lunes, 15 de octubre de 2012

Dumiendo Con Su Rival Capitulo 2



Dispuesta a enfrentarse a él, se dio la vuelta. Lo miró directamente a los ojos, e hizo todo lo posible por mantener la compostura.
Se esperaba a un hombre alto y guapo, pero era más que eso. Mucho más.
Iba vestido con un traje de Armani y mocasines de Gucci, y mostraba una imagen tan impecable como su reputación.

Y exudaba sexualidad. Un calor primitivo, puro y esencial.
Demi sujetó el plato con las dos manos para evi­tar que se le desparramara la comida por el suelo. Los hombres no solían ponerla nerviosa. Pero aquel sí lo hacía.
Joe no dijo nada: Sencillamente, se limitó a mirarla con aquellos ojos color ámbar.
-¿No va usted a presentarse? —dijo ella, con la postura rígida y los dedos sin circulación de tanto apretarlos.
Una sonrisa cínica se asomó a los labios de aquel hombre mientras un mechón de color cho­colate le caía con rebeldía sobre la frente.
-Finge muy bien. Pero sabe perfectamente quién soy.
Como si fuera un predador seguro de sí mismo, Joe se acercó un poco más, lo suficiente como para permitir que sus feromonas entraran en su campo de acción. Dentro del estómago de Demi se encendió una llama de fuego.

«Malditos nervios», pensó para sus adentros. Y maldito Joe Jonas.
-Me pasaré por su oficina el martes -dijo él-. A las dos.
-Consultaré mi agenda y ya le diré algo -res­pondió Demi.
-El martes a las dos. Esto no es negociable.
Demi sintió cómo se le ponía el vello de punta. Odiaba a aquel hombre y todo lo que represen­taba.
-¿Es siempre tan prepotente?
-Soy enérgico, no prepotente.
-Eso dice usted.

Demi levantó la barbilla unos centímetros, y Joe estudió aquel gesto orgulloso. Demi Lovato era toda una fuerza femenina de la naturaleza. Te­nía un cuerpo esbelto y elegante, una melena on­dulada y castaña recogida en la nuca, y unos ojos del color de las violetas.
Una dama de hierro de temperamento ar­diente. Joe había oído decir que era una prin­cesa de hielo. Que era una mujer que estaba siem­pre a la defensiva, una mujer que competía con los hombres. Y ahora iba a competir con él.

Demi le dedicó una mirada de fastidio y él diri­gió la vista hacia su plato de canapés, que estaba intacto.
-¿No le gusta la comida?
-No he tenido la oportunidad de probarla.
-¿Porque yo la he interrumpido?
Joe estiró la mano, agarró un champiñón del plato de Demi y se lo metió en la boca, sabiendo de sobra que aquel comportamiento desafiante la en­furecería aún más.
Sus ojos violetas se volvieron un tanto agresivos, y Joe sospechó que estaba contemplando la posibili­dad de hacer algo sumamente infantil, como arro­jarle el resto de los champiñones sobre el pecho.
-No tengo nada contagioso, señorita Lovato.
-Tampoco tiene ninguna educación.
-Claro que sí.

En esta ocasión, Joe se hizo con una gamba y la degustó con deleite. Luego buscó en el bolsillo de su chaqueta hasta encontrar un pañuelo con sus iniciales bordadas en el que se limpió las ma­nos con gesto elegante. Pensó que aquella fiesta era demasiado estirada. Igual que Demi Lovato.
Joe estaba más que harto de la superficialidad de la sociedad en la que vivía. Solía moverse en aquel mundo como pez en el agua, pero ahora todo le parecía una gran mentira.

¿Por qué habría de ser de otra manera? Des­pués de todo, acababa de descubrir un secreto fa­miliar, un cadáver en el armario que hacía que toda su vida pareciera una farsa.
Sin dejar de mirarlo con desdén, Demi dejó su plato sobre la mesa.
-Gracias a usted he perdido el apetito.
 Pero Joe pensó que antes tampoco lo tenía. Seguramente, el problema de los helados Lovato era una carga demasiado pesada para sus hombros inexpertos. Demi nunca había tenido que enfrentarse a un escándalo público, y menos de aquella magnitud.

