― ¡Les está aceptando
dinero! ― grité ― Les está cobrado
entrada. ¡Y es probable que obtenga muchas ganancias!
Katie me miró confundida y, de pronto, me di cuenta de que no
había podido oír nada de lo que yo había dicho. Le rodeé la oreja con las manos
y empecé a repetirle mis palabras, pero ella hizo un gesto de impaciencia y
señalo la calle.
Un patrullero se abría camino entre los autos estacionados. Se
detuvo frente a la casa de los Conner y un policía bajó de un salto y atravesó
el jardín con pasos firmes.
La música se interrumpió de inmediato. El policía permaneció en
el porche con Bruce, gesticulando con aire severo.
― Quisiera saber si
Bruce puede oír lo que le dicen ― comentó Katie ― O si los tímpanos le estallaron hace una hora.
― Es probable que se
limite a asentir con la cabeza cada vez que sospeche que es el momento adecuado
― coincidí.
Miramos unos minutos más como la gente salía de la casa y
trataba de encontrar sus autos. Aquello parecía un río humano.
― Por fin podemos dormir ― dijo Katie dejándose
caer sobre una de las cama gemelas de mi cuarto. ― Buenas noches.
Se tapó los ojos con el brazo y se durmió en dos segundos. Yo me
demoré junto a la ventana, mientras miraba a las últimas personas que se
retiraban.
Joseph seguía de pie en el porche, con el policía a
su lado, y saludaba a todos con cortesía. Cuando el último invitado se hubo
ido, le dio la mano al policía y luego observó al patrullero hasta que
desaprecio en la curva de la esquina.
Se apoyó contra una de las columnas del porche. O veía su
silueta a la perfección gracias a la luz que brillaba en cada ventana. Me
pregunté por qué no se movía, por qué no recogía las botellas de cerveza y
trataba de hacer que la casa de sus padres volviera a algo lo más parecido a la
normalidad.
No parecía un chico que acababa de dar una fiesta. Parecía un
adulto, una persona madura, alguien carente de preocupaciones. A pesar mío
admiré su tranquilidad al verlo parado en su porche delantero, respirando el
aire fresco de la noche.
Al cabo de un rato, se irguió y se estiró. Luego hizo un gesto
de saludo en dirección a mi ventana.
Por un instante sentí que me sonrojaba avergonzada. ¿Se habría
dado cuenta que yo estuve mirando todo el tiempo? ―Con Demi cerca, siempre hay una especie de vigilancia
constante‖, oí decirle a Marty. ¿Qué pasaría se llegaba
a pensar que había sido yo la que había llamado a la policía?
Pero con el último gesto de saludo, de alguna manera sentí que,
por una vez al menos, no se estaba burlando de mí. Era como si compartiéramos
un secreto, aunque yo no sabía decir en qué consistía
Durante un par de días después del episodio del gran embuste,
Doc Ellis se lo vio tan triste y abatido que de veras sentí pena por él. Pero
luego pareció recobrar su humor ácido de siempre y se dedicó a preparar una
nueva prueba de matemáticas diabólicamente difícil.
Ahora estaba de pie frente a la clase.
― He corregido las
pruebas ― dijo en tono de fastidio ― Creo que la mayor parte de ustedes ― ¿Me atreveré a decir todos ustedes? ― descubrirán que les ha ido menos bien en la Nueva Prueba
Mejorada que en el viejo modelo.
Empezó a caminar ida y vuelta por el pasillo, distribuyendo
hojas y haciendo comentarios sarcásticos.
― Te desbarrancaste,
Debra… Mitchell, me asombra que hayas manejado tan bien el material de la
semana pasada… Lamento decepcionarte, Demi.
Dejó caer mi prueba boca arriba sobre mi banco. Doc Ellis no es
un hombre de cosas evasivas, anónimas y boca abajo. Miré la nota: un tres. Todo
encajaba. Ninguna cantidad de horas de estudio podía prepararme para la
horrenda y difícil Nueva Prueba Mejorada.
Sonó el timbre. Recogí los libros y me dirigí a la clase
siguiente. Joseph me siguió.
― ¿Qué te sacaste? ― preguntó alegremente.
Yo no dejé de mirar hacia delante. Era culpa suya que hubiéramos
tenido una Nueva Prueba Mejorada, y no pensaba disimular mi rabia.
― Tres ― dije con frialdad.
― Oh, yo me saqué un
dos ― dijo él ― Cambié una de mis
preguntas tantas veces que en la hoja ya había un agujero.
Le dediqué una sonrisa helada.
― Lamento no compadecerte.
― Está bien ― dijo él, ignorando mi sarcasmo. Siguió caminando a mi lado y,
dado que también estaba en mí clase siguiente ― iniciación del arte
dramático ― me imagine que tenía intenciones de
acompañarme hasta allí. Caminamos en silencio un instante y luego, al pasar por
el centro de información Joseph me tocó el codo.
― Espera un minuto ― dijo en tono
despreocupado ― quiero ver la pizarra.
Me detuve con una sensación de curiosidad. Joseph no parecía ser la clase de persona deseosa
de utilizar la pizarra universitaria de viajes que es sobre todo un boletín de
anuncios de visitas a distintas universidades. Se supone que todo aquel que va
a visitar una universidad debe poner un anuncio para ir con otros compañeros y,
de ese modo, ahorrar nafta, disminuir la polución y, en general, escaparse de
los padres por un día o dos.
Papá está excesivamente orgulloso de esa pizarra,
aun cuando siempre resulta inútil. Supongo que la mayoría de los padres son
demasiado detallistas y quieren ir a ver las cosas con sus propios ojos.
― ¿Crees que mucha
gente estará dispuesta a cerrar trato para esas visitas? ― me preguntó Joseph con una risita tonta.
Miré por encima de su hombro los anuncios que estaba leyendo.
Todos eran para lugares como la Universidad Norteamericana de Beirut y la
Universidad de Cambridge y la Nueva Escuela de Economía de Delhi. En el espacio
libre para ―Nafta/otros gastos‖ habían escrito ―2.800 dólares de
pasaje aéreo‖ y, debajo de ―Duración estimada del
viaje‖, se leía ―356 horas‖.
Sacudí la cabeza. Papá iba a quedar anonadado.
― ¿Tuviste algo que
ver con esto? ― pregunté en tono de sospecha.
― ¿Yo? ― preguntó él a su vez, con aire inocente.
― La pizarra
universitaria de viajes significa mucho para mi padre ― le dije.
― Ya veo porqué ― repuso Joseph ― Es muy útil.
Entrecerré los ojos.
― ¿Qué me cuentas de
lo de la semana pasada, cuando arreglaron el timbre de la puerta de recibo para
que sonara con música de baile? ― pregunté ― Papá tuvo que llamar a un electricista especializado para que
viniera a desconectarlo.
Joseph hizo un solemne gesto de sentimiento.
― Muy bien hecho.
Resulta difícil tomarse el estudio en serio cuando el timbre de la puerta suena
como una canción
― ¡Oh, dame un minuto
de descanso! ― exclamé furiosa en nombre de mi padre ― Ni se te ocurra simular que no…