sábado, 23 de febrero de 2013

De Secretaria A Esposa Capitulo 10




— ¿Crees que trabajo simplemente porque me parece divertido? —espetó Demi. Su arraigado sentido de independencia y autosuficiencia se apoderó de sus sentidos—, ¿De qué otra manera crees que puedo ganar dinero para mantenerme?

—De ahora en adelante, yo me ocuparé de eso. Si llevas a mi hijo en las entrañas, sería justo que como su padre yo cuidara de vosotros dos. Voy a telefonear a la agencia para explicarles lo que ocurre y después organizaré todo para conseguir dos billetes de avión para mañana con destino a Milán. Sugeriría que hoy nos marcháramos de la oficina a las cinco y que nos dirigiéramos a mi casa. Podemos cenar allí juntos, tras lo cual te llevaré a tu piso para que hagas las maletas para el viaje.

Demi, que nunca antes había tenido a nadie que le dijera que se iba a ocupar de las cosas y de ella, reconoció silenciosamente lo apetecible que le resultaba el plan de Joe. ¡Aunque al mismo tiempo le asustaba un poco! Se preguntó si podía confiar en que él mantendría su palabra cuando llegaran a Milán... en que no se arrepentiría. Pero se dijo a sí misma que Joe también estaba depositando mucha confianza en ella al sugerir que ambos viajaran juntos a Italia, por lo que decidió darle una oportunidad a su proposición.

—Está bien —respondió, cruzando las manos en su regazo. Se sintió invadida por un inusual sentimiento de calma. Fue como si, al aceptar la sugerencia de Joe, hubiera permitido que el destino tomara el control de las cosas, en vez de tratar de controlarlas ella y seguir luchando constantemente. Reconoció que estaba muy cansada de luchar y de tener miedo.
Claramente sorprendido, él levantó una ceja.
— ¿Estás de acuerdo? —le preguntó.
—Sí, lo estoy.

— ¿Demetria? Son más de las cinco y tenemos que marcharnos.
Las exigencias del trabajo habían ayudado a que la tarde pasara muy rápidamente y afortunadamente Demi no había tenido mucho tiempo para reconsiderar su decisión de ir a Italia. En aquel momento, Joe estaba detrás de ella. Había tomado su chaqueta y estaba sujetándola para poder ayudarla a ponérsela.

Demi introdujo los brazos por las mangas de la chaqueta. Se sintió tan nerviosa ante la cercanía de Joe que tuvo que intentarlo varias veces antes de lograr ponerse la prenda correctamente. Al darse la vuelta para darle las gracias, él la dejó completamente asombrada al tocarle la tripa.

—Todavía casi ni se te nota —comentó en un tono desconcertante.
Ella contuvo la respiración. Parecía haberse quedado muda. El leve roce de los dedos de Luca fue suficiente para acelerarle el corazón y para que un intenso calor le recorriera el cuerpo. La necesidad que sintió de que él volviera a besarla fue muy intensa, fue como si un poderoso mantra silencioso le recorriera la sangre.

Le rogó silenciosamente que la tocara...
—Supongo que dentro de muy poco comenzará a notárseme —respondió, encogiéndose de hombros. Deseó fervientemente que él no se hubiera dado cuenta del deseo que se había apoderado de sus sentidos.

Se preguntó qué tenía aquel hombre para alterarla tanto. La absorbente autoridad que ejercía sobre su voluntad era como una poderosa fuerza de la naturaleza con la que ella jamás había tenido que enfrentarse antes.
—Pareces un poco cansada —observó Joe, estudiando las facciones de Demetria con preocupación.

Al percatarse de las leves ojeras que tenía ella, se sintió invadido por el arrepentimiento al no haberse dado cuenta antes de lo fatigada que estaba. Si había albergado alguna duda acerca de su decisión de llevarla consigo a Italia para que descansara, cualquier tipo de indecisión quedó disipada.

Los embarazos pasaban factura a los cuerpos de las mujeres, las cuales, cuando se encontraban en ese estado, se sentían más cansadas y mucho más sensibles que de costumbre. Por lo tanto, aparte de comer bien y de evitar el estrés, el descanso era algo imprescindible para la futura madre. Aquello era algo que él mismo había leído en los muchos libros de medicina que había estudiado durante los años en los cuales había intentado desesperadamente tener un hijo con Sophia. Trágicamente, su esposa no había estado destinada a experimentar el embarazo, por lo que no había tenido ninguna oportunidad de prodigarle las atenciones y el cariño que le hubiera encantado entregarle si sus esperanzas se hubieran materializado.

—Vamos... tenemos que marcharnos ya.
Tras decir aquello, colocó la mano de manera solícita en la espalda de Demetria  y la guió hacia su ascensor personal.

La calefacción que irradiaba del exquisito suelo de parqué calentó los pies de Demi, la cual no tenía puestos los zapatos, mientras se acercaba con un vaso de zumo de granada al otro lado de la sala. En el modernamente decorado salón de Joe había una impresionante colección de arte decorando las paredes.
Cuando la noche anterior ella había actuado como su anfitriona, apenas había tenido tiempo de fijarse en los cuadros ya que había tenido que prestarles toda su atención a los invitados de su nuevo jefe.

 Pero, en aquel momento, frunció el ceño al analizar un retrato que ocupaba un lugar de honor en la sala. Contuvo el aliento al percatarse de que aquel retrato no era una copia fidedigna... sino que era el auténtico. El artista era un pintor renacentista que ella había tenido que estudiar durante su último curso de Arte en el colegio. Había visto aquel cuadro en los libros, razón por la cual éste había captado su atención. Fue consciente de que el valor de aquella obra de arte debía ser incalculable.

