miércoles, 17 de octubre de 2012

Durmiendo Con Su Rival Capitulo 4



Joe y él se veían bastante a menudo. Trabaja­ban en el mismo edificio, pero en aquellos días apenas hablaban, al menos no de asuntos impor­tantes.
Abrió la puerta con su llave, la misma llave que tenía desde que era un adolescente. Aquella man­sión tan elegante había sido su hogar durante die­ciocho años.
Joe se detuvo un instante en el vestíbulo de mármol, contemplando su imagen en el espejo de la entrada. Aquella no era una casa fría, carente por completo de emoción, pero tampoco despren­día una sensación de calidez.

Pero, ¿cómo iba ser de otra manera, especial­mente en aquellas circunstancias?
Joe atravesó el salón, pasando al lado de los muebles de estilo Chippendale, las mesas orna­mentales y las estatuas doradas. Los Jonas eran una familia de éxito, pero el dinero no hace a la gente feliz necesariamente.
Encontró a su padre en la salita del jardín, una estructura de acero y cristal adornada con plantas y capullos en flor. A James Jonas, un hombre alto y serio de mandíbula fuerte y anchos hombros, le gustaba la jardinería, y cuidaba de sus flo­res con delicadeza.
Aquel día estaba dedicándose a unos hermosos jazmines cultivados por él mismo. Joe le tiró de la chaqueta y el hombre levantó la vista.

-Hombre, hola -dijo al advertir la presencia de su hijo-. ¿Qué te trae por aquí?
«Tú, mi madre y yo. El pasado. El presente. El dolor», pensó Joe .
-Quería hablar contigo -dijo finalmente.
-¿Sobre qué?
-Sobre mi madre.
-No quiero remover todo otra vez -respondió James negando con la cabeza.
-Pero yo quiero hablar de ello.
-No hay nada de qué hablar. Ya te lo he con­tado todo. Olvídalo de una vez.
¿Olvidarlo? Dos semanas atrás, Joe había des­cubierto un secreto terrible, y ahora la verdad lo perseguía como un fantasma.
-Me has estado mintiendo todos estos años, papá.
Jame se incorporó lentamente. Iba vestido con pantalones vaqueros y camisa también vaquera, pero su aspecto era impecable. Se trataba de un hombre rico y de buen gusto.
-Lo hice para protegerte. ¿Por qué no quieres aceptarlo?
-No es justo -aseguró su hijo.
-La vida no es justa -respondió James echando mano de un tópico que sólo sirvió para hacer sen­tir peor a Joe.
Ambos guardaron entonces silencio. Manaba agua de una de las fuentes ornamentales, imitando el sonido de la lluvia al caer. Joe levantó la vista hacia el techo de cristal y observó una nubes negras que cruzaban por el cielo azul.

-Será mejor que me vaya -aseguró estirándose la chaqueta-. Tengo cosas que hacer.
-No te enfades, hijo -le pidió James mirándolo a los ojos.
Joe observó a su padre. Su cabello rubio co­menzaba ya a convertirse en gris plateado. Él ha­bía heredado los ojos color avellana de su padre, pero su cabello oscuro y su piel de bronce eran de su madre. La mujer de la que no le estaba permi­tido hablar.
No era rabia lo que estaba carcomiendo el alma de Joe. Era dolor.
-No estoy enfadado -aseguró-. Te veré mañana en la oficina. Dale a Faith un beso de mi parte -añadió refiriéndose a su madrastra.

Quería mucho a Faith Jonas. Ella lo había criado desde que tenía diez años, pero tampoco estaba dispuesta a hablar de aquello, porque lo consideraba una traición a su marido.
Joe salió de casa de sus padres y James volvió a concentrarse en sus flores, escondiéndose detrás de sus brillantes colores y sus pétalos de tercio­pelo.

