Joe y él se veían bastante a
menudo. Trabajaban en el mismo edificio, pero en aquellos días apenas
hablaban, al menos no de asuntos importantes.
Abrió la puerta con su llave,
la misma llave que tenía desde que era un adolescente. Aquella mansión tan elegante
había sido su hogar durante dieciocho años.
Joe se detuvo un instante en el
vestíbulo de mármol, contemplando su imagen en el espejo de la entrada. Aquella
no era una casa fría, carente por completo de emoción, pero tampoco desprendía
una sensación de calidez.
Pero, ¿cómo iba ser de otra
manera, especialmente en aquellas circunstancias?
Joe atravesó el salón, pasando al
lado de los muebles de estilo Chippendale, las mesas ornamentales y las
estatuas doradas. Los Jonas
eran una familia de éxito, pero el dinero no hace a la gente feliz
necesariamente.
Encontró a su padre en la
salita del jardín, una estructura de acero y cristal adornada con plantas y
capullos en flor. A James Jonas,
un hombre alto y serio de mandíbula fuerte y anchos hombros, le gustaba la
jardinería, y cuidaba de sus flores con delicadeza.
Aquel día estaba dedicándose a
unos hermosos jazmines cultivados por él mismo. Joe le tiró de la chaqueta y el hombre levantó
la vista.
-Hombre, hola -dijo al
advertir la presencia de su hijo-. ¿Qué te trae por aquí?
«Tú, mi madre y yo. El pasado.
El presente. El dolor», pensó Joe .
-Quería hablar contigo -dijo
finalmente.
-¿Sobre qué?
-Sobre mi madre.
-No quiero remover todo otra
vez -respondió James
negando con la cabeza.
-Pero yo quiero hablar de
ello.
-No hay nada de qué hablar. Ya
te lo he contado todo. Olvídalo de una vez.
¿Olvidarlo? Dos semanas atrás,
Joe había descubierto un secreto
terrible, y ahora la verdad lo perseguía como un fantasma.
-Me has estado mintiendo todos
estos años, papá.
Jame se incorporó lentamente. Iba
vestido con pantalones vaqueros y camisa también vaquera, pero su aspecto era
impecable. Se trataba de un hombre rico y de buen gusto.
-Lo hice para protegerte. ¿Por
qué no quieres aceptarlo?
-No es justo -aseguró su hijo.
-La vida no es justa
-respondió James echando mano de un tópico que sólo sirvió para hacer sentir
peor a Joe.
Ambos guardaron entonces
silencio. Manaba agua de una de las fuentes ornamentales, imitando el sonido de
la lluvia al caer. Joe levantó
la vista hacia el techo de cristal y observó una nubes negras que cruzaban por
el cielo azul.
-Será mejor que me vaya
-aseguró estirándose la chaqueta-. Tengo cosas que hacer.
-No te enfades, hijo -le pidió
James mirándolo a los ojos.
Joe observó a su padre. Su cabello
rubio comenzaba ya a convertirse en gris plateado. Él había heredado los ojos
color avellana de su padre, pero su cabello oscuro y su piel de bronce eran de
su madre. La mujer de la que no le estaba permitido hablar.
No era rabia lo que estaba carcomiendo
el alma de
Joe. Era dolor.
-No estoy enfadado -aseguró-.
Te veré mañana en la oficina. Dale a Faith un beso de mi parte -añadió refiriéndose a
su madrastra.
Quería mucho a Faith Jonas. Ella lo había criado desde
que tenía diez años, pero tampoco estaba dispuesta a hablar de aquello, porque
lo consideraba una traición a su marido.
Joe salió de casa de sus padres y
James volvió a concentrarse en sus
flores, escondiéndose detrás de sus brillantes colores y sus pétalos de terciopelo.
El martes, Demi llevó puesto a la oficina lo
que ella consideraba un traje poderoso. La blusa hacía juego con sus ojos, la
chaqueta negra se ajustaba a la perfección a su cintura y la falda, muy
estrecha, le quedaba justo por encima de la rodilla. Pero sus zapatos eran su
arma secreta. Cuando atravesó los amplios pasillos de las oficinas de Lovato, produjeron un sonido de
decisión y autoconfíanza que le otorgaban un aire de femenina autoridad.
