miércoles, 31 de octubre de 2012

Caperucita y El Lobo Capitulo 12




—¿Cómo está Demi? —Joseph podría haber derrotado a Ester con un buen
destornudo. Ella le miró parpadeando a través de la mesa, boca floja.
¿Caperucita roja? Ella esta bien. Estupendo. Ella está muy bien. Pensé...
—Yo lo sé. Joseph  sabía lo que estaba pensando. Le había dejado claro que
quería olvidar a la chica como si ni siquiera existiera. Ninguna mención de ella,
nunca. Esa era la regla. Pero ella ya no era niña y su cerebro al parecer no podía
dejarla ir. No se habían visto desde hacía días, desde aquella noche en el
bosque, pero aún podía oler el dulzor azucarado de su cuerpo, su piel, el sabor
amargo. Se encogió de hombros.
—Ha sido un largo día.
La abue asintió con la cabeza, llevando la caja de galletas de jengibre más
cerca de su plato.
—Demasiado tiempo. No fue su culpa.
—Ester. —Fue una advertencia, pero él no lo pensó, gruñó. Sólo que no estaba
dispuesto a ir allí. Él masticó el último bocado de emparedado de mantequilla de
maní y tomó dos de las galletas. Joseph se rió entre dientes, mirando al hombre
pequeñito encima, delante y detrás—. Ella hizo estas. Todos estos años eran sus
galletas las que yo comía.

—Claro que las hizo, —dijo la abuela—. Su mamá le enseñó. Creo que recuerdas
a Demi en los mejores días. Ella ha horneado estas desde que era una niña.
Desde el mismo momento en que empezaste a comerlas.
—Extraño.
—O destino —dijo la abuela—. Ustedes perdieron un pedazo de sí mismos esa
noche. Es lógico el pensar, que cada uno tiene lo que necesita el otro para
compensar.
Joseph lanzó la galleta en la caja—. Basta, Ester. Son galletas.
—Sólo quise decir...
—Perdí a mi esposa. —Bajó la voz—. Mi compañera. Tú sabes de mí, de nosotros,
lo que somos. Somos compañeros de por vida. Se ha ido. Nada puede
compensar eso.

—Hum —Abue le arrebató una de las galletas de jengibre y mordió la cabeza. Un
pesado silencio se estableció entre ellos. Joseph dejó su mirada fija sobre el cuarto.
El pasillo social del “Asilo” era brillante y atractivo. Tenues paredes de color
amarillo decorado con artesanías de los países y fotos de época.
Las mesas redondas de color blanco con sillas a juego llenaban la mayor parte de
la habitación. Las áreas más pequeñas estaban ocupadas con cómodos sofás de
color verde y sillas tapizadas. Personas visitando a sus familiares, mirando la
televisión y jugando juegos, incluso ondeando una melodía en el piano de cola.
Joseph  centró su atención en la sala, a la pared de vidrio de las puertas abiertas, el
patio exterior y el bosque más allá. Trató de imaginarse a sí mismo atrapado en un
lugar como este. Tan agradable como era, no era la libertad.

—Deja de fruncir el ceño, Joseph. Soy feliz aquí. Tengo amigos y te veo más a ti y a
Demi de lo que alguna vez hice en la casa de campo. —Trasladó su mirada
hacia ella. Ella lo conocía bien.
—¿No la extrañas? ¿La casa de campo? ¿El bosque? —Ester se encogió de
hombros.
—Claro. Algunas veces. Pero yo soy una anciana, no un lobo hermoso. Aquí es
donde yo pertenezco. —Él se acercó y le cogió las manos en las suyas.
—Yo Podría cambiar esto, Ester. Un pellizco. Un poquito de sangre. Usted se
sentiría años más joven, con años y años de vida.
La abuela soltó una carcajada de la dulce anciana—. No, querido. Esta es mi
vida. Estoy feliz. Pronto voy a ver a mi Frank otra vez. No quiero posponer eso por
más tiempo. Demi es lo único que me preocupa. Y tú.
Joseph se movió en su asiento, llevándose consigo sus manos y frotándose las
palmas de las manos sobre los muslos.
—Yo estoy bien. Y Demi es Demi... es...

