sábado, 10 de noviembre de 2012

Caperucita Y El Lobo Capitulo 20




—Bendito Taj Mahal, Batman. Puedes hacer que quepa toda la parte baja de la cabaña aquí.
Demi miró sobre el hombro de Joseph hacia la habitación mientras él la llevaba hacia el baño principal. Incluyendo la terraza solar.
La habitación era enorme, más grande de lo que cualquier otra habitación necesitara ser. La cama tamaño King size, de madera color claro con gruesos postes de madera tallada y diseños circulares a juego a través de la cabecera, podría haber empequeñecido su habitación en la cabaña, pero en esta habitación, era solo una pieza de mobiliario. Hacía juego con el armario, el vestidor y la cómoda, y con los veladores también.

La sala con sus sillas tapizadas de cuero beige y las otomanas a juego, la clásica chimenea, el pequeño mini bar de madera y el piso esférico obligatorio estaba sacada directamente de la guía de decoración para chicos ricos graduados. La única cosa que la alejó de pensar que ella había ingresado en una set de fotos de la revista de Arquitectura era el sitio la estructura con el sistema de juego y la TV dentro, junto con un impresionante montón de juegos. Un control estaba tirado a los largo del piso como si alguien hubiera estado sentado en la banca tapizada de cuero a los pies de la cama, jugando.
Joseph sentó a Demi en el mostrador.

Su pierna y hombro dolían, pero un extraño calor y una excitación surgían a través de sus venas, y parecía sobreponerse a lo peor del dolor. La adrenalina era una cosa maravillosa.
—¿Es este tu baño? ¿De verdad? —Ella se había quedado en habitaciones de hotel más pequeñas que este baño.
—Sí, Demi. Mi habitación es grande.
—Muy grande.
—Tú has establecido eso. Ahora responde mi pregunta. ¿Qué estabas haciendo allá afuera? Te han dicho desde pequeña que te mantengas en los caminos. Que te mantengas lejos de esta zona del bosque.
— ¿Cómo sabes eso?
—Tú sabes cómo. — Él se puso en cuclillas alcanzando las puertas del gabinete de abajo. Él golpeó la cara interna de su rodilla, indicándole que abriera sus piernas. Cuando ella lo hizo él abrió la puerta tras de ellas—. Tú abuela y yo hemos sido amigos por un largo tiempo.

Demi tragó. Ver a ese enorme hombre de cabello gris y negro bamboleándose entre sus muslos le trajo una corriente de pensamientos de chica sucia a su cabeza.
—Eres muy joven para haber sido amigo de la abuela cuando yo era una niña.
No puedes ser más de diez, quizá doce, años más viejo que yo. Él miró hacia arriba—. Soy más viejo de lo que parezco. Su mirada recayó en la V de sus piernas. Su expresión se fundió de la distracción al interés focalizado en un instante. Él humedeció sus labios y luego miró hacia el rostro de ella como si hubiera recordado que ella estaba mirando. Sus mejillas se calentaron un poco, pero luego volvió a su búsqueda bajo el mostrador.
—Hay cosas sobre mi familia, sobre mí, que necesitas saber. Especialmente después de esta noche. Verás, nosotros no somos exactamente normales. —Joseph se levantó, sus manos llenas de gaza, cinta, tijeras, desinfectante y lo que parecía ser tres cajas de distintos tipos de banditas, una de ella con las caricaturas de Scooby-doo.
—No son normales. Sí, me di cuenta de eso la última vez que estuve aquí. —Ella se arrastró hacia atrás, cerró sus piernas, recordando el intercambio entre los miembros de la familia en el patio—. Una verdadera familia… unida.
¿Cómo ella podría olvidarlo?
Problemas de poder con su sobrino, batallas con su cuñada, una sobrina que
parecía enojada con el mundo y una suegra aparentemente ciega sobre todo
eso. Joseph estaba clavado en medio, tratando de hacerlos a todos felices, lo cual
para ella sólo empeoraba las cosas. Ella mantuvo esa opinión en reserva.
—Bastante unida. Esa es una forma de describirnos.
Un profundo aliento se sintió tibio en el pecho de ella. Su ropa se pegó a su
cuerpo, el aire se puso más denso, parecía presionarla—. ¿Por qué esta tan
caliente aquí dentro?
Joseph dejó los suplementos médicos a cada lado de ella y presionó la palma de su
mano en la frente de ella. Su frente se contrajo frunciéndose familiarmente pero
no dijo nada.

