martes, 10 de septiembre de 2013

Camino a la Fama Capitulo 34












Dos más dos, no es cuatro.

A pesar que la luz del sol se colaba por los entramados de la cortina, ella sentía aquella habitación sumida en las penumbras. Aun y con todo ese panorama, no estaba asustada. Se detuvo en el centro observando todo en busca de detalles, no sabía qué específicamente. Tal vez algo que la ayudara a descubrir más de él, de su historia o de su silenciosa existencia.

El roce de una mano en la parte baja de su espalda, la abstrajo repentinamente de su tarea. Sonrió volviéndose ligeramente sobre el hombro.

—No—La detuvo él sin permitirle darse la vuelta. Su aliento hizo volar algunos cabellos que caían de su peinado, dejando a merced de sus labios la sensible piel de su nuca.
Ella susurró un suspiro entre dientes, rogándole a sus rodillas que no cedieran en ese momento, mientras él encontraba el pulso constante en su tráquea y se detenía a rendirle homenaje con su boca.
—Vaya—murmuró sin mucho sentido.
Preguntándose internamente ¿Dónde había estado ocultando esa delicadeza? ¿O cómo lograba que sus labios tuvieran tal destreza en un lugar tan reducido? Parecía como si intentara probar su resistencia, y en realidad ella estaba a nada de perder en ese juego. Su deseo más elemental, se reducía a la simple necesidad de volverse y capturar sus escurridizos labios. ¡Oh Dios! Sus antepasados cavernícolas estarían tan orgullosos de ella y su falta de control.

La mano en su cintura inicio un viaje descendente por su cadera y ella echó la cabeza hacia atrás, topándose con la pared sólida que era su cuerpo. Tan hombre, tan macho. Al demonio el recato, tenía que volverse. Pero entonces esa condenada mano volvió a la carga, ella cerró los ojos al sentirla deslizándose por debajo de la falda de su vestido. Mientras que como toda una aventurera, iniciaba el viaje de regreso topándose en el camino con la frontera que marcaba su ropa interior.

—Interesante—Le dijo al oído, causándole leves cosquillas.
—No te esperaba hoy—Se justificó encogiéndose de hombros, no que se avergonzara de su ropa interior, aunque debía admitir que no era la elección más sexy del mundo.

—Hmm…—Aceptó a regañadientes, para luego quitar la mano de su falda y darle la vuelta de golpe—Tendremos que solucionar eso.
— ¿Qué…?—Inquirió curiosa, pero él no le dio tiempo a pensar. La jaló en su dirección, para robarle cualquier protesta con un arrebatador beso. Ella cruzó los brazos alrededor de su cuello, poniéndose de puntillas para poder alcanzarlo con comodidad. Y
muy estúpidamente confiándole a él y a sus juguetonas manos, la seguridad inocente de su parte trasera.

Sin casi notarlo, sintió como la presión que ejercía su vestido en su cuerpo iba disminuyendo gradualmente, hasta que una cálida sensación se deslizó por la parte desnuda de su espalda ¿Desnuda? Se apartó lo suficiente, para ver como su vestido sin breteles caía mansamente hasta quedar apelmazado en su cintura.

— ¡Oye!—Se quejó, recibiendo a cambio una mirada profundamente satisfecha.
Sus mejillas ardieron por un segundo entero, hasta que no pudo más que sonreír frente a su descaró. Lo tomó por su masculina barbilla, guiándolo hacia un beso que luego esquivo en el último instante. Él soltó una risilla por lo bajo, yendo a la carga nuevamente y ella volvió a rozar sus labios, escapando en el segundo que él planeaba acostumbrarse.
—Tramposa.
—Dos pueden jugar este juego—respondió, arrepintiéndose casi en el acto.

Sus ojos inquisidores viajaron por sus labios, para luego recorrer su cuello y terminar plantándose en la sima de sus senos desnudos.
—Tienes razón—susurró sin más, en tanto que se inclinaba para marcar con sus besos cada parte que antes había observado con detenimiento.

Ella se mordió el labio inferior, sintiendo como sus labios se abría paso hasta hallar su por entonces delicado pezón, los suaves y ligeros tironcitos de sus dientes mordieron la piel sensible como un vago intento de persuasión. Y así siguió por lo que pudieron ser horas, aunque ella bien sabía que no habían sido más de cinco de los más tortuosos y lentos, minutos de su vida.

—Ok, ok tu ganas…—Le dijo tratando de atraerlo hacia arriba nuevamente, por supuesto él no se dio por enterado—Venga…—murmuró ya casi como un ruego.
— ¿Cómo se dice?

— ¿Vas a jugar ahora?—espetó casi irónica. Él alzó la cabeza lo suficiente, para demostrarle que esperaba una respuesta, ella negó tratando de mantenerse firme y él respondió con un asentimiento locuaz.

Sin avisos de por medio volvió a meter la mano debajo de su falda y en menos de un segundo, trazó el camino más directo hacia la persuasión de una mujer, o más precisamente de esta mujer. Se detuvo de sus hombros, al sentir que sus rodillas se daban por vencidas en la tarea de mantenerla en pie.

 Ella quiso protestar pero las palabras murieron en su boca, al sentir los dedos que apartaban la última barrera de ropa y lentamente comenzaban a danzar con suaves roces contra su clítoris. Sacudió la cabeza tratando de mantener un muy comprometedor gemido dentro de su garganta, no se lo iba a pedir por favor. Él volvió a aceptar su negativa, penetrando en su intimidad sin ninguna clase de consideración. 

Estaba más que dispuesto a quebrantar su resolución. Su cuerpo decidió ceder a su demanda, traicionándola al momento en que comenzó a buscar moverse al ritmo que él le marcaba. Maldito desgraciado.

— ¿Cómo se dice?—Le repitió en un susurro al oído, con una nota de diversión en la voz que difícilmente podía pasarse por alto. Ella inspiró profundamente, recordándose que dos podían jugar ese juego. Le guiñó un ojo descaradamente, antes de bajar la mano con la misma determinación e introducirla por la pretina de su pantalón, topándose con unos bóxers en el camino a los que ignoró con mucho tacto.