—Una joven maravillosa que está demasiado ocupada tratando de hacer su vida
perfecta y que se está perdiendo la mejor parte. Amor. Y tú...
—Ester. —Trató de poner fin a la conversación que él sabía que tendría.
—Silencio, y deja que una vieja señora de su opinión por una vez. Usted esta tan
ocupado afligiéndose por lo que ha perdido que no puede ver todo lo que se
desliza a través de sus dedos. —Ella se inclinó hacia adelante y apoyó la mano
seca suavemente en su brazo—. Sé lo qué es ser compañero de por vida, querido,
y la mujer que murió era su esposa. La amaba. Pero eso no quiere decir que fue el
compañero de su vida. El corazón quiere lo que quiere. ¿Dígame, Sr. Jonas, que es
lo que su corazón de lobo le susurra cuando se acerca a mi Caperucita Roja?

—No soy Lilly, abuelita, soy Demi, Lilly era mi mamá. — Durante una de sus
pérdidas de memoria, era casi imposible hablar con la abuela.
—Eso lo sé. —La abuela resopló—. No he perdido por completo mi mente. Tú
suenas igual que ella, eso es todo.
—De acuerdo. Demi tendría que tratar de ser más sensible la próxima vez. A
nadie le gustaba que le recordaran que su mente estaba desvariando.
—No me puedes culpar por oír la voz de Lilly. Yo siempre pienso en ella cuando he
pasado el día con Patrick.
El silencio se estableció a través de la conexión telefónica mientras la explicación
de la Abuelita se hundía.
—Umm... — ¿Cómo preguntar esto? —¿Papá te visitó hoy?
—¿Él no te dijo que iba a venir?
—No, no lo hizo. No he hablado con él en mucho tiempo. —La garganta se le
resecó, dificultándole tragar y sus ojos le picaron. No lloraría.
—Bueno, no te enojes con él Caperucita Roja. Está ocupado en estos días. Ni
siquiera tiene tiempo para jugar una ronda de Reyes (cartas). —Ella hizo
chasquear la lengua y Demi pudo imaginársela sacudiendo la cabeza.
—Él sólo está demasiado envuelto en el trabajo. No es bueno para el chico. No
solía trabajar tanto. Y ahora él está preocupado por ti.

—¿Preocupado por mí? —Una sonrisa amarga cruzo sus labios y se secó una
lágrima furtiva—. ¿Por qué está preocupado?
—Igual que siempre. Piensa que tus finanzas están demasiado disminuidas. Se
preocupa de que tú sacrificarías la panadería para mantener la casita de campo
para mí. —La abuela dejó de hablar, pero no parecía que hubiera terminado de
expresar su pensamiento.
— ¿Abuela?
—Él cree que yo debería de vender la tierra Demi. Le dije que tú dijiste que el
negocio iba bien, pero...