Demi cerró sus ojos. Su mano era fría contra su piel y traía su deliciosa esencia de
colonia dulce de hombre y bosque fresco a su nariz. Ella trató de no disfrutarlo,
pero las cosas se estaban tornando un poco enredadas en su cabeza y el calor
estaba haciéndole sentir hormigueos en su piel, sensible.
El hecho de que ella hubiera considerado cada posible forma de estar sola con
este resistente y sexy hombre desde que ella prácticamente saltara sobre él en el
lago de la cantera tenía que tener algo que ver con esto. Mucho que ver con
esto, la verdad. No es que importara. Ella era una cobarde cuando se refería de
dejarle saber a un hombre lo que ella quería. Pero esta noche, de alguna forma,
ella ya no era tan cobarde.
Él engancho sus dedos en el cuello de su camiseta y tiró lo suficiente para mirar
bajo ella.
—¿Buscando algo?

Él la dejó ir—. Esta camiseta esta arruinada, y necesito llegar a la herida.
—Oh, está bien. Así que ¿Qué es lo que quieres…?
Un fuerte tirón y él rompió la camiseta a lo largo de la costura desde el cuello
hasta su hombro antes de que ella terminara la frase. Tiró de todo su cuerpo e
hizo a su corazón saltar hasta su garganta.
Lo más provocativo de su hombro era el tirante de su sostén, pero él se quedó
mirando fijamente su carne expuesta como un hombre hambriento, hambre de
hombre refulgiendo en sus ojos. Sus manos sostuvieron los extremos desgarrados
de la camiseta de ella como si él estuviera luchando con pensamientos
contradictorios, su pecho subiendo y bajando con respiros deliberados.
La excitación fluyó por el sistema de ella, apretando sus músculos, estremeciendo
su estómago y humedeciendo el canal de su sexo—. ¿Es suficiente o estas
planeando destruirla completamente?
No es que ella tuviera un problema con eso.

Las manos de ella se empuñaron sobre las mallas de sus muslos. Ella contuvo el
aliento. Trató de no imaginarlo. Ella buscó su mirada. ¿Estaba él pensando lo
mismo? Él no había respondido, su rostro era serio, el ceño fruncido en
concentración.
Después de un respiro profundo él extrajo una pieza de gaza, empapándola en
desinfectante. Cuando se giró hacia ella, él era la viva imagen del autocontrol. Él
paso la almohadilla empapada sobre la carne rota donde ella había sido
mordida.
Él hubiera podido haberla acuchillado con un atizador y le hubiera dolido menos.
Ella siseó—. Hijo de Cheech y Chong. —Tanto por la adrenalina enmascarando su
dolor.
Él se encogió de hombros—. Si, esto puede arder un poco.
—¿Tú lo crees?
—Lo siento. —Él se acercó a ella para ver la parte de atrás de su hombro. Su
pierna se presionó contra sus rodillas así que ella abrió las piernas permitiéndole
acercarse. La posición presionó el bulto en el cierre de su pantalón contra la
rodilla de ella y le dejó saber que su comportamiento tranquilo era solo
superficialmente profundo.

Ella tragó fuerte, luchando con la urgencia poderosa de alcanzar su polla casi
rígida para dejarla dura y preparada. Ella humedeció sus labios, y luego se mordió
el interior de su mejilla. La necesidad de tocarlo era casi irresistible.
¿Qué demonios estaba mal con ella?
Joseph era sexy como el infierno, olía como un hombre al que pegarse, con una voz
que podía derretir mantequilla y un cuerpo que podía dejarla jodidamente ciega.
Pero ella nunca había estado tan lista y preparada en toda su vida. Además, ella
casi no lo conocía y lo que ella si sabía de su vida era lo suficientemente torcido,
por decir lo menos.
—Se ve feo ahora, pero sanará rápido. —Él se enderezó, haciendo una bola con
la gaza ensangrentada en sus manos—. Siento mucho esto. De verdad, pero si tu
hubieras escuchado a tu abuela por una…
—Hey. No nos metamos en las dinámicas familiares del otro. ¿Está bien?
Él lanzó la bola a través de la habitación hacia el baño y golpeó el papelero junto
a él sin tocar el borde. Él se alejó y enganchó sus manos en las costuras de sus
mallas a la altura de sus pantorrillas. Un tiro rápido y el material se desgarró. Como
no había costuras que seguir el resultado fue irregular, terminando bastante más
arriba de su rodilla.

