domingo, 14 de abril de 2013

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 14




Joseph se incorporó un poco más y la observó, fascinado, mientras ella lidiaba con la candela. La luz de la pantalla de televisión, que había puesto en silencio, iluminaba el rostro y el pelo de ella.

 No era una de esas mujeres inútiles que habían nacido para ser dependientes. Mientras realizaba con eficiencia los movimientos oportunos, se le entreabrió la bata que llevaba puesta, dejando al descubierto una camiseta interior y unos pantalones cortos de pijama. No tenían nada de especial y, al mismo tiempo, eran el conjunto más sexy que él había visto jamás.

 De pronto, Joseph se sorprendió por la fuerza de su erección. Se cubrió con el edredón.
 Entonces, cuando ella se puso en pie y se frotó las manos para limpiarse el serrín y el polvo, él se quedó boquiabierto. Su anfitriona había olvidado cerrarse la bata y podía ver a la perfección sus largas piernas y la silueta de sus pechos bajo la camiseta. La fuerza del deseo le hizo cerrar los ojos.

 –No me extraña que hayas tenido que cubrirte con el edredón.
 Demi caminó hacia él con las manos en las caderas y gesto provocativo.
 –Hace frío incluso con la calefacción puesta. Deberías haberme gritado para que bajara y encendiera el fuego. Habría entendido que no podías hacerlo solo.

Joseph se retorció e hizo un esfuerzo para apartar la vista de aquellos turgentes pechos que le resaltaban bajo la pequeña camiseta. Incluso podía percibirse la silueta de sus pezones… ¿o era su imaginación?

 –Iba a hacerlo, pero me acordé de lo claro que me habías dejado que soy una molestia para ti –repuso él, malhumorado, volviendo a apartar la mirada de un paisaje tan tentador.
 Demi se sonrojó, sintiéndose culpable.

 Él ni siquiera quería mirarla a la cara y entendía por qué. Había sido una mala amiga, dando prioridad a sus propias inseguridades. Había sido antipática y desagradable. Lo más probable era que ya no quisiera ni ser su amigo.

 Cuando imaginó que él igual ya no quería pasar tiempo en su compañía, una profunda angustia la invadió.

 Mientras había estado huyendo de él durante cuatro años, no se había parado a pensar que había estado destruyendo los cimientos de su larga amistad. Había intentado olvidarlo, pero no había podido.

 Con el corazón acelerado, Demi ansió que él volviera a mirarla, en vez de apartar de vista como si fuera una extraña que no lo hubiera ayudado en un momento crítico.
 –Siento si te he dado esa impresión, Joseph. No era mi intención. Claro que no eres una molestia.
 –Me has dejado muy claro que este es el último sitio donde te gustaría estar, sobre todo cuando París te está esperando con sus fiestas y una emocionante exposición.

 –Nunca he dicho nada de fiestas –murmuró ella–. Además, la exposición a la que tanto había deseado ir, había perdido de pronto su atractivo. Solo importaba lo que estaba sucediendo ante sus narices, todo lo demás parecía borroso y desenfocado.

 –Y Patric estará bien sin mí. La verdad es que esas cosas son, a veces, un poco cansadas.
 Joseph, que se ponía tenso cada vez que oía el nombre del francés, la observó mientras se sentaba en un brazo del sofá con aire distraído y recogía un cojín del suelo.
 –¿De veras? –preguntó él, esperando que le diera más detalles.
 Ella lo miró con gesto culpable.

 Joseph se esforzó en mantener los ojos en su cara, porque sabía que, si bajaba la vista a otras zonas de su anatomía, sería desastroso. Sin duda, lo que había vislumbrado antes eran sus pezones, sí… Por eso, debía mirarle solo el rostro, aunque eso también lo excitaba un poco.

 –Me gusta el arte y me gusta ir a exposiciones y, por supuesto, haría cualquier cosa para ayudar a Patric, pero a veces resulta un poco aburrido. Las mujeres siempre asisten llenas de joyas y los hombres apenas admiran los cuadros porque solo les interesa hacer negocios. Los padres de Patric tienen buenos contactos y la lista de invitados suele ser… bueno… va mucha gente de la flor y nata de la ciudad.

 –Suena aburrido –comentó él–. A mí no me gustan esas reuniones…
 –Puede serlo –confesó ella–. Pero, para poder seguir viviendo de su arte, a Patric no le queda más remedio que confraternizar con ese mundo.