¿Qué pasaba si Anthony Cadwick tenía razón y la abuela estaba aferrándose a la
tierra por Demi, porque ella no sabía que más hacer por ella? ¿Por qué seguía
teniendo esas ilusiones donde Patrick la persuadía para vender?
—Abuela, sabes que no puedes vivir en la casita de campo sola, ¿Verdad?
—Por supuesto, querida. Ya no me desenvuelvo tan bien como solía hacerlo.
—¿Y sabes que quiero vivir aquí. En la ciudad. Cerca a la panadería?
—Si, Caperucita Roja, se lo mucho que piensas que amas la ciudad.
¿Pensar? Demi sonrió. La abuela siempre creía que conocía a Demi mejor de lo
que ella se conocía a sí misma. —Eso significa que nadie vivirá en la casita de
campo.
—Sí querida. Lo entiendo.
—Entonces dime la verdad. ¿Por qué es tan importante aferrarse a la tierra?
—Porque hice una promesa, por supuesto.
—¿A quién? ¿A papá? —Demi preguntó.
—¿A tu padre? No. Patrick nunca lo entendería. Él todavía no lo cree. No, querida.
Se lo prometí al lobo. Mi hermoso lobo plateado. Nuestras tierras permanecen
como un amortiguador entre su mundo y el nuestro. Le prometí que siempre
tendría ese amortiguador.
Demi contuvo el aliento, los recuerdos inundaron su mente, ese sedoso pelaje,
esos ojos hipnóticos, el sueño erótico. Ella empujó las distracciones fuera de sus
pensamientos.
El lobo no quería que ella vendiera. Hace unas pocas semanas hubiera
entrecerrado sus ojos debido a esa afirmación, pero después de haber conocido
a la misteriosa bestia no parecía tan descabellada la idea.
A Demi no le importaba por qué la abuela quería mantener la casita de campo.
Ella no la quería vender. Así que Demi no permitiría que se vendiera. Tan simple
como eso. Era lo menos que podía hacer por una mujer que le había dado una
buena parte de su vida.
—¿Demi?
—Si, abuela. Todavía estoy aquí.
—Él dijo que te has retrasado en tu pago del préstamo, la próxima semana hará
un mes completo. ¿Es verdad?
Un peso incómodo se hundió hasta el fondo de su vientre, como si hubiera
tomado una comida de mar en mal estado. ¿Cómo pudo saber su Abuela sobre
su historial de pago? —¿Quién te dijo eso?
—¿Es verdad?
Sí. Era verdad. Ella había hecho el pago, pero había un cargo extra por la
demora, lo que sólo hacía sus finanzas más apretadas. No había manera en la
que la abuela pudiera saber eso, aunque alguien debió de habérselo dicho.
Alguien que no está hecho de recuerdos ni de ilusiones. Alguien real.
—Estoy realizando los pagos. Todo está bien. Ahora, ¿Con quién has estado
hablando?

jueves, 25 de octubre de 2012

Caperucita y El Lobo Capitulo 12



Alguien en casa ¿Hola? —La voz no era atractiva y sonaba más lejos.
Demi abrió los ojos. Exploró la habitación. Su habitación. En la cabaña de la
abuelita. Miró hacia abajo, la correa larga de su camisón había sido empujada
por debajo de sus pechos, sus manos estaban en sus bragas, las rodillas abiertas
de par en par, las sabanas en un enredo alrededor de sus pies.
—De nuevo. —Ella dejó caer la cabeza en la almohada. El orgasmo más
alucinante del mundo se había ido—. Este día ya apesta y ni siquiera me he
levantado de la cama todavía.
—¿Hola? Última oportunidad. Alguien en casa.
Demi se deslizo en la cama. Era la voz de un hombre. Viniendo desde el interior
de la casa. Ella dejó sus pies libres de las sábanas y se apresuró hacia la puerta de
su dormitorio, enderezando su camisón, agarrando su bata. Golpeando la
escalera, metió los brazos en las mangas.

¿Algún ocupante ilegal que había encontrado la llave hábilmente escondida de
la Abue, un dependiente, un ratero -alguno u otro? Daba lo mismo.
Entonces, Nelly, no escogieron ellos la casa equivocada para entrar y destruir.
Bien, entren. No había furia, como la de una mujer sexualmente frustrada. La
primera vez que estaba pasando la noche en la cabaña en meses y sorprende a
alguien aprovechándose de la confianza de la Abuelita.
La puerta principal estaba abierta. Demi corrió los unos últimos pasos y agarró la
esquina de la pared para ayudarse a balancearse a sí misma en la cocina.
Alcanzo a través del mostrador, enganchó uno de los cuchillos de la mesa de
madera y se dirigió hacia la sala de estar.
—Hey. ¿Qué diablos crees que estás haciendo? —Apoyó el cuchillo en su
hombro, su peso en una cadera.

Sí, ella no lo asesinaría. Ella no tenía esa intención. Pero él no lo sabía.
El hombre, alto, probablemente de seis pies, dio la vuelta para encararla justo por
delante del umbral de la sala de estar. El era mayor, alrededor de unos cuarenta
y cinco años, pelo negro canoso. Era regordete, pero muy elegante con su traje
negro carbón, camisa azul pálido y corbata a juego.
—Oh. Perdón. No pensé que alguien estuviera en casa. —Sus ojos castaños
rastrillado por su cuerpo, deteniéndose demasiado tiempo en sus pechos. Una
sonrisa torcida floreció en su rostro bien afeitado—. Usted debe ser Demi.
Había una mirada de reojo, un tono lascivo en su voz, que hizo que un escalofrío
se asentara en la base de su columna vertebral. Demi se enderezó, de repente
se sintió vulnerable a pesar del cuchillo de seis pulgadas en la mano. Junto los
bordes de su bata, que mantuvo cerrados antes de dejar el cuchillo para atar el
cinturón.