El martes, Demi llevó puesto a la oficina lo que ella consideraba un traje poderoso. La blusa hacía juego con sus ojos, la chaqueta negra se ajustaba a la perfección a su cintura y la falda, muy estrecha, le quedaba justo por encima de la rodilla. Pero sus zapatos eran su arma secreta. Cuando atravesó los amplios pasillos de las oficinas de Lovato, produjeron un sonido de decisión y autoconfíanza que le otorgaban un aire de femenina autoridad.
La planta cuarta del edificio de acero y cristal era el dominio de Demi, y solía mirar por la ven­tana para sacar fuerzas de la visión de la calle.
Y aquel día necesitaba toda la que pudiera darle.
Le echó un vistazo al reloj de pared. Joe esta­ría allí en cualquier momento.
Demi se levantó de su escritorio y permaneció de pie, esperando con impaciencia su llegada. Lle­vaba ensayando aquel momento desde hacía dos días, practicando las palabras y los gestos.

Ahora sabía muchas cosas de Joe Jonas. In­cluso había descubierto un par de cosas sobre su madre. Danielle Jonas, una belleza medio india procedente de la reserva cheyenne, había dejado su hogar para labrarse una carrera como actriz. Cinco años más tarde, abandonó Hollywood para convertirse en esposa y madre, y había muerto en un accidente de coche un mes después del naci­miento de su hijo.
Demi había intentado alquilar las películas de serie B en las que Danielle había participado. Sos­pechaba que Joe había heredado el espíritu aventurero de su madre. No le haría ningún daño analizar todos los aspectos de la personalidad de su oponente.
Su secretaria llamó entonces por el intercomunicador.       .
-¿Sí? -dijo Demi apretando el botón.
-El señor Jonas está aquí.

-Dígale que pase -dijo soltando el aire que te­nía retenido.
Un minuto más tarde, él entró por la puerta vestido con un traje gris y corbata plateada. Lle­vaba el pelo peinado hacia atrás, apartado de la cara. De pronto, Demi pudo ver al nativo ameri­cano que había en él: la riqueza del color de su piel, los pómulos prominentes, los ojos profun­dos... aquel día le parecían más oscuros que dora­dos, y se dio cuenta entonces de que eran de un impresionante color avellana.
Joe compuso una mueca de prepotencia, y ella abrió el cajón del escritorio, sacó una manzana, y se la lanzó.
Lo pillo desprevenido, y él dejó caer el maletín para sujetar la fruta.
-¿La fruta prohibida, señorita Lovato? -pre­guntó él volviendo a componer la misma mueca.
-Considérelo un regalo de despedida.
-¿Es que me voy a algún lado? -se interesó Joe arqueando una ceja.
-A cualquier sitio menos aquí —dijo ella incli­nándose hacia delante-. Ya le he dicho que no pienso trabajar con usted.

Joe recogió su maletín y avanzó unos pasos. Tan seguro de sí mismo como siempre, se sentó en una de las sillas y se dispuso a estudiar la manzana.
-¿Qué está haciendo? -preguntó ella.
-Buscando el gusano.
-No soy tan mala -respondió Demi, sonriendo muy a su pesar.
Joe levantó la vista y ella dejó al instante de sonreír. ¿Por qué tenía que mirarla de aquella ma­nera tan provocadora, tan sensual? Demi casi podía sentir la piel mojada por la lluvia que él tenía en su sueño.
-Todas las mujeres son malas. Y también her­mosas e inteligentes a su manera -dijo Joe-, Me gustan las hembras.
-Eso he oído —respondió Demi dando la vuelta alrededor de su escritorio antes de sentarse en su silla de cuero.

Deseaba parecer más poderosa de lo que en realidad se sentía.
-¿Va a utilizar mi historial amoroso en mi con­tra? -le preguntó él.
-No nos engañemos, señor Lovato: Usted es un jugador. Conduce un Corvette rojo a toda velo­cidad, sale con modelos y hace una marca en su cama después de cada conquista.
-No está mal, pero eso no es del todo cierto -respondió Joe mirándola fijamente-. Porque tengo una cama de hierro, y no es fácil hacer mar­cas en el metal.

Demi contuvo los nervios. Ella también tenía una cama de hierro. La que él había invadido.
-Usted tuvo una aventura amorosa con una es­trella decirle que le doblaba la edad.
Algo se asomó a los ojos de Joe. ¿Dolor? ¿Ra­bia? ¿Orgullo masculino? Demi no estaba segura.
-¿No va usted a defenderse? -preguntó ella, confundida por su silencio.
De pronto, Joe Jonas, el asesor seguro de sí mismo, era imposible de descifrar.