—Confiésalo. Te gusta hacer eso. ¿Cierto? —Ella estaba tratando de aligerar el
incómodo momento, pero la crudeza en su voz la hizo sonar más como un vamos.
Su pequeña risa fue apretada en su garganta—. Si claro— dijo él como si
estuviera jugando, pero no realmente. Él le sacó las zapatillas y los calcetines y
luego agarró una nueva porción de gaza empapada en desinfectante.
Él se arrodilló. Su enorme mano acarició suave y sedosamente su pierna, con
cuidado de evitar su herida. Él bajó hacia sus talones y luego a lo largo de la
planta del pie y de vuelta a su tobillo. La sensación envió un tibio temblor hasta la
cima de la cabeza de ella, el cual bajó hasta asentarse entre sus muslos.
Él se aclaró su garganta y comenzó a hablar como si él no la hubiera acariciado
recién sin ninguna razón—. Joy es mi suegra. —Él dejó el pie de ella descansar en
su rodilla. Alineando sus ojos con los de ella dijo—, va a arder de nuevo.
Ella asintió, apretando.

Él limpio la herida mientras hablaba—. Lynn es la hermana de mi esposa, Rick y
Shelly son los hijos de Lynn. Su padre, Shawn, no era… uno de nosotros cuando los
gemelos fueron concebidos. Ellos habían tenido una relación pasajera. Él estaba
casado sin intenciones de nunca dejar a su esposa y de alguna forma en la
mente de Lynn eso es mi culpa. Él no es lo suficientemente bueno para ella. Esa es
la forma en la que me siento.
Él negó con la cabeza y tomó más gaza—. De todos modos, después de que mi
suegro resultó muerto por un ranchero en Utah…
—¿Muerto? ¿Quieres decir asesinado?
Joseph se detuvo un momento para mirarla—.Sí. El chico atrapó a mi suegro
matando a sus ovejas. Es un problema común con los lobos en ese estado. Había
rumores. Ellos no pudieron probar que alguno de ellos eran hombres lobo. Los
malditos rancheros comenzaron a usar balas de plata sólo para asegurarse, por si
acaso.

¿Hombres lobo? Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Demi a pesar del
sudor que pegaba su camiseta al pecho. La implicación era bastante clara pero
demasiado bizarra para aceptarla. Combinada con todo lo demás… El lobo
plateado que su abuela amaba, más humano que animal, y la familia de Joseph,
más animal que humana y el lobo que ella había conocido en el bosque… Quizá
lo bizarro era posible. O el suegro de Joseph fue confundido con un lobo. O él era
uno.

No. Los hombres lobo no existen.
Joseph se levantó, tirando de las bolas de gaza—. Su muerte me dejó como el
hombre más viejo. Yo como que me deslicé en el rol de macho alfa sin siquiera
darme cuenta. Ellos son mi responsabilidad ahora, Joy, Lynn, los chicos. Así es
como funciona. Es mi trabajo velar por sus necesidades, comida, techo, ropa…
sexo. Lo último es solo un tema con Lynn en realidad, y sólo porque ella sabe las
leyes, quiere hacerme pagar por su decepción.
Él la miró como si estuviera tratando de calibrar su reacción a esto último.
Demi aún estaba alrededor de la palabra alfa en su cabeza.
—¿Sexo? ¿Tú tienes sexo con ellos? ¿Todos ellos?
—No. Puedo, pero no lo he hecho. Excepto… Lynn, una vez. —Él miró sus manos,
frotando las manchas de sangre en sus dedos—. Nosotros tenemos instintos
diferentes. No es como una familia de humanos.
¿Humanos?

—Me tengo que ir. —Al infierno con sus fantasías sexuales sobre Joseph y la primera
oportunidad real de hacerlas realidad. Esta noche se había inscrito en la zona roja
de su medición de lo extraño. Ella trató de descolgarse del mostrador, pero Joseph
se interpuso, sus manos agarrando sus caderas, sosteniéndola en el lugar.
—No puedes Demi, no es seguro.
—¿Por qué no? ¿Frankenstein y Drácula me están esperando en algún lugar ahí
afuera también? ¿O es sólo tu familia de la que me tengo que preocupar? Esos
fueron ellos, ¿Cierto? Ellos fueron los lobos que me atacaron, y casi me mataron.
—Sí. Pero no creo que ellos quisieran herirte. No de verdad. El lobo en nosotros es
aún un animal salvaje en el corazón, impredecible, guiado por el instinto. —Él
suspiró—. Escucha, sé que esto parece extraño…

