Discordia.
La noche estaba tan calurosa como
todas las anteriores, por lo que Joseph
había optado por admirar su belleza desde la terraza de su estudio.
No le
apetecía regresar a su casa, no aun al menos. Con el amparo de la enorme luna y
las destellantes estrellas, no sentía ninguna urgencia por abandonar dicho
entorno. Parecía como si las fuerzas cósmicas del universo, hubiesen decidido
colocar todo en un perfecto orden. ¡Era un hombre libre!
Observo su reloj de pulsera, para
confirmar aquel pensamiento. Sólo cinco minutos lo apartaban de su cometido,
sólo cinco minutos que harían de Demi Manfory la mujer menos fiable en
la historia de la literatura.
Sí, Joseph incluso podía paladear el instante en que toda aquella
pantomima se viniera abajo. Era vigorizante, ya no tendría que fingir
cordialidad o asistir a esas engorrosas reuniones con la viuda negra. La victoria
sabia dulce y por extraño que sonase, endemoniadamente adictiva.
Podría atribuir ese triunfo, a
una disposición cósmica del universo, pero Dios y él sabían, que nada tenía que
ver el universo en todo el asunto. Si en ese instante estaba tan complacido,
ello se debía pura y exclusivamente a su propio esfuerzo.
Pero él se permitía
cierta humildad y por decoro, le sedería todo el crédito a un extraña, pero
afortunada sucesión de eventos azarosos. Quizás había manipulado algunas
palancas, pero él no se lo diría a nadie y todo quedaría como la simple
disposición del curioso destino.
Estupendamente curioso, cuando el
buen y fiable destino decide realmente ponerse a trabajar ¿verdad?
« ¡Tock! ¡Tock! ¡Tock!» Los
estridentes golpes, lo sacaron abruptamente de su letargo. ¿Quién podría ser a
esas horas?
Se puso de pie tranquilamente y
reposo el botellín de cerveza vacío en el suelo. Un raro instinto de auto
conservación lo amonesto, reclamándole no atender ese insistente llamado. Pero
era tarde para analizar sus opciones, Joseph
había abierto la puerta y en ese instante, el más puro de los desconciertos lo
golpeo de lleno.
Había una mujer allí, pero no
cualquier mujer, sino una que vestía de la manera más inusual que él hubiese
tenido el gusto de admirar. Era una mezcla de prostituta costosa y mística
criatura de la noche. Y… ¡Demonios! Por un perturbador minuto, no pudo más que
verla boquiabierto.
¿Sería posible que el destino
estuviese jugando una vez más a su favor?
—Apártate Rhone, necesito ver tu
computador—Adiós a la fantasía milenaria, Joseph reconocía demasiado bien esa voz. Pero ¿Qué rayos le
había sucedido? ¿Y qué demonios
pasaba por su mente, cuando la creyó una respuesta divina?
— ¿Qué cosa?—inquirió recuperando
el don del habla y reposando lánguidamente su esbelto cuerpo, en el marco de la
puerta.
—Que necesito ver tu
computador—repitió ella, claramente alterada por su actitud desinteresada.
Joseph se cruzó de brazos y echo un
vistazo más profundo al atuendo de la muchacha, por fin pudo determinar lo que
era. Un vampiro, pero uno de esos al que cualquier hombre le cedería el cuello
gustoso.
Demi tenía los ojos puestos en el
piso, pero al notar que él se demoraba en responder alzo la cabeza y Joseph casi sufre un colapso mental.
Ella no le gustaba, pero cualquier idiota que no se detuviera a admirarla en
ese momento, estaría ciego o efectivamente idiota.
— ¿Y bien?— Le insistió, curvando
los labios resaltados por ese carmín rojo sangre. La vista de Joseph fue hasta ese punto y por
primera vez noto, lo rellenos y acogedores que se veían, tan dispuesto para un
beso como nunca antes.
—Me temo que no te
comprendo—murmuró por lo bajo. Pues a decir verdad ni siquiera la estaba
escuchando.
—Estoy retrasada ¿Puedes hacerte
a un lado?
Él se encogió de hombros y dio un
paso al costado, liberando un minúsculo espacio entre el marco de la puerta y
su cuerpo. Demi se apretó deliberadamente contra
la madera, para no rozarlo, aun así él pudo captar la suave fragancia que
expedía el cabello de la muchacha.
La observo contoneándose por su estudio con
esa diminuta falda, que no dejaba nada a la imaginación. Era una pena que la
estúpida capa le cubriera el trasero, pues habría dado lo que sea por confirmar
su antigua suposición de que fuese flácido.
—Exactamente ¿Qué buscas?—Le
preguntó, en tanto que se dirigía a la precaria cocina del lugar.
