domingo, 21 de octubre de 2012

Caperucita y El Lobo Capitulo 7



Demi encontró la llave de repuesto en el mismo lugar donde solía estar cuando
era niña, en el marco de la ventana delantera. Las flores ayudaban a esconder el
llavero de tres pulgadas -Me encanta el bingo-, pero cualquiera que se tomara el
tiempo para mirar la encontraría. Su abuela lo había ocultado más de los
animales que de las personas. Le había dicho a Demi que alguien lo
suficientemente desesperado como para entrar a robar, probablemente
rompería todo y no era necesario esconderlo de ellos. Los animales sólo harían un
desastre.

La filosofía no era exactamente una con la que Demi estuviera de acuerdo, y
dudó un minuto antes de dejar la llave entre las flores. Setenta y algunos años más
en la casa, su Abue nunca había perdido nada que valorara. Ella debió haber
sabido lo que estaba haciendo. Puso la llave en la cerradura. La puerta se abrió.
La llave era una cosa, pero dejar la puerta abierta sería un problema.
Demi se asomó por la abertura—. ¿Hola? ¿Hay alguien aquí? Soy sólo yo...
Caperucita Roja... cargando un arma de calibre 357 en su recatada mano
pequeña. —Esa sería una amenaza mucho mejor si ella de verdad hubiese tenido
un arma de calibre 357. Ella no escuchó. Nada—. Bueno, claro que no habría
nadie aquí, por qué un ladrón respondería. Demi rodó sus ojos por su estupidez
y entró.
—Dios mío, este lugar nunca cambia. Demi examinó la pequeña sala de estar
a su derecha, tiró su mochila en el sofá blanco voluminoso, casi golpeó la
lámpara del final de la mesa.

En la pared del fondo, junto a la chimenea de piedra, uno de los lados de las
puertas francesas a la sala de estar estaba entreabierta. Ella podía ver la esquina
de la sala. Los cálidos rayos del sol de la tarde daban a los pisos de azulejo un
tono de fuego y por los colores en las paredes de ladrillo debajo de las ventanas.
En la sala, a pesar de las paredes amarillas-oro y blancas cortinas airosas, ya
entraban las sombras de la noche. Ella se inclinó y encendió la lámpara a su lado.
La luz se filtraba a través de la ventana con cortinas en la parte superior de la
estrecha escalera delante de ella. Los pisos de madera oscura brillaban contra las
paredes blancas. A su izquierda las ventanas de la cocina detrás del lavabo y los
enchufes se extendían a todo lo largo de la habitación. Se inclinó hacia adelante,
viendo el vaso pequeño de violetas frescas en el alféizar detrás del lavabo. Nadie
había estado allí en meses. Era extraño.

La cocina era del tamaño de una caja de zapatos, una habitación estrecha
recta con el lavabo, una vieja estufa de gas, un horno a un lado y una pequeña
despensa junto al refrigerador al otro lado. La mirada fija en él trajo recuerdos
calientes de su infancia. Que habían sido más que suficientes para ella y su Abue.
Demi dio vuelta a la cocina y a sus recuerdos, y cruzó a la sala por la puerta
abierta que daba a toda la estancia. Antes de llegar a la chimenea, un olor
familiar cosquilleó su nariz. Olía como a... colonia de hombre. Un escalofrío
sacudió a través de sus hombros, se le aceleró el ritmo de su corazón y se le
tensaron sus músculos.
El aroma se desvanecía, pero ella lo reconoció. Ella sabía quién usaba esa colonia. ¿Quién era? Trató de hacer clic a través de los posibles rostros en su
mente, pero su cerebro estaba demasiado asustado por el hecho de que alguien
hubiera estado en su casa. Podría seguir allí.

