demi pudo hacer para no jadear ante el impacto de esos ojos.
—Lo habría conseguido. Si, hubiera tomado el control de la propiedad de Ester.
Hubiera evitado que vendiera hasta que pudiera estar seguro de que la decisión  era sensata, de seguro ella sabía lo que estaba haciendo, y por qué.
—¿Y si ella quería?
Su mirada se centró en la de ella, con su expresión inquebrantable.
—Habría seguido sus deseos.

¿Era suficiente? Demi atrapó su labio inferior entre sus dientes, mirando a lo lejos.
No podía permitir que su sexy apariencia, su dulce y salvaje aroma, o los recuerdos de su duro cuerpo presionando al de ella nublaran su mente. No podía dejar que sus hormonas la distrajeran de nuevo hasta que estuviera segura.
—Fue mi idea, Caperucita. —La abuelita alargó su mano hacia la de Demi, era tan suave y frágil que ella difícilmente la sentía. Relajó el apretado nudo de sus brazos y tomó la mano de la abuela.

—Con mis desvaríos no siempre podía estar segura de lo que era real y de lo que no —dijo. —Yo no quería preocuparte. Ya estabas tan ocupada con la pastelería.
Así que le pedí a Joseph que te vigilara por mí, aunque sabía que lo haría sentirse incómodo. Estuvo de acuerdo. Es un buen hombre, querida.
Demi estudió la adorable y aclimatada cara de la abuela, sus ojos azul cielo mirando con atención desde debajo de sus suaves parpados arrugados, la sabiduría brillando en sus profundidades. La abuela confiaba en él, es más, le quería y esto significaba todo.
Ella volvió su mirada a Joseph, su frente estaba arrugada, por la mirada preocupada de sus pálidos ojos. Sonrió. No podía evitarlo.
—Él es un hombre muy bueno.

El alivio se reflejó en su cara, relajando los músculos a lo largo de su frente y la rigidez de su boca. Bajó su mirada, sus mejillas tomaron un tinte sonrosado.
La miró, con ojos intensos, serios.
—Ester es querida para mí. Pero tú eres parte de mi, Demi, una parte de mi alma.
Lo has sido desde que te tuve en mis brazos esa noche. Eras tan joven, y yo era…
un desastre. Pero nada de eso importaba. El vínculo fue establecido entre nosotros de cualquier forma. Estamos impotentes contra eso. Sólo me tomó veintiún años admitirlo. —Demi lo buscó a través de la mesita de café de vidrio y Joseph tomó su mano en las suyas—. Vamos a tener que trabajar en esa veta testaruda.
Él rió y besó su mano, su mirada deslizándose en la suya mientras el azul pálido brillaba debajo de las largas pestañas negras.
—Suena divertido.
Su profunda voz retumbaba a través del cuerpo de ella, haciendo vibrar todos los diminutos cabellos a lo largo de su piel y enviando un flujo de líquido caliente a su sexo. Exhaló, con su aliento tembloroso, inclinándose hacia atrás en su silla cuando él soltó su mano. Oh, sí, definitivamente iba a ser divertido.
—¿Ahora estás seguro de que el amigo Cadwick ya no regresará más? —dijo la abuela.
Joseph asintió, mirando aún a Demi, su cabeza volteó lentamente hacia la abuela, sus ojos fueron los últimos en dejar la cara de ella.
—Sí —dijo. —Me detuve en su oficina para ver cómo estaba, uh, manejando los acontecimientos de anoche.
Demi tomó su vaso de té de la mesa, su boca estaba repentinamente seca.
—¿Qué dijo?
Joseph miró en su dirección.
—Está convencido que eres una Dr. Dolittle femenina y ahora tiene un fuerte deseo de donar dinero a la Reserva Bad Wolf Wild Game. Dijo que quería estar seguro que los animales nunca tuvieran razón para vagar por el bosque.
La abuela puso su mano sobre su antebrazo. Sus delgados dedos apretados.
—Gracias, Joseph. Sé cuán difícil ha sido para ti tener que tratar con él. Lo siento tanto.
Demi tomó otro sorbo y colocó su vaso de regreso en el posavasos.
—Creo que me estoy perdiendo de algo.
Demi atrapó su mirada pero la alejó.
—Cadwick, él… él era el hombre con el que Donna se estaba viendo antes del accidente.
—Oh, Joseph.
Él agitó su cabeza.
—Fue hace mucho tiempo. Un romance sin sentido. Fue mi culpa, no escuché lo que ella necesitaba. No la dejé ir. Sin embargo, creo que realmente él estaba enamorado de ella. Él cree que ella dejó el pueblo. Todos fuera de la familia lo creían. Pero, al parecer, esto hizo que sus asuntos conmigo fueran aún peor.
—Es un tonto— dijo la abuelita. Ambos, Demi y Joseph la miraron—. Venir aquí pretendiendo ser mi dulce Patrick. Pensando que no conocería la diferencia.
Demi miró a Joseph y él la miró a ella. Ninguno quería mencionar que en efecto Cadwick había hecho exactamente eso.