Caperucita y El Lobo Capitulo 4 Jemi



No, Ester tenía el número de Cadwick, y Joseph estaba listo para apoyarla por si acaso. Convencerla para vender sería como empujar agua cuesta arriba para Cadwick. El comodín era Demi. Haberla alejado de su realidad, había hecho que no hubiera sido considerada por su radar. Ella era "en" para Cadwick lo que Joseph no había considerado.
No había duda de que tenía una gran cantidad de influencia con su abuela. Eso sólo era un peligro que no podía tolerar. ¿Con qué facilidad Demi podría ser manipulada? ¿Necesitaba dinero? ¿Era fácil de seducir? ¿Era inteligente o crédula? ¿Tenía sueños para explotar, sueños y metas que Cadwick podía darle en sus manos en un plato?
Joseph miró su reloj—. ¡Dios, Annette!

Cadwick haría cualquier cosa para obtener ganancias y con el tipo de clientela que tenía, tipo Fortune-500, tenía un espacio para jugar. Por supuesto, con la apariencia de Demi no era difícil adivinar su primera táctica.

A sus setenta y ocho Joseph se veía de la misma edad que Cadwick, que estaba en sus cuarenta y tantos años. Aunque Joseph estaba tan en forma como un hombre de veinte años. Pero Cadwick podía tener un par de ventajas. Tenía características románticas, nariz más grande, hombros más amplios, con una estructura más rechoncha.

Sus ojos eran de un aburrido marrón, el pelo negro como el de Joseph, como lo fue una vez. Pero mientras el de Joseph se había vuelto de un color plateado, salpicado con toques de negro, Cadwick todavía poseía los tonos oscuros, sólo volviéndose de un color ceniza sucio en los templos. Él lo llevaba más corto que Joseph, bien cortado sobre sus orejas y una media pulgada por encima del cuello.

¿Cuál de ellos era el tipo para Demi? ¿Cuál de ellos podría seducirla mejor?
Joseph no tenía ni idea. Pero ¿y si se llegara a eso-a la seducción? ¿Joseph podía hacer lo necesario para impedir que la tierra Lovato fuera vendida? ¿Podría seducir a Demi Lovato?
Su mirada se posó en la ventana, en los coches que bajaban, cruzó con su limusina por delante de ellos. Pero era una visión de pelo rojo furioso y unas piernas largas bien formadas que llenaban su mente.

Ella lucía como inocencia pecaminosa, si tal cosa existiera. El cuerpo núbil de una mujer envuelta en un vestido de verano blanco de nieve manchado con margaritas y un bosque de contraste verde. Sus pechos habían forzado el vestido de cuello redondo, presionando contra la plataforma de modo que había sido incapaz de centrar su atención lo suficiente como para leer las letras blancas en el bolsillo delantero.

Se había dado cuenta de las sandalias que llevaba, poco sexys, sin embargo, con las uñas pintadas, de un tono rojo que palidecían en comparación con su pelo. Y seguro como el infierno había notado sus labios. Un tono maduro que no tenía nada que ver con el maquillaje de cera y todo que ver con una mujer en plena floración.
Pero más allá de todo eso, sus ojos lo habían capturado. Verde, el color de las hojas nuevas de aliso, que había mirado con descaro. Todavía podía sentir el calor de su mirada que vibraba por el pecho hasta la ingle. Dulce musgo de turba, que casi había llegado a sus pantalones con la emoción de hacerlo.

Por supuesto que no podía saber lo que estaba haciendo. Las reglas eran diferentes en su mundo, pero el reto se había sentido lo mismo. Sin decir una palabra, había cuestionado su autoridad, lo desafió, le exigió que demostrara su lugar, tenía que mirarla como otra más, como su igual o dominante. Y tal vez era su igual. Ciertamente, nadie se había atrevido a desafiarlo desde que había sido mordido hace cuarenta y tres años.
Él no tenía ni idea de lo mucho que algo le faltaba, cuánto una parte de él necesitaba ese desafío. La bestia en él ansiaba la batalla, ardía en deseos de ganar su lugar, para ganar a la hembra.

