Ocho horas después de su
reunión con Joe,
estaba sentada en el gran sofá del salón, desahogando su frustración con sus
hermanas pequeñas.
Rita, que trabajaba de enfermera en
el Hospital General de Boston y estaba a punto de cumplir veinticinco años, la
escuchaba con simpatía.
Por otro lado, Maria, de veintitrés años, parecía
preocupada. Estaba sentada al lado de la ventana, contemplando la puesta de
sol. Demi
admiraba la mano
que tenía su hermana para los negocios, y aquella noche necesitaba toda su
atención.
-¿Es que no te importa lo que
está ocurriendo? -preguntó Demi, incapaz de contener su irritación.
Maria se dio la vuelta de inmediato
y la miró fijamente con la facciones de su rostro aniñado algo descompuestas.
A pesar de su pequeño tamaño, exudaba fuerza.
-Eso no es justo. Tú sabes lo
importante que era para mí la promoción del día de San Valentín. Estoy tan
preocupada como tú por la empresa que fundaron nuestros abuelos.
Por supuesto que era así. Demi se sintió culpable al
instante. Maria
llevaba la
heladería Lovato, un local retro situado en
Hanover Street en el que se respiraba el encanto y la emoción de tiempos
pasados.
Pero Demi no podía evitar preguntarse si
no estaría ocurriendo algo más en la vida de Maria. Últimamente, su hermana había estado
marchándose casi a hurtadillas, como si fuera a encontrarse con alguien en
secreto.
Demi sacudió la cabeza con
incredulidad. Todo aquel asunto del montaje que le había propuesto Joe la estaba volviendo loca,
llegando incluso a imaginarse un amante secreto para Maria.
-Me siento como si estuviera
atrapada entre una roca y una pared de piedra -dijo Demi, encauzando la conversación hacia su
rival-. La reputación de Lovato hace aguas y yo acabo de enfrentarme abiertamente con el asesor que se
supone que tiene que sacarnos de este lío.
-Lo siento, Demi -intervino
Maria apartándose
de la ventana-. Sé que esto no es fácil para ti.
Rita, que estaba sentada en uno de
los sillones, dobló las piernas. Seguía con el uniforme puesto, aunque se había
quitado los zuecos blancos de enfermera.
-Tiene que haber una solución.
-Sí, pero, ¿cuál? -preguntó Demi pasándose la mano por su
cabellera rizada con impaciencia—. Estoy dispuesta a hacer lo que haga falta
para restaurar la reputación de Lovato, pero no puedo soportar la idea de rendirme ante ese macho arrogante.
No me cree capaz de seducir a la prensa por mí misma. Piensa que necesito que
él me entrene.
-Entonces, demuéstrale que
está equivocado -sugirió Maria-.
Demuéstrale que puedes manejar a la prensa.
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-Es una idea estupenda
-aseguró Rita
al instante-.
Después de todo, Demi, tú
tienes tu propio encanto. Tu imagen no tiene nada de malo.
-Así es -continuó Maria dirigiéndole una cálida
sonrisa-. Eres una mujer guapa, triunfadora y poderosa. ¿Qué puede enseñarte
ningún asesor que tú ya no sepas?
-Nada -respondió Demi, sintiendo cómo crecía su
confianza en sí misma.
Pero ella sí podía enseñarle
muchas cosas a Joe Jonas.
Tras diez agotadoras horas de
oficina, Joe
abrió la puerta
de su casa y al entrar arrojó las llaves mientras soltaba una palabrota.
El día había ido de mal en
peor, y toda la culpa era de Demi.
¿Cómo era posible que lo
hubiera rechazado? Su plan era perfecto, pero ella era demasiado orgullosa para
admitirlo, para agradecérselo como se merecía. No sólo se estaba ofreciendo a
reparar el daño de Lovato,
sino también a crearle a ella una imagen más glamourosa.
¿Qué mujer en su sano juicio
rechazaría algo así?
¿Acaso no sabía con quién
estaba tratando? Joe era
un experto. Incluso su propia casa era una obra de arte. Echó un
vistazo a su alrededor, orgulloso de las reformas que había hecho en su hogar:
El frío mármol del
vestíbulo había sido sustituido por un suelo de madera, y a través de un arco
se accedía a una zona en la que es exhibía una colección de antigüedades
cuidadosamente elegidas, Joe sintió
la imperiosa necesidad de darse una ducha caliente y tomarse una cerveza fría,
así que se dirigió a la cocina de diseño, agarró un botellín y comenzó a
quitarse la ropa.