—¿Extraño? No. Pasamos lo extraño hace tres días atrás. —Ella se removió,
tratando de romper el agarre de él, y tratando de no sentir la onda de excitación
de estar siendo tan fácilmente retenida por él.
—Está bien. No hablaremos más de eso esta noche. Lo prometo. Sólo… quédate.
Por favor. Necesito que te quedes aquí esta noche. —Él sonaba sincero, como si
significara todo para él el tenerla aquí esta noche con él. ¿Por qué? ¿Qué es lo
que quería de ella? Su mente se llenó de posibilidades, la corriente de excitación
creció. Las manos de ella se enrollaron en los antebrazos de él, sintiendo los
cordones de músculos de acero bajo la camisa de hombre. El aliento de ella
tembló, cerró sus ojos.
Como si él pudiera escuchar sus pensamientos, oler su lujuria creciente, los dedos
de Joseph se flexionaron en las caderas de ella, agarrándose al material elástico
de sus mallas en cada lado. Él se acercó, cobijando sus caderas entre las piernas
de ella. Con un simple tirón, él la acercó al borde del mostrador. La ingle
sonrosada de ella contra el duro eje de su polla.

—Quédate conmigo Dem. —La voz de él era baja, retumbando en su pecho y
vibrando a través del cuerpo de ella como un trueno distante—. Te quiero aquí. Tú
no sabes cuán difícil es para mí admitirlo. Traté de pretender que tú no me
afectabas, que yo estaba haciendo las elecciones. De convencerme de que la
forma en la que me sentía a tu alrededor era controlable, que podía ignorarlo.
Estaba equivocado. Quédate, Demi.
—¿Tu plan es mantenerme aquí contra mi voluntad?
—No. —Él puso sus labios en la oreja de ella, la boca de ella en el pecho de él—.
Pero amaría la posibilidad de convencerte de que te quedes.
El aliento de él era tibio, tranquilizador y erótico contra su piel. Ella se sentía como
un gatito en la arena para gatos. Había sido una noche extraña, atemorizante y
estimulante. La habitación recalentada, la esencia de él, la pelea por su vida,
todo la hacía sentir mareada y dejaba a su cuerpo queriendo. Era demasiado
difícil pelear. Ella no quería hacerlo más. Así que paró de luchar.

Ella lo olió, sus manos viajando hacia los ganchos del cinturón en sus pantalones.
Sus piernas se enrollaron alrededor de las de él. Ella empujó, presionando su
húmedo y necesitado sexo contra la dura longitud de él—. Convénceme.
Era ambos, una invitación y un desafío. Joseph  era bueno con ambos.
Admitiéndolo, él quería que ella se quedara por su propia seguridad, por la salud
de ella. El primer cambio era duro y atemorizante como el infierno. Pero había
una parte de él, una enorme parte que se agrandaba por segundos, que quería
que ella se quedara sólo por razones egoístas.

A él le gustaba la forma en que se sentía con Demi, cómodo, en casa. Él nunca
había sentido esto antes, ni siquiera por Donna. No era justo. Él debería haber sido
capaz de darle eso a ella, de encajar tan perfectamente con alguien como
ahora. Él no lo había hecho. Pero él estaba tan cansado de castigarse a si mismo
por sus fallas. Por una noche el había aceptado que quizá él de verdad merecía
sentirse feliz.
Joseph besó la oreja de Demi, luego la saboreó, sólo un rápido lamido de su
lengua. Azúcar y especias. Jesús, él siempre había pensado que eso era sólo una
rima de cuento de niño. La profesión de Demi lo hacía una realidad distractora.
—Ducha primero.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Amor Desesperado Capitulo 6 Niley




—Es lo menos que puedo hacer —dijo Miley, incapaz de soportar ver a Nick destrozar el trozo de pastel. Se apoyó contra la mesa y le puso un trozo de pastel delante de la boca—. Me salvaste la vida.
— ¿Es necesario volver a hablar de eso? —gruñó Nick.
—No —rió ella—. Te has apañado bien con el sándwich de pavo, pero estás machacando mi pastel. Deja de quejarte y come —insistió. Estaba claro que odiaba que lo ayudara—. Vamos. Sabes que te apetece.