El atrevido desafío con Demi tocó su corazón en el mismo centro de lo que él era, lo llenó de adrenalina y un deseo primordial que ahora estaba se sentía completamente absorbente.
Un gruñido retumbó en su pecho por propia voluntad, sus manos apretaron el periódico, sus ojos cerrados luchando contra la creciente necesidad. La sangre le atravesó el cuerpo, la sensación de hormigueo caliente a través de su piel, se plasmó en la ingle. Su polla creció pesada y gruesa, tensionándose dentro de sus pantalones. Se movió en su asiento, pero el roce de la ropa en contra de su sexo sólo hizo que la necesidad empeorara.

—Mierda—. Después de unos dobleces al papel, lo arrojó a través del compartimiento hacia el asiento de enfrente. La limusina era espaciosa, con espacio de más para estirarse, pero Joseph no necesitaba mucho para encontrar al menos una pequeña muestra de alivio.
¡Dios, se sentía como un adolescente hormonal! No podía recordar la última vez que había tomado ventaja de la barrera de intimidad entre él y el conductor, con los vidrios oscuros para el mundo exterior. Tenía que haber sido hace más de un año, pero esta sería la primera vez que él se había complacido solo. La bestia en él tenía necesidades simples, pero cuando esas necesidades surgían podía consumirlas.

Un torbellino de emociones rodeó a Demi en su mente, el resentimiento, la ira y el dolor se mezcló con los deseos que despertaba en él como un hombre, la lujuria, la soledad y la atracción. Tenía que hacer algo o perder todo el control.

Se recostó en el asiento de cuero grueso, tirando de sus pantalones, tratando de aflojar la tensión creciente. Eso ayudó, pero su polla dura todavía comprimía dentro de sus calzoncillos, y quería hacer algo más que dar al gran hombre algo de espacio. Cerró los ojos y permitió que la imagen de los senos redondos de Demi, el borde de su vestido de verano, consumiera sus pensamientos. Se podría imaginar la carne madura, llenando completamente sus manos, sus pezones duros como arrugas de cereza en contra de sus manos. Dios, él quería exprimirlas, torcerlas y burlar a los pequeños pedazos con los dedos, con los dientes.

Joseph acarició su polla a través de su pantalón, la tela casi proporcionaba suficientes barreras para engañar a su mente y creer que podría ser en otro lado.
Otra mano. La sensación de hormigueó, escozores eléctricos a través de sus bolas, a lo largo de sus muslos. Los músculos se tensaron, presionando su polla dura en contra de sus pantalones, contra el golpe de su mano. Trabajó con el cinturón y el botón, desabrochándolos, liberándose a sí mismo. Se movió, manteniendo su firme polla en su mano derecha, la mano izquierda liberaba sus bolas apretadas, de forma más sensible. ¡Dios, se siente bien! El dolor era como si no se hubiera venido en años.

Sus dedos cambiaron, recogiendo su polla, enviando una descarga de placer a través de él tan rápido que una gota de crema de color blanco se asomó a la cabeza de su polla. Acaricio con su mano el tronco sólido, el pulgar lo lanzo por su cabeza, secándose la humedad. Se quedó sin aliento cuando sus dedos acariciaban sobre la cresta de su cabeza y gemía en voz alta cuando la acariciaba de nuevo.
—Jódete...
Otro movimiento largo y luego otro, la piel de terciopelo se calentó contra la palma de su mano, una necesidad vertiginosa en su cabeza. Su mano derecha, trabajó en el instinto, acariciando su polla, sintiendo que sus bolas rodaban sobre sus dedos, exprimiendo, tirando suavemente y luego no tan suavemente.
No podía evitarlo, las imágenes de Demi pasaron por su mente. Su pelo largo ardiente acariciando su vientre, mientras que sus dulces labios rodeaban su pene exprimiendo duro. Casi podía sentir su pecho presionando contra sus muslos, rebotando contra sus pelotas.
Demi... Si... fóllame.
— ¿Señor?
—Mierda… —Joseph dejó ir sus bolas para presionar en el intercomunicador y hablar con su conductor.
— ¿Qué? —Apenas sonó humanamente, pero apenas se sentía humano en ese momento.
—Hemos llegado al edificio de Cadwick, señor.
—Bien. —La mano derecha de Joseph mantuvo un movimiento constante, sus caderas balanceándose con ritmo—. Dame un minuto…
Tocó el botón del interfono y devolvió la mano izquierda a sus funciones anteriores. Su mente se concentró en los pensamientos de la mujer ardiente de nuevo—. Demi... mmm. — Sus curvas sexys, esos ojos verdes y audaces.
Joseph acarició el pene más rápido, apretó sus pelotas. Se imaginó a Demi tirando entre sus piernas, su lengua rozando con burla la punta de su pene antes de tomar la longitud de él entre sus labios deliciosos. Caliente y apretado, húmedo y resbaladizo, casi podía sentir su polla dura embestida en esa boca sexy, su lengua contra su eje...
El teléfono celular sonó.