En realidad solo era una mesada
larga que dividía las partes del apartamento, con una pared intermedia. No
había habitaciones en ese lugar, por lo que se trataba de un enorme salón en
donde estaban su computador, una máquina para correr, algunas pesas diseminadas
sin un orden y por supuesto que tres sofás, para llevar a cabo distintas
reuniones.
El estudio era su lugar de trabajo, allí encontraba todo lo
necesario para inspirarse a escribir. Y en ese instante, su peor pesadilla
estaba revisándolo todo con completa atención.
—…porque dice que no llegaron.
Pero yo los envié…—Decía ella, en tanto que le echaba mano a sus documentos
descargados.
Joseph reacciono un poco lento, pues
estaba en medio de una nube de confusión. Ella se había presentado allí, para
hablar sobre la historia que debían escribir. Pero vestida de ese modo, casi y
lo hizo olvidar que Demi, no debía ni acercarse a sus
escritos.
— ¡Wou! ¡Aguarda un momento!—La
tomó por la cintura, alzándola con un brazo para apartarla de su teclado. Demi soltó un chillido de sorpresa,
pero él no hizo caso y se interpuso entre ella y su computador.
— ¿¡Qué demonios ocurre contigo!?
Necesito ver…— Joseph
negó efusivamente, mientras ella lo tironeaba de los brazos para apartarlo—Te
comportas como un niño… ¡Quítate Joseph!
—No—espetó taciturno, luchando
con la poca fuerza que ejercía su interlocutora. Demi lo soltó abruptamente, para
mirarlo con los ojos en rendijas.
— ¿Acaso siquiera lo descargaste?
—No aguardó respuesta, pues repentinamente encontró la chispa que encendía su
genio— ¡No puedo creerlo! Eres…eres despreciable…simplemente insoportable…yo…
— ¡A mí no me llego nada tuyo!
¡Así que limítate en tus groserías niña!—Exclamo por encima de su gorgoteo de
mujer traicionada. Ella lo fulmino con la mirada, pero educadamente cerro la
boca como si estuviese analizando sus palabras.
— ¿De qué estas hablando? Yo
envié todo el martes, tal y como tú lo pediste.
—Pues nada llego.
— ¡Mentira!—prorrumpió Demi, sin siquiera oírlo. Joseph procuro parecer desconcertado y
completamente inocente, al respecto de los emails.
—Si en todos estos años, no
aprendiste a utilizar tu correo…eso no es mi culpa, incumpliste con el plazo
que te di por consiguiente tú y yo no tenemos nada de qué hablar.
— ¡Sí, ya quisieras!—Lo empujó a
un lado, tomándolo por sorpresa y rápidamente se coló en la casilla de correos.
Como él había dicho no había ninguno con su remitente y por un segundo Demi pareció aturdida. Lo miro por
sobre el hombro, pero Joseph se
limitó a mostrar las palmas en modo de sumisión—Esto es imposible ¡Yo los
envié!—gritaba conforme buscaba en todas las bandejas de su correo— ¡Los envié!
—Pues no llegaron—Volvió a
repetir, ya como si esto se tratara de un mantra. Ella siguió gimoteando y
cuando Joseph logro vislumbrar
lo que hacía, se alarmo— ¿Qué estás haciendo?
—El mail que les envié, quedo
guardado en mi bandeja de enviados…solo tengo que descargarlo a tu computador y
listo—Se volvió el tiempo suficiente para sonreírle con tranquilidad. Él abrió
los ojos como platos, no podía permitir eso.
—No, no, no, no… ¡Tú llegaste
tarde! Ese email, debió llegar el martes…no podemos enviarlo, yo no lo corregí.
—Pues que pena—respondió ella sin
ningún ápice de pesar—Deberás confiar en mi criterio.
— ¡Y un cuerno!—exclamó cabreado,
al ver como su estupendo plan amenazaba con desmoronarse frente a sus ojos.
Con movimientos propios de un
cazador hambriento, aparto a Demi del computador y antes de que ella pudiese reaccionar,
desconecto el mouse para robarlo de las manos de la joven.
— ¿¡Que te pasa!?—grito ella al
verse despojada de su única arma, para terminar aquel dichoso trabajo. Demi miro el teclado y luego las manos de Joseph, que sostenían el mouse en lo alto— ¡Devuélvelo!
— ¡No!—La muchacha presiono
aquellos profundos ojos chocolates, como si con ellos pudiese atravesarlo de
lado a lado.
—Te metiste con la chica
equivocada—Advirtió conforme se separaba de la mesa en la que descansaba el computador
y comenzaba a acecharlo tal como haría, una típica ave de
rapiña—Regrésamelo…—apunto extendiendo una mano casi con docilidad. Joseph sonrió de medio lado y dio un
paso atrás, para enseñarle el mouse en toda su gloria.