—Usted entró ilegalmente, —ella dijo—. Ya he llamado a la policía. —Gran idea,
lástima que no hubiera pensado en ello, antes de que corriera a medio vestir para
espantar a los criminales. Uf. Su cerebro estaba obsesionado, frustrado.
—¿De verdad? Qué torpe. Usted sabe, yo estoy aquí a petición de su abuela. —
Entró en la sala.
—No te acerques. Demi sostenía el cuchillo con ambas manos. El hombre se
detuvo al instante, su sonrisa arrogante se derritió junto con el color en su piel.
Levantó sus manos en señal de rendición.
—Tranquilízate, Demi. Relájese. Ya le he dicho. Soy amigo de Ester. Llámela. Y
compruébelo.
Sí, claro. ¿Cómo sé que no eres un asesino en serie que quiere cortarme en
pedacitos tan pronto como me de la vuelta para utilizar el teléfono?
Su sonrisa se volvió menos arrogante—. Bueno, usted esta agitando la cuchilla de
un carnicero. Y este no es un traje para cortar a la gente.
Muy bien, buen punto. La mayoría de los asesinos en serie, probablemente no
llevarían Versace en el trabajo. Reconoció el estilo.
—¿Quién eres? La abuela no mencionó que alguien vendría. Acabo de verla
ayer. —Él dejó caer su mirada, la apartó por un momento, después de vuelta, sus
ojos tristes.

—Ester no siempre recuerda las cosas con claridad. Estoy seguro de que ella le
habría dicho, pero, ya sabe. —Mierda. Sabía exactamente lo que quería decir.
Su sonrisa era cálida. Era una bonita sonrisa que iluminaba sus ojos y agudizaba la
redondez de su mandíbula. Era atractivo, en un rígido, tipo de negocios, con una
nariz fina, cejas espesas y pelo corto, ondulado, justo por encima del cuello.
—Mi nombre es Anthony. Anthony Cadwick. —Extendió una mano hacia ella, muy
lentamente. —Yo no muerdo y sólo corto en pedacitos a personas en sentido
figurado. —Bien, ahora se sentía un poco estúpida sosteniendo la cuchilla como
un hacha lista para cortar una extremidad.
Ella lo bajó a su lado, después la puso en la mesita al lado de la puerta—. Hola,
Tony. Soy Demi, la nieta loca.
—Es, ummm, Anthony, en realidad. Encantado de conocerte. Tu abuela habla de
ti a menudo. —Dio un paso adelante. Se estrecharon la mano. Su piel era suave y
cálida, su apretón fue débil como si le preocupara que le hiciera daño. A ella le
gustaba eso.
Anthony. Perdón. Bonito traje.
—Igual tu. —Su mirada se dejo caer a la bata abierta y a las piernas desnudas,
arriba de las rodillas—. ¿Yo la desperté?
Demi ató la bata, hizo un nudo. Se sacó un mechón de pelo de la cara, la otra
mano sosteniendo su cuello.

—En realidad, usted interrumpió un sueño muy bueno.
—Mm, lo siento. Ester dijo que vivía en la ciudad. No pensé que alguien estuviera
aquí. —Él miró su reloj—. Es tarde, alguien tiene un gran horario de trabajo.
—Me detuve brevemente anoche para verificar las cosas. Tomé un paseo en los
bosques. Se hizo bastante tarde, entonces sólo me quedé. El lugar es más
consolador de lo que recuerdo. En particular la fauna.
—Umm…
—Espera. ¿Qué hora dijiste?
Miró el reloj de nuevo—. Ahora. Doce veinticinco.
—Oh, mierda. No tengo tiempo ni para ducharme. —Ella se dio la vuelta y se
dirigió a las escaleras—. Uh, escucha, tengo que estar en el trabajo, ahora, así
que si puedes disculparme... Cierra la puerta al salir. Gracias.
Ya había subido cuando escucho que él comenzaba a subir las escaleras.
—En realidad, no es una circunstancia muy favorable. Llegar tarde al trabajo a
pesar de la circunstancia. Se detuvo y se inclinó sobre la barandilla.
—Bueno, estaba confundida. Tengo que cambiarme de ropa y arrastrar mi
trasero. Tiene que marcharse.