—Pidiéndome que firmara esos papeles, como si no supiera lo que eran. —dijo enojada—. Tonto. Sin embargo, nunca comprobó cómo firmé.
Eso no importaba, Joseph había hecho trizas los documentos.
—¿Cómo los habías firmado, Abuelita? —preguntó.
Su sonrisa brilló, sus mejillas eran redondas como manzanas.
—Caperucita Roja, por supuesto. Te dije que era un lobo en vez de un hombre.
Demi se levantó y lanzó sus brazos alrededor del cuello de la abuela, presionando un beso en la suave piel de su mejilla.—Te quiero, Abue. Eres lista.
Le dio palmaditas en su brazo.
—Gracias, querida. Puedo ser vieja, pero no estúpida.
Joseph rió mientras Demi se dejaba caer de regreso en su asiento.
—No, Ester. Nadie nunca te llamaría estúpida.

Amor Desesperado Epilogo





Tres años y medio después, Nick casi reventó de orgullo cuando su mujer, Miley Polcenek Nolan, se graduó con matrícula de honor en la universidad de Virginia. Ella aceptó el diploma y le lanzó un beso con la punta de los dedos. Una hora después vomitó el desayuno en el cuarto de baño.

Preocupado, Nick paseaba por el pasillo, mientras la familia esperaba en la planta baja. Pensaban celebrarlo con una comida. La familia de Miley estaba muy orgullosa de ella. Su padre no hacía más que contarle a propios y extraños que su hija se había licenciado con matrícula de honor, y su madre hablaba de volver a estudiar.
Miley asomó la cabeza, con una tenue sonrisa.

—Son los nervios, ¿o estás enferma? —preguntó Nick, preocupado por su palidez—. ¿Quieres que vayamos al médico? Llevas unos días muy rara.
Ella se sentó al borde de la cama y se puso una toalla húmeda en la frente.
—En parte son nervios, pero me temo tendrás que acostumbrarte a que vomite las galletas por la mañana.
—Entonces te llevaré al médico —Nick frunció el ceño. No parecía preocupada, pero él si lo estaba.
Ella hizo un gesto de rechazo con la mano.

—Ya he ido al médico. Sólo esperaba el momento apropiado para decírtelo.
—Decirme ¿qué? —preguntó él con sequedad.
—Te estoy poniendo nervioso ¿verdad? Lo siento, cariño. No hay motivos para ponerse nervioso —dijo y vaciló—. Bueno, quizás un poco nervioso —corrigió.
—Miley —dijo él, a punto de perder la paciencia.
—¿Puedes sentarte a mi lado un segundo, por favor?
Nick respiró hondo y se sentó junto a ella. Los labios de Miley hicieron un mohín femenino, que lo puso aún más nervioso.

—Desde que nos casamos, creo que has deseado algo intensamente, pero no querías pedírmelo porque sabías que la universidad era muy importante para mí. Siempre que lo mencionaba, cambiabas de tema. Pero de vez en cuando me has dado pistas. Te advertí que tu vida conmigo sería liosa y está a punto de serlo mucho más.

Nick vio lágrimas en sus ojos y se le contrajo el corazón. Meneó la cabeza, recordando todas las noches que se había mordido la lengua para no hablar antes de que ella se durmiera, todas las veces que había mirado con envidia a los niños de sus amigos. Había procurado guardar el secreto, porque aunque tener hijos con Miley hubiera colmado todos sus deseos, ella era lo más importante. Miley y su felicidad.

—No creí que supieras leer el pensamiento —dijo con voz emocionada.
—Se me da mejor leer corazones.
—Oh, Dios mío —notó que sus ojos se humedecían—. Estas embarazada.
Ella asintió y se echó en sus brazos.
—Sí. Parece que vamos a tener que educar a un Súper Comando Guerrero niño o…
—Una Súper Comando Guerrera niña —dijo él—. Igualita que su madre —Nick se echó hacia atrás para mirarla a los ojos, brillantes de amor—. Nunca hubiera imaginado que una mujer liosa pudiera ser tan fantástica.

Fin

Amor Desesperado Capitulo 32




La familia de Miley había abierto los regalos y terminado la comida de Navidad cuando sonó el timbre. Ella estaba recogiendo los platos, mientras su madre y su cuñada intentaban que los niños se echaran la siesta.
Los últimos días habían sido muy difíciles. Había creído que estar con su familia la ayudaría a suavizar el dolor que sintió al dejar a Nick. En cambio, los niños de su hermano la recordaban a los niños que podría haber tenido con Nick, el muérdago que había en la cocina le recordaba a Nick.

Eran pensamientos fútiles, pero no podía evitarlos. Lo echaba de menos, y la aterrorizaba pensar que nunca dejaría de quererlo.
—Oye, Liv —llamó Butch—. Tienes visita.
Sintió cierta aprensión. No era Nick, se dijo. Si la amenaza de enfrentarlo a su padre y a su hermano no lo había asustado, sin duda lo habría conseguido la declaración de amor. Recordaba con dolor la conversación y la cara de asombro que puso Nick.
—Un momento —dijo, aclaró un plato y lo dejó en el fregadero.
—Nick Nolan, ¡caray! —dijo Butch, sacudiendo la cabeza.
Miley se quedó helada.