La planta cuarta del edificio
de acero y cristal era el dominio de Demi, y solía mirar por la ventana para sacar
fuerzas de la visión de la calle.
Y aquel día necesitaba toda la
que pudiera darle.
Le echó un vistazo al reloj de
pared. Joe
estaría allí en
cualquier momento.
Demi se levantó de su escritorio y
permaneció de pie, esperando con impaciencia su llegada. Llevaba ensayando
aquel momento desde hacía dos días, practicando las palabras y los gestos.
Ahora sabía muchas cosas de Joe Jonas. Incluso había descubierto
un par de cosas sobre su madre. Danielle Jonas, una belleza medio india procedente de la
reserva cheyenne, había dejado su hogar para labrarse una carrera como actriz.
Cinco años más tarde, abandonó Hollywood para convertirse en esposa y madre, y
había muerto en un accidente de coche un mes después del nacimiento de su
hijo.
Demi había intentado alquilar las
películas de serie B en las que Danielle había participado. Sospechaba que Joe había heredado el espíritu
aventurero de su madre. No le haría ningún daño analizar todos los aspectos de
la personalidad de su oponente.
Su secretaria llamó entonces
por el intercomunicador. .
-¿Sí? -dijo Demi apretando el botón.
-El señor Jonas está aquí.
-Dígale que pase -dijo
soltando el aire que tenía retenido.
Un minuto más tarde, él entró
por la puerta vestido con un traje gris y corbata plateada. Llevaba el pelo
peinado hacia atrás, apartado de la cara. De pronto, Demi pudo ver al nativo americano que había en
él: la riqueza del color de su piel, los pómulos prominentes, los ojos profundos...
aquel día le parecían más oscuros que dorados, y se dio cuenta entonces de que
eran de un impresionante color avellana.
Joe compuso una mueca de
prepotencia, y ella abrió el cajón del escritorio, sacó una manzana, y se la
lanzó.
Lo pillo desprevenido, y él
dejó caer el maletín para sujetar la fruta.
-¿La fruta prohibida, señorita
Lovato? -preguntó él volviendo a
componer la misma mueca.
-Considérelo un regalo de
despedida.
-¿Es que me voy a algún lado?
-se interesó Joe arqueando
una ceja.
-A cualquier sitio menos aquí
—dijo ella inclinándose hacia delante-. Ya le he dicho que no pienso trabajar
con usted.
Joe recogió su maletín y avanzó
unos pasos. Tan seguro de sí mismo como siempre, se sentó en una de las sillas
y se dispuso a estudiar la manzana.
-¿Qué está haciendo? -preguntó
ella.
-Buscando el gusano.
-No soy tan mala -respondió Demi, sonriendo muy a su pesar.
Joe levantó la vista y ella dejó
al instante de sonreír. ¿Por qué tenía que mirarla de aquella manera tan
provocadora, tan sensual? Demi casi podía sentir la piel mojada por la lluvia que él tenía en su
sueño.
-Todas las mujeres son malas.
Y también hermosas e inteligentes a su manera -dijo Joe-, Me gustan las hembras.
-Eso he oído —respondió Demi dando la vuelta alrededor de
su escritorio antes de sentarse en su silla de cuero.
Deseaba parecer más poderosa
de lo que en realidad se sentía.
-¿Va a utilizar mi historial
amoroso en mi contra? -le preguntó él.
-No nos engañemos, señor Lovato: Usted es un jugador. Conduce
un Corvette rojo a toda velocidad, sale con modelos y hace una marca en su
cama después de cada conquista.
-No está mal, pero eso no es
del todo cierto -respondió Joe mirándola fijamente-. Porque tengo una cama de hierro, y no es fácil
hacer marcas en el metal.
Demi contuvo los nervios. Ella
también tenía una cama de hierro. La que él había invadido.
-Usted tuvo una aventura
amorosa con una estrella decirle que le doblaba la edad.
Algo se asomó a los ojos de Joe. ¿Dolor? ¿Rabia? ¿Orgullo
masculino? Demi no
estaba segura.
-¿No va usted a defenderse?
-preguntó ella, confundida por su silencio.
De pronto, Joe Jonas, el asesor seguro de sí
mismo, era imposible de descifrar.