Algo se movió en la sala, un ruido contra el suelo de azulejo, y el corazón de
Demi estaba en su garganta. Se quedó inmóvil, su mente intermitente con toda
clase de horribles imágenes de quien podría haber hecho el sonido. Todas las
películas de Psicosis que jamás había visto parpadeaban a través de su cabeza
en alta definición. Imágenes de extraterrestres comiendo el contenido de los
estómagos de las personas, hombres vestidos de cuero armados con moto sierras,
máscaras de hockey brillando en la oscuridad, su imaginación retorcida la
mantuvo clavada en el suelo.
Pasaron los minutos y sólo los cantos de los pájaros y el susurro del viento entre los
árboles se escuchaba. La cordura empezó a filtrarse de nuevo en su cerebro
aterrorizado. Era evidente que alguien había estado allí y dejó las flores. Nada
parecía fuera de lugar, por lo que no habían robado. Si la Abue tuviera alguien
en la casa para cuidarla, tal vez había dejado abierta la puerta trasera como lo
había hecho en la parte delantera y algunas criaturas del bosque habían
decidido comprobar lo nuevo.

—Idiota. Es sólo un mapache o un ratón o algo así. —Sin embargo, mantuvo su
voz en un susurro, en caso de que hubiera un tipo grande con una máscara de
hockey y con la moto sierra.
Caminó cautelosa por la cómoda alfombra hacia las puertas francesas. Cogió el
atizador de hierro de la chimenea y abrió lentamente la puerta, lo suficiente para
que ella fuera capaz de deslizarse a través de ella.
Uno, dos... tres. Demi saltó por encima del umbral, llevando la tierra frente a la
pared hacia la izquierda, con las piernas extendidas, las rodillas dobladas, el
atizador en un doble puño y lo alzaba por encima de su hombro como un bate
de béisbol.

—¡Ah-ha! —Oh mierda. No es un ratón—. Perrito bonito.
Un destello de piel plateada y un gruñido llamó la atención de Demi. Su mirada
se concentró en el gran lobo mientras él se estremecía, agazapado, listo para
saltar. Los dos se congelaron, sosteniendo sus miradas.
La cosa era enorme, sus grandes orejas escuchando más que sus palabras. Los
ojos azules la miraban como si esperara el momento adecuado para atacar o
correr. Un gruñido sordo llenó el espacio entre ellos, aunque su rostro permaneció
aparentemente tranquilo y curioso. Su cabeza baja, los ojos mirando hacia arriba
por debajo de la plataforma de su frente peluda, miró a Demi curiosamente.
—¡Fuera, fuera! —Dijo, aunque todavía era un susurro. No tenía sentido alterar al
gran, gran, gran, gran lobo.

Inclinó la cabeza, sus orejas se movieron hacia adelante, y se enderezó. Cualquier
miedo que hubiera sentido un segundo antes parecío desvanecerse, la curiosidad
audaz tomaba su lugar. El lobo olió el aire, moviendo su nariz negra y brillante.
—Vamos, sal. Demi  hizo señas al animal hacia adelante, esperando de nuevo
que saliera por la puerta abierta.
Un resoplido duro y un movimiento de su cabeza, parecían una respuesta firme
antes de que el lobo se acercara a ella. Demi retrocedió varios pasos,
manteniendo la misma distancia. A este ritmo, el lobo la espantaría a salir de la
casa en vez de ella espantarlo a él.

Era un hermoso animal, con hipnóticos ojos azules y piel gruesa plateada.
Una proverbial luz entró en el cerebro de Demi—. ¿Eres el gran lobo plateado de
la Abue? —El gran animal levantó sus orejas, la cabeza erguida. No es
sorprendente que haya actuado de manera audaz—. No puedo creer que seas
real. ¿Qué estuvo haciendo, alimentándote?
Demi exhaló, finalmente, y bajó el atizador—. Pobrecito. Probablemente, la
extrañas, ¿Eh?