— ¡Jóder! —Joseph tiró el teléfono del bolsillo de su pecho—. Habla.
Un momento de silencio, apenas lo suficiente para que Joseph pudiera lamentar su tono duro con su querida Annette. Sabía que era ella. El teléfono sonó como cuando recibía la llamada de la oficina.
—Sr. Jonas, tengo parte de la información solicitada. Yo... Pensé que usted lo quería lo más rápido…
—Sí. Lo siento, Annette. Lo asumes correctamente como de costumbre. ¿Qué tienes?
Annette se aclaró la garganta, desterrando el tono anteriormente tímido—. La Sra.
Demetria Lovato tiene una calificación crediticia, mientras que el mantenimiento de los pagos mínimos mensuales de un préstamo de negocios son considerables y las tasas de un monto por la casa de asilo en Glide, Pennsylvania. Hace poco solicitó un préstamo personal.
— ¿Aprobó?
—No hay una palabra oficial, pero no se ve bien.
—Hmm... Sigamos, —dijo Joseph.
—Sí, señor. Ella tiene un pequeño apartamento con un dormitorio a cuarenta y cinco minutos de la clínica del asilo en Pittsburgh, por el que paga cuatrocientos cincuenta dólares por mes.

—Extorsión. —La polla de Joseph, se suavizó en su mano.
—Sí, señor. Ella recibió tres multas de tráfico y dos boletas de exceso de velocidad en los últimos seis meses. Ella tiene un ginecólogo, pero no un médico general. Ella tiene tapadas dos muelas inferiores y una receta de píldoras anticonceptivas. Sus declaraciones de la tarjeta de crédito muestran una buena cantidad de compras de comestibles.
—Interesante.

—Pensé que iba a decir eso. Ah, y el préstamo de negocios es para una pequeña panadería, también en el lado sur. La Sra. Demetria Lovato aparece como la única propietaria. Ella tiene dos empleados. Una joven llamada Cherri Pi, salió recién del instituto culinario y abandonó la escuela secundaria con una licencia de conductor comercial.
— ¿Pastel de chocolate?
—No. Y Bob.
—¿Bob? ¿No tiene apellido?
Smith, senior. Bob Smith.
—Perfecto. ¿Algo más?
—No, señor. Todavía estoy esperando volver a escuchar de mis fuentes con sus asuntos personales. Esto es todo lo que encontramos en el registro público.
—¿Usted habló de los pagos mínimos mensuales del préstamo? ¿Está haciendo los pagos a tiempo a la clínica
—Sí, señor. Pero le han cortado el servicio un par de veces. Igual con el préstamo de su negocio.
— ¿El negocio obtiene una ganancia?
—Si, ella tiene un sueldo, a duras penas.
Maldición, era peor de lo que pensaba. Cadwick ni siquiera rompería a sudar para comprarla. El infierno, tal vez ya la había invitado a salir y a su casa.
—Llama a Chuck Woodsmen.
—¿El juez Woodsmen? —Preguntó.
—Sí. Dile que voy a necesitar de la información que discutimos. Parece que tendremos que utilizar nuestro último recurso, después de todo.
—Sí, señor.
—Vuelves.
—Por supuesto, señor.
El teléfono se cortó antes de que Joseph empujara el botón de desconexión y lo metió en el bolsillo de la chaqueta. Su pene duro se evaporó por completo, Joseph metió sus partes preciosas en su lugar y sujetó sus pantalones. Demetria Lovato  se había convertido oficialmente en un negocio y Joseph Jonas no follaba con su negocio.