—¿Cuándo volviste a encontrarte con Miley?
Nick la miró y Miley se estremeció al ver la determinación de sus ojos.
—Es una larga historia —dijo—. Feliz Navidad, Miley.
—Feliz Navidad —balbució ella, con un nudo en la garganta. Él llevaba vaqueros y una chaqueta jaspeada y parecía totalmente seguro de sí mismo. Estaba tan guapo que le dolía mirarlo. Que Dios la ayudara, lo había echado mucho de menos.
A pesar de su pánico, Miley percibió la incomodidad de su hermano. La curiosidad de su padre era palpable.
—Nick vive en Richmond —explicó—. Es muy buen abogado.
—Vaya, hombre —dijo su padre, examinando a Nick—. Recuerdo que eras un chaval muy listo. Así que Miley y tú os encontrasteis en Richmond.
—Sí —dijo Nick con una mueca irónica—. Miley lleva un mes viviendo conmigo.
A Miley se le paró el corazón. Oh, no, no podía haber dicho eso. No lo había oído correctamente. Sin embargo, el silencio asombrado de su padre y hermano cayeron sobre ella como una tonelada de ladrillos.

—¿Has dicho que mi hermana lleva un mes viviendo contigo? —preguntó Butch.
Miley oyó el tono protector de su voz y se estremeció. Butch había dejado atrás su época de matón pero seguía siendo bastante bruto para ciertas cosas y la vida amorosa de Miley era una de ellas.

—No es lo que parece —se apresuró a intervenir, mirando de su hermano a su padre. Su padre parecía necesitar que alguien le golpeara la espalda para recuperar la respiración—. Era vecina de Nick, mi casa se incendió, él me salvó del fuego y se quemó las manos, luego dejó que me quedara en su casa hasta encontrar otro apartamento…
Butch se estaba poniendo colorado. Puso los brazos en jarras.
—Entonces no intentaste aprovecharte de mi hermana.
Nick miró a Miley, y ella se quedó sin respiración al comprender lo que seguiría.
—No puedo decir que no me aprovechara de la situación.
Miley notó en su voz que intentaba decirle algo ¿Por qué estaba allí? ¿Qué estaba haciendo?
—Pero será… —exclamó su padre levantándose de un salto.
—Maldito hijo de… —aulló Butch.
—¡No! —gritó Miley, aterrorizada de que Butch le rompiera la nariz por segunda vez.
Butch lanzó un puñetazo.

La mano de Nick se disparó, parando el golpe.
—Me hiciste eso hace veinte años, Butch. No vas a volver a romperme la nariz —dijo, mirándolo con dureza—. No he terminado de hablar.
—Entonces más vale que lo hagas rápido, hijo —refunfuñó el padre de Miley, ceñudo.
Nick apenas parpadeó. Se volvió hacia Miley.
—Quiero que te cases conmigo.
A Miley todo empezó a darle vueltas.
Su madre y su cuñada aparecieron en el umbral; Butch y su padre parecían totalmente confusos.
Miley se controló. ¿Cuántas veces había deseado que Nick la amara de verdad? Negó con la cabeza, su familia desapareció. Sólo veía a Nick.
—Ya he jugado a ser tu prometida. No quiero…
—No quiero que seas mi prometida, Miley  —dijo él acercándose—. Quiero que seas mi esposa.
El corazón le latía a tal velocidad que Miley temió desmayarse.
—No sé… no puedo —balbució, incapaz de concentrarse.
—Te quiero —dijo Nick.
—No digas eso —exclamó, a punto de echarse a llorar—. No digas que me quieres si no es en serio. No…
—Te quiero Miley —Nick le acarició la mejilla—. Quiero que estemos siempre juntos. Quiero ser tu amigo y tu amante. Quiero ser tu esposo.
—No creí que pudieras llegar a quererme —susurró ella.
—Te equivocaste.

—Bueno, si te casas con él, no importará si suspendes —intervino su padre.
Miley se puso rígida. El miedo de que Nick dominara su vida resurgió como un demonio.
—Miley no suspenderá —afirmó Nick mirándola—. Es una mujer extremadamente inteligente —dijo, como si fuera algo indudable—. Se merece la mejor educación. No me necesita para tener éxito, pero haré lo que esté en mi mano para ayudarla. Si ella quiere, puede contar conmigo.

En ese momento el corazón de Miley estalló en mil pedazos y después todo encajó en su sitio. Las lágrimas surcaron sus mejillas. Casi no podía creerse que se había enamorado de un hombre tan increíble, que no sólo la quería, sino que además estaba resuelto a ayudarla a lograr sus sueños. Podía entregarle su alma a Nick. Aunque a su mente le costara aceptarlo, su corazón estaba convencido de ello.

—Me casaré contigo. Pero tendrás una vida muy liosa —advirtió.
—No aceptaría otra respuesta —dijo Nick, la tomó en sus brazos y le limpió las lágrimas.