Joe sí lo había hecho, por supuesto. Los escán­dalos eran su especialidad. Pero no así los secretos de familia. No podía superar la mentira en la que se había criado.
Se pasó la mano por el cabello y entonces cayó en la cuenta de que había perdido de vista su prio­ridad. Nada, ni siquiera el problema que tenía, de­bía interferir en los negocios.
Se obligó a sí mismo a regresar al presente y miró fijamente a Gina.
¿Le molestaría que él intentara hacerse cargo de la situación, o lo que le molestaba era la ver­dad, el hecho de que él estuviera más cualificado para el trabajo?
Para ser sinceros, a Joe no le importaba. Él era muy bueno en lo suyo, y había trabajado muy duro para demostrarlo.

-Deje de mirarme así —dijo Demi.
-¿Así cómo?
-Como si fuera superior.
-Los hombres somos superiores —respondió él deliberadamente para picarla.
-¿Y por eso mordió Adán la manzana? —Pre­guntó Demi—. ¿Porque era muy listo?
 -¿Qué tipo de pregunta es esa?
-Una pregunta retórica -respondió ella po­niendo los ojos en blanco-. Todo el
Mundo sabe que Adán mordió la manzana por culpa de Eva.
¿Y aquello qué significaba? ¿Qué Demi pensaba que el cerebro de los hombres estaba localizado en la entrepierna? ¿O, en el caso de Adán, detrás de la hoja de parra?

Caperucita y El Lobo Capitulo 3



Annette, es el señor Jonas.Joseph se ajusto el Iphone contra su oreja.
—Sí, ¿Señor Jonas?

—Dame todo lo que hay de Demi Lovato. Y me refiero a todo, los negocios y lo personal. Lo quiero todo. Debemos de tener sus números en el archivo junto con los de su abuela Ester. —Maldición él había ayudado a Ester con el archivo para el número de seguro social de la niña cuando él se había dado cuenta de que los padres de Demi no tenían uno. En aquel entonces no era automático.
— ¿Demi? La pequeña niña de la…
—Todo, Annette.

—Sí, señor Jonas.
Joseph pulsó el botón de desconexión con el pulgar y se metió el teléfono ancho en su bolsillo. Miró por la oscura ventana privada de su limusina a la nada, mientras salían de la clínica, de la casa de asilo. Dios, todavía no podía creer que era ella. Ella había cambiado tanto, madurado... maravillosamente. Sin embargo, su olor era el mismo, exactamente el mismo, a pesar de haber tomado un segundo para colocarlo. Veintiún años era mucho tiempo, incluso para él.

Joseph movió la cabeza, se frotó el cansancio de los ojos con ambas manos. Tal vez lo estaba imaginando, el olor de los árboles rotos, savia, gasolina y goma quemada. Todavía podía oler la sangre en el aire a su alrededor, la tierra y la lluvia. Todavía notaba las lágrimas, las suyas, y de los suyos.

Tenía que estar imaginando. Su sentido olfativo era bueno, pero no tan bueno como veintiún años. Sin embargo, ver a Demi Lovato ahora le demostró que había tomado la decisión correcta de todos estos años. Los recuerdos lo inundaron como arenas movedizas, tirando de él tanto que apenas podía respirar.

En aquel entonces, se habría matado. Él tenía derecho de pedir a su abuela, Ester, que la mantuviera lejos, al menos impedir que se aventurara en su territorio del bosque. Sólo que no podía soportar su olor, el olor de la muerte. Le dijeron que se limitara a los caminos, y él las evitó. Había trabajado en eso. Hasta hoy.

Joseph arrebató el periódico de la bolsa en la pared del coche. Se inclinó hacia atrás, desplegándolo y replegándolo con un quebradizo ruido. La tinta aún estaba húmeda, no tanto como el olor de los seres humanos, pero lo sentía en los dedos. Era una buena sensación, un olor bueno, mundano. Inofensivo.
Se volvió a la sección de bienes raíces de primera clase de compra-venta. Los negocios más importantes en sus pensamientos, Demi Lovato podía desaparecer en los oscuros recovecos de su mente donde quisiera. Echó un vistazo a la lista.

Canela. Los otros olores estaban allí, o no, pero él había olido canela eso era seguro. Y el chocolate. Ester siempre había tenido un sándwich de mantequilla de maní a la espera de él, su favorito, o más bien su obligación. Pero por otra parte le habría ofrecido algún tipo de delicioso pastel o una galleta para el postre.
Se había dado cuenta de que Demi tenía una de esas cestas de mimbre pintorescas con doble asa, rojo y blanco, con un forro a cuadros. ¿Era proveedora de la pastelería de Ester? Ester nunca había mencionado las visitas de Demi, o por qué la había traído.
¿Por qué iba a hacerlo? Ester sabía cómo se sentía. Lo había dejado perfectamente claro hace tantos años y Ester fue una verdadera amiga comprensiva.
Lo que había de muestra de dulces azucarados, sin embargo, fue celestial. Mejor que la mayoría de los chefs profesionales que conocía. ¿Horneaba Demi por diversión o beneficio? Él quería saberlo.