Él la lanzó una mirada que fue como una bofetada de sensualidad. Parpadeó sorprendida, al ver la pasión en sus ojos. Él cambió de expresión, cerró la boca alrededor del tenedor y aceptó el bocado. Era una locura, pero incluso su manera de devorar el trozo de pastel le pareció sensual. Desafortunadamente, Miley sabía que la fuerza solía ser el escudo tras el que se escondían los abusones. Sin embargo, Nick no le daba esa impresión.
Al verlo pasarse la lengua por los labios se le encogió el estómago. Él gruñó apreciativamente y ella volvió a sentir la misma sensación. Lo observó mientras tragaba, inquieta por sus sentimientos.
—Tienes razón. Está delicioso. Quiero más —dijo él, mirándola.
Ella sintió un escalofrío. Sería un amante exigente, pensó. Se preguntó si también sería generoso. La idea de ser responsable del placer de Nick era increíblemente seductora. Le ofreció trozo tras trozo notando como la tensión crecía en su interior. Él chupó una cereza con la lengua y ella sintió una oleada de calor.

Cuando comprendió que la estaba excitando ver a Nick comer, se sintió avergonzada de sí misma. ¡Qué estaba pensando! Respiró lentamente varias veces y se recordó que había tomado una serie de decisiones cuando se matriculó en la universidad. Durante el primer año los hombres estaban prohibidos. Había decido mentalmente apagar el interruptor de su corazón y de sus hormonas femeninas.
Cuando Nick comió por fin el último bocado, estaba tan nerviosa que tenía ganas de romper el plato. Lo recogió y lo llevó a la pila.
—Estaba buenísimo. Gracias…
—De nada —replicó Miley, abriendo el grifo.
Percibió, más que oír, que Nick la seguía. El corazón le latía acelerado y se mordió el labio mientras lavaba el plato.
—¿Hay alguna razón por la quieras arrancar el dibujo del plato? —preguntó Nick, casualmente.

—No —respondió con voz aguda, un tono que odiaba porque denotaba su nerviosismo. Rígida, aclaró el plato, forzó una sonrisa y se volvió hacia él.
Aunque parecía relajado, Miley estaba segura de que sus ojos azules estaban devorando cada detalle de su persona, desde el pelo revuelto, las mejillas sonrosadas y cada curva de su cuerpo hasta los pies. La miraba tan intensamente que se preguntó si podría leer su mente.
—Me alegro de que te gustara el pastel. Me voy a estudiar un examen.
— ¿De qué asignatura?
—Civilización occidental —respondió, deseosa de concentrarse en otra cosa—. Me sé los temas, pero cuando miro las preguntas del examen me quedo…
—En blanco —intervino Nick, asintiendo con la cabeza.
Sorprendida de que Nick entendiera su nerviosismo, dio un respingo.
—Se me hace difícil creer que sepas lo que es eso.

—No solía ponerme muy nervioso en los exámenes, pero me quedé en blanco unas cuantas veces —admitió—. Respirar profundamente y pasar a la siguiente pregunta, para volver a la primera al final, solía ayudarme.
—Tendré que acordarme de eso —dijo Miley, apuntándolo en su lista de trucos para sobrevivir el primer año de carrera. Pero le iba a ser muy difícil recordar nada si Nick no se apartaba. Cada vez que respiraba percibía su olor, y sus hormonas respondían automáticamente.
—No pareces nerviosa —murmuró él, acercándose aún más—. Pareces… —dudó—. Enfadada.
—No estoy enfadada —dijo Olivia con vehemencia.
Él la recorrió con mirada especulativa.
—O excitada.
Miley, muda de repente, sintió una punzada de pánico. «No, no, no». No deseaba estar excitada, y si lo estaba no quería que él lo supiera. Quiso negarlo, pero las palabras se le quedaron atragantadas en la garganta.
Nick inclinó la cabeza hacia un lado e hizo una mueca.
—Bingo —dijo con voz grave y aterciopelada, teñida de sorpresa—. ¿Qué es lo que te ha excitado?