El lobo se acercó más, con la nariz hacia fuera, oliendo. Ella levantó la mano, el
resto de su cuerpo todavía firmemente en estado de precaución. El hecho de
que la Abue hubiera conseguido acercarse lo suficiente a esta cosa para hacerla
sentirse cómoda, caminando en su casa, no lo hacía menos salvaje.
—Por favor no me comas.
Aliento caliente se apoderó de su piel, mientras el animal tomaba su aroma.
Entonces la lamió. Demi saltó con la sensación que el lobo le dio, y el lobo se
asustó. Ella rió, el animal la miraba, agazapado, en espera de una pista de su
próximo movimiento.
—Lo siento. Tu lengua me hizo cosquillas. —No es que ella pensara que el pudiera
comprender, aunque era evidente que la abuela creía que podía.
El lobo se irguió, sobresaltado con el miedo, ardiendo un frío en sus ojos. Se estiró
hacia ella y lamió sus nudillos. Su lengua áspera que masajeaba su piel, hizo que
se detuviera su respiración. Se acercó. Y la lamió otra vez, la sensación desató
una onda de escalofrío hasta el brazo, derramándose por todo su cuerpo.
El gran animal bajó la cabeza y un resoplido de aire caliente tocó su rodilla
seguido por su lengua caliente. La olfateó, la lamió cogiéndola debajo de la
rodilla y presionando hacia arriba y hacia la parte inferior de su muslo. Dios, ella
esperaba que él no tuviera hambre.

La sensación áspera de tirantez en su carne era agradable de una manera
extraña. Lo hizo de nuevo, esta vez su larga lengua la envolvió alrededor de su
rodilla y tomó el hoyuelo sensible detrás. Demi jadeó, su aliento se estremeció, no
estaba segura de si estaba siendo probada o excitada. ¿Exactamente que es lo
que la abuelita le había enseñado a esta cosa?
Alentado o hambriento, el lobo se acercó. Demi le cepilló la piel sedosa del
cuello y la cabeza mientras olía el dobladillo de su vestido. Alzó la cabeza,
apretando la nariz contra la ingle.
Ella se apartó—. Perro malo, quiero decir, lobo. Por lo menos cómprame primero
la cena.

Su nariz fría dio un pequeño codazo en el borde de su vestido, levantándolo
mientras su lengua se trasladaba a la cara interna de su muslo. La sensación era
una mezcla de vergüenza, miedo y placer. Las dos primeras emociones
sobrepasaron demasiado.
—Correcto. Ya basta de eso. Demi dejo caer el atizador para empujar con las
dos manos la cabeza masiva del lobo, tratando de retenerlo y alejarse, al mismo
tiempo. Pero el lobo siguió paso a paso, lamiendo cuanto podía, hasta que su
espalda estaba contra la pared. Atrapada, con su larga lengua que se
trasladaba por el muslo interno, su piel hormigueaba, con los músculos rígidos.
Cerró los ojos, rezando para que no la mordiera.
La lamía juguetonamente hacia arriba, la gran cabeza del lobo levantaba su
vestido a su paso.
—Oh, mierda.

Esto no estaba ocurriendo. ¿Qué tipo de animal salvaje hacía esto? Con las
manos en puños, orejas y grupos de piel gruesa alrededor de ella sacó la cabeza,
trató de levantar una rodilla, empujándolo del cuello con toda su fuerza.
Su celo para su gusto se intensificó, su gran cuerpo empujaba más y más. ¿Qué
pasaba por su mente, hambre o sexo? No le gustaba ninguna posibilidad.
Su corazón martilló contra su pecho, su respiración era un poco más frenética. Le
temblaban las rodillas, los codos en posición, empujando la cabeza del animal
con cada onza de su fuerza. Otra lamida trajo su lengua tan alto en su muslo
interno, que ella jadeó sin aliento en un conflicto rápido de placer y disgusto.
—No. ¡Basta, estúpido idiota! —Lo empujó, aunque su lengua salió como una
flecha de todos modos, siguiendo el pliegue de piel entre su pierna y su sexo.
—Joder.