 Él soltó un leve gruñido entre dientes y ella inició un baile de caricias que lo dejó literalmente mudo.
— ¿Cómo se dice, qué?—Preguntó notando que en los últimos minutos, él no había vuelto a mover la mano— ¿Eh?

Su respiración acelerada golpeaba su oído, mientras ella se acercaba más para intentar dirimir lo que le decía. Se colocó tan cerca como pudo y entonces como un pequeño canalla, él le mordió el lóbulo de la oreja haciéndola respingar en el lugar. Aprovechándose de su instante de distracción, la tomó por la muñeca sacándola del interior de sus pantalones. La pequeña sonrisa parecía reflejarse en su mirada, algo que sabía ambos estaban compartiendo.
—Se dice: no más juego— Tomándola por el cuello, la fundió a sus labios en tanto que con su mano libre, la despojaba rápidamente de la parte de vestido que aun intentaba mantenerse sobre su cuerpo

 Sus pechos desnudos rozaron la tela áspera de su camisa y ella gimió con la inesperada caricia, sintiendo la repentina necesidad de dejarlo en igualdad de condiciones. Él rió suavemente al notar como sus entusiastas dedos, iban deslizándose por entre los cientos de botones ¿Cuántos podría tener? Para ella y su escasa paciencia, comenzaban a lucir como un frente de batalla que presentaban las mejores armas.

— ¿Quieres ayuda?—Le preguntó burlón, mientras se repartía en la tarea de hundir la lengua en su boca y callarlo, o quitarle la condenada camisa.
—Púdrete—replicó logrando finalmente liberal el ultimo botón de su ojal. Esa no era ni la primera, ni la última camisa que desabotonaba. Mira si se iba a dejar vencer.

Y hasta allí llego su capacidad de raciocinio, cuando su mirada se topó con su premio oculto, ya no le cupo dudas. Él le haría un gran favor al mundo, si a partir de ese día dejaba de usar ropa. Nunca se cansaría de ver ese torso desnudo, y no era egoísta incluso le permitiría a las otras desgraciadas mujeres que lo vieran si les apetecía.

 Pues ella tenía algo que las otras no, ella tenía la exclusiva de tocarlo cuando quisiera y donde quisiera. Después de todo, la justicia divina existía.

Mientras se encargaba de descubrir cada respuesta inconsciente hacia sus caricias, lo sentía exhalar profundamente o tensar los músculos del abdomen cuando la timidez de sus manos se escapaba más allá de su cintura. Él volvió a aferrarla por las muñecas, pero en esa ocasión pegó sus brazos a cada lado de su cuerpo reduciendo sus movimientos. 

Sonrió sabiéndose vencedor, empujándola deliberadamente hacia atrás hasta que sus piernas golpearon el lateral de la cama. Ella se dejó caer suavemente sobre el colchón y él la acompañó segundos después.

Estando debajo de su cuerpo, fue consciente de que ya no habría marcha atrás. No que así lo quisiera, no que no disfrutara en esa posición. Quizás inconscientemente eso había estado esperando todo ese tiempo, desde la primera vez que se habían visto, incluso cuando las cosas no habían funcionado del todo bien. Sabía que el aquí y ahora solo importaba, que el pasado que ambos pudieran estar reteniendo se había quedado del otro lado de la puerta.

Lo besó, o quizás él la besó. Ya no había diferencias entre un cuerpo y otro, ya no había distancias. Su mente se había puesto en piloto automático, repentinamente solo se valía de sus sentidos. Manos, caricias, besos, roces, susurros, todo parecía ser procesado por su alma. Lo tenía entre sus piernas, podía sentirlo fuerte y tenso contra su femineidad.

 La necesidad de él se trasladaba a ella, lo único que quería entonces era tenerlo dentro suyo, hacerlo suyo, ser de él. Lo quería todo y se lo hizo saber, gimiendo dentro de su boca y llevando sus caderas tan cerca como podía, buscando tocarlo tan íntimamente que no tuviera mas opciones que poseerla.

Ella acarició su rostro guiándolo a sus labios, probándolo, buscando robarle algo más que un simple beso. Algo. Él la miró el tiempo suficiente para sonreírle, mientras que con un calculado movimiento de caderas se introducía en su cuerpo, soltando a la vez un gruñido de satisfacción. Ella hundió el rostro en el hueco de su cuello, mordiéndolo allí donde su aroma masculino parecía concentrarse, tratando de menguar los placenteros sonidos que escapaban de su garganta sin autorización. 

Y él comenzó a moverse suavemente, saliendo y entrando de ella como temiendo hacerle algún daño. Sus labios se encontraron en algún instante, no había nada delicado en su furioso beso. A ella no le molestó mostrar el mismo apetito, apetito de él… en tanto que sus embestidas cobraban mayor fuerza y velocidad, marcándola a fuego con cada caricia que se entreveraba en medio del placer. Finalmente se dejó vencer por un gemido que no pudo contener otro segundo, disfrutando la sensación de los músculos de su espalda tensándose bajo sus manos.

Él tomó un ritmo acompasado entre sus piernas y ella le hincó las uñas sin darse cuenta, al sentir como un ligero hormigueo comenzaba a concentrarse en el centro de su anatomía. Lo abrazó sintiéndose perder tras cada acometida, incluso le parecía imposible determinar donde acababan sus sensaciones e iniciaban las de él. Tan solo podía pensar en seguir respirando, a pesar de que el aire llevaba tiempo sin tocar sus pulmones, a pesar de que sus labios parecían estar robándole hasta el último suspiro.

 Ella solo podía corresponder a sus movimientos, arquear sus caderas en búsqueda de esa fricción que ambos estaban creando. Y gemir ¡oh Dios! No podía ser ella la que soltaba esos gritos.

Pero lo era y le importaba tan poco ese hecho, él espantó aquel errático pensamiento con una última embestida. Apretó los ojos con fuerza y el pequeño hormigueo de antes ascendió desde su entrepierna, a cada terminación nerviosa, logrando que la sensación de plenitud la avasallara. 