Había conocido a Anthony Cadwick durante veinticuatro años. Fue una economía competitiva, traicionera, envidiosa y pensaba que era mucho más inteligente, con mejor aspecto, y mucho más merecedor de lo que nunca fue. Lo que básicamente significaba que fuera de sí mismo, Gray no conocía a nadie más peligroso.
Si Joseph deseaba una oportunidad en el infierno para la protección de todo lo que importaba, tendría que jugar a las escondidas. Descubrirá cómo Cadwick había engañado a los Lovato, lo que significaba que Joseph tendría que hacer un poco de engaño competitivo para su beneficio.
Apretó el botón del intercomunicador a su conductor.
—Estoy saliendo.

lunes, 15 de octubre de 2012

Durmiendo Con Su Rival Capitulo 3



Joe estudió a su interlocutora. Tras ella brilla­ban las luces de la ciudad, tan blancas y brillantes como el broche de diamantes que Demi llevaba en el cuello. Era una pieza excepcional, pero él hu­biera preferido la visión de su cuello desnudo. Te­nía una piel suave y apetecible, bañada por el sol y tostada por sus raíces sicilianas.
Joe deslizó lentamente la vista hacia el naci­miento de sus pechos.
-No me ofende que piense que tengo el cere­bro en los pantalones -dijo levantando la mirada.
-Pues debería.

-Y usted debería ofrecerme una manzana roja y brillante -aseguró Joe deteniéndose un instante para darle más fuerza a sus palabras-. Le daría un mordisco grande y jugoso. Demi lo miró fijamente.
Joe le dedicó una sonrisa seductora. Se estaba divirtiendo con aquel juego. Le entretenía discutir con ella, y desde luego era mejor que ponerse a llorar frente a su jarra de cerveza.
-Lo peor que me podría pasar sería tener que trabajar con usted -aseguró Demi.
Joe ladeó suavemente la cabeza, preguntán­dose qué aspecto tendría ella con el cabello suelto, enmarcándole el rostro.

-Tengo entendido que no tiene elección.
-Yo que usted no estaría tan seguro -respondió ella.
-La veré el martes. A las dos en punto -le re­cordó Joe antes de marcharse.
No estaba en absoluto preocupado. Tarde o temprano, ella se rendiría y le permitiría arreglar el desastre.
Aunque Joe no fuera capaz de arreglar el suyo propio.
Demi se levantó sobresaltada a la mañana si­guiente. Se sentó en la cama y se llevó la almohada al pecho.
Había soñado con Joe Jonas.
Había sido un sueño erótico, la visión de la nie­bla a medianoche, de su pecho fuerte y musculoso brillando bajo la lluvia.
Mientras ella estaba durmiendo durante una noche de tormenta, Joe había invadido su dormi­torio, su santuario privado.

Demi fue en busca de la bata y se envolvió en ella. Todo le parecía diferente ahora. El armario de cerezo y la inmensa cama de metal. Los suelos de madera y las alfombras persas. Exhalando un profundo suspiro, Demi se dio la vuelta y abrió la persiana. Gracias a Dios, había dejado de llover. No quería que volviera a llover jamás. No si ello significaba la imagen semidesnuda de  Joe con la cabeza inclinada hacia atrás y el agua deslizándose por su estómago plano hasta caer por la cinturilla de sus pantalones negros ajustados.
Demi se apretó la bata. Había soñado con él vestido con la ropa que llevaba puesta la noche anterior, solo que estaba en la azotea del hotel, permitiendo que ella lo desnudara.

Maldita fuera aquella sonrisa suya tan sensual. Y su actitud prepotente.
Demi tenía dos días antes de su próximo encuentro, dos días para armarse de información. No sabía prácticamente nada de Joe, pero sospechaba que él conocía muchas cosas de ella.
Seguramente Joe había echo sus deberes semanas atrás, analizando a su oponente, investigando los puntos fuertes y los flacos, sus éxitos y sus fracasos.
Bueno, al menos sus sueños eran sólo de ella. Y también su ulcera. Dudaba mucho que Joe hubiera tenido acceso a su historial médico.