Su nariz fría dio un empujón en contra de sus bragas y todo el cuerpo del lobo se
estremeció con un sonido como un ronroneo salvaje bajo.
—No. Demi torció la pierna, en ángulo del talón de su zapato y lo pisoteó. El
lobo aulló y saltó lejos. Sostuvo la pata delantera en la tierra, favoreciéndole. El
dolor en sus ojos... casi era humano. El lamento anudado atravesó en el vientre de
Demi. El Lobo tonto no conocía nada mejor.
—Lo siento, pero yo no soy esa clase de chica.
El lobo de pelo plateado sacudió la cabeza, y después desde la espalda hasta su
cola. La piscina de agua en sus ojos azules subió hasta ella. Él parpadeó. Ladró
una vez, lo suficientemente alto como para hacerla estremecer, se volteó y corrió
hacia la puerta mosquitera.

—Hey. Espera. Déjame ver tus patas por lo menos. —Ella corrió tras él y casi se
cayó cuando su zapato quedó atrapado en un montón de trapos, cerca de la
puerta. Ella lo miró. Pantalones destrozados, una camisa, incluso un par de
zapatos que sobresalían por debajo de la suciedad.
—¿Por qué zapatos? —Demi se mantuvo inmóvil. Se lo imaginaría después.
Más allá del patio de ladrillo, del comedor y la ruta automática de la trayectoria a
través del jardín de flores de la Abuela, en un espacio de unos cinco metros que
separaban el patio trasero de las hectáreas del bosque. Demi se detuvo en el
borde de maderas oscuras. No había rastro del curioso lobo.

viernes, 19 de octubre de 2012

Durmiendo Con su Rival Capitulo 6



Demi miró a Nicholas y se pasó la mano por el cabello. Ahora, ella se alisaba el pelo en una pelu­quería de renombre.
 -O sea, que te pones del lado de Joe.
 -¿De su lado? -preguntó Nicholas inclinándose hacia delante para mirarla mejor—. No estarás con­virtiendo esto en una guerra de sexos, ¿verdad?
Demi pensó en la manzana, la fruta prohibida que le había arrojado a Joe aquella tarde.
 -Está todo el tiempo mandándome.
 -Seguramente porque le cuestionas cada paso que da. Tienes que domar tu carácter, Demi.
Ella apretó la goma de borrar entre los dedos, y deseó tener el coraje suficiente para lanzarla.
-Hemos contratado a Joe como consultor -continuó Nicholas-. La idea es que ambos traba­jéis juntos.
-Estupendo.

Demi tenía claro que aquello no iba a ninguna parte. Se puso en pie y exhaló un suspiro de frus­tración. La lluvia seguía golpeando los cristales, re­cordándole que Joe también era capaz de con­trolar el clima.
¿Conseguiría alguna vez arrancarse de la ca­beza la imagen de aquel cuerpo fuerte y húmedo?
 -Y no vayas a irle con este cuento a papá -le ad­virtió Nicholas.
-No pensaba hacerlo -respondió ella, tratando de parecer más adulta de lo que se sentía-. Si tengo que trabajar con Joe, lo haré, pero no de­jaré que se lleve todo el mérito. Que lo sepas.
-Has hablado como una mujer inteligente -ase­guró su hermano con una mueca-. Te quiero, pelo de espagueti.
Demi se detuvo en la puerta y sonrió. Ella tam­bién quería a Nicholas Lovato, aunque su her­mano mayor fuera un sabelotodo.