—Pero he estado deseando hablar con usted. Se trata de su abuela. Realmente
estoy bastante preocupado.
—¿Sí? —Quizás es algo en el agua. Ella no tenía tiempo para esto. Demi dio sus
dos últimos pasos y corrió a su habitación. Cerró la puerta y giró la cerradura de
perilla cheapy. Mejor que nada. Tal vez el vería la puerta cerrada y captaría la
indirecta.
Demi tiró de su túnica y arrancó su pequeño camisón sobre su cabeza. Su
mirada se posó en su vestido de verano de ayer. No sólo ella lo había llevado
para trabajar el anterior día, pero la fuga del lobo enfurecido había dejado un
rasgón largo desagradable en el dobladillo. Tenía que haber algo mejor. Ella fue
al armario. Quizá alguna de su ropa vieja, estaba guardada ahí dentro. Empezó a
cavar y se dio cuenta de que su armario viejo había llegado a ser aparentemente
el lugar donde los abrigos anticuados se guardaban.
—Sabes... ¿Demi? —Sheezz, el tipo no podría captar una indirecta. O una
sencilla orden. Ella puso los ojos en blanco y siguió buscando a través del plástico
cubierto de prendas de vestir.
—¿Sí?

—Oh. Uh, tu abuela se preocupa mucho por ti. Habla de ti todo el tiempo.
—¿Es cierto? —Bingo. Correcto entre una chaqueta marrón de lana y el abrigo de
invierno con exceso de relleno, ella encontró una falda vaquera envuelta y
vieja—. Dios mío, estas cosas nunca fueron del estilo de la abuela.
—¿Qué es eso? —La voz de Anthony sonó más fuerte, cuando se apoyó contra la
puerta. Él la escuchaba cambiarse de ropa. Espeluznante.
—Nada. ¿Así que, usted decía que la Abue habla con usted acerca de mí? —Si
ella hablaba mucho, sabía que él no escucharía que estaba desnuda.
—Sí. Sí, ella lo hace todo el tiempo. Demi puso los ojos en blanco de nuevo.
Necesitaba algo para cubrirse. Había llegado al final del armario y no había
encontrado nada, ¿Que iba a hacer? Se volteó y corrió por la habitación hacía
su vieja cómoda. Cajón... basura, juego de cartas, bolígrafos, gomas elásticas.
Empujó. Siguiente cajón... libros.

—Yo no creo que haya algo en el planeta que le importara más que tú, —dijo
Anthony. Demi cerró el cajón y después se trasladó al próximo... más libros, lo
mismo que el anterior. Ella abrió la gaveta.
—Ropa, Gracias a Dios. —Sujetadores Doble D, enormes bragas, y... ¡Eureka! Un
pequeño montón de agradables camisetas viejas.
—De la única cosa que ella podría preocuparse, es de su gran lobo de plata. —
Anthony se echó a reír, pero la sangre se le heló a Demi.
Hasta ayer por la noche el lobo de plata había sido un producto de la
imaginación de una anciana, un personaje de un cuento de hadas. Pero él era
de verdad. Él era real y hermoso y... Ella no quería pensar en él en el resto del día.
Acerca del camafeo extraño en su sueño.

 ¿Qué fue eso? Había pasado un
momento, después de que ella había atrapado al animal en la casa de la
Abuela, en el que había tenido miedo. Miedo de ser asesinada, pero temerosa
de ser incapaz de detenerlo de sus embarazosos e intensificados golpes,
transformándose en algo más, en algo peor. Tal vez ese miedo, esa rara
posibilidad de que había contaminado sus sueños.
—¿Demi? —Sacudió la cabeza, sacando el tren del pensamiento extraño y
cogió la camiseta de la cama, y se vistió.
—¿Qué dijo la Abuela sobre el lobo, exactamente? —Preguntó. 