Él soltó un gruñido junto a su garganta, dejándose ir con la fuerza de su propio orgasmo y ella le deposito un beso en la sien logrando llamar su atención por un instante. La miró enarcando una ceja, curioso y al ver que ninguno decía nada, se acercó hasta reposar la boca sobre la suya con sutileza. 

No hicieron mucho más que respirar agitadamente uno contra el otro, aguardando porque la realidad de aquel día decidiera hacer acto de presencia. O quizás, esperando a que la necesidad volviera a la carga y por cómo iban las cosas allí abajo, ella no creía que faltara mucho tiempo para eso…
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— ¿Qué haces?— Demi soltó un gritito ahogado, apretando la libreta contra su pecho.
—Nada…—Mintió con poca convicción. Joseph sacudió la toalla que tenía en la mano contra su cabello, alborotando los mechones húmedos en el proceso. Luego se acercó hasta la cama y le pidió la libreta. —No—Le respondió ocultándola debajo de las sabanas.
—Déjame ver.
—No es de tu incumbencia.

—Si lo estás escribiendo en mi casa, es de mi incumbencia—Ella entrecerró los ojos pensando aquello, le parecía ligeramente comprensible aun así…

— ¡Hey!—Él le apartó las sabanas de un jalón y en la emergencia de no encontrarse tan desnuda bajo su escrutinio, dejo la libreta descuidada para tirar la almohada delante de su pecho. Por supuesto que Joseph aprovecho ese pequeño traspié. — ¡Devuélvemela!

—Calla—Le dijo, colocando desinteresadamente sobre sus labios uno de sus dedos. Ella no lo mordió por respeto al escritor que era, pues sabía que no sería el mismo sin su índice.

— Joseph…—rezongó, viendo como él deslizaba su mirada por la letra precariamente garabateada.

—Esto sí que es meterse en la piel del personaje—murmuró en algún instante, logrando que ella se pusiera roja de coraje.

—Es solo un borrador—Aclaró, haciendo que la observara por encima de la libreta con un curioso brillo en los ojos. Demi sonrió con renuencia, mientras Joseph lanzaba la libreta a un lado de la cama y se inclinaba hasta cubrir su cuerpo con el peso del suyo.

—Así que…un borrador ¿eh?—Preguntó en tanto que sus manos se metían por debajo de las sabanas para intentar alcanzar su cintura, ella se contoneó tratando de escapar y él aprisionó el otro costado, para dejarla atrapada en su propia capullo de mantas. 

— ¿Sera que necesitas más inspiración?—Inquirió a escasos centímetros de sus labios, Demi cerró los ojos dispuesta a dejarse inspirar pero él se hizo a un lado justo cuando pensaba ceder.
— ¿No te gustó?—Él se encogió de hombros.

—Creo que olvidaste algunas partes…—Se acercó hasta su oído y ella le presto toda su atención, para luego oír cómo le susurraba algunas escenas que harían sonrojar hasta el más atrevido de los libertinos.

— ¡Joseph!—exclamó golpeándolo en el brazo, él se apartó riendo—Yo…—Comenzó y se detuvo abruptamente, para corregirse—…digo, ella no haría esas cosas ¿Cómo crees?

—Me parece que debo refrescarte la memoria— Demi enarcó una ceja y se cruzó de brazos, logrando que su atención fuera directamente hacia sus pechos medios cubiertos por las sabanas y medios a la vista de su compañero de cuarto. Puso los ojos en blanco.

—Puerco—Joseph no apartó la mirada de ese punto, aunque si le dio la razón con un elocuente asentimiento— ¿Realmente no te gustó?—inquirió una vez más, pero procurando obtener una respuesta honesta en esa ocasión. Joseph la observó.
—No usaste nombres.

—Lo sé ¿Qué parte de borrador no entiendes? —La mirada que le obsequió, la disuadió de estar burlándose.

—Me gusta, aunque sigo pensando que omitiste detalles—Él se dejó caer a su lado, para luego comenzar a dibujar perezosos círculos sobre la sabana que precariamente tapaba su desnudez.

—No omití detalles—Se quejó tratando de ignorar hacia qué sector se dirigían esos, no tan inocentes círculos. Joseph descanso la cabeza sobre su hombro y ella lo miró de reojo.

—De acuerdo, no omitiste nada…solo la segunda vez antes de que te durmieras o la tercera luego de que despertaras.

—Bien, tampoco pretendías que hiciera la réplica del Cama Sutra mientras te duchabas. —Él soltó una risa, acercándose para besar la comisura de sus labios. Demi se volvió por completo y en esa ocasión no hubo intentos de escapes por parte de ninguno, Joseph la tumbó al incorporarse y ella se dejó investigar por su lengua, mientras que en el proceso se daba sus propias libertades.

—Tal vez…—reflexionó, dejándola respirar un momento—Podríamos utilizar eso para el libro, solo ponemos nombres y…—Volvió a besarla lentamente—…quizás algún que otro detalle que no nos deje en evidencia.
— ¿Tienes miedo de que el mundo sepa cómo te portas en la cama?—Él sonrió negando con la cabeza.

—No es por mi pequeña, pero prefiero que los detalles de tu cuerpo solo sean conocidos por estas manos—Se desenredó las sabanas para mostrarle las manos—Y por estos ojos.

—Entiendo—Aceptó tirando las mantas a un lado, para dejarlo entrar allí con ella. — ¿Ya estas limpio?

—Mucho.
—De acuerdo ¿Dormimos?— Joseph bajó la vista por su cuerpo y luego la dirigió a sus ojos.
—Quizás en un rato—Volvió a echarles las mantas encimas, haciendo que todo volviera a oscurecerse. Demi soltó una carcajada, mientras ambos se ponían a hacer un poco de trabajo de campo. Todo sea por el bien del libro.

—Esto es enteramente profesional ¿no?—Él emergió para poder responderle.

—Completamente—Aseguró con convicción—Dame una noche más y seré un profesional, haciéndote gritar mi nombre.