Demi cruzó el salón y se dirigió a la cocina. Se sirvió un vaso de leche, estiró la mano para alcanzar el teléfono  y marcó el número de Morgan Chancellor con la esperanza de encontrarla en casa. Morgan no era realmente una chismosa. Nunca lanzaba rumores infundados, pero parecía conocerlo todo sobre los demás. Y Demi tenía la intención de hablar de Joe con alguien que estuviera dispuesto a responder a sus preguntas.
Morgan contestó al quinto timbrazo. Demi comenzó una conversación amigable, preguntándole a la otra mujer si lo había pasado bien en la fiesta.         -Por cierto- dijo tras un rato-. Al final, Joe Jonas me encontró.
-¿De verdad? ¿Y qué te ha parecido?
-No estoy muy segura- dijo Demi tratando de apartar de la mente la imagen de su cuerpo desnudo bajo la lluvia-.No lo tengo muy controlado. ¿Tú qué sabes de él, Morgan?
-Veamos…Su padre es un magnate de la publicidad, y su madrastra es absolutamente fascinante…Por supuesto, su verdadera madre era igual de impresionante. Era una actriz de Hollywood. Murió cuando Joe era un bebé.

- ¿Era famosa?- preguntó Demi, intrigada.
-No, pero debería haberlo sido. Al parecer, tenía verdadero talento.
-¿Cómo se llamaba?- preguntó Demi, tratando de imaginarse a la mujer que había dado la vida a Joe.
-Danielle Jonas. Pero los periódicos de la época no hablaban mucho de ella. Si de verdad sientes curiosidad por Joe, deberías leer cosas sobre Tara Shaw.
-¿La estrella de cine? ¿La bomba humana? ¿La famosísima rubia conocida en todo el mundo? ¿Por qué, acaso era amiga de su madre?
-No, para nada- respondió Morgan mientras mordisqueaba una galleta-. Joe trabajaba para ella.
-¿Y qué? Él es asesor de relaciones públicas. Es perfectamente normal.
- Tuvo una aventura con él, Demi- dijo Morgan dejando de mordisquear. 
—Oh, Dios mío...

¿Joe y Tara Shaw, la diosa de la pantalla de los años setenta? Debía tener al menos el doble de años que él.
-Algunos dicen que ella le rompió el corazón -continuó Morgan volviendo a masticar su ga­lleta-. Otros, que él se lo rompió a ella. Y otros ase­guran que ambos estaban sólo jugando, moviendo las sábanas por pura y simple diversión.
 Demi se removió sobre su asiento, y estuvo a punto de derramar la leche. Agarró con fuerza el vaso para evitar que se le cayera.
 -¿Cuándo ocurrió?

-Cuando él acababa de salir de la universidad. Me sorprende que no lo sepas.
-No suelo prestar atención a ese tipo de cosas. No sigo los avalares de Hollywood.
-Yo sí —respondió Morgan—. Su aventura no duró mucho, pero fue todo un escándalo.
-¿Más grande que el que me ha salpicado a mí ahora?
-Mucho más.

Aquello era más que suficiente. Demi se pasó el resto de la mañana navegando por Internet en busca de viejos artículos que hablaran de Tara Shaw y de su joven y salvaje amante.
Mientras conducía delante de las fastuosas mansiones de Beacon Hill, Joe  sintió la repen­tina necesidad de llamar a Tara, de contarle lo que ocurría.
Pero le echó un vistazo a su teléfono móvil, que descansaba en el salpicadero, y cayó en la cuenta de que no tenía su número. No había hablado con Tara Shaw desde hacía más de ocho años. Joe ha­bía dejado Hollywood sin mirar atrás.

Y además, ¿qué diablos le diría? ¿Y qué pensaría su actual marido si a su antiguo amante se le ocu­rría llamarla de repente?
Joe torció hacia la izquierda y tomó la calle fa­miliar que lo llevó hasta el garaje de sus padres. Sabía que su padre estaría en casa un domingo por la tarde.