Horas más tarde, Demi conducía camino de su casa con los parabrisas del coche bailando al ritmo de la lluvia. Vivía en una casa de piedra reformada en el North End. Era una construcción que perte­necía a su familia, y la compartía con dos de sus hermanas. Cada una tenía su propio apartamento, pero se reunían con frecuencia en el salón común del primer piso para sentarse con un cuenco de palomitas a charlar.
Demi aparcó el coche y se dirigió a la puerta principal de la casa. En el porche la esperaba Joe, con el abrigo flotando al viento.
Ella se detuvo nada más verlo y lo observó fija­mente. Joe levantó la vista con el rostro humede­cido por la lluvia y el cabello empapado y brillante.
 -No ha funcionado, ¿verdad?
 -¿Cómo dice?
-Su hermano no va a despedirme, ¿no es cierto?
 Demi caminó hacia delante para protegerse de la tormenta. ¿Cómo sabría que se había ido a que­jar a Nicholas? ¿Acaso era tan predecible?
-Quiero que cene conmigo esta noche -dijo Joe incorporándose, atacándola con aquella in­sufrible sonrisa.
-¿Cómo? -preguntó Demi con el corazón latién­dole a toda velocidad en la garganta-. ¿Por qué?
-Para que nos acostumbremos el uno al otro. Tenemos mucho trabajo por delante. Y no tiene sentido perder el tiempo.
-Pero está lloviendo... -objetó ella envolvién­dose en el abrigo.
-¿Y cuando llueve usted no cena? -preguntó Joe dedicándole una mirada curiosa.
Por supuesto que sí. Sencillamente, no le entu­siasmaba la idea de pasar más tiempo en su com­pañía, especialmente con toda aquella agua ca­yendo del cielo.
Y sin embargo, tal vez una cena de trabajo le serviría de revulsivo. Quizá la ayudara a olvidarse de la otra imagen.

-De acuerdo. Cenaré con usted.
-Reúnase conmigo en el «Beef and Bull» a eso de las siete -dijo Joe-. Es un restaurante que está en...
-Ya sé dónde está -lo interrumpió Demi—. Es­taré allí a las ocho.
-Siete y media -la retó Joe.
-Ocho -repitió Demi con firmeza.
Necesitaba tiempo para bañarse, cambiarse y arreglarse el pelo, empapado por la lluvia.
-De acuerdo -cedió él con gesto de fastidio-. Pero no llegue tarde.
Demi buscó sus llaves y le dedicó una sonrisa triunfante. Por fin se había salido con la suya. Tal vez a muy pequeña escala, pero al menos era un comienzo.
A las ocho en punto, Joe llegó al restaurante, un lugar tranquilo y tenuemente iluminado que estaba decorado con adornos hechos en madera y antigüedades del Oeste.
-Estoy esperando a una persona -dijo tras darle su nombre a la chica encargada de recibir a los clientes-. ¿Ha llegado ya?
-No, señor Jonas -respondió la joven ne­gando con la cabeza.
-Me sentaré ahí a esperarla -dijo Joe seña­lando con la mano una esquina oscura de la salita de espera.
Tomó asiento en uno de los sillones de cuero y es­tiró las piernas antes de mirar con impaciencia su re­loj de pulsera, una pieza labrada en oro y diamantes que le recordaba quién era y de dónde venía. Joe se preguntó por qué no era capaz de aceptar las cosas como eran, y la manera en que lo habían criado.

Pero es que su vida de ensueño había cambiado. Joe Jonas ya no era el mismo hombre. La ver­dad sobre su madre le había alterado el alma, el co­razón, el núcleo mismo de su existencia.
Demi entró en el restaurante y él trató de apaci­guar sus emociones. Por muy preocupado que es­tuviera, no podía permitir que aquello afectara a su carrera. Los Lovato lo habían contratado para que solucionara la crisis de su empresa, y eso era lo que tenía que hacer pasara lo que pasara.

Joe permaneció sentado y observó a Demi du­rante un instante. Cuando salió de la oficina de ella aquella tarde, se le había ocurrido un plan. Un plan magnífico, pero que implicaba acercarse más a Demi. No lo suficiente como para introdu­cirla en el confuso desorden de su vida, pero sí lo bastante como para engañar a la gente.
Y con aquella idea en mente, la había invitado a cenar. Necesitaba verla en un escenario román­tico, explorar la energía que había entre ellos.
Una energía sexual, pensó Joe. Un calor ines­perado.
Demi Lovato no podía soportar su personalidad dominante, y él detestaba su actitud prepotente, pero aquello no importaba. Aquello era una sim­ple cuestión de negocios, una atracción animal que podrían utilizar a su favor.

