—¿Cómo está Demi? —Joseph podría haber derrotado a Ester con un buen
destornudo. Ella le miró parpadeando a través de la mesa, boca
floja.
—¿Caperucita roja? Ella esta bien. Estupendo. Ella está muy bien. Pensé...
—Yo lo sé. Joseph sabía lo que estaba
pensando. Le había dejado claro que
quería olvidar a la chica como si ni siquiera existiera. Ninguna
mención de ella,
nunca. Esa era la regla. Pero ella ya no era niña y su cerebro al
parecer no podía
dejarla ir. No se habían visto desde hacía días, desde aquella
noche en el
bosque, pero aún podía oler el dulzor azucarado de su cuerpo, su
piel, el sabor
amargo. Se encogió de hombros.
—Ha sido un largo día.
La abue asintió con la cabeza, llevando la caja de galletas de
jengibre más
cerca de su plato.
—Demasiado tiempo. No fue su culpa.
—Ester. —Fue una advertencia, pero él no lo pensó, gruñó. Sólo que
no estaba
dispuesto a ir allí. Él masticó el último bocado de emparedado de
mantequilla de
maní y tomó dos de las galletas. Joseph se rió entre dientes,
mirando al hombre
pequeñito encima, delante y detrás—. Ella hizo estas. Todos estos
años eran sus
galletas las que yo comía.
—Claro que las hizo, —dijo la abuela—. Su mamá le enseñó. Creo que
recuerdas
a Demi en los mejores días. Ella ha horneado estas desde que era una niña.
Desde el mismo momento en que empezaste a comerlas.
—Extraño.
—O destino —dijo la abuela—. Ustedes perdieron un pedazo de sí
mismos esa
noche. Es lógico el pensar, que cada uno tiene lo que necesita el
otro para
compensar.
Joseph lanzó la galleta en la
caja—. Basta, Ester. Son galletas.
—Sólo quise decir...
—Perdí a mi esposa. —Bajó la voz—. Mi compañera. Tú sabes de mí,
de nosotros,
lo que somos. Somos compañeros de por vida. Se ha ido. Nada puede
compensar eso.
—Hum —Abue le arrebató una de las galletas de jengibre y mordió la
cabeza. Un
pesado silencio se estableció entre ellos. Joseph dejó su mirada fija sobre el
cuarto.
El pasillo social del “Asilo” era brillante y atractivo. Tenues
paredes de color
amarillo decorado con artesanías de los países y fotos de época.
Las mesas redondas de color blanco con sillas a juego llenaban la
mayor parte de
la habitación. Las áreas más pequeñas estaban ocupadas con cómodos
sofás de
color verde y sillas tapizadas. Personas visitando a sus familiares,
mirando la
televisión y jugando juegos, incluso ondeando una melodía en el
piano de cola.
Joseph centró su atención en la sala, a la pared de vidrio de las puertas
abiertas, el
patio exterior y el bosque más allá. Trató de imaginarse a sí
mismo atrapado en un
lugar como este. Tan agradable como era, no era la libertad.
—Deja de fruncir el ceño, Joseph. Soy feliz aquí. Tengo amigos y te veo más a ti y a
Demi de lo que alguna vez hice en
la casa de campo. —Trasladó su mirada
hacia ella. Ella lo conocía bien.
—¿No la extrañas? ¿La casa de campo? ¿El bosque? —Ester se encogió
de
hombros.
—Claro. Algunas veces. Pero yo soy una anciana, no un lobo
hermoso. Aquí es
donde yo pertenezco. —Él se acercó y le cogió las manos en las
suyas.
—Yo Podría cambiar esto, Ester. Un pellizco. Un poquito de sangre.
Usted se
sentiría años más joven, con años y años de vida.
La abuela soltó una carcajada de la dulce anciana—. No, querido.
Esta es mi
vida. Estoy feliz. Pronto voy a ver a mi Frank otra vez. No quiero
posponer eso por
más tiempo. Demi es lo único que me preocupa. Y tú.
Joseph se movió en su asiento,
llevándose consigo sus manos y frotándose las
palmas de las manos sobre los muslos.
—Yo estoy bien. Y Demi es Demi... es...
—Una joven maravillosa que está demasiado ocupada tratando de
hacer su vida
perfecta y que se está perdiendo la mejor parte. Amor. Y tú...
—Ester. —Trató de poner fin a la conversación que él sabía que
tendría.
—Silencio, y deja que una vieja señora de su opinión por una vez.
Usted esta tan
ocupado afligiéndose por lo que ha perdido que no puede ver todo
lo que se
desliza a través de sus dedos. —Ella se inclinó hacia adelante y
apoyó la mano
seca suavemente en su brazo—. Sé lo qué es ser compañero de por
vida, querido,
y la mujer que murió era su esposa. La amaba. Pero eso no quiere
decir que fue el
compañero de su vida. El corazón quiere lo que quiere. ¿Dígame,
Sr. Jonas, que
es
lo que su corazón de lobo le susurra cuando se acerca a mi Caperucita Roja?