Se sintió muy impresionada. Al haber también visitado la mansión que Joe tenía en Milán, sabía que el padre de su futuro hijo debía pertenecer a la elite de la gente extremadamente rica. Pero haber visto aquel retrato original colgado de la pared de su salón era algo casi surrealista.

—Ah... ya veo que estás disfrutando de mi pequeño museo de arte italiano.
Embelesada por aquellas obras de arte, Demi no había oído a Joe entrar en la sala ni se había percatado de que éste se había acercado a su lado.

Cuando habían llegado a la maravillosa mansión de Mayfair, él le había dado la tarde libre a su ama de llaves y le había ofrecido a Demi el zumo que ésta había pedido, tras lo cual se había dirigido a las bodegas para seleccionar una botella de vino que acompañara a la comida que les habían dejado preparada. Pero, en aquel momento, ya había vuelto de las bodegas y había captado la atención de Demetria. Ésta se quedó momentáneamente muda al verlo.

Joe se había cambiado de ropa y se había puesto unos pantalones chinos y una amplia camisa blanca. Estaba descalzo. Pudo apreciar el arrebatador y masculino perfil de él, perfil que estaba en seria competición con la deslumbrante mujer del retrato. Invadida por la sensualidad, sintió como le daba un vuelco el estómago.

—Es imposible no hacerlo —respondió por fin, agarrando con fuerza el vaso que tenía en las manos como para aferrarse a algún tipo de realidad—. Estudié este cuadro en el colegio, así que lo conozco bien. Me gustó mucho aprender cosas acerca del artista y de la manera en la que trabajaba. Si las cosas hubieran sido distintas, me habría encantado estudiar la carrera de Arte, tal vez incluso trabajar en ello.
— ¿Qué te lo impidió?

—Simplemente no pude permitirme pasar más tiempo estudiando. Me crió sólo mi madre y tuve que ponerme a trabajar para ayudar con la economía familiar.

— ¡Qué pena! —comentó Joe—. Pero también es algo digno de elogio. Por el tono de tu voz, sé que claramente te apasiona el arte. Debió haber sido todo un sacrificio tener que renunciar a estudiar lo que querías.

—En realidad, no. He aprendido que la vida no siempre resulta ser como esperamos que sea... pero eso está bien. No considero que yo esté en desventaja en ningún aspecto. Pude ayudar a mi madre cuando me necesitó y eso es todo lo que importa. Si Dios quiere, en el futuro tendré otras oportunidades.
—No lo dudo.

—Este retrato... ¿no tienes miedo de que alguien entre en tu casa y lo robe?
—Me impresiona, Demetria, que te hayas percatado de que es el auténtico y no una copia —dijo él, sonriendo. Sus azules ojos brillaron como dos preciosos zafiros—. Pero no temas la posibilidad de que alguien entre para tratar de robarlo. Tengo instalado un excelente sistema de alarma que probablemente sea más seguro que el que protege las joyas de la Corona.

 Tengo expuesto el cuadro porque creo que el arte que es tan maravilloso debe verse, ¡no creo que deba estar escondido en algún sótano! De esta manera, mis amigos pueden disfrutar de su belleza al igual que yo.

—Me alegra que pienses así. ¡La mujer del retrato es completamente cautivadora! —comentó Demi, sintiendo una gran apreciación al darse la vuelta y observar a la sensual mujer morena del retrato.

—Tiene el cabello tan negro como una despejada noche de invierno, los ojos del color del chocolate más delicioso del mundo... y los labios... son unos labios hechos para amar. Es una combinación sensual y conmovedora que es bastante irresistible. Me recuerda a alguien que conozco —comentó Joe.

La voz de éste se había tornado cálida y ella sintió como todos sus sentidos afloraban. Fue como si aquellas palabras la hubieran acariciado físicamente.
— ¿De verdad? —contestó, dando un sorbo a su zumo para aliviar su repentinamente reseca garganta.

— ¿No sabes que estoy hablando de ti, Demetria? Eres tan encantadora como la bella Margherita.

— ¡Estás burlándote de mí! —exclamó Demi, sintiendo como un vergonzoso acaloramiento se apoderaba de su cuerpo ante los elogios de Joe.

Hacía muchos años, cuando había visto por primera vez una copia de aquel cuadro, se había quedado cautivada por el retrato... y el hecho de que él hubiera sugerido que ella se parecía a la preciosa criatura allí pintada no era otra cosa que pura fantasía.
Pero el padre de su futuro hijo estaba mirándola como si estuviera sinceramente perplejo.

—No te he comparado con ella por palabrería, ¡y no estoy burlándome de ti! Todo
 lo que he dicho, lo he dicho en serio —insistió Joe.