Además, Joe ya había fantaseado con ella. Aquella misma tarde, cuando se estaba dando una ducha relajante, Demi se había colado a través del vapor de agua.
Él no pretendía pensar en ella, y mucho menos sin ropa, pero había perdido la batalla. La imagen de Demi cubierta de espuma se había colado en su cabeza, y él había sido incapaz de apartarla de allí, por muy consciente que fuera de que ya era mayorcito para aquellas fantasías húmedas. Arropado por un halo de agua caliente, Joe cerró los ojos y la imaginó...

Durmiendo Con Su Rival Capitulo 5


Demi esperó a que Joe respondiera, pero él se li­mitó a quedarse allí sentado mirándola fijamente.
-¿Y bien? -preguntó ella finalmente, incapaz de seguir manteniéndole la mirada.
Jo  parpadeó por fin, y los iris de sus ojos se llenaron de chispas de color ámbar.
-¿Qué quiere que le diga? Entonces yo sólo te­nía veintidós años.
¿Y eso qué significaba? ¿Que se había enamo­rado de verdad, o que era demasiado joven y de­masiado salvaje como para controlar sus deseos se­xuales?
-¿Cómo va usted a limpiar la reputación de Lovato cuando la suya propia no está lo que se dice impoluta? -insistió Demi, negándose a dejar escapar el tema.
-Estoy más que cualificado para sacar a Lovato de este lío -aseguró Joe estirando los hombros.
-Y yo también —respondió ella, aunque era consciente de que en parte había sido culpa suya.
- ¿De veras?

Joe se colocó el maletín sobre el regazo y lo abrió. Con un rápido movimiento de muñeca co­locó un fajo de periódicos sensacionalistas sobre el escritorio de Demi.
Los titulares le atravesaron el pecho como un mazazo.
Una maldición misteriosa destruye el imperio del he­lado.
La mafia actúa en Boston. ¿Conseguirán sobrevivir los Lovato, de origen siciliano?
Fruta de la pasión contra pasión mortal. ¿Quién ha intentado asesinar a un hombre inocente?
-Ya los he leído -se defendió Demi-. Y no son más que mentiras. Esa maldición es una tontería, mi familia no tiene ninguna relación con la mafia, y el hombre que sufrió una reacción alérgica a la pimienta se recuperó sin ninguna secuela.

-Tal vez, pero no basta con negar los hechos. ¿Qué plan tiene usted para defenderse de la mala prensa, señorita Lovato? Ese es un trabajo muy ar­duo.
Demi apartó los periódicos y su úlcera pareció cobrar vida, produciéndole un dolor intenso que le resultaba familiar.
-Tengo pensado organizar un concurso -res­pondió-. Algo que atraiga el interés del público.
-¿Un concurso de qué tipo? ¿Para elegir el nombre de la maldición?
-Se trataría de crear un nuevo sabor de helado -dijo Demi mirándolo con los ojos entornados-. Lovato invitará al público a crear un sabor que rem­place a la fruta de la pasión. El ganador del concurso y el nuevo sabor atraerán la atención de la prensa.

Joe permaneció sentado en silencio, valo­rando su idea.
-Es una estupenda herramienta de marketing-dijo finalmente-, pero es demasiado pronto para organizar un concurso. Primero necesitamos algo más jugoso. Un gran escándalo, algo que le haga olvidar a la prensa el desastre de la pimienta.
-Y supongo que usted ya ha pensado en el es­cándalo perfecto.
-Para ser sincero, todavía no -confesó Joe pasán­dose la mano por un mechón rebelde-. Pero cuando lo encuentre, usted será la primera en saberlo.
-No me gusta la idea -le dijo Demi-. Lo único que haremos será reemplazar una sarta de menti­ras por otra mentira. No me parece bien.
-Pues lo siento. Es la única manera. Créame, ya me he visto en esta situación otras veces -aseguró él agarrando uno de los periódicos-. Y dígame, ¿de qué va ese asunto de la maldición?
-¿No se supone que ya debería estar al tanto? -inquirió Demi, llevándose la mano al estómago para tratar de calmar el dolor.
—Quiero escucharlo de su boca, conocer su punto de vista.
-Ya le he dicho que es una tontería -respondió ella levantándose del asiento y dirigiéndose hacia el mueble bar-. ¿Quiere beber algo?