 –Tal vez, le gusta… –dijo Joseph, tratando de insinuar que igual no era un hombre tan maravilloso como ella creía–. Parecía querer comerse el mundo en las fotos suyas que vi en Internet. Una amplia sonrisa, muchas chicas guapas a su alrededor…

 –Siempre tiene chicas a su alrededor –replicó ella, riendo–. Tiene mucho éxito con ellas, porque no intenta esconder su lado femenino.
 –¿Me estás diciendo que es homosexual?

 –¡No he dicho nada de eso! –exclamó ella y, sin poder evitarlo, rompió a reír–. Lo que pasa es que sintoniza bien con las mujeres, además, le gusta mucho coquetear.

 Joseph quiso preguntarle si era esa la razón por la que habían roto. ¿Lo habría sorprendido en la cama con una de esas chicas?

 Sin embargo, Demi dio por terminada la conversación, se levantó e informó de que iba a cambiarse.
 –Te traeré el desayuno, en cuanto me duche. Esto… –balbuceó ella, sin saber si preguntarle si quería ducharse.

 Tal vez, prefiriera darse un baño. Al final, decidió no decir nada al respecto, temiendo tener que desnudarlo. Solo de pensarlo, le subía la temperatura–. Esto… no tardaré. Puedes hacerme una lista de lo que quieres que te traiga de tu casa. Y dame tu llave. Mi padre tiene una copia, pero me parece que la guarda en su llavero, el que se ha llevado a Escocia.

Demi se duchó, se puso vaqueros, un jersey, una cazadora y unos calcetines de lana hasta la rodilla. Mientras, no pudo dejar de pensar en cómo actuar con Joseph. Mantener las distancias iba a ser difícil. Por supuesto, no iba a empezar a comportarse como una adolescente riéndole todas las gracias, ni iba a olvidar que le había roto el corazón hacía años.

 Sin embargo, no podía ignorarlo. Él estaba inmóvil, tumbado en su salón. ¡Tenía que ayudarlo! Si pudiera dejar atrás el pasado y ser su amiga nada más, las cosas serían mucho más fáciles, pensó. ¡Así se demostraría que había superado lo ocurrido hacía cuatro años! Pero ¿qué pasaba con esos sentimientos tumultuosos y calientes que la invadían?
 Cuando volvió al salón, James tenía la lista hecha.

 Ordenador portátil. Cargador. Ropa.
 Poco después, Demi se encaminó a la gran mansión. Había estado allí antes, pero nunca en el dormitorio de él, que localizó por eliminación. El piso alto estaba compuesto por varias habitaciones, que parecían ser para invitados. De los otros dormitorios, solo uno, aparte del de Daisy, tenía aspecto de haber sido ocupado.

 Las cortinas color burdeos estaban abiertas, dejando ver enormes ventanales y el exterior poblado de nieve. La moqueta color pálido estaba cubierta por una alfombra persa y una cama gigantesca. Apoyándose en el quicio de la puerta, ella se imaginó a Joseph allí tumbado, sexy, con las sábanas de satén oscuro apenas cubriendo su cuerpo sensacional. Luego, lo recordó cuando había estado en el sofá de su casa, hablando con ella, los dos casi rozándose. Parpadeó para quitarse esa imagen de la cabeza.

 Enseguida, encontró dónde guardaba la ropa, aunque le resultó un poco raro reunir sus jerseys, pantalones, camisetas y ropa interior. Lo metió todo en dos bolsas de plástico que había llevado con ella. A continuación, bajó a la cocina a buscar el ordenador y el cargador.
 Cuando regresó a su casa, Demi  se lo encontró donde lo había dejado, tumbado en el sofá.

 –Puedo moverme un poco cuando hacen efecto los analgésicos –anunció él, contemplando cómo el pelo húmedo de ella se había llenado de ondas. Su cabello oscuro resaltaba la palidez y suavidad de su piel y unas largas pestañas–. Pero no creo que sea bueno que trabaje sentado en el sofá –añadió, se incorporó e hizo una mueca por el dolor–. Debería tener la espalda lo más recta posible. Si hubieras hecho ese curso de primeros auxilios, lo sabrías.
 –¿Y qué sugieres?