Ella rió contra sus labios, pero cuando sus manos comenzaron a hacer lo suyo se olvidó de la broma o del profesionalismo. ¿A quién quería engañar? Ella hasta se había olvidado de su nombre, lo único que recordaba era que allí debía estar, no las razones o las causas que la pusieron en ese lugar. Sólo la necesidad de nunca abandonarlo.
………………
Con la vista fija en las gotas que golpeaban contra el vidrio, Joseph se mantenía absorto sin pensar en nada o quizás pensando mucho para lo que se requería en un día libre. La cafetera seguía burbujeando, mientras la línea de café lentamente aumentaba hasta el nivel de la marca blanca.

El plan era tomar un buen desayuno, pero había encontrado sus despensas completamente vacías. Seguramente Mayra no había tenido tiempo de hacerle las compras, una desgracia porque después de su agitada noche —y ¿Por qué no? también gran parte de su tarde— estaba hambriento. Luego de rebuscar por todas partes, había llegado a dos opciones: café o vino. Y en realidad pensaba que iniciar un día con vino, incluso estaba fuera de su límite.

Demi se merecía algo un poco más elaborado que un triste café, pero esperaba que una vez tuviese algo de eso corriendo por su torrente sanguíneo, encontraría el valor de salir de su casa hasta la panadería a dos cuadras.

Era una maldita aventura. Salir de su cama le había tomado una cantidad de cinco intentos fallidos. Los dos primero enteramente culpa de Demi, es que ¿Cómo se le ocurría dormir con las piernas por fuera de las sabanas? Él era un ser humano, no podía simplemente salir de la cama teniendo ese regalo a medio desenvolver. Tal vez las otras tres veces, fueron culpa de su pereza y su muy poco control sobre sí mismo.

En resumidas cuentas, había comenzado a levantarse exactamente a las ocho de la mañana, cómo demonios termino por llegar a la cocina a las 12:45 del mediodía…bueno, eso era un verdadero misterio.
La cafetera emitió un sonido y él sonrió sirviendo un poco de café, con suerte eso sería lo suficientemente fuerte como para impulsarlo el resto del camino hacia la puerta. Mientras ese pensamiento tocaba su mente, el teléfono que descansaba sobre la isla comenzó a sonar.
— ¿Diga?—Normalmente respondía con el típico “Joseph Rhone” pero era casi comprensible que a esas horas y aun sin haber tocado su café, le fuese un tanto difícil articular frases largas.
— ¿Joseph?—Que estupidez de pregunta, como si él viviera con algún otro hombre que pudiera tomar sus llamadas. En verdad, a veces la gente lo sorprendía.

—No, habla el ladrón que entró a su casa mientras dormía. Su hijo está ahora mismo desangrándose a mis pies, pero por favor no llame a la policía…lo hare yo cuando termine aquí.

—No te pases de listo, te he llamado como diez veces ¿Por qué no contestabas?—La irritación en el timbre de su padre, lo confundió ligeramente.

—Era una broma…—Se excusó, medio arrepentido por el chiste del hijo desangrado. Pero a decir verdad, no era la primera vez que le decía alguna tontería por el estilo y él nunca reaccionaba mal. Es más, incluso le replicaba alguna tontería acorde, para seguir con el chiste.

—Escúchame ¿Has prendido tu televisor?—Lo último que había planeado para esa mañana era prender la televisión, definitivamente prefería vivir su reality que el de algún desconocido.
—No.
— Joseph…—El tono de la otra línea lo interrumpió a media frase.
—Dame un segundo.

—Pero…—Lo puso en espera antes de que pudiera quejarse.
— ¡Joseph! ¡Al fin respondes!—exclamó Josh ni bien se acercó el aparato al rostro. Era increíble que todos estuviesen con ganas de remarcarle ese detalle, no es como si se pasara sus días esperando junto al teléfono a que le llamaran.

—Sí, bueno estaba ocupado—Mientras decía aquello, notó movimiento a sus espaldas y al volverse la encontró de pie en el umbral de su puerta, mirándolo. Maldición, era más hermosa recién salida de la cama.

Demi lo saludó con la mano, al verlo hablando y con pasos lentos se dirigió a la cafetera que minutos antes él había abandonado. Joseph siguió el contoneo de sus caderas, mientras disfrutaba la vista de su trasero enfundado en bóxers de mujer. Eso y una de sus camisas, hacían de su atuendo algo digno de pasarelas. O al menos de sus pasarelas.

—Mira Joseph, estoy de camino a tu casa quiero que me esperes—No pensaba ir a ninguna parte, aunque la idea de tener a Josh por allí no le tentaba en lo más mínimo.

—Sí, claro aquí te espero—respondió vagamente, siempre podía correrlo tras oír la queja que estuviese preparándole.

Con el tubo aun en la oreja, caminó hasta detenerse detrás de ella y dejarla acorralada contra la mesada, Demi se volvió y le frunció el ceño disgustada. Pero terminó por desmentirse, cuando una sonrisa coqueta se dibujó en sus sonrosados labios. Los mismos que había devorado durante toda la noche y esos mismos que se disponía a engullir en ese instante. Se inclinó para darle un beso y ella le hizo un gesto pidiéndole silencio, mientras le quitaba el teléfono de las manos y lo dejaba a un lado de la cafetera.

—Nos va a regañar—Susurró en secreto, haciendo referencia a Josh.
Él sacudió la cabeza y comenzó a quitarle la camisa con una destreza propia de la costumbre. Muy a la distancia y casi como un molesto sonido de fondo, oía el parloteo de Josh que en algún momento lo llamaba por su nombre. Demi lo liberó un instante, para poner el teléfono boca abajo y luego le echó los brazos al cuello retomando desde donde habían dejado.

Pero el mundo parecía haberse puesto de acuerdo, para echar a perder ese encuentro en la cocina. El timbre de la puerta sonó y muy a su pesar tuvo que poner algo de distancias, claro tras un profundo y muy estudiado beso. Era increíble, la capacidad que tenía de abstraerlo de todo lo que lo rodeaba, una caricia o una sonrisa y él se volvía pura y exclusivamente dependiente de ella.
— ¿Tienes qué?—Le preguntó frunciendo los labios, molesta por las interrupciones.