De Secretaria a Esposa Capitulo 9





—Bueno... —comenzó a decir Joe, esbozando una irónica mueca— afortunadamente para ti, Demetria, no mantengo ninguna relación sentimental con nadie en este momento. Y, aunque estuviera con alguien, seguiría aceptando mi parte de responsabilidad en la vida de este niño... si es mío. ¡Y querría ayudar a criarlo! No cometas el error de juzgar a todos los hombres basándote en el pobre ejemplo de tu ex novio.
Percatándose de que había hecho precisamente aquello, Demi mantuvo silencio.
—Has aplastado tus galletas —comentó Joe, frunciendo el ceño al observar el arrugado paquete que había en el suelo—. Permíteme que telefonee al catering para pedirles que te traigan algo de comer. ¡No quiero que te desmayes por falta de alimentos! Estás embarazada y tienes que cuidarte.
A ella le sorprendieron mucho aquellas palabras. Aquella última frase había parecido muy brusca... pero, al mismo tiempo, también muy delicada. Se dijo a sí misma que probablemente sólo estaba imaginándoselo, que las hormonas estaban provocando que se sintiera demasiado sensible.
—Por favor, no te molestes —respondió—. Ahora mismo no quiero comer nada.
— ¿Estás segura?
—A mediodía comeré en condiciones.
—Bueno, en ese caso, creo que voy a salir un rato —anunció él—, ¿Estarás bien?
— ¿A qué te refieres?
—Me refiero a que... ¿no te pondrás enferma de nuevo?
Demi se ruborizó.
—No. Estaré bien. Estoy segura. Las náuseas van y vienen, gracias a Dios no duran todo el día.
—Bien. Entonces, por favor, toma los mensajes que me lleguen y dile a quien quiera que me telefonee que le devolveré la llamada en cuanto pueda.
—Está bien.
Restregándose el brazo inconscientemente por la zona en la que Joe la había agarrado, ella levantó la mirada y vio que él estaba mirándola con una expresión cercana al desconsuelo reflejada en los ojos. Sintió como le daba un vuelco el corazón y deseó ir con él. Había infinidad de cosas que no conocía acerca de aquel hombre pero, aun así, la noche que habían pasado juntos, la noche en la que él le había hecho el amor, la conexión entre ambos había sido impresionante.
Se preguntó a sí misma si no cabía la posibilidad de volver a tener aquella misma conexión de nuevo. La noche anterior, cuando Joe había admitido que él también se había sentido perdido en la fiesta que había celebrado en Milán, ella había sentido como se le aceleraba el corazón al verse embargada por una repentina y alegre esperanza. Pero entonces, cuando Joe había sugerido que era hora de que ella se marchara a casa, aquella esperanza había sido truncada.
—Te veré después —comentó entonces él, apartando la mirada de Demi. Entonces se dirigió hacia la puerta y se marchó del despacho.
Con el fresco aire de marzo soplándole en la cara, Joe se dirigió andando hacia un parque cercano a sus oficinas. Estaba esbozando una dura mueca que habría asustado hasta a los hombres más valientes... siempre y cuando alguno hubiera sido tan insensato como para enfrentarse a él. Pero había muchas cosas que le preocupaban.
Que Demetria hubiera aparecido en su despacho ya había sido bastante impresionante... ¡pero haberse enterado de que estaba embarazada había sido demasiado! Se preguntó a sí mismo si el bebé sería realmente suyo. Aminoró momentáneamente el acelerado ritmo al que estaba andando al sentir como el miedo y las dudas se apoderaban de su pecho. Deseaba fervientemente poder creerla, pero por otra parte no quería que se riera de él y no iba simplemente a aceptar lo que ella había dicho... aunque, en realidad, tendría que hacerlo hasta que se pudiera realizar la prueba de paternidad.
A pesar de la amenaza de ella de marcharse si él adoptaba una actitud demasiado dominante acerca del futuro del bebé, tenía que descubrir por sí mismo si había alguna posibilidad de que Demi estuviera tratando de chantajearlo de alguna manera. Él era un hombre extremadamente rico y existía suficiente información pública acerca de su vida y del ilustre estudio de arquitectos que había fundado como para que alguien atrevido o ingenioso aprovechara la mínima oportunidad para tratar de sacarle dinero de una manera u otra.
Se planteó la posibilidad de que, en realidad, Demetria no hubiera roto con su «despreciable» novio. Tal vez ambos habían planeado todo aquello una vez que ella se había acostado con él en Milán para así persuadirlo a que mantuviera económicamente a un niño que ni siquiera era suyo. Con sólo pensar en esa posibilidad se puso enfermo.
Apartando de mala gana aquel pensamiento de su cabeza, vio un banco a la sombra de un roble y se acercó a sentarse en él. Apoyó la cabeza en las manos y consideró la otra posibilidad que existía; que lo que le había dicho ella fuera verdad y que el bebé que estaba esperando fuera suyo.
Pensó que era muy irónico que aquello hubiera ocurrido tras haber pasado sólo una noche con una mujer cuando Sophia y él habían estado intentando tener un hijo durante tres largos años. Su difunta esposa había soportado muchas, en ocasiones incómodas y dolorosas pruebas a las que la habían sometido para tratar de descubrir por qué no podía concebir. Él mismo se había sometido voluntariamente a algunas pruebas de fertilidad. El resultado había sido que no había ninguna razón por la que no pudiera tener un hijo con otra mujer, pero por algún motivo los ovarios de Sophia no se habían desarrollado correctamente y no había posibilidad alguna de que se quedara embarazada.
Ella se había quedado destrozada al enterarse de la noticia. Joe había sugerido que adoptaran un niño, pero aquello no había logrado aliviar el dolor que Sophia había sentido al saber que no podría llevar un hijo en su vientre. Y pocas semanas después de que los doctores hubieran descubierto el problema... durante unos días que habían pasado de vacaciones con unos amigos en el yate de éstos... ella se había lanzado al agua y había muerto ahogada.
Él se preguntó si sus ansias de ser padre habían aumentado la angustia de su esposa al enterarse de que jamás podría darle un hijo. Había tratado de asegurarle que no importaba, que podían seguir teniendo una buena vida juntos, pero ella no había estado convencida y su matrimonio había comenzado a fracasar...
Negó con la cabeza para tratar de aliviar la profunda angustia que se había apoderado de su pecho y se levantó del banco. Comenzó a andar de nuevo y decidió que desde aquel momento en adelante iba a vigilar a Demetria como si fuera un halcón. Y si le daba la ligera impresión de que ésta estaba mintiéndole de alguna manera, iba a hacerle pagar caro el haberle engañado...
  