 –Bueno… puedo usar esa mesa de ahí, pero tendrías que traerme un escritorio. Podemos ponerlo junto a la ventana.
 –¿Qué clase de escritorio le gustaría al señor?
 –¿Sería mucho pedir que me trajeras el que uso en mi casa? No es muy grande –indicó él y sonrió.

 –Supongo que podría bajar mi mesa. Es pequeña y ligera –señaló ella y miró la bolsa con ropa que traía en la mano–. ¿Podrás cambiarte solo?

 –Después de ducharme. Voy a intentar subir las escaleras solo. Si me das una toalla…
Demi lo hizo y, mientras él se duchaba, no pudo evitar imaginárselo desnudo bajo el chorro de agua. Limpió la mesa de su cuarto y la bajó al salón, donde le preparó un pequeño despacho con vistas al paisaje nevado.

 La casa era pequeña y, aunque lo había evitado la noche anterior, dejándolo solo para ver la tele, no iba a poder esquivarlo durante las horas del día. Ella podía trabajar en la cocina y lo haría, pero tendría que entrar en el salón de vez en cuando, aunque solo fuera para estirar las piernas.

 En vez de sentirse molesta por eso, como le había pasado la noche anterior, experimentó una extraña sensación que no era desagradable. Tal vez, algo había cambiado entre ellos. Al fin, ella había dejado de estar tan tensa y se había relajado.

 Media hora después, Joseph salió del baño con el pelo mojado. Había pasado por alto la rutina del afeitado y estaba más sexy que nunca. A regañadientes, ella tuvo que admitir que ni Patric ni Gerard habían estado a su altura en lo que a atractivo sexual se refería.

 Él se fue al salón con una cafetera llena, mientras Demi se ponía al día con el correo en la cocina. Sin embargo, como no podía concentrarse, acabó leyendo unos libros de cocina de su padre, fijándose en que había algunas páginas marcadas.

 Justo cuando estaba pensando en renunciar a trabajar y ponerse a preparar algo para comer, la sorprendió el sonido de algo cayendo al suelo con fuerza. Dando un respingo, se puso en pie de un salto y corrió al salón.

 Joseph estaba de pie junto a la ventana, haciendo una mueca y sujetándose la espalda con la mano. Se giró al oírla entrar.

 –¿Por qué la gente se niega a hacer cosas que son buenas para ellos?
 Demi bajó la vista al libro que estaba en el suelo. Era uno de los tomos de jardinería de su padre.

jueves, 11 de abril de 2013

Quimica Perfecta Capitulo 44




Joe

      Llevarme a una galería no es la mejor idea que ha tenido. Cuando Sierra se lleva a Demi para enseñarle una pintura, me siento completamente fuera de lugar.

    Deambulo por el local y estudio la mesa en la que se extiende la comida pero, por suerte, ya hemos comido. De hecho, no sé quién puede llamar comida a esto. Tengo la sensación de que alguien debería meter el sushi un rato en el microondas para que fuera comestible. También hay sándwiches del tamaño de una moneda.
    - Nos hemos quedado sin wasabi.

    Todavía estoy concentrando identificando el surtido de comida cuando alguien me da un golpecito en la espalda. Me doy la vuelta y veo a un blanquito bajito y rubio. Me recuerda a Cara Burro, y de inmediato, quiero apartarlo de un empujón.
    - Nos hemos quedado sin wasabi -repite.

    Le respondería si supiera qué cono es el wasabi. Pero no tengo ni idea, de modo que no me inmuto. Y eso me hace sentir como un idiota.
    - ¿No hablas mi idioma?

    Aprieto con fuerza las manos. «Si, hablo tu idioma, gilipollas. Pero la última vez que estuve en clase de lengua, no nos explicaron qué significa la palabra 'wasabi'». En lugar de responder, ignoro al tipo y me acerco a una de las pinturas para observarla de cerca. Una chica y un perro caminando por lo que parece una chapucera imitación de la Tierra.

    - Aquí estás. - Demi se acerca. Doug y Sierra van detrás de ella.
    - Demi, este es Perry Landis -anuncia Doug, señalando al tipo que se parecía a Colin-. El artista.

    - ¡Ay, madre! ¡Tu obra es increíble! -exclama Demi con efusividad.
    Ha dicho «ay, madre» como si fuera una cabeza de chorlito. ¿Está riéndose de mí o qué?