¿Dulce musgo de turba, que le está tomando a Annette tanto tiempo? La pared de árboles a lo largo de la carretera se rompió en un campo abierto y se dibujó en su mirada. Miró fijamente, sólo a la mitad notó el montón de vacas, el granero y los silos de maíz en la distancia. Su mente vagaba demasiado rápido en el pelo rojo y largas piernas de seda.

Demi parecía lo suficientemente buena para comer. Sabía que su pelo era rojo.
Lo había recordado en gran parte. Sin embargo, la luminosidad, el espesor. ¡Dios, no había tenido la menor idea! El color le recordaba a las hojas de otoño, las que habían en el bosque parecía que estuviera ardiendo con el fuego frío. Y con los bloques de espesor que caían por el camino hasta la curva superior de su trasero, parecía más como una capa de pelo.
Joseph trató de abrir y cerrar la visión de su mente y se centró de nuevo en el periódico. Encontró el nombre que había estado buscando por segundos.

Anthony Cadwick, maldito viejo—. Sin duda el hombre estaba ocupado.
Acosando a Ester por la mañana, y por la tarde para cerrando un importante acuerdo de bienes raíces. Intimidaba fuertemente a los propietarios de viviendas y los manipulaba con las leyes de dominio eminente, lo cual era su especialidad.

Cadwick era cada pedacito del lobo estereotipado que Ester le había descrito.
Joseph sólo esperaba que Ester pudiera mantener su juicio, cuando él volviera otra vez. No podía permitir que Cadwick pusiera sus manos en la tierra de los Lovato.
Sólo la idea de la evolución de viviendas y los supermercados de descuento, estuvieran tan cerca de su bosque, hizo que sus bolas se encogieran.
Joseph supo sin mirar, el momento en que llegaron a la carretera. La suspensión de la limusina fue superior, pero la diferencia entre los caminos rurales y la carretera era como la de los lisos adoquines con el vidrio.

Caperucita y El Lobo Capitulo 2 Jemi



La confusión se desvaneció, los brillantes ojos azules de su abuela se volvieron acero con determinación—. ¿Necesitas dinero, querida? Dile a tu abuelita. Tengo un poco en la lata de café en la parte superior de la nevera. Toma lo que tú necesites, Caperucita Roja. Es por eso que estás aquí.
Demi apretó la mano de la Abuela, suavemente, con cuidado de no dañar los huesos quebradizos o moretones en su piel suave.
—No, abuela. Estoy bien. La panadería finalmente ha dado muchos beneficios este año.
Era una verdad a medias. La panadería que había abierto hace dos años,
“Panadería Caperucita Roja” (un juego de palabras por su apodo que se debía a su pelo del color del fuego), tenía ahora las finanzas en su mayoría en negro. Las finanzas personales de Demi sin embargo, eran de un color rojo brillante como su pelo.
Los asilos de ancianos, los mejores, no eran baratos.

En un mundo perfecto Demi habría mantenido a su abuelita con ella y la habría cuidado ella misma. El mundo estaba lejos de ser perfecto sin embargo, las necesidades médicas de la Abuela, su odio por la ciudad y las exigencias de tiempo de su nuevo negocio hicieron de una residencia de ancianos la mejor y única opción para ambas.

Por supuesto que no, se detuvo brutalmente Demi con culpabilidad. Ella se arruinaría a sí misma, y a la panadería, si fuera necesario, para hacer que la abuelita estuviera segura y con la mejor atención. Con suerte, el banco aprobaría su solicitud de préstamo y nada de esto sería una preocupación nunca más. La verdad era que la venta de la casa en la que había crecido y las ciento y tres hectáreas resolverían muchos problemas.

— ¿Cuándo fue la última vez que alguien comprobó la casa? — Demi se preguntó.
— ¡Oh!, mi lobo de plata hermoso la comprobó el otro día. Todo está bien. Él explicó que había puesto violetas frescas en el jarrón del alféizar. Son mis favoritas, ¿Sabes? —La sonrisa de la Abuela agrupó el exceso de piel en sus mejillas, un rubor de color haciéndola parecer diez años más joven.

Demi silbó un juramento en voz baja. Justo así, la abuela había perdido su memoria de nuevo. Al menos Demi lo sabía. Este lobo, el lobo de plata grande de la Abuela, había sido una parte de su infancia, un personaje de sus historias antes de acostarse. La abuela parecía olvidar que sólo era un invento a veces.

