Dispuesta a enfrentarse a él,
se dio la vuelta. Lo miró directamente a los ojos, e hizo todo lo posible por
mantener la compostura.
Se esperaba a un hombre alto y
guapo, pero era más que eso. Mucho más.
Iba vestido con un traje de
Armani y mocasines de Gucci, y mostraba una imagen tan impecable como su
reputación.
Y exudaba sexualidad. Un calor
primitivo, puro y esencial.
Demi sujetó el plato con las dos
manos para evitar que se le desparramara la comida por el suelo. Los hombres
no solían ponerla nerviosa. Pero aquel sí lo hacía.
Joe no dijo nada: Sencillamente,
se limitó a mirarla con aquellos ojos color ámbar.
-¿No va usted a presentarse?
—dijo ella, con la postura rígida y los dedos sin circulación de tanto
apretarlos.
Una sonrisa cínica se asomó a
los labios de aquel hombre mientras un mechón de color chocolate le caía con
rebeldía sobre la frente.
-Finge muy bien. Pero sabe
perfectamente quién soy.
Como si fuera un predador
seguro de sí mismo, Joe se
acercó un poco más, lo suficiente como para permitir que sus feromonas entraran
en su campo de acción. Dentro del estómago de Demi se encendió una llama de fuego.
«Malditos nervios», pensó para
sus adentros. Y maldito Joe Jonas.
-Me pasaré por su oficina el
martes -dijo él-. A las dos.
-Consultaré mi agenda y ya le
diré algo -respondió Demi.
-El martes a las dos. Esto no
es negociable.
Demi sintió cómo se le ponía el
vello de punta. Odiaba a aquel hombre y todo lo que representaba.
-¿Es siempre tan prepotente?
-Soy enérgico, no prepotente.
-Eso dice usted.
Demi levantó la barbilla unos
centímetros, y Joe
estudió aquel gesto orgulloso. Demi Lovato era toda una fuerza femenina de la
naturaleza. Tenía un cuerpo esbelto y elegante, una melena ondulada y castaña
recogida en la nuca, y unos ojos del color de las violetas.
Una dama de hierro de
temperamento ardiente. Joe
había oído decir que era una princesa de hielo. Que era una mujer que estaba
siempre a la defensiva, una mujer que competía con los hombres. Y ahora iba a
competir con él.
Demi le dedicó una mirada de
fastidio y él dirigió la vista hacia su plato de canapés, que estaba intacto.
-¿No le gusta la comida?
-No he tenido la oportunidad
de probarla.
-¿Porque yo la he
interrumpido?
Joe estiró la mano, agarró un
champiñón del plato de Demi y se
lo metió en la boca, sabiendo de sobra que aquel comportamiento desafiante la
enfurecería aún más.
Sus ojos violetas se volvieron
un tanto agresivos, y Joe
sospechó que estaba contemplando la posibilidad de hacer algo sumamente
infantil, como arrojarle el resto de los champiñones sobre el pecho.
-No tengo nada contagioso,
señorita Lovato.
-Tampoco tiene ninguna
educación.
-Claro que sí.
En esta ocasión, Joe se hizo con una gamba y la
degustó con deleite. Luego buscó en el bolsillo de su chaqueta hasta encontrar
un pañuelo con sus iniciales bordadas en el que se limpió las manos con gesto
elegante. Pensó que aquella fiesta era demasiado estirada. Igual que Demi Lovato.
Joe estaba más que harto de la
superficialidad de la sociedad en la que vivía. Solía moverse en aquel mundo
como pez en el agua, pero ahora todo le parecía una gran mentira.
¿Por qué habría de ser de otra
manera? Después de todo, acababa de descubrir un secreto familiar, un cadáver
en el armario que hacía que toda su vida pareciera una farsa.
Sin dejar de mirarlo con
desdén, Demi
dejó su plato
sobre la mesa.
-Gracias a usted he perdido el
apetito.
Pero Joe pensó que antes tampoco lo tenía.
Seguramente, el problema de los helados Lovato era una carga demasiado pesada para sus
hombros inexpertos. Demi
nunca había tenido que enfrentarse a un escándalo público, y menos de aquella
magnitud.
Joe sí lo había hecho, por
supuesto. Los escándalos eran su especialidad. Pero no así los secretos de
familia. No podía superar la mentira en la que se había criado.
Se pasó la mano por el cabello
y entonces cayó en la cuenta de que había perdido de vista su prioridad. Nada,
ni siquiera el problema que tenía, debía interferir en los negocios.
Se obligó a sí mismo a
regresar al presente y miró fijamente a Gina.
¿Le molestaría que él
intentara hacerse cargo de la situación, o lo que le molestaba era la verdad,
el hecho de que él estuviera más cualificado para el trabajo?
Para ser sinceros, a Joe no le importaba. Él era muy
bueno en lo suyo, y había trabajado muy duro para demostrarlo.
-Deje de
mirarme así —dijo Demi.
-¿Así cómo?
-Como si
fuera superior.
-Los hombres
somos superiores
—respondió él deliberadamente para picarla.
-¿Y por eso mordió Adán la
manzana? —Preguntó Demi—.
¿Porque era muy listo?
-¿Qué tipo de pregunta es esa?
-Una pregunta retórica
-respondió ella poniendo los ojos en blanco-. Todo el
Mundo sabe que Adán mordió la
manzana por culpa de Eva.
¿Y aquello qué significaba?
¿Qué Demi
pensaba que el
cerebro de los hombres estaba localizado en la entrepierna? ¿O, en el caso de
Adán, detrás de la hoja de parra?