—Dos segundos—Demi sacudió una mano y lo detuvo en plena retirada.
—Tú responde el teléfono, yo voy a ver quién toca la puerta.
—Debe ser Mayra con la comida—Ella asintió y sacudiendo un poco la cabeza se perdió por el pasillo en dirección a la entrada. Joseph tomó el teléfono, hasta olvidándose de porque había contestado en primer lugar.

Tendría que haber permanecido en su cama, no había razones demasiado fuertes como para levantarse. Si la comida no fuese un asunto necesario para la humanidad, él habría acampado allí gustosamente al mejor estilo de Robinson Crusoe. Aunque con el añadido de Demi, por supuesto.
— ¿Josh?
— ¿¡Escuchaste algo de lo que te dije!?
—No.
—¡Joseph, tenemos un problema!—Frunció el ceño al oír aquello—Hagas lo que hagas, no abras la puerta. Espérame, hasta que no llegué no abras…

Sin esperar a que terminara salió disparado por el pasillo, no entendía porque no debería abrir la puerta, no entendía el porqué de la emergencia en el llamado de Josh o lo extraño que sonaba su padre. Pero lo que si sabía era que debía llegar antes que ella, desafortunadamente no fue así.
— ¡Demi, no abras la…!
……………….
Una luz golpeó sus ojos, a tiempo que otras cientos centellaban ante su anonadado rostro. Demi se quedó petrificada frente a las personas que una tras otra, le formulaban preguntas o tomaban fotografías de ella en su precario atuendo. Mejor dicho en el atuendo de Joseph.
— ¿Es verdad que Joseph…?
— ¿Hace cuánto que ustedes…?
— ¿Sir Rhone es…?
— ¿Cuándo inicio esto?

— ¿El hombre con el que aparece en la foto…?
No fue capaz de oír más después de eso, en ese instante él cerró la puerta de un bandazo. Pero ¿Acaso no era ya demasiado tarde para eso? 

Camino a la Fama Capitulo 33











Tercera Persona.

—Eso no salió tan mal—Demi sonrió en acuerdo, mientras enlazaba su brazo al de León y se encaminaban hacia el auto en el estacionamiento—Creí que vomitarías o algo así. ¿Recuerdas cuando vomitabas en las presentaciones en la escuela?

—No vomitaba—Se defendió malhumorada. A veces le daban náuseas y siempre repetía su discurso tres veces, como un disco rayado… pero no vomitaba.

—Ah no, tú te desmayabas— Demi puso los ojos en blanco, una se olvidaba de desayunar un día en la secundaria y el mal momento la perseguía hasta su tumba. — ¿Y este qué quiere?

Ella siguió la dirección de la mirada de su hermano, para encontrarse con Joseph reposando tranquilamente contra una camioneta negra. No tenía idea como había descubierto el auto de ellos, pero se encontraba de pie justo a un lado del mismo. León se puso en modo de ataque y ella sonrió para sus adentros, al verlos más cerca Joseph también se incorporó demostrando que su metro ochenta, valía tanto como el de su hermano. «¡Hombres!»
Demi—La saludó ignorando por completo a León.

— ¿Pasa algo?—Inquirió mientras aferraba con más fuerza el brazo de su hermano. Éste la miró de soslayo y tras un corto enfrentamiento, reculó en su actitud de perro guardián protector de virtudes.

—Pensé que podíamos…—Se detuvo para enviarle una miradita agria a León, estaba claro que a Joseph no se le pasaba por alto la pose arrogante que decoraba su lateral izquierdo—…hablar un momento.

—Sí, claro—Aceptó tranquilamente, buscando un lugar más apartado de los ojos verdes que acusaban cada uno de sus movimientos. Joseph se le adelanto en la idea, aparentemente con un plan ya trazado.

—Tal vez yo podría llevarte a tu casa—Ofreció como quien no quiere la cosa, León avanzó para mostrar que aún estaba allí y que no la dejaría ir con cualquiera tan fácilmente.

—Yo la llevare, así que no será necesario. Gracias—La tomó de la mano y comenzó a jalarla al auto.

—Aguarda—Le pidió en voz baja, volviéndose para hablar calmadamente con él. —León no pasa nada, sé que intentas ser un buen hermano pero es mi colega, no va a matarme y desperdigar mis restos por la carretera. Míralo…—Él le dirigió una fugaz mirada. — ¿Crees que se tomaría todo ese trabajo? —Se encogió de hombros, dando a entender que no lo veía muy probable.
—Fiona dijo…

—Fiona dice muchas cosas y yo soy una chica grande, dame un poco de crédito—León enarcó una ceja confundido, le tenía un miedo de muerte a Fiona o quizás el temor se lo inspiraba Fred, fuese lo que fuese no deseaba ir en contra de sus órdenes. —Solo me llevará a casa y si quieres puedes esperarme allí, si se pasa de listo te daré permiso de que patees su trasero. —Sonrió y fue entonces cuando Demi supo que lo había convencido.
—De acuerdo—Aceptó apartándola un poco para enfrentar a Joseph. —Mantén tus manos en los bolsillos ¿oíste?—El aludido tenía las manos en los bolsillos en ese momento, por lo que la observación fue un tanto hilarante. Aun así ella hizo acopio de su autocontrol, para no sonreír y quitarle crédito a la amenaza de su hermano. —Te veo en casa, hermanita—León besó su mejilla y se alejó a paso lento hacia su carro. Joseph no se movió hasta que él hubo desaparecido de su campo visual.

— ¿Hermanita?—murmuró con un deje de ironía, ella lo observó arrogante.

—Sí ¿Qué pensabas?—No respondió, pero aun así Demi no necesitaba oír lo que pasaba por su cabeza. Sabía muy bien lo que Joseph se había figurado y se sentía orgullosa de por primera vez habérsele adelantado. — ¿Nos vamos?

—Por favor—Con una seña de su mano le apuntó el camino a seguir y en silencio, ambos se subieron al carro que una vez ella supo robar.
Recordando aquel incidente, varias veces se preguntaba ¿Cómo había sido capaz de cometer tremenda locura? Y alguna parte consiente de su mente, pensaba ¿Qué habría ocurrido si él no volvía a hablarle después de eso? No podía contestar dichas preguntas, no podía darse una idea de cómo todos los sucesos entre ellos los habían llevado a ese punto. En donde parecían conocerse pero no respetarse, donde pretendían ser amigos y aparentaban todo lo contrario. Donde ella quería besarlo y al mismo tiempo patearlo, enfadarlo y reírse más tarde rememorando las discusiones.