    El tipo mira su pintura por encima del hombro de Demi.
    - ¿Qué te parece esta? –pregunta. Demi carraspea antes de contestar:
    - Creo que proyecta un profundo conocimiento sobre la relación entre el hombre, el animal y la Tierra.
    Venga ya. Qué gilipollez.
    Perry la rodea con el brazo y siento la tentación de darle una paliza, aquí, en medio de la galería.
    - Se ve que eres una chica muy profunda.

    Profunda, sí, claro. Lo que quiere es llevársela a la cama... algo que no hará si puedo evitarlo.
    -    Joe, ¿qué crees tú? -pregunta ella, volviéndose hacia mí.
    - Bueno... -Me froto la barbilla mientras observo fijamente la pintura-. Te doy un dólar por la colección entera, dos como mucho.

    Sierra abre los ojos de par en par y se cubre la boca con la mano, conmocionada. Doug se ha atragantado con la bebida. ¿Y Demi? Miro a mi nueva chica mientras espero su respuesta.

    -    Joe le debes una disculpa a Perry -suelta Demi.
    Sí, después de que él se disculpe por preguntarme por el wasabi. Ni de coña.
    - Me largo de aquí -contesto, antes de darles la espalda y salir por la puerta de la galería. Me las piro.

    Ya fuera, le gorreo un cigarrillo a una camarera que está de descanso al otro lado de la calle. Lo único en lo que puedo pensar es en la expresión de Demi cuando me ha ordenado que me disculpe.
    No se me da muy bien obedecer órdenes.

    Maldita sea, no me ha hecho ninguna gracia ver cómo el capullo del artista ha rodeado a mi chica con el brazo. Estoy seguro de que todos, de una manera u otra, quieren lo mismo: alardear de que han podido tocarla. También lo deseo yo, pero la quiero para mí solo. No me apetece que me dé órdenes como si fuera un cachorrito, y que me coja de la mano cuando le apetezca y no esté haciendo ninguna escena.
    Es obvio que esto no está saliendo como se suponía.

    - Te he visto salir de la galería. Ahí solo entran zánganos -dice la camarera después de que le devuelva el mechero.
    Wasabi. Zánganos... En serio, debo dejar de faltar a clase de lengua.
    - ¿Zánganos?
    - Sí, zánganos, privilegiados que viven a costa del resto del enjambre.

    - Ah, bueno, pues definitivamente yo no soy uno de ellos. Respecto a lo del enjambre, pertenezco más bien a las obreras -respondo con ironía, dándole una calada al cigarrillo y agradeciendo la nicotina. De inmediato, me siento más tranquilo. Bueno, puede que tenga los pulmones marchitos, pero tengo la impresión de que moriré antes de que mis pulmones alcancen la saturación.

    - Soy Mandy, otra obrera. -La camarera me tiende la mano y me lanza una sonrisa. Tiene el cabello castaño y unas mechas de color púrpura. Es bonita, pero no es Demi.
    -    Joe.
    Cuando le estrecho la mano, ella se queda mirando mis tatuajes.
    - Yo tengo dos. ¿Quieres verlos?
    En realidad no me apetece ver lo que le tatuaron en el pecho o en el trasero una noche de borrachera.

    - ¡    Joe! -grita Demi desde la puerta de la pinacoteca.
    Le doy una calada más al cigarro y procuro no pensar en el hecho de que Demi ha organizado esta excursión para poder ocultar su sucio secretito. Y ya estoy harto de ser un jodido secreto.

    Mi medio novia cruza la calle. Los tacones de sus zapatos de diseño resuenan en la acera y me recuerdan que ella pertenece a una clase superior a la mía. Nos observa, a Mandy y a mí, dos obreras fumando juntos.

    - Mandy, aquí presente, estaba a punto de enseñarme sus tatuajes -suelto para cabrearla.

    - No me digas. ¿Tú también ibas a enseñarle los tuyos? -me pregunta con una mirada inquisidora.

    - No me va mucho el drama -anuncia Mandy, antes de lanzar el cigarrillo al suelo y aplastarlo con la punta de su zapatilla deportiva-. Qué tengáis suerte. Vais a necesitarla.
    Doy otra calada al pitillo, deseando que Demi no me provocara tanto como lo hace.
    - Vuelve a la galería, nena. Me vuelvo a casa en autobús.