Preocupada, Demi se preguntó a sí misma si Joe llegaría a creer que el bebé era suyo. Siempre había estado orgullosa de ser una persona muy sincera y odiaba la idea de que él pensara que quizá estaba mintiendo... aunque tenía que reconocer que era comprensible que Joe tal vez dudara. La verdad era que había pasado mucho tiempo desde que habían estado juntos en Milán... y quizá debía haberse esforzado más para intentar encontrarlo.
Reconoció que estaría mintiendo si decía que no había tenido miedo de decirle que estaba embarazada. Pensó que un hombre tan rico e influyente como Joseph Jonas, apenas estaría interesado en mantener una relación con una simple asistente personal como ella. Al haber visto la increíble mansión en la que éste vivía y al haber presenciado ella misma el opulento estilo de vida del que disfrutaba, era obvio que ambos eran polos opuestos en casi cada aspecto en el que podía pensar. Todavía le parecía un milagro que Joe se hubiera fijado en ella aquella noche en Milán ya que había habido muchas mujeres mucho más impresionantes que ella en las que fijarse. Mujeres vestidas para matar con modelos que probablemente costaban más del salario que ella ganaba en un año. Ninguna de aquellas elegantes mujeres había tenido la cortesía de hablarle. Al haber visto su sencillo vestido, seguramente habrían supuesto que no era nadie importante.
Pero tenía que reconocer que Joe no la había despreciado de aquella manera... lo que hacía que el hecho de que ella hubiera permitido que las dudas y el miedo de que él finalmente fuera a rechazarla cuando se despertara en su casa se apoderaran de su mente, fuera aún más triste.
Aquella fría, pero soleada mañana de diciembre en Milán, debía haberse sentido en la cima del mundo después del placer que Joe le había ofrecido pero, en vez de ello, había permitido que aquellos viejos y debilitantes sentimientos de inferioridad se apoderaran de ella. Sentimientos que se habían visto exacerbados debido al dolor por la muerte de su madre y por lo que había ocurrido con Hayden. Cuando había regresado al apartamento de su amiga para hacer las maletas antes de tomar su vuelo, había intentado desesperadamente convencerse a sí misma de que Joe no volvería a pensar en ella cuando se despertara y viera que se había marchado...
Cuando Joe regresó a la oficina, Demetria estaba muy ajetreada mecanografiando cartas. En un momento dado, la puerta del despacho exterior se abrió repentinamente y ella oyó como a continuación se cerraba. Se puso tensa al oír como él se acercaba al escritorio de su despacho, pero entonces oyó que entraba en su sala.
Percibió que Joe desprendía una fragancia a aire libre y observó que tenía su oscuro pelo alborotado.
— ¿Hay algún mensaje para mí? —preguntó él.
Durante un momento, la intensidad de la mirada de Joe provocó que Demi entrara en trance. Se preguntó si su bebé heredaría el divino color de ojos de su padre.
—Sólo algunos... clientes que han devuelto la llamada, pero nada urgente —contestó, arrancando una hoja del bloc de notas en el que había escrito los datos. Entonces se la entregó a él.
Joe miró la hoja brevemente con una actitud casi desdeñosa.
—Cómo has dicho; no hay nada urgente —comentó.
Entonces arrugó la hoja y la tiró a la papelera.
—He estado andando por el parque —le dijo.
—Ah, muy bien.
—Y he pensado mucho.
Sintiendo la garganta inflamada debido a la tensión, ella no dijo nada.
—He tomado algunas decisiones importantes —añadió él.
Demi continuó en silencio, pero le dio la impresión de que su vida estaba a punto de cambiar de manera drástica. Le dio un vuelco el corazón.
—He decidido que no puedes seguir trabajando ya que claramente no estás bien y necesitas descansar —dictaminó Joe—, Yo mismo necesito unas vacaciones desde hace algún tiempo. Por lo que te propongo que volvamos a Italia durante unas semanas. La atmósfera allí será mucho más propicia para descansar y, cuanto antes podamos marcharnos, mejor. Mañana sería perfecto.
Estupefacta, ella se quedó mirándolo. Le impresionó la manera en la que él había realizado aquella potencialmente polémica declaración con tanta calma. Lo había hecho como si le hubiera estado simplemente ordenando que aceptara sus planes sin importar las consecuencias que éstos pudieran tener para ella. Pero, aunque sabía que si hacía lo que había dicho él habría muchos obstáculos en el camino, al mismo tiempo sintió una gran alegría y emoción ante la idea de regresar a Italia con Joe.
—No es que yo no esté bien... —trató de razonar— es que estoy embarazada... ¡eso es todo!
Tras decir aquello, tuvo que reconocer que la primera etapa del embarazo le estaba costando mucho. Se percató de que le vendrían muy bien unas vacaciones... sin importar lo largas o cortas que fueran.
Pero, sin embargo, los asuntos pendientes que había entre Joe y ella impedían que pudiera sentirse muy animada ante la idea de compartir unas vacaciones con él.
—Sí, estás embarazada —concedió Joe con lo que parecía una intensa preocupación reflejada en los ojos—, ¡Y no creo que sea bueno para el bebé ni para ti que te sometas a la innecesaria presión de trabajar a jornada completa cuando, en realidad, no tienes que hacerlo!