Demi podía seguirle la corriente y aún tener una visita relativamente sana con su abuela.
— ¿Qué más dijo tu lobo de plata? ¿No ventiló el lugar por casualidad? Tal vez comprobó los canales y el sótano, asegurándose de que no hubiera ninguna criatura dentro.
Demi no había tenido tiempo para pasar por ahí y comprobar el viejo lugar, por meses.
Rodeada por cientos de Acres y con vecinos de cuatrocientas hectáreas, la pequeña casa con chimenea se encontraba en lo profundo del denso bosque.

Todo tipo de cosas salvajes podían asumir el control en cualquier momento.
La abuela asintió con la cabeza, su sonrisa nunca vaciló—. Sí, querida. Vio todo.
Mi lobo de plata grande sabe lo importante que es ese lugar para mí. Dice que lo mantiene como lo dejé para cuando vuelva.
Demi tragó el repentino nudo en su garganta. Ella no tenía idea de que la abuelita creía que volvería a casa algún día—. Abuela...

—Relájate, querida. Podrías soplar un fusible. Las dos sabemos que vivir en esa casa es demasiado para mí como esto. Apenas puedo tomar un tintineo por mi cuenta. Es sólo una broma, es todo. Es una tentación para mí. Me gusta. Me hace reír.
—Te hace reír, ¿Eh? Siempre me dijiste que era un lobo feroz. Me daban pesadillas con las historias de cómo me comería si jugaba demasiado en lo profundo del bosque. Me contabas todo acerca de sus grandes orejas y afilados dientes...
—Oh, eso. Bueno, supongo que pudo haberte confundido con un cervatillo sabroso o un zorro o algo, pero sobre todo yo no quería que vagaras demasiado lejos y molestaras al pobre.

— ¿Así que fue una táctica de crianza de tus hijos? Agradable. Demi le dio un guiño juguetón a la abuelita—. Tal vez me vaya por ahí para ver qué tiene de especial este lobo de plata apuesto, con el que tú aterrorizabas mi infancia para protegerlo.

—No, no, yo no creo que sea sabio. Es digno y cortés, pero todavía hay una fiera en él. No olvidéis nunca que, a Caperucita Roja… No. Es mejor que lo dejes en paz. Además, tú no viviste tu infancia con terror. Eras una de las niñas más valientes que yo hubiera conocido. Peor que tu padre. No puedo pensar en nada que pudiera sacudirte, excepto...

El corazón de Demi tartamudeó. Las dos se quedaron en silencio. Sabía que los pensamientos de su Abuela se habían ido, al igual que los suyos. La noche de la muerte de sus padres. El accidente de coche. La mirada inquietante de un verde luminoso en el parabrisas. Allí y después nada. Estaba demasiado oscuro, llovía demasiado. Su padre no podía ver, no pudo frenar a tiempo.
Él se desvió, pero era demasiado tarde. El despliegue vicioso por el terraplén era inevitable, imparable.

¿Cómo había sobrevivido? Ella no lo sabía. No podía recordar. Pero recordó esos ojos.
Demi aún los podía ver, mucho después de que la imagen se hubiera desvanecido, el cuerpo roto de un lobo atrapado bajo el coche, sus padres en el asiento delantero, sus rostros y cuerpos cortados y maltratados más allá del reconocimiento, en todas partes había vidrio, metal retorcido, el olor de goma quemada y gasolina, el sabor cobrizo de su propia sangre en la boca. Los ojos verdes salvajes la habían atormentado durante años. Dios, odiaba a ese lobo.

—Sí, bien. Eso fue hace mucho tiempo. —Y Demi no quería recordar más.
—Sí, fue horrible. Has llegado tan lejos desde entonces.
Demi le dio una sonrisa forzada y dirigió el tema lejos de los oscuros recuerdos—.
Y aquí seguimos hablando de que el lobo de plata misterioso viene aquí, te hace reír, que tentador. Vamos, Abuela ¿Qué hay de tentador en él? ¿Es algo que me hará sonrojar?
La Abuela no se inmutó—. Convertirme en uno de ellos, por supuesto. Esa es la única forma de que este viejo cuerpo puede regresar a la casa. ¿No?
— ¿Uno de ellos?

—Sí, cariño, un licántropo. Un cambiante de forma. —Ella suspiró por la confusión de Demi—. Un hombre lobo, hija. Un hombre lobo.