    - Pensaba que íbamos a pasar un día agradable juntos,    Joe, en una ciudad donde nadie nos conoce. ¿No te apetece ser anónimo de vez en cuando?
    - ¿A qué llamas agradable, a que ese pedazo de capullo que se autoproclama artista me tome por ayudante de camarero? Prefiero que me conozcan como pandillero que como camarero inmigrante.

    - Ni siquiera le das una oportunidad a todo esto. Si te relajaras y cambiaras el chip, encajarías bien. Puedes ser uno más.
    - Todo el mundo es falso. Incluso tú. Despierta, señorita «¡Ay, mi madre!» No quiero ser uno de ellos. ¿Lo pillas?

    - Alto y claro. Para tu información, yo no soy falsa. Puedes llamarlo así si quieres, pero nosotros lo llamamos ser considerados y educados.

    - En tu círculo social, no en el mío, dónde lo llamamos por su nombre. Y nunca jamás vuelvas a ordenarme que rae disculpe como si fueras mi madre. Te lo juro, Demi, la próxima vez que lo hagas habremos acabado.

    Mierda. Se le han puesto los ojos vidriosos. Guando me da la espalda, deseo darme una colleja por haberla herido. Tiro el cigarrillo al suelo.
    - Lo siento. No pretendía ser un imbécil. Bueno, sí. Pero solo porque no me siento cómodo aquí.

    Ella no me mira. Tiendo la mano para acariciarle la espalda y me alegro al comprobar que no se aparta de mí. Continúo hablando:

    - Demi, me encanta salir contigo. Joder, cuando voy al instituto, te busco por los pasillos. Tan pronto atisbo esos mechones dorados y angelicales -le explico, deslizando los dedos entre su melena-, sé que puedo seguir adelante sin contratiempos.
  - No soy un ángel.

    - Para mí lo eres. Si me disculpas, regresaré y me disculparé ante ese artista.
    - ¿De verdad? -pregunta con los ojos muy abiertos.
    - Sí. No quiero hacerlo pero lo haré... por ti.
    Sus labios esbozan una tímida sonrisa.
    - No es necesario. Aprecio que digas que lo harías por mí, pero tienes razón. Se ha portado como un gilipollas.

    - Aquí estáis -dice Sierra-. Os hemos buscado por todas partes, tortolitos. Pongámonos en marcha y vayamos ya a la cabaña.
    En cuanto llegamos, Doug se frota las manos.

    - ¿Bañera de hidromasaje o película? -pregunta.
    Sierra se acerca a la ventana que da al lago.

    - Me voy a quedar dormida si ponemos una peli.
    Sentado junto a Demi en el sofá del salón, me quedo alucinando ante el hecho de que esta gigantesca casa sea la segunda residencia de Doug. Es más grande que la mía. ¿Una bañera de hidromasaje? Vaya, esta gente tiene de todo.
    - No he traído bañador -digo.

    - No te preocupes -contesta Demi -. Seguramente Doug pueda prestarte uno de los que guarda en la casita de la piscina.

    En la casita en cuestión, Doug busca en uno de los armarios.
    - Solo hay dos -dice entregándome un minúsculo bañador-. ¿Crees que te cabrá, grandullón?

    - Tal vez para el testículo derecho. ¿Por qué no te pones tú este y yo cojo el otro? -sugiero y me acerco al armario para sacar un bañador tipo bóxer. Reparo en que las chicas han desaparecido-. ¿Dónde se han metido?

    - Han ido a cambiarse. Y a hablar de nosotros, estoy seguro.
    Me cambio en un pequeño vestuario mientras pienso en la vida en mi barrio. Aquí, en el Lago Ginebra, es fácil olvidarse de eso durante un rato. No tengo que preocuparme de quién está cubriéndome las espaldas. Cuando salgo del vestuario, Doug dice;

    - ¿Eres consciente de que Demi va a tener que tragar mucho para salir contigo? La gente ya está empezando a hablar.

    - Escucha, Douggie. Me gusta esa chica más de lo que me ha gustado nadie en toda mi vida. No estoy dispuesto a dejarla escapar. Empezaré a preocuparme de lo que piense la gente cuando esté a dos metros bajo tierra.
    Doug sonríe y extiende los brazos.

    - Eh, Jonas, creo que acabamos de compartir un momento de amistad. ¿Quieres celebrarlo con un abrazo?
    - Ni de coña, blanquito.