viernes, 22 de febrero de 2013

Un Refugio Para el Amor Capitulo final





—Sí, me lo ha dicho. Pero también he entendido que piensa que no es lo suficientemente bueno para ti. Desde mi punto de vista —añadió Russell, mirando a su hija con cariño—, probablemente es cierto, porque no hay ningún hombre lo suficientemente bueno para ti. Pero de todos ellos, posiblemente éste sea el mejor. Y estoy seguro de que tú sabrás convencerle de ello.
Demi pensó que no iba a tener mejor oportunidad que aquélla, antes de que la casa se despertara de nuevo. Se acercó a su padre y le tendió a Elizabeth.
—¿Puedes sostenerla durante un rato?
—¿Yo? No sé si debería...
Demi sonrió.
—Sé a ciencia cierta que has tenido en brazos a otra niña pequeña más veces.
—Eso fue hace mucho tiempo.
Demi le puso a Elizabeth en el regazo.
—Bueno, hay cosas que nunca cambian —dijo ella. Y entonces, cuando vio a su padre allí, abrazando a Elizabeth, se le escaparon las lágrimas—. Oh, papá —se inclinó hacia él y le dio un abrazo que abarcó también a su hija—. Os quiero a los dos.
—Yo también te quiero, Demi, hija.
Cuando ella se retiró, Russell parpadeó y carraspeó varias veces.
Ella se enjugó las lágrimas y se encaminó hacia la puerta. Tomó el abrigo de Sebastian y se lo puso.
—Voy al establo —dijo.
—¿Y me dejas a la niña? —preguntó él, a la vez asustado y entusiasmado.
—Esta vez no—respondió Demi. Tomó a Elizabeth en brazos y la metió dentro del enorme abrigo—. Pero pronto. Esta vez la necesito. Es mi moneda de cambio para la negociación.
Nat estaba lavando el mono en el fregadero que Sebastian había instalado en el establo. Aunque estaba consiguiendo quitarle algo de suciedad, también se estaba destiñendo un poco. Matty debería estar haciendo aquel trabajo. Seguro que ella sabía hacerlo bien, y él sólo estaba empeorando las cosas, como de costumbre.
En aquella ocasión lo había estropeado todo. Al menos, había disparado al hombre que estaba apuntando a Elizabeth con un revólver. Nunca había pensado que tuviera algo que agradecerle a su padre, pero estaba contento por todas aquellas horas de agonía mientras practicaba tiro bajo la severa dirección de Hank Jonas. No, no se arrepentía de haber hecho ese disparo.
Pero lamentaba haber tenido que llegar a ese extremo. Si no hubiera dejado desprotegidas a Demi y a Elizabeth, nunca habrían caído en manos de ese loco, en primer lugar. Nunca podría perdonárselo.
La puerta del establo se abrió y entró Demi, casi engullida por el abrigo de Sebastian. Joseph todavía no estaba listo para enfrentarse a ella. No había pensado en qué podía decirle para convencerla de que estaría mejor sin él.
El abrigo estaba muy abultado y, cuando la cabecita rizosa de Elizabeth asomó por la abertura, se dio cuenta de que Demi había llevado a la niña también. Otra persona a la que no podía ver aún. Dejó el mono en el agua y rogó que Elizabeth no se hubiera dado cuenta de que lo tenía en la mano.
Pero sí se había dado cuenta. Soltó un gritito y señaló hacia el fregadero.
—¡Ba, ba!
Demonios. Él miró a Demi.
—Está muy mojado —dijo—. Lo estaba lavando, pero...
—¿Estabas lavando a Bruce?
—Sí. Debería haber dejado que lo hiciera Matty, pero todavía está dormida, y yo esperaba poder secarlo antes de que se levantara Elizabeth.
La niña comenzó a saltar en los brazos de Demi, y sus gritos por el mono se intensificaron.
—Qué detalle más bonito —dijo Demi, y se acercó a él.
—Mira, quizá deberías llevártela de nuevo a la casa —de ese modo, Demi también se iría y él podría pensar en qué decirle.
—Creo que ya es demasiado tarde —observó Demi mientras Elizabeth comenzaba a protestar airadamente y a estirarse hacia Joseph.
Él intentó no prestarle demasiada atención a la calidez que desprendía la mirada de Demi. Ella no sabía lo que le convenía.
—Quizá no sea demasiado tarde. A lo mejor olvida lo que ha visto si tú la distraes. Yo sacaré a Bruce, lo escurriré y lo colgaré en el tendedero. Posiblemente esté seco para el mediodía.
Demi lo miró con una sonrisa dulce.
—Sácalo ahora. No creo que Elizabeth pueda esperar hasta el mediodía.
—Pero estará muy mojado. Y Dios sabe qué aspecto tendrá después de que lo haya escurrido. Posiblemente parezca un alienígena.
—A ella no le va a importar. Necesita a ese mono, Joseph.
Él suspiró con resignación.
—Está bien.
Elizabeth alborotó mucho mientras él retorcía a Bruce para quitarle tanta agua como fuera posible. Demi intentó alegrarla para que no se enfadara, pero se estaba enrabietando por momentos. Vaya, estaba montando un buen jaleo. Si su padre estuviera allí, le habría dado un bofetón tan fuerte... se dijo Joseph.