Joe negó con la cabeza, y Demi se sirvió un vaso de leche.
-Es bueno para el cuerpo —comentó ella al ob­servar que Joe miraba la leche con curiosidad.
-Eso parece —respondió él deslizando la mirada por sus curvas con masculina aprobación.
«No me mires así», pensó Demi para sus aden­tros. «No coquetees conmigo. No me mires con esos ojos de cama».
Pero Joe lo hizo. La miró. Muy de cerca. Del mismo modo en que la había mirado en su sueño, unos segundos antes de desnudarla.
Ninguno de los dos habló. Se quedaron mirán­dose fijamente el uno al otro, atrapados en uno de esos extraños y sensuales momentos.
Joe desvió por fin la vista y ella se llevó el vaso de leche a los labios, permitiendo que el líquido blanco se deslizara suavemente por su garganta.
-La maldición —le recordó Joe con voz un tanto ronca.
Demi tomó asiento y trató de recuperar su habi­tual compostura. No pudo evitar pensar que aque­lla atracción imposible sí que era una maldición.

-Todo empezó con mi abuelo -comenzó a de­cir-. Dejó plantada a una chica que quería casarse con él, y en su lugar se fugó para casarse en se­creto con mi abuela el día de San Valentín. Enton­ces, la otra chica lanzó una maldición contra ellos y sus descendientes. Juró que la desgracia caería sobre ellos el día de su aniversario, convirtiendo San Valentín en una fecha terrible.
-Entonces, ¿por qué eligió usted el catorce de febrero para presentar la fruta de la pasión? —Pre­guntó Joe—. Me parece un poco arriesgado.
-Porque estaba decidida a demostrar que la mal­dición no existía. Además, un sabor llamado «fruta de la pasión» era una buena promoción para el día de San Valentín -aseguró Demi antes de darle otro sorbo a su leche-. O así debió haber sido.

-Me ha mentido, señorita Lovato —dijo Joe guardando los periódicos en su maletín-. Usted no piensa que la maldición sea una tontería. Ahora cree en ella.
-No soy una mujer supersticiosa, pero debí haber sido más cauta -se defendió Demi tratando de disimular su sentimiento de culpabilidad—. A lo largo de los años han ocurrido hechos desafortu­nados en mi familia el día de San Valentín, pero siempre me parecieron coincidencias.
-No se preocupe por eso -aseguró Joe-. Yo re­pararé el daño.
-No, yo lo haré -respondió Demi.
Él se encogió de hombros y le dedicó una de esas sonrisas lentas y sensuales suyas, que la hizo recordar que había soñado con él.
Cuando Joe se levantó para marcharse, Demi escuchó un imprevisto golpe de lluvia azotando las ventanas que tenía a su espalda.
Una lluvia fresca, dura y masculina.

En cuanto Joe se hubo marchado, Demi fue derecha al despacho de su hermano. Nicholas os­tentaba el prestigioso cargo de director general de Helados Lovato.
-Quiero que despidas a Joe Jonas -le es­petó nada más entrar.
Nicholas, que estaba sentado tras su escritorio, estiró sus anchos hombros y la miró como el pode­roso hombre de negocios que era.
-¿Por qué?
«Porque he soñado con él», deseaba decirle. «Porque ha invadido mi cama y mi cabeza».
-Porque le va a causar a esta empresa más daño que beneficio.
-¿Cómo es eso?
-Está pensando en inventarse un gran escán­dalo para despistar a la prensa.
-A eso es a lo que se dedica, Demi. Es asesor, y además, de los mejores. Él confía en sus instintos.
 -¿Y qué pasa con mis instintos?

 -Tú eres una mujer inteligente y muy capaz, pero él es un experto en esta materia.
Demi se sentó frente a su hermano y agarró una goma de borrar de su escritorio, deseando poder lanzársela. Él era ocho años mayor, y siempre la había tratado como a una niña. Solía llamarla «pelo de espagueti» porque se le escapaban los ri­zos de la coleta como espirales de pasta.