    Doug me da una palmada en la espalda y luego nos dirigimos a la bañera de hidromasaje. A pesar de todo, creo que tiene razón: no sé si hemos dado un paso hacia la amistad, pero por lo menos nos entendemos bien. Sea lo que sea, no estoy dispuesto a abrazarle.

    - Muy sexy, cariño -dice Sierra mirando el minúsculo bañador.
    Doug camina como un pingüino e intenta que el bañador no le moleste demasiado.
    - Te juro que me quitaré esto en cuanto me meta en la bañera. Me estrangula los huevos.

    - No entres en detalles -interviene Demi, tapándose los oídos con las palmas de las manos.
    Lleva un bikini amarillo que deja muy poco a la imaginación. ¿Acaso no es consciente de que parece una hermosa flor, capaz de alegrarle la vida a todo aquel que se fije en ella?

    Doug y Sierra se meten en la bañera.
    Yo me cuelo de un salto y me siento junto a Demi. Es la primera vez que me meto en una bañera de hidromasaje y no conozco mucho el protocolo. ¿Vamos a sentamos aquí a hablar o a separarnos en parejas para darnos el lote? Preferiría la segunda opción, pero Demi parece nerviosa.

    Sobre todo cuando Doug lanza su bañador fuera del agua.
    - Ya te vale, tío -digo, haciendo una mueca.
    - ¿Qué? Me gustaría tener niños algún día,  Joe Jonas. Y esa cosa me estaba cortando la circulación.

    Demi sale de la bañera y se tapa con una toalla.
    - Vayamos dentro, Joe.
    - Podéis quedaros aquí, chicos -asegura Sierra-. Haré que se ponga la bolsa de canicas otra vez.

    - Olvídalo. Disfrutad del baño. Nosotros estaremos dentro -replica Demi.
    Cuando salgo de la bañera, Demi me pasa una toalla. La rodeo con un brazo mientras caminamos hacia la cabaña.
    - ¿Te encuentras bien?
    - Claro. Pensaba que estabas enfadado.

    - Estoy genial. Pero... -Una vez en la casa, cojo una figurita de cristal soplado y la miro con atención-. Ver esta casa, esta vida... quiero estar aquí contigo, pero miro a mi alrededor y me doy cuenta de que esto nunca será mi mundo.
    - Piensas demasiado. -Se arrodilla en la alfombra y da una palmadita para invitarme a que me siente a su lado-. Ven aquí y túmbate boca abajo. Sé dar masajes suecos. Te relajará.

    - Pero tú no eres sueca.
    - Sí, ya, y tú tampoco. Así que si lo hago mal, no te darás cuenta.
    Me tumbo a su lado.

    - Pensaba que íbamos a tomárnoslo con calma.
    - Un masaje en la espalda es inofensivo.
    Recorro con la mirada el bikini que le marca un cuerpo de escándalo.
    - Tengo que confesarte que he intimado con chicas que llevaban mucha más ropa de la que llevas ahora.

    - Compórtate. -Me da un cachete en el culo.
    Cuando sus manos tocan mi espalda, dejo escapar un gemido. Tío, esto es una tortura. Estoy intentando portarme como es debido, pero me encanta el contacto de sus manos, y mi cuerpo parece cobrar vida propia.
    - Estás tenso -me dice al oído.

    Por supuesto que estoy tenso. Tiene las manos sobre mí. Mi respuesta es otro gemido.
    Después de unos minutos de masaje soporífero, empiezan a oírse fuertes gemidos, suspiros y gruñidos que vienen de la bañera de hidromasaje y que se cuelan en nuestra habitación. Es obvio que Sierra y Doug se han saltado el masaje de espalda.
    - ¿Crees que lo están haciendo? -pregunta.

    - O eso o Doug es un tipo muy religioso -respondo, haciendo alusión al «¡Oh, Dios!» que Doug exclama cada dos segundos.

    - ¿Te pone cachondo? -canturrea en voz baja junto a mi oído.
    - No, pero si sigues masajeándome así, olvídate de toda esa mierda de tomárnoslo con calma. -Me siento y la miro a la cara-. Lo que no logro entender es si me provocas y me tientas a propósito o si realmente eres inocente.
    - No intento provocarte.

    Enarco una ceja y bajo la mirada hacia la parte superior de mi muslo, donde ella ha apoyado su mano. La aparta bruscamente.
    - Vale, no pretendía poner la mano ahí. Bueno, quiero decir que lo he hecho sin darme cuenta. Solo que... lo que... lo que quiero decir es que...