Dejó dé estrujar al mono y se miró las manos. Sí, su padre habría pegado a la niña. Pero a él no se le había ocurrido hacer semejante cosa. Y no lo haría por nada del mundo. Podía imaginarse lo que haría su padre y separarlo de lo que haría él, Joseph Jonas.
Se apartó del fregadero con el mono húmedo entre las manos y miró a Demi, que estaba tan ocupada intentando mantener contenta a Elizabeth que no se dio cuenta de que él la estaba observando atentamente. ¡Él no era como su padre! Y se había dado cuenta veinticuatro horas tarde.
Soltó un gruñido de frustración.
Demi lo miró.
— ¿Qué ocurre?
—Que soy idiota, eso es lo que ocurre.
Ella sonrió.
—A veces.
Elizabeth se volvió loca al ver a su mono.
—¡Ba, ba! ¡Ba, ba!
—Será mejor que se lo des —dijo Demi, mirando a Bruce—. Tendrá mejor aspecto cuando se seque.
—Quizá. Aquí tienes, Elizabeth. Aquí está Bruce —dijo, y le tendió el mono por el rabo.
Elizabeth lo agarró con un gritito de alegría y rápidamente, se metió la cola de Bruce en la boca. Mientras la chupaba alegremente, el resto del mono estaba colgando y goteaba sobre los zapatos de Demi.
—Te va a mojar —dijo Joseph.
—No me importa nada. Ahora dime por qué piensas que eres un idiota, y yo veré si estoy de acuerdo.
—Yo no soy como mi padre, y si lo hubiera entendido antes, nada de esto habría...
—Un momento. ¿He oído bien? ¿Has dicho que no eres como tu padre?
—Sí, pero lo he comprendido demasiado tarde. Y ese chiflado consiguió secuestraros. Estuvisteis a punto de morir porque yo fui un idiota.
—Pero no hemos muerto. Tú nos has salvado —dijo ella, e hizo que sonara como si él fuera un héroe—. ¿Dónde aprendiste a disparar así?
—Fue mi padre quien me enseñó. ¿Sabes que a algunos niños les obligan a practicar piano? A mí me obligaba a hacer prácticas de tiro. Macabro, ¿eh?
—¿Y por qué lo hacía?
Joseph odiaba tanto aquellos ejercicios que nunca le había prestado atención a las razones que le había dado su padre. Y le había dado una.
—Me decía que quería que fuera capaz de defenderme. Quería que fuera un tipo duro, y que supiera manejar un arma por si acaso me encontraba en apuros alguna vez —explicó a Demi—. Supongo que, a su manera, estaba intentando prepararme para la vida.
—Supongo que sí —dijo ella, y se acercó a Joseph t. El mono comenzó a gotear también en sus botas—. ¿Cuánto hace que no hablas con él?
—Años.
Ella titubeó y después continuó.
—¿Y no crees que quizá... quizá haya llegado el momento de sacarte un poco de esa amargura, sobre todo sabiendo que no vas a ser nunca como él?
Él no había considerado la posibilidad de volver a hablar con su padre, pero al pensarlo, no le parecía una idea tan terrible.
—Quizá. No estoy seguro, pero... quizá.
—Después de todo, las prácticas de tiro han resultado útiles.
Y allí estaba el problema.
—Pero la única razón por la que tuve que disparar fue que lo había fastidiado todo. ¿No lo ves? Yo cometo errores, errores muy grandes, que pueden hacer mucho daño a la gente a la que quiero. Y no puedo esperar solucionarlo todo a tiros.
— Joseph, yo..
—Déjame terminar. Por eso quiero que te olvides de mí. Quiero que me saques de tu cabeza y de tu vida —dijo. No esperaba sentir un dolor tan agudo al decirlo. Estaba a punto de jadear por el impacto.
—No, no quieres. Tú no quieres que me olvide de ti.
—¡Claro que sí! ¿Cómo vas a perdonarme que haya puesto en peligro tu vida y la de Elizabeth, si ni siquiera puedo perdonármelo yo?
— Joseph, no hay nada que perdonar. Yo no te culpo.
—¡Deberías!
—Bueno, pues no lo hago —respondió ella—. Porque te quiero. Siempre te querré. Claro que cometes errores, y yo también. Continuaremos cometiendo errores hasta que estemos compartiendo mecedoras en el porche de nuestra casa. Los errores son parte de la vida. Y el amor.
Oh, Dios, él quería creerla. Tenía la garganta oprimida y no podía respirar bien.
—Sólo quiero lo mejor para Elizabeth y para ti.
—Entonces eso lo facilita todo. Te necesitamos a ti —dijo Demi, y levantó la cara hacia él.
—Yo no...
—Sí, te necesitamos a ti. ¿No te acuerdas de que me pediste que me aferrara a ti?.
—No debería habértelo pedido.
—Es demasiado tarde. Ya me lo has pedido, y yo lo estoy haciendo. Joseph, yo también vengo con equipaje. No olvides que tengo un padre muy rico.
—Eso no es culpa tuya.
—Exactamente. Igual que no es culpa tuya haberte criado con tu padre. Pero los dos tenemos derecho a construir nuestras propias vidas, ¿no?
El hielo que rodeaba el corazón de Joseph comenzó a derretirse. Ella sonrió.
—Me doy cuenta de que te lo estás pensando. ¿Me quieres, Joseph?
Él no tuvo que pensárselo.
—Te quiero más que a nada en el mundo.