Cuando subió las escaleras
hacia el dormitorio principal ya había dejado un reguero de ropa tirada por el
camino.
Situado al lado de la cama,
vestido únicamente con un par de calzoncillos bóxer, abrió la cerveza y le dio
un sorbo.
Entonces sonó el maldito
teléfono.
-Diga -contestó con
brusquedad, todavía molesto por la reacción de Demi.
-Soy yo -respondió al otro
lado una voz femenina.
-¿Quién es «yo»? -preguntó Joe, aunque sabía de sobra que se
trataba de la mismísima princesa de hielo.
-Soy Demi. He cambiado de opinión.
-¿Significa eso que harás el
montaje conmigo?
-Sí -respondió ella con
firmeza-. Pero no permitiré que cambies mi imagen.
Joe guardó silencio durante unos
segundos. Ella seguiría sus consejos tanto si le gustaban como si no. Pero no
iba a discutir ese punto en aquel instante. Por el momento, la dejaría creer
que había ganado.
-Muy bien, pero no podrás
echarte atrás si las cosas se ponen algo feas. Así que más vale que estés
completamente segura de que quieres comprometerle con este proyecto.
-Yo intento luchar contra el
problema de Lovato -respondió
Demi-. Aunque eso signifique tener
que fingir una relación contigo.
-Muy bien. Voy para allá,
entonces.
-¿Para qué? -preguntó ella con
suspicacia.
-Para ultimar los detalles.
Estaré allí dentro de aproximadamente una hora.
Joe colgó el teléfono antes de que
Demi pudiera protestar. Luego se
quitó los calzoncillos y se metió en la ducha con la esperanza de que ella no
invadiera su mente. Lo único que le faltaba sería volver a fantasear con Demi Lovato.
¿Por qué se sentiría tan
atraído por ella? Era todo lo estirada y excesivamente profesional que podía
ser una mujer. En su interior no había ni un gramo de calor.
Y por aquel entonces, Joe necesitaba alguien cariñoso.
Quería una mujer que fuera capaz de hacer cualquier cosa por él, incluso dejar
una brillante carrera profesional.
Sabía que aquel era un
pensamiento muy egoísta, pero le importaba un bledo. Las noticias sobre su
madre habían cambiado su modo de ver las cosas, y no podía evitar suspirar por
lo que le había sido negado.
Tras darse una buena ducha, Joe se puso unos pantalones negros
y un jersey gris y se dispuso a ir a ver a Demi.
Tal como había dicho, se
presentó a su puerta en el plazo previsto y pulsó la tecla del apartamento del
piso cuarto. Cuando ella le hubo abierto, Joe entró y la esperó en el vestíbulo. La casa
de piedra tenía una escalera de madera pulida, un ascensor moderno decorado
con una puerta antigua y un área de recepción decorada como un salón.
De pronto, Joe sintió como una especie de
energía femenina girando a su alrededor como un fantasma perfumado. Metió las manos
en los bolsillos y se dispuso a contemplar la escalera.
Demi descendía por ella como una
sirena surgida del mar Adriático. Llevaba el cabello suelto flotando sobre los
hombros.
De pronto, un súbito deseo
sexual recorrió las venas de Joe.
Ella descendió hasta el
recibidor y ambos se quedaron mirándose fijamente el
uno al otro.
-Me gusta cómo llevas el pelo
—dijo él como si tal cosa, hundiendo más las manos en los bolsillos, allí donde
su cuerpo se había puesto duro.
-Gracias —respondió Demi con su frialdad habitual-.
Pero a mí me gusta más recogido.
«Qué bruja», pensó Joe. «Ni siquiera es capaz de
aceptar graciosamente un cumplido».
-Quiero que lo lleves suelto
cuando estés conmigo -ordenó él sin poder evitar imaginar qué se sentiría al
hundir las manos en aquella espesa melena.
-No empieces, Joe -dijo Demi elevando la barbilla.
-¿Que no empiece con qué?
-preguntó él dedicándole una de sus sonrisas, sabiendo que aquello la
molestaría aún más.
-A decirme lo que tengo que
hacer.
Él se encogió de hombros, y Demi le señaló el área de
recepción.
-Siéntate. Te traeré algo de
beber.
-Gracias, pero prefiero
tomarlo en tu apartamento.
-No te he invitado a subir
-respondió ella mirándolo fríamente.