—No soy Lilly, abuelita, soy Demi, Lilly era mi mamá. — Durante una de sus
pérdidas de memoria, era casi imposible hablar con la abuela.
—Eso lo sé. —La abuela resopló—. No he perdido por completo mi
mente. Tú
suenas igual que ella, eso es todo.
—De acuerdo. Demi tendría que tratar de ser más sensible la próxima vez. A
nadie le gustaba que le recordaran que su mente estaba
desvariando.
—No me puedes culpar por oír la voz de Lilly. Yo siempre pienso en
ella cuando he
pasado el día con Patrick.
El silencio se estableció a través de la conexión telefónica
mientras la explicación
de la Abuelita
se hundía.
—Umm... — ¿Cómo preguntar esto? —¿Papá te visitó hoy?
—¿Él no te dijo que iba a venir?
—No, no lo hizo. No he hablado con él en mucho tiempo. —La
garganta se le
resecó, dificultándole tragar y sus ojos le picaron. No lloraría.
—Bueno, no te enojes con él Caperucita Roja. Está ocupado en estos
días. Ni
siquiera tiene tiempo para jugar una ronda de Reyes (cartas).
—Ella hizo
chasquear la lengua y Demi pudo imaginársela sacudiendo la cabeza.
—Él sólo está demasiado envuelto en el trabajo. No es bueno para
el chico. No
solía trabajar tanto. Y ahora él está preocupado por ti.
—¿Preocupado por mí? —Una sonrisa amarga cruzo sus labios y se
secó una
lágrima furtiva—. ¿Por qué está preocupado?
—Igual que siempre. Piensa que tus finanzas están demasiado
disminuidas. Se
preocupa de que tú sacrificarías la panadería para mantener la
casita de campo
para mí. —La abuela dejó de hablar, pero no parecía que hubiera
terminado de
expresar su pensamiento.
— ¿Abuela?
—Él cree que yo debería de vender la tierra Demi. Le dije que tú dijiste que
el
negocio iba bien, pero...
¿Qué pasaba si Anthony Cadwick tenía razón y la abuela estaba aferrándose a la
tierra por Demi, porque ella no sabía que más hacer por ella? ¿Por qué seguía
teniendo esas ilusiones donde Patrick la persuadía para vender?
—Abuela, sabes que no puedes vivir en la casita de campo sola,
¿Verdad?
—Por supuesto, querida. Ya no me desenvuelvo tan bien como solía
hacerlo.
—¿Y sabes que quiero vivir aquí. En la ciudad. Cerca a la
panadería?
—Si, Caperucita Roja, se lo mucho que piensas que amas la ciudad.
¿Pensar? Demi sonrió. La abuela siempre creía que conocía a Demi mejor de lo
que ella se conocía a sí misma. —Eso significa que nadie vivirá en
la casita de
campo.
—Sí querida. Lo entiendo.
—Entonces dime la verdad. ¿Por qué es tan importante aferrarse a
la tierra?
—Porque hice una promesa, por supuesto.
—¿A quién? ¿A papá? —Demi preguntó.
—¿A tu padre? No. Patrick nunca lo entendería. Él todavía no lo cree. No, querida.
Se lo prometí al lobo. Mi hermoso lobo plateado. Nuestras tierras
permanecen
como un amortiguador entre su mundo y el nuestro. Le prometí que
siempre
tendría ese amortiguador.
Demi contuvo el aliento, los
recuerdos inundaron su mente, ese sedoso pelaje,
esos ojos hipnóticos, el sueño erótico. Ella empujó las
distracciones fuera de sus
pensamientos.
El lobo no quería que ella vendiera. Hace unas pocas semanas
hubiera
entrecerrado sus ojos debido a esa afirmación, pero después de
haber conocido
a la misteriosa bestia no parecía tan descabellada la idea.
A Demi no le importaba por qué la abuela quería mantener la casita de
campo.
Ella no la quería vender. Así que Demi no permitiría que se
vendiera. Tan simple
como eso. Era lo menos que podía hacer por una mujer que le había
dado una
buena parte de su vida.
—¿Demi?
—Si, abuela. Todavía estoy aquí.
—Él dijo que te has retrasado en tu pago del préstamo, la próxima
semana hará
un mes completo. ¿Es verdad?
Un peso incómodo se hundió hasta el fondo de su vientre, como si
hubiera
tomado una comida de mar en mal estado. ¿Cómo pudo saber su Abuela
sobre
su historial de pago? —¿Quién te dijo eso?
—¿Es verdad?
Sí. Era verdad. Ella había hecho el pago, pero había un cargo
extra por la
demora, lo que sólo hacía sus finanzas más apretadas. No había
manera en la
que la abuela pudiera saber eso, aunque alguien debió de habérselo
dicho.
Alguien que no está hecho de recuerdos ni de ilusiones. Alguien
real.
—Estoy realizando los pagos. Todo está bien. Ahora, ¿Con quién has
estado
hablando?