—¿Y a Elizabeth?
Él miró a la niña, que estaba jugando con Bruce entre ellos. Tenía sus mismos ojos. Ella alzó la manita y le dio unos golpecitos en la barbilla.
—Sí —respondió Joseph con la voz ronca de emoción—. Sí, quiero a Elizabeth.
—Entonces, cásate con nosotras —susurró Demi —. Te necesitamos. Y tú nos necesitas.
Joseph miró a Demi a los ojos, y el calor lo envolvió y se llevó el frío que lo había atenazado desde el momento en que había recobrado la consciencia y había descubierto que ellas no estaban.
—Abrázanos —pidió Demi.
Lentamente, él obedeció. No se merecía aquello, pero quizá pudiera trabajar para merecérselo.
—¿Nos aceptas como tu fiel esposa, hija y mono empapado? —preguntó Demi, suavemente.
Con un gruñido, Joseph las abrazó con fuerza y el mono soltó más agua que cayó en sus botas como una cascada. Fue difícil, pero con algunos ajustes, logró rozar los labios de Demi con los suyos.
—Sí —murmuró—. Os acepto.
Epílogo
Un año después, en la inauguración del Happy Trails Children 's Ranch.
Demi colgó el teléfono y se dirigió apresuradamente hacia su dormitorio, recorriendo con mirada cariñosa el suelo de madera, las altas ventanas y la chimenea de piedra. Después de unos meses, Joseph y ella habían encontrado aquel precioso lugar a pocos kilómetros del Rocking D. Y ese día, la casa estaba adornada para una fiesta.
Decidió no prestarle atención al ligero calambre que sintió en el vientre. No se pondría de parto justo aquel día.
— Joseph.
Entró al dormitorio donde su marido se estaba abotonando la camisa blanca. Dios, era impresionante. Se acercaban a su primer aniversario y él la excitaba más que nunca.
—Han llamado del despacho del gobernador para decir que va a llegar un poco tarde, pero que su esposa y él estarán aquí a tiempo para cortar la cinta de la inauguración.
—No pasa nada —respondió Joseph mientras se abotonaba los puños—. Travis se ha ofrecido a hacer algunos trucos de magia y entretener a la prensa si necesitamos ganar tiempo.
Ella se rió.
—Me imaginaba que Travis sugeriría algo así. Pero no tiene que preocuparse por el entretenimiento. Sebastian y mi padre están dando un espectáculo en el patio, transmitiendo órdenes contradictorias a los equipos de televisión. Es como una batalla entre George Lucas y Steven Spielberg —dijo. En aquel momento, sintió otro calambre. Probablemente no era nada—. Por supuesto, Boone está intentando mediar.
—Pues le deseo suerte —dijo Joseph sonriendo mientras se metía la camisa por los pantalones negros—. Ha sido un buen detalle de mi padre mandar esa enorme planta y la tarjeta, ¿verdad?
—Pues sí, ha sido muy agradable —respondió ella. Estaba entusiasmada porque Joseph y su padre hubieran comenzado a comunicarse, aunque Demi sabía lo difícil que era para ambos.
—Estoy casi listo —dijo él, y comenzó a ponerse el cinturón.
—Bien. Así podrás ayudar a Boone a poner paz —respondió Demi. Se concedió un momento más para devorar a su marido con los ojos, pero desgraciadamente, no podía retrasarse. Era la anfitriona del evento y tenía sus deberes—. Bueno, voy a ver cómo van las cosas en la cocina —dijo, y fue hacia la puerta—. De veras, si alguna vez Gwen quisiera dejar el negocio del hotel, podría montar un magnífico catering. Shelby, Matty y yo estamos impresionadas, lo cual está muy bien, aunque nos ha hecho trabajar como esclavas.
Demi.
Ella se volvió con un cosquilleo de placer. Cuando él pronunciaba así su nombre, como si fuera la sílaba más importante del inglés, se derretía.
—Ven aquí un segundo —pidió él.
—No tenemos tiempo —dijo Demi, pero sin poder evitarlo se acercó a él. Demonios, otro calambre. Aunque ya no podía llamarlos calambres. Aquello había sido una contracción evidente.
Él la abrazó.
—El día en que no tenga tiempo para abrazar a mi mujer será un día muy triste —dijo, y le miró el vientre—. ¿Estás bien?
No podía ponerse de parto en aquel momento. No podía.
—Estupendamente.
Él la miró a los ojos y sonrió.
—¿Estás segura de que todo esto no es demasiado para ti? Me refiero a que el doctor Harrison te dijo que podías dar a luz cualquier día de estos, y yo sigo pensando que deberíamos haber dejado la inauguración para después del nacimiento.
—¿Estás de broma? No podíamos posponer algo como esto. Es nuestro sueño hecho realidad, Joseph, y vamos a ayudar a muchos niños. Estoy impaciente porque la semana que viene lleguen los primeros ocupantes de las casitas. Sólo porque me sienta como si estuviera embarazada de doce meses no voy a dejar de disfrutar de éste momento tan especial...
Otra contracción.
—¿Y cómo es posible que estés tan embarazada y tan sexy al mismo tiempo?