 Todo entre ellos era demasiado bizarro, a veces uno llegaría a pensar que de telenovela. Y si bien se encontraban con los clásicos problemas, muchas veces ella terminaba por creer que el final feliz no estaba ni remotamente cerca o siquiera fuese posible. 

Aun y con todos esos factores, no pensaba detener lo que ocurría. Ya no podía, Joseph le despertaba sentimientos que prefería ignorar y no quería pensar lo que ella hacía en él. Porque la había buscado ¿no? Se había disculpado ¿Eso significaba que también la necesitaba a pesar de todo?
—Cuanto silencio—El sonido de su voz, la obligó a poner pie en tierra.
—Pensaba.
— ¿Puedo saber en qué?—Lo miró, no tenía problemas en decirle la verdad, en ocasiones le contaba cosas que ni en sueños habría planeado. Pero eso era lo bueno de Joseph, no debía planear nada de antemano con él. Las cosas normalmente salían sin filtros, incluso uno llegaría a creer que demasiado puras para el común de las personas.
—En la vez que te robe el auto.

—No es un lindo pensamiento—masculló él pisando el acelerador deliberadamente. Al parecer aun le incomodaba la idea de que ella pudiese lastimar a su preciado Lexus.

— ¿Y cuál sería un lindo pensamiento?—Se volteó lo suficiente para que notara el destello pícaro en sus ojos, pero por el bien de sus mejillas prefirió no ahondar en ese tema. Si podía adivinar el hilo de su razonamiento, diría que Joseph estaba rememorando su encuentro previo a la conferencia—Cerdo…—Aun intentándolo, no pudo evitar que el calor cubriera su rostro.

Era tan adolescente su reacción, que estando así tenía sus dudas de no estar en una parodia de su vida escolar. Ahora solo faltaba que él la llevara a un lugar apartado y comenzara a besuquearla en el auto. El punto alto de la ciudad con un nombre tonto como “la colina de los besos” o “valle el apapacho”.

—Así que…ese es tu hermano—La casualidad se la había dejado en el estacionamiento, para Demi fue más que obvio que Joseph albergaba sus dudas al respecto.

No podía culparlo ella y León no tenían similitudes físicas, y nadie en su remota existencia pensaría que Demi es hermana mayor de tremendo individuo. Pero así era, no había mentiras de por medio. Los pocos recuerdos que tenia del padre de León, le daban el suficiente respaldo como para decir que su hermano no tenía una pizca de su herencia irlandesa.

—Uno de ellos, sí.
—Parece simpático—Y él parecía el peor mentiroso del mundo, pero ¡Hey! ¿Quién era ella para juzgar?

—Es bueno, simplemente no confía en ti—Joseph se volvió rápidamente en su dirección, como pidiendo una explicación a eso. Demi asintió suavemente pasando de responder, pues ¿Qué sentido tenia echar sal a la herida aun a medio cerrar? Él suspiró regresando su atención a la carretera.

—Creí que me habías disculpado por eso…—Ella frunció el ceño, también fijándose en las casas que dejaban atrás, en los transeúntes en las aceras, en los remotos arboles sin flores. En todo… menos en el hombre a su derecha.
—Yo…—Pero no fue capaz de continuar.

Lo había disculpado o al menos eso creía, en ese instante tan solo quería dejar todo atrás. No pensar en Ann o en lo que ellos pudieron haber hecho en ese hotel, pero la imagen aún estaba nítida en su mente. Y aunque no quería verlo como una traición, le costaba trabajo no sentir un nudo en la garganta cada vez que pensaba en ello. ¿Acaso una disculpa era suficiente? ¿Acaso siquiera merecía una disculpa? Él no era su novio, él no era nada de ella.
Demi.

—Ya olvidemos eso, Joseph—Sonrió, pero el gesto le sentó más desalentador que cualquier otra cosa—No hablemos…de eso.
—Pareces molesta.

—No lo estoy—Se apresuró a responder, aunque quizás demasiado pronto.
—Está bien, no lo estás.
—Bueno ¿Y qué esperabas? ¿Pastel y globos? ¡Dios!—Odió su reacción, odió haber dicho eso pero no pudo callarlo. Se cruzó de brazos, obligando a su vista a no abandonar la ventana.

El silencio se levo entre ellos, como la espesa niebla de las mañanas invernales. Había mucho por decir pero ninguno parecía dispuesto, las palabras solo los metían en problemas, las acciones incluso más. Tal vez simplemente no estaban en condiciones de ser amigos, colegas o cualquier otra cosa. Era triste saber que como escritores podían armar un mundo ideal, pero que no eran capaces de alterar nada en el suyo propio. 

Demi quería perdonarlo, pero se ponía trabas que para ella sonaban lógicas. No sabía lo que quería Joseph, pero estaba casi segura que nada de lo que les ocurría estaba siendo como él lo esperaba.

— ¿Recuerdas que me dijiste que no eras mi personaje?—Él asintió tenuemente, Demi decidió mirarlo. —Si fueses mi personaje, te haría sufrir mucho.
— ¿Por qué?
—Porque me gustaría devolverte el golpe, no sé hacerte sentir al menos una pequeña parte de lo que tu…—Se detuvo antes de terminar de firmar su título en estupidologia. Por un segundo pensó que no le respondería, pero al cabo de unos minutos él pareció entender algo.

—Si fueses mi personaje, te daría algo de empatía—No le agrado oír eso, pues no se consideraba poco empática. —Y te recordaría la bondad que mi personaje te fue robando capítulo a capítulo. Algo así como un momento de superación, en el que comprendes que eres mejor que yo y que por eso debes apiadarte de mí estupidez.