—Nada. Nada, nada. No estoy excitada —repuso Olivia.
—En mi profesión —Nick sonrió abiertamente—, he aprendido que la gente tiende a responder con énfasis cuando no dice la verdad.
Miley inspiró profundamente, captando de nuevo su aroma sutil y sexy. Debería desagradarla que la estuviera poniendo en un aprieto, decidió aferrarse a esa idea. El desagrado era mucho más seguro que la excitación.
—Ha sido un momento de locura temporal —explicó—. Un ramalazo extraño que ya ha desaparecido. Por completo —añadió.
—¿Seguro?
—Sí —replicó ella alegre, rezando porque fuera verdad.
—¿Qué lo provocó? —preguntó él, curioso.
— ¿Qué provocó qué?
— ¿Qué te ha excitado?
Miley notó que sus mejillas ardían y miró hacia otro lado.
—No estoy segura.
— ¿Ha sido algo que he dicho?
—No, sólo…
—Algo que he hecho —concluyó él.
Miley gimió y cerró los ojos. No la iba a dejar en paz. Iba a seguir atacando hasta que contestara. Abrió los ojos y se enfrentó a él.
—Vale, vale —dijo—. Si te lo digo ¿lo dejarás?
—Dejar ¿qué?
— ¡De acosarme!
—Sí.
—Fue la forma de comerte el pastel.
—La forma de comerme el pastel —repitió él, como si ella hablara en chino. Parpadeó lentamente—. Pero si me lo diste tú.
—Sí, pero disfrutaste mucho. Había algo… sensual… en tu forma de comer. Lo devoraste —hizo una pausa— con pasión.
—La forma de comerme el pastel —volvió a repetir Nick. Miley había sido una niña rara, ahora era una mujer estrambótica. Atractiva, pero chiflada—. ¿Sólo eso?
La vio suspirar exasperada y deseó ardientemente poder utilizar las manos. Sentía la necesidad de atraerla a sus brazos y besarla con el mismo placer con que había comido el pastel. Luchó contra su deseo, impaciente con la atracción que le provocaba, impaciente consigo mismo.

—Bueno, puede que también tu olor —admitió ella a regañadientes, apoyándose en la encimera—. Pero fue algo temporal.
—Una anomalía irrepetible —dijo él con voz tranquila, pero cada vez más impaciente.
—Sí —asintió ella.
Que se fuera al diablo el control, pensó él. Sólo era un beso, una forma de sacársela de la cabeza. Nick había aprendido que la realidad de una mujer pocas veces era tan intrigante como la fantasía. Puso los brazos a ambos lados de la encimera, atrapándola.
—Si es irrepetible, no deberíamos desaprovecharla.
—¿Desaprovecharla? —gimió ella, abriendo los ojos de par en par.
Él agachó la cabeza.
—¿Qué haces? —susurró.
—Curar esa mutua locura temporal —murmuró, y la besó. Ella, atónita, se puso rígida, pero tras un segundo se relajó. Sus labios le parecieron suaves y carnosos, y cuando los entreabrió él introdujo la lengua en su boca. Sabía a pastel de cerezas y a algo más provocativo.

Miley gimió suavemente y todo el cuerpo de Nick vibró. Frotó sus labios contra los de ella, que respondió mordisqueándole el labio inferior.
Nick se acercó más y sintió los pezones erectos a través de la blusa. Hubiera dado cualquier cosa por tocarle los senos, pero tenía las manos vendadas. Agitado, continuó besándola, comiéndole la boca y dejando que ella le respondiera.
Siguió besándola, deseando más cada vez. Ella levantó las manos y le agarró la cabeza, apretándose contra él.
Nick, completamente excitado, comenzó a frotarse contra ella. Se la imaginó húmeda y volvió a desear tocarla con los dedos. Con la boca. Con el cuerpo.
Centímetro a centímetro, Miley deslizó los dedos hasta sus caderas y lo atrajo hacia sí, sintiendo su excitación.
—Oh, Dios mío —susurró, apartó la boca y lo miró consternada—. Tengo que parar —dijo, como si hablara consigo misma—. Tú tienes que parar.
«Parar». Aunque él captó el significado, su cuerpo deseaba más. Ella cerró los ojos con determinación un segundo y luego lo miró.

—No puedo hacer esto —explicó—. Cuando volví a estudiar decidí desenchufar mi sistema hormonal y debe seguir así. ¡No puedo suspender!
Si no hubiera sido por su obvia angustia, Nick se habría reído a carcajadas de la tontería de desenchufar un sistema hormonal. Sin embargo, su consternación le llegó a lo más hondo. Eso le sorprendió, hacía mucho tiempo que Nick había protegido su corazón contra todo tipo de asalto.