—Estoy seguro que lo has oído antes. Ella dijo que tengo que protegerlo y prometí
que nunca vendería la tierra para que siempre tuviera un lugar para correr. Igual
que siempre.
La camiseta era chica, pero le servía. Se colocaría un delantal cuando llegara a
la tienda. Demi  buscó su cepillo en su bolso y cogió su prendedor de pelo de la
mesilla de noche.
—Si usted me pregunta, —dijo Anthony—. Creo que el lobo es usted.
Metafóricamente hablando.
—¿Qué? Uh, no. —Está bien, me hubiera dado cuenta la noche anterior y por su
sueño, que era demasiado retorcido.
—Piense en ello. Ella hizo una promesa de protegerlo, para mantener la tierra, de
modo que siempre tuviera un lugar para vivir. No hay nada que ella amara más.
¿Suena familiar? Al igual que las promesas que hizo para cuidar de usted.
—Sí, pero... — Le faltan unos pocos pedazos de información vital, como que
realmente había un lobo grande de plata corriendo por el bosque. Demi no
tenía intención de contárselo a Anthony Cadwick. Ella encontró sus sandalias y se
sentó en la cama para atarlas.
—Creo que es una carga real sobre ella, mental y físicamente. No importa cómo
se vea, está enlazada a este lugar debido a usted, y creo que le está costando a
ella.
—¿Costarle a ella? Ja —Demi bruscamente cerró la boca. Sus finanzas no eran
negocio de este tipo.
—Sí, sé que le cuesta, también. Y también lo sabe Ester.
Bueno, tal vez sus finanzas eran su negocio, y aparentemente de cualquiera que
hubiera tenido una charla con la abuela.
—Estoy bien. La tierra es buena. Los gastos de la clínica de ancianos son buenos.
La tienda está bien. Estamos todos bien.
—Parece convincente, pero no lo compro. Y tampoco su abuela. Ella no es una
mujer tonta, Demi. ¿Cómo piensa usted que ella se siente sabiendo que usted
lucha y no sabe por qué? Sin saber cómo ayudarla.
Ella sabía exactamente cómo la abuela se sentía. Ella quería proteger a Demi,
para ayudarla con cualquier cosa y todo lo que podía. Le hizo ver la
preocupación de los frutos secos en la cara de Demi, de la preocupación que
Demi no podía esconder de la abuela, de la preocupación que Demi no
hablaría.

La abuela siempre había esperado que Demi volviera a la casa un día, pero si
ella supiera como las cosas eran difíciles por la falta dinero ella vendería en un
latido del corazón, para darle el dinero en efectivo. Por supuesto la Abuelita no lo
sabía, por eso ella no vendería... Tal vez Anthony tenía razón. La abuela se
enlazaba a la tierra a causa de ella y estaba perjudicando a ambas.
Demi agarró su bolso y abrió la puerta. Anthony tropezó en la habitación. ¡Jaja!
Ella había tenido razón. Sabía que él estaba apoyado en la puerta.
—Lo siento. —Se enderezó—. Es mi culpa.
—Realmente tengo que correr, pero voy a pensar en lo que dijo. —Anthony le dio
su tarjeta.
—Entendería que si quiere afrontarlo y mantenerse en el lugar. Quiero decir, Ester
ama este lugar, incluso si ella probablemente nunca lo vea de nuevo. Pero si
usted decide que quiere más. Hágale saber cómo puede ayudar. Dame una
llamada. Conozco algunas personas que estarían interesadas.
Su mirada se dejo caer a sus senos, sus ojos marrones chispeaban. Aquel creído,
se la imagino desnuda con una sonrisa y se pellizcó una mejilla otra vez, él se rió
entre dientes, bajo y provocativo. Ella cambió su peso a una cadera, apoyando
su mano a un lado.

—Tal vez le gustaría tomar una foto.
Él se rió—. ¿Usted lleva eso para trabajar?
Demi miró su camisa—. Ah, perfecto. —Había tomado una camiseta de sus días
de juventud rebelde, por la salud del medio ambiente. Una caricatura de un
castor borrosa, plano de cola y al lado de `salva un árbol, comete un castor´—.
Sabía que este día sólo iba a empeorar.