—Es una pena que no pueda escribir tus líneas, a decir verdad te borraría la arrogancia y te pondría más humildad, tal vez entonces mi personaje estaría dispuesta a pensarse eso de tu estupidez innata. Ah y también quizás te haría rubio—Joseph sonrió a pesar de sí mismo y ella fue incapaz de no copiar ese gesto. Casi y comprendió el propósito de emplear la empatía que él había mencionado.

— ¿Qué tiene de malo mi cabello?—Demi lo miró analizándolo brevemente, también quizás tomándose la libertad de verlo en profundidad después de tanto tiempo de abstinencia.

—No tiene nada de malo—Dijo casualmente, para luego tomar una de sus hebras con confianza—Pero supongo que algunos mechones rubios, te darían personalidad.
—Si vamos al caso, puedo pedir que ya dejes de plancharte tu cabello ¿no?—Demi respingó como si acabaran de pincharle las posaderas con un alfiler.
— ¿Estas demente? Si tan solo lo dejara libre, se cobraría la vida de pájaros indefensos que lo confundirían con un nido.
— ¿No crees que exageras? —Le regaló una media sonrisa, típica de un Don Juan consumado—A mí me gustan tus rizos.
—Serás el único—replicó tratando de pasar por alto el cumplido.

Joseph extendió una mano dejándola caer suavemente sobre la suya. Demi sintió sus dedos cerrándose entorno a su palma y casi por inercia, le devolvió el apretón. Él sonrió cuando notó que le concedía aquel acercamiento, pues tenía que ser honesta, no podía estar molesta con ese hombre mucho tiempo. Era desquiciante, pero sin ese rasgo sería un
completo extraño. Así lo había conocido y como una tonta aceptaba que así… le gustaba.

—Este no es el camino a mi casa—Espetó repentinamente, sin reconocer las calles a su alrededor.
—Es que no vamos a tu casa—Lo miró contrariada, él no se dio por enterado.
— ¿Y a dónde vamos?
—A mi casa.
— ¿Por qué?
—Porque tenemos que hablar—Con el ceño fruncido apretó aún más la mano de Joseph, logrando que le diera su atención al instante—No te preocupes, mantendré mis manos en los bolsillos.

Ella soltó una breve carcajada, por extraño que sonase eso había sido lo último en lo que había pensado. No sabía cómo reaccionar frente aquel razonamiento y como pocas veces le ocurría, decidió que era lo mejor. ¿Cuántas veces se había detenido a pensar y terminaba echando todo a perder? Si realmente actuara como un personaje, ese sería el momento preciso en que debía mandar todo al diablo y esperar que producto de un milagro o la mano amiga del escritor, las cosas para variar le salieran bien. Y si no siempre podía, cambiarse el nombre e iniciar una vida nueva bajo el mar.
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Si bien la casa de Joseph no era extraña para ella, aun entrar en ese lugar le sentaba un tanto raro. No había grandes recuerdo allí, tan solo esa vez que se dio a la fuga con el Lexus y tal como él había dicho antes, no era un lindo momento para traer a colación. Se encontraba en su cocina, esperando que su anfitrión decidiera que le ofrecía para tomar. No habían hecho un tour o recorrido las distintas alas de esa enorme casota, contando anécdotas de la infancia o viendo fotos en las paredes. 

Él no había crecido allí y hasta donde ella sabía, el padre de Joseph vivía en la otra punta de la ciudad y todo ese sitio estaba tan vacío como su despensa en época de poca inspiración. Demi no veía el propósito de tener tanto espacio en desuso, pero estaba casi segura que ese era razonamiento de gente rica y por supuesto era algo que escapaba a alguien con sus ingresos anuales.
— ¿Quieres vino?
— ¿No es temprano para vino?— «¿Y demasiado sugerente?» Pensó esa pregunta, pero el pequeño sector neuronal que aun funcionaba en su cráneo la persuadió de soltarlo así sin más.

—Nunca pensé que existían horarios—Reflexionó él pasándose una mano por la nuca, como si realmente aquello lo sorprendiera.

—No esperaría menos de un catador de vinos—Joseph le regaló una radiante sonrisa, antes de acercarse a ella y tomarla por la muñeca repentinamente.
—Ven conmigo.
— ¿A dónde?—La miró por sobre el hombro mostrándose misterioso.
—Ya verás.

Y sin decir más la guió por un escueto pasillo que terminaba frente a una poca iluminada, puerta de madera. Demi aguardó a que él abriera, comenzándose a sentir verdaderamente curiosa al respecto.
— ¿Vas a mostrarme tu colección de muñecas inflables?— Joseph soltó una carcajada fresca, sin un ápice de la común ironía o burla.


—Entra—Ella intentó espiar a través de la barrera de su cuerpo, pero no logró ver mucho del interior. La oscuridad del pasillo, se extendía a ese cuarto también y por un segundo casi pequeñito, se pensó mejor la posibilidad de que Joseph decidiera solucionar todo cortándola en pedacitos. Sacudió la cabeza, casi sorprendiéndose del rumbo que toman los pensamientos de uno, cuando se encuentra frente algo nuevo y oscuro.
— ¿Sabías que el miedo es una respuesta sensible a una situación desconocida? —Él se giró para ofrecerle la más confundida, pero hermosa mirada que ella pudiese esperar de alguien. —Olvídalo—dijo admirando su rostro en las penumbras.

Joseph tenía defectos, Dios sabía que eso era cierto pero cortar a la gente en pedacitos no parecía ser uno de ellos. Demi lo siguió aferrándose a su camisa y entonces notó que debía bajar unas escaleras. La estaba llevando a un sótano.

—Aguarda aquí—Él se le escapó antes de que pudiera pensar algo ingenioso que replicar y para cuando su vista comenzaba a acostumbrarse, las luces en el techo ¿o seria el piso? Bueno en fin, comenzaron a parpadear hasta iluminar el sótano de punta a punta. — ¡Helo aquí!
Ella abrió los ojos como plato, repasando cada esquina elegantemente decorada, con los centenares de botellas acomodadas en precisa concordancia una con otra.
—Este sería el paraíso de mi tío Carl.
—Por esto compre esta casa, era el lugar perfecto para colocar cada uno de mis vinos como se merecían.
—Podrías embriagar a medio Londres con todo lo que tienes aquí—Él se encogió de hombros, emulando por primera vez un gesto honestamente humilde. Ella no se lo podía creer, porque ni siquiera relatándolo con sus propias palabras, habría sido capaz de mostrar correctamente esa parte de Joseph.