—Si lo quieres…—Pero no pudo terminar
su frase, cuando Demi brinco de su posición para colisionar de frente con el
fuerte cuerpo de Joseph. Él
soltó una carcajada, mientras la muchacha se colgaba de su brazo intentando
inútilmente alcanzar su mano.
— ¡Tengo seis hermanos menores,
realmente escogiste mal a tu contrincante! —Y mientras decía aquello, pegó un
nuevo brinco enlazando sus piernas alrededor de la cintura de Joseph. Él se volteó a tiempo para no
dejar a su merced el pequeño objeto de disputa y Demi se trepo a su espalda, como un bebé coala a su primer árbol.
— ¡Suéltame!—decía él llevándola
de un lado a otro por el apartamento. Ella le clavo las uñas en los hombros y
trepo un poco más, casi rozando su mano extendida al aire— ¡Demi!
— ¡Dámelo!
— ¡No!
— ¡Dámelo! ¡Voy a enviar ese
email!
— ¡Sobre mi cadáver!
— ¡Perfecto!—Acepto ella,
sosteniéndose aun con mayor ahínco.
Y al ver que Joseph no cedía, Demi opto por implementar acciones
más extremas. Noto su blancuzco y largo cuello, extendiéndose en toda su
longitud bajo una de sus manos y sin esperar orden, se inclinó para morderlo en
ese punto exacto.
Joseph soltó
una maldición, llevando una de sus manos hacia su espalda para jalarla en un
vano intento de quitársela de encima. Por un instante todo fue silencio.
— ¡Me mordiste!—La acuso
repentinamente y ella se apartó cuando él giro el rostro en su dirección. Joseph parecía verdaderamente
confundido por aquello.
—Soy un vampiro—respondió con
inocencia, para luego regalarle una sutil sonrisilla.
— ¡Bájate!—Le advirtió él, pero
ella dirigió toda su atención al mouse.
—Dámelo— Joseph le mantuvo la mirada por un
largo segundo y entonces una varonil y muy provocativa sonrisa, salió a relucir
en su arrogante rostro.
—Nunca.
Con esa simple palabra, todo
pareció cobrar vida una vez más. Él siguió luchando por quitarse a Demi de encima, mientras ella se
mantenía fuertemente aferrada a su espalda.
—¡¡Ahhh!!— El grito de
sufrimiento de la muchacha, hizo que todo el juego se detuviera una vez más. Joseph observo como ella descruzaba lentamente
las piernas y tanteaba el piso con rostro de dolor.
— ¿Qué ocurre?—pregunto alarmado
por el súbito cambio en el semblante de la chica.
—Yo… ¡ahh!...creo que…—Volvió a
soltar un gemido de dolor y él rápidamente la tomo por la cintura para prestarle
su cuerpo de apoyo.
— ¿Qué te duele?
—Creo que me desgarre—Le comunico
con el rostro contraído en un lastimero puchero. Él le miro las piernas, como
si con ese simple acto pudiese confirmar sus palabras.
—Ven, recuéstate en el sofá…—Ella
intento seguir su orden, pero al primer paso casi se desmorona en el piso. Joseph la levanto nuevamente, pero en
esa ocasión cruzo uno de sus brazos por debajo de sus piernas para alzarla en
vilo. La deposito en el sofá, viendo como la chica presionaba los ojos para no
romper en llanto—Tal vez podemos ponerle algo de hielo…quizás no sea un
desgarro…
—Me duele mucho…—Le dijo en un
suave pero caluroso susurro.
Joseph prácticamente se le echa encima
para abrazarla, por un mísero segundo solo quiso reconfortarla. Se veía tan
pequeña y desdichada, que se sintió culpable por haberle robado el mouse y
haber iniciado toda esa estúpida guerra.
—Voy por el hielo…—Fue lo único
que pudo argumentar, mientras se ponía de pie para cumplir dicho plan. Y
entonces todo paso como en cámara lenta, Joseph se volteó en dirección de la cocina, al mismo tiempo que Demi se incorporaba de un brinco y le arrebataba el mouse que en su
momento de preocupación, había dejado desprotegido.
Él la vio correr con completa
libertad hasta el computador, sin la menor molestia por su “supuesto” desgarro.
La vio conectar el mouse a velocidad de la luz y siguió viéndola, mientras se
volteaba para obsequiarle una enorme sonrisa de victoria.
¡No podía ser cierto! Él la había
cargado en brazos, se había preocupado por ella. Esa condenada arpía, era mucho
más lista de lo que se había esperado.
En ese instante lo había atrapado por
completo y el condenado email de la discordia, era efectivamente enviado a los
editores. No supo cómo se contuvo de saltarle al cuello y sacudirla sin piedad.
Pues en ese momento su rabia, estaba alcanzando proporciones catastróficas.
Demi 1— Joseph 0.