—¡Eh! —exclamó—. ¿Qué es eso de suspender? Un beso no hará que suspendas.
Vio multitud de expresiones fugaces pasar por sus ojos antes de que ella desviara la mirada. Tuvo la impresión de que estaba a punto de echarse a llorar.
Miley ¿qué es esa bobada de suspender?
—Algunos no creen que sea una bobada —protestó Miley, con los ojos marrones brillantes de lágrimas, que se esforzó en esconder—. Algunas personas creen que voy a suspender.
—Algunas personas no tienen ni idea. De hecho, muchas personas no tienen ni idea —repuso Nick, sintiéndose fieramente protector.
—Mi familia no me ha dado muchos ánimos —comentó ella
.
—Pero eso no te sorprende —dijo Nick, con voz cínica—. La familia puede ser el mayor apoyo de una persona o su mayor detractor. Tú eres la que vas a clase y estudias. Tú quien lo va a conseguir. No ellos. Uno de los mayores placeres de la vida es hacer algo que otros consideran un imposible.
Nick calló de repente, sintiendo cierta vergüenza ante su propia convicción. Pensó que probablemente sonaba como un anuncio. Pero la cara de Miley se iluminó igual que si hubiera encendido una vela. Le pareció ver una mezcla de esperanza y determinación en sus femeninos rasgos.

—De acuerdo —dijo ella, y con esa voz que era naturalmente sensual, añadió—. Súper Comando Guerrero.
Mientras ella se dirigía a su habitación, él recordó su comentario sobre desenchufar el sistema hormonal y movió la cabeza de lado a lado. Para conseguirlo le haría falta un hábito, un velo y, quizás, un guardián.
Nick maldijo cuando colgó el teléfono.

Miley lo miró recelosa. Llevaba toda la tarde paseando de arriba abajo, callado y de mal humor. No quería acercase a él, sobre todo porque la preocupaba lo poco que le había costado excitarla el día del pastel. Estaba empeñada en que no volviera a suceder. Lo ayudaría hasta que le quitaran los vendajes y luego buscaría otro lugar para vivir. Era lo menos que podía hacer.
—¿Problemas? —preguntó.
—Sí. Bob Dell, un socio de mi bufete, me ha ordenado que vaya a un cóctel que da un cliente. Dice que ahora mismo estoy «de moda» y quiere aprovecharse de mi popularidad, «mientras dure» —añadió con sorna— para conseguir una nueva cuenta.
—Quizás no esté mal. Unas copas y unos canapés. Con los vendajes seguro que ni siquiera tienes que darle la mano a nadie.
Nick se miró las manos y puso mala cara.
A Miley le recordó a un tigre con una pata herida.
—Si quisiera dedicarme a la política, estaría trabajando para el fiscal de la comunidad de naciones —gruñó Nick.

—No —murmuró para sí Miley—. Serías el fiscal de la comunidad de naciones.
—Tienes razón —rió él. Suspiró y movió la cabeza con resignación—. Tengo que llevar pareja.
—Eso no es problema. Tenemos una larga lista de mujeres que se mueren por…
—Ni en un millón de años —cortó él—. No me hacen falta ese tipo de complicaciones. Necesito a alguien que entienda que esta fiesta no es más que un trabajo —dijo, mirándola enfurruñado.
Se hizo el silencio entre ellos. A Miley se le contrajo el estómago al notar cómo la miraba: analítico y calculador. Fue a por la lista de mujeres que lo habían llamado durante la semana.
—¿Estás seguro de que una de éstas no…?
—Tú —dijo rotundo.

Miley negó con la cabeza, aunque el corazón le dio un vuelco.
—Sabes que ahora mismo no quiero involucrarme sentimentalmente. Y yo sé que tú tampoco.
—Es el sábado por la noche —dijo Nick, como si ya estuviera todo decidido.
—No creo que sea buena idea.
— ¿Por qué? —inquirió él con tono razonable.
«Porque eres demasiado sexy, demasiado atractivo, demasiado fuerte». Miley se mordió el labio para evitar esos pensamientos.
—Simplemente no… —comenzó con vaguedad y luego soltó lo primero que se le ocurrió—. No tengo nada que ponerme.
—No es problema —replicó Nick sin dudarlo—. Te daré mi tarjeta de crédito y puedes ir a comprar algo.
—¡Oh, no! No puedo permitir que pagues…
—Insisto —interrumpió él—. No irías a la fiesta si no fuera por mí. Y no irías si yo no te hubiera rescatado.

—Oh —Miley tragó saliva, al recordarlo—. Supongo que es lo menos que puedo hacer.
Helen Barnett, la asistente de Nick, era una mujer rubia meticulosamente arreglada, y tenía más clase en un dedo meñique que la que la mayoría de las mujeres se atrevían a desear. Miley le calculó cuarenta y pico años, y se hubiera sentido intimidada de no ser por la calidez de su mirada. Fueron juntas a una elegante boutique de Libbie Avenue.
—Oh, no —murmuró tras echar una ojeada a los precios—. Decididamente este sitio no es para mí.