—La mayoría fueron regalos y no sé cómo… todo se convirtió en un verdadero reto para mí, tengo vinos de casi todas las épocas. Y algunos de los que vez aquí…—Abrió unas pequeñas puertas de madera a su derecha—Tienen más historias que cualquiera que los haya tocado.

Demi observó las botellas con la misma admiración que decoraba el timbre de Joseph, y sintiendo algo de confianza comenzó a trazas con su índice líneas sobre las etiquetas que la rodeaban por todos los flancos.
—Me gusta…—susurró siguiendo un caminito imaginario, hasta que terminó por toparse con algo que llamó su atención— ¿Esta fecha que significa?— Joseph se aproximó para ver lo que le señalaba y tomó el vino de la pequeña bodega para mirarlo.

—Es el año de cosecha. —Le informó, tras quitarle algo de tierra propia del encierro. —1986…

—Ese quiero beber—Espetó con la decisión ya tomada, pero entonces reparó en que quizás era un vino que él no deseaba abrir, después de todo era parte de una colección. — ¿Podemos?—preguntó algo avergonzada.

—Sí, claro que podemos—Demi sonrió alegremente y él volvió a tomarla de la mano haciendo que un escalofrió corriera por todo el largo de su brazo, como si acabara de soplarle la nuca o susurrado su nombre al oído. Y aunque nada de eso había ocurrido, la sensación estaba allí presente, aun erizándole cada vello del cuerpo.


Por un miserable instante, la idea de solo sentir el calor de su tacto la embriagó. Le gustaba y le desagradaba en dosis similares ponerse de esa forma, pero las malditas palpitaciones de su corazón no querían hacer nada para solucionar su situación. Su presencia la alteraba de formas que no debería y el placer que sentía al pensar en cada uno de sus besos, despertaba como un monstruo dispuesto a devorarse toda su calma. Ya no estaba segura de que aquello fuese tan buena idea, ya no estaba segura de porque repentinamente solo podía pensar en poner algo de distancia.

De regreso en la cocina, ella había adoptado una posición más cautelosa y podía jurar que Joseph había notado aquello. Le entregó la copa sin decir nada y ella bebió incapaz de dirimir un sabor en medio del caos que se desataba en su interior.

Jamás había sabido como relatar esos momentos, aquellos que parecen ser decisivos entre los personajes. Cuando verdaderamente se notan, más allá de sus diferencias, más allá de los sentimientos y solo son ellos como seres humanos corrientes. Desprovistos de armas o argumentos de los cuales valerse, cuando cada frase ya parece haber perdido cualquier significado y todo se reduce a un encuentro de miradas, a una sonrisa o a cada detalle que hasta entonces nunca importó.

—Tal vez…—Y allí estaba, la pequeña conexión tan anhelada.
Joseph la observó esperando a que dijera algo, pero Demi sacudió la cabeza encontrándose en blanco. Quería decirle que mejor se marchaba, que lo perdonaba por todo y que estaba dispuesta a reanudar su amistad. Pero no lo hizo.

—No quiero que te vayas aun—Él leyó sus intenciones en sus ojos y antes de que pudiera responderle, caminó la distancia que los separaban y colocando la frente contra la suya le susurró—: Aun no…
— Joseph…—Pero él selló sus labios imposibilitándole seguir aquella línea de protesta. Demi intentó resistir la urgencia de responder a su demandante beso, pero finalmente terminó por fracasar y dejando ir un suspiró, enlazó sus brazos alrededor de su cuello para permitirse degustar el momento.

Él la tomó por la cintura en un intento de acoplar su altura a la propia, Demi se puso de puntillas incapaz de romper el contacto de sus bocas y Joseph deslizo sus manos inocentemente, hasta terminar su viaje en la curvatura de su trasero.

 Él la alzó en vilo subiéndola a la encimera y ella sonrió cuando su cuerpo golpeó algo que termino por estrellarse contra el piso. Ninguno puso marcada atención a lo que ocurría más allá de ellos mismos, las manos de Joseph jugaban por sus pantorrillas mientras su boca paseaba por su cuello y de regreso a sus labios, bebiendo de ellos hasta la última gota de vacilación. Demi hundió las manos en su cabello, deteniéndolo el tiempo suficiente para saciar sus propios apetitos. 

Delineó los contornos de su rostro palmo a palmo, como si esperara grabar con su boca cada expresión suya y lo escuchó gruñir cuando esquivo uno de sus besos. Pero no pensó en mucho más, había perdido la capacidad de decidir qué camino tomarían las cosas. Y por esa vez le permitió al destino jugar su carta.

Un escritor relataría la escena centrándose en lo que cada uno de los personajes siente. Pero ¿Cómo hablar de un sentimiento que es más piel que otra cosa? ¿Cómo decir que sus caricias prendían fuego cada parte que tocaban? ¿Sería eso incluso suficiente? ¿Sentiría el que lee la pasión que dos cuerpos despiertan? ¿La compartiría?

Joseph no solo la estaba besando, la estaba animando a dejar sus inhibiciones a un lado. Ella no solo lo acariciaba, le estaba demostrando que la confianza podía ganarse. Y más allá de eso que no se decían, estaba lo demás. Los besos pausados en la tráquea, la suave caricia que se colaba por el bajo de su vestido como un investigador silencioso. Las manos ansiosas que buscaban liberar un botón o romperlo de ser necesario, la presión de un cuerpo contra otro, la necesidad y la urgencia de mandar al último pensamiento coherente a unas largas vacaciones.

—Vamos arriba—Demi asintió y ayudada por él descendió de la encimera, con las ropas a medio sacar o a medio poner, dependiendo de cómo se lo mire. Se dejó abrazar por su colega y con una pequeña sonrisa, enlazó el brazo alrededor de su cintura para encaminarse juntos por las escaleras.


Si fueran sus personajes, este sería el momento en que les otorgaría su instante de privacidad. «¡Sí, ya!»