    - Me encanta cuando tartamudeas -admito mientras la acerco y le enseño mi versión del masaje sueco, hasta que Doug y Sierra nos interrumpen.

        Dos semanas más tarde, me entero de que tengo una cita en el juzgado por los cargos de posesión de armas. Le oculto la noticia a Demi, porque alucinaría. Probablemente me daría la vara con que un abogado de oficio no es tan bueno como uno privado. Lo cierto es que no puedo permitirme un abogado de un gran bufete.
    Mientras espero en la puerta principal del instituto, preocupándome por lo que me depara el destino, alguien me golpea de repente y casi caigo al suelo.
    - ¿Qué coño? -espeto.

    - Lo siento -responde el chico con voz nerviosa.
    Me doy cuenta de que el tipo que tengo delante no es otro que el Blanquito de la cárcel en persona.

    - Ven aquí, imbécil -grita Sam.
    Avanzo y me interpongo entre ellos. - Sam, ¿cuál es el problema?
    - Este capullo me ha robado la plaza de aparcamiento -me explica señalando a Blanquito.

    - ¿Y? ¿No has encontrado otro sitio?
    Sam se endereza con rigidez, listo para darle una paliza a Blanquito. No vacilaría ni un segundo si se propone hacerlo.
    - Si, he encontrado otro sitio.

    - Pues entonces déjale en paz. Lo conozco. Es buena gente.
    - ¿Conoces a este tío? -pregunta Sam, enarcando una ceja.
    - Mira. -Echo un vistazo a Blanquito y agradezco que esta vez lleve una camisa azul y no la de color coral. Todavía tiene pinta de lerdo, pero por lo menos puedo mantenerme serio cuando digo-: Este tipo ha estado en la cárcel más veces que yo. Puede que parezca un capullo, pero bajo ese pelo engominado y esa fea camisa se esconde un auténtico tipo duro.

    - ¿Estás riéndote de mí Joe? -asegura Sam.
    - No digas que no te lo advertí -añado, encogiéndome de hombros y apartándome de su camino.

    Blanquito da un paso adelante, aparentando ser un tipo duro. Me muerdo el labio inferior para no soltar una carcajada y me cruzo de brazos como si estuviera esperando a que comenzara la pelea. Mis colegas de los Latino Blood también esperan, preparados para ver como un lerdo blanquito le patea el culo a Sam.
    Sam me mira, después mira a Blanquito y otra vez a mí.

    - Joe, como te estés riendo de mí...
    - Comprueba su expediente policial. Su especialidad son los coches de lujo.
    Sam espera su siguiente movimiento. Blanquito no. Camina hacia mí y me tiende el puño.
    - Si necesitas algo, Joe, sabes que puedes contar conmigo.

    Hago chocar mi puño contra el de Blanquito. Un segundo más tarde ha desaparecido. Doy gracias porque nadie haya reparado en el temblor de su muñeca.
    Me topo con él junto a su taquilla, en el descanso entre la primera y segunda hora.

    - ¿Hablabas en serio cuando has dicho que puedo contar contigo si lo necesito?
    - Después de lo de esta mañana, te debo la vida -admite Blanquito-. No sé por qué has dado la cara por mí, pero estaba cagado de miedo.

    - Esa es la regla número uno. No dejes que se note que estás cagado.
    Blanquito resopla. Supongo que es su manera de reír, o eso o padece una sinusitis de la hostia.

    - Intentaré recordarlo la próxima vez que un pandillero amenace con matarme. -Tiende una mano para estrechar la mía-. Me llamo Gary Frankel.
    Le estrecho la mano.

    - Mira, Gary -continuó-. Mi juicio es la semana que viene y preferirla no fiarme de un abogado de oficio. ¿Crees que tu madre podría ayudarme?
    Gary sonríe.
    - Creo que sí. Es muy buena. Si es tu primer delito, probablemente te consiga una libertad condicional reducida.

    - No me lo puedo permitir...
    - No te preocupes por el dinero, Joe. Aquí tienes su tarjeta. Le diré que eres amigo mío y lo hará gratis.

    Cuando Gary se aleja por el pasillo, pienso en lo cómico de la situación. A veces, la persona que menos esperas puede convertirse en tu aliado, aunque sea por una vez. Y a veces, una chica rubia puede hacer que el futuro sea algo que esperas con ilusión.