—Claro que sí —sonrió Helen—. Aquí encontraremos el vestido perfecto.
Dudosa, Miley miró los percheros.
—Son todos demasiado…
—¿Demasiado qué?
—Caros —susurró, tras carraspear.
—Nick dijo que el dinero no era problema y me dio su tarjeta de crédito. No tienes por qué preocuparte.
—Había pensado devolvérselo —objetó Miley.
—Considéralo un acto de caridad hacia él —dijo Helen, haciendo un gesto de rechazo con la mano—. Nick gana mucho dinero y no tiene tiempo para gastarlo. Además, eres la primera mujer normal que ha pasado por su vida en años.
Miley estaba segura de que Nick no la consideraba muy normal.
—Sigo pensando que debe haber alguien más apropiado que yo para asistir a la fiesta con Nick.
—No. Nick ni siquiera se ha acercado a conocer a la chica adecuada. No es que yo sea una casamentera, pero siempre he pensado que la mujer adecuada necesitaría tener una serie de cualidades muy inusuales; decididamente él está cortado por otro patrón.
—Cortado por otro patrón ¿en qué sentido? —preguntó Miley, curiosa por conocer la perspectiva de Helen. Esta ladeó la cabeza pensativa.

—Es casi demasiado inteligente para su propio bien, y todo el mundo sabe que tiene el instinto depredador de un león. De hecho, uno de los socios comentó una vez las diferentes formas de matar de leones y tigres. El león le rompe la espalda a su víctima.
—Para mí es muy difícil conciliar esa imagen con la del niño que conocí cuando vivíamos en Cherry Lane.
— ¿Conociste a Nick cuando era un niño? No me lo dijo. Tengo que preguntártelo, ¿qué tipo de niño era? ¿Un abusón?
Miley negó con la cabeza, pensando en su hermano.
—En absoluto. Nick se enfrentaba a los abusones. Incluso me defendió a mí unas cuantas veces.
—Entonces conoces su secreto —repuso Helen, mirando a Miley con curiosidad.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Miley, sintiendo una extraña sensación de mariposas en el estómago.
—Nick no sólo tiene el instinto depredador de un león, también tiene corazón de león. Pero mantiene su corazón amurallado y no disfruta de su tiempo libre. Es una pena ¿no crees?
Miley rememoró la semana que llevaba en casa de Nick y la imagen que Helen tenía de él encajó perfectamente.

—Sí lo es —dijo, pero se recordó que no podía, y no debía, hacer nada para arreglarlo. Aún así, la molestó pensar que Nick no estaba disfrutando de la alegría de vivir.
— ¡Santo cielo! —Exclamó Helen, interrumpiendo el pensamiento de Miley—. Sólo tengo cuarenta y cinco minutos para ayudarte a encontrar algo antes de volver a la oficina —Helen eligió un vestido negro—. Hay que darse prisa. ¿Qué te parece éste?
Aunque accedió a probárselo, Miley buscó en vano los vestidos largos y sueltos que solía ponerse cuando no llevaba vaqueros. En Georgetown había trabajado en una peluquería exclusiva pero moderna, y todas las estilistas seguían el dictamen de ropa informal de la dueña.
Treinta minutos después, Miley salía de la tienda con un vestido de punto blanco de diseño exclusivo que se ajustaba a su cuerpo a la perfección. Zapatos, bolso y chal completaban el conjunto, que había costado tanto como dos de las mensualidades que Miley pagaba por su coche.
—Aún no pareces convencida —comentó Helen—. El color es perfecto para tu tono de piel y tu pelo oscuro.
—Siempre que no me tire nada encima —balbució Miley, insegura. No debería ir a esa fiesta.

—Estarás maravillosa —rió Helen—. Con ese vestido puede que hasta Nick cambie de opinión sobre involucrarse en serio.
— ¡No! No quiero que cambie de opinión. No quiero tener una relación. Me he prometido no tener ningún romance ahora que voy a la universidad.
— ¿Ningún romance? —se sorprendió Helen.
—Eso es —dijo Miley—. Las relaciones sentimentales están prohibidas, sobre todo en mi primer año de universidad. Tengo que concentrarme en los estudios. He desenchufado mi sistema hormonal.
Helen sonrió suavemente, dubitativa.
— ¿De verdad crees que puedes desenchufar el corazón?
—Tengo que hacerlo —aseguró Miley, pero sintió que el corazón la oprimía en el pecho.