—Es un talento especial —respondió ella. Otra contracción. Vaya. Quizá debiera mencionárselo a Joseph, por si acaso.
—Un talento especial, ¿en? Pues a lo mejor deberíamos tener veinte niños, porque...
—Espera un momento —dijo, y le puso la mano sobre la boca—. ¿No es eso...?
—¡Los bebés están llorando! —Elizabeth entró cómo un rayo en la habitación, con un mono de peluche en la mano, y tiró del vestido de Demi —. ¡Ven a ayudar a la abuela Lu y a la abuela Dell!
Demi miró con desesperación a su hija, que hacía unos minutos parecía un ángel.
—Elizabeth, ¿qué tienes en el vestido?
La niña se miró la ropa. La tela rosa de la pechera estaba manchado de algo verde. Cuando miró hacia arriba de nuevo, un lazo rosa le colgaba por encima del ojo.
—¡No sé, pero los bebés están llorando, mami!
—¡Elizabeth! —gritó Josh, que entraba en la habitación buscándola—. Ven conmigo. La abuela Lu y la abuela Dell nos necesitan.
—Será mejor que vayamos a ver qué ocurre —sugirió Joseph.
Mientras Demi seguía a Joseph por el pasillo hacia el dormitorio que había declarado guardería por aquel día, Josh y Elizabeth corrían delante de ellos. Estaba claro que los bebés estaban llorando detrás de la puerta cerrada. Y Demi notó otra contracción.
Josh abrió la puerta.
—¿Lo ves?
La madre de Demi, Adele, alzó la vista mientras luchaba por cambiarle el pañal a Patricia, la niña de tres meses de Boone y Shelby, que no dejaba de aullar. Fuera lo que fuera lo que Elizabeth tenía en el vestido, Adele lo tenía en el pelo. Parecía pintura verde. Y su madre también tenía baba de bebé por todo el vestido.
— ¡Oh, gracias a Dios, Demi! —Gritó por encima del alboroto—. ¿Puedes sacar a Rebecca de ese cajón?
Demi se encaminó hacia Rebecca. La niña de ocho meses de Sebastian y Matty estaba gritando como una loca.
—¡Se metió ella sola y no sabe salir! —gritó Luann a modo de explicación mientras continuaba meciendo a la niña de cuatro meses de Gwen y de Travis. La habían llamado Luann, como su abuela. La pequeña Lulu, como la había bautizado su padre, tampoco dejaba de llorar.
—¿Qué le pasa a Lulu?
Luann sacudió la cabeza.
—Ha engullido el biberón, como de costumbre, ¡y ahora tiene suficientes gases como para calentar la ciudad de Denver durante un mes!
Matty, Shelby y Gwen aparecieron por la puerta. Matty, con su vientre de siete meses de embarazo, ocupaba la mayor parte del espacio. Se puso la mano en los riñones y preguntó:
—¿Qué ocurre aquí?
Joseph paseó la mirada por la habitación.
—Lo de costumbre —dijo con una sonrisa.
Elizabeth sacudió las manos.
—Yo no estoy llorando —anunció.
Demi se dio cuenta de que su hija también tenía las manos verdes, y se miró el vestido de lino, del que Elizabeth le había tirado unos minutos antes. Por supuesto, tenía suficientes manchas verdes como para hacer juego con el vestido de la niña. Y tuvo otra contracción, en aquella ocasión, de las fuertes.
—¡Eh, se oye el escándalo desde fuera de la casa! —Dijo Sebastian, que entró en la guardería detrás de las mujeres, seguido de Boone, Travis y el padre de Demi —. ¿Qué ocurre?
—Todas las chicas están haciendo ruido —dijo Josh, con aire de superioridad.
Demi miró a Joseph.
— Joseph no me gusta tener que decirte esto, pero creo que...
La sonrisa despreocupada de Joseph t se esfumó.
—¿Ya? —preguntó con voz temblorosa.
Demi asintió.
El grupo se puso en acción. Joseph se apresuró a sacarla de la guardería, Sebastian tomó a Rebecca, Travis a Elizabeth y Boone a Josh. Las mujeres los siguieron, con las abuelas llevando a un bebé cada una. Cuando todos entraron en el salón, alguien llamó a la puerta.
El padre de Demi abrió de par en par.
—¿Qué? —bramó.
El reportero de televisión se encogió.
—El... el gobernador y su esposa ya están aquí, señor. Su limusina acaba de llegar. Y yo me preguntaba si...
—¿Ha venido en una limusina? ¡Magnífico! —Russell se volvió hacia el grupo que rodeaba a su hija—. ¡Vamos a ir al hospital en limusina! —gritó—. ¡Vamos! ¡Todo el mundo en marcha!
—¿Y la ceremonia de inauguración? —preguntó Demi mientras Joseph la guiaba hacia la puerta.
—Puede esperar —respondió Russell sonriendo a Joseph —. ¿Verdad, hijo?
—Por descontado.
Antes de que Demi se diera cuenta de lo que estaba ocurriendo, el gobernador y su esposa estaban en el porche delantero diciendo adiós con las manos y todos ellos estaban apretujados en la limusina, bebés lloronas incluidas.
—Así que —gritó Sebastian por encima de todo el ruido— ¿qué va a ser esta vez?
Travis, Boone y Joseph lo miraron, y después miraron a las niñas, que no dejaban de aullar. Los cuatro vaqueros sonrieron.
—¡Niño! —dijeron al unísono.


Fin.