Las tres I
«Ella mantuvo la cabeza reposada
sobre su pecho, el aroma de su cabellera inundaba sus fosas nasales, como una
fresca fragancia primaveral. No importaban las circunstancias, por alguna razón
se sentía agradecido de que finalmente se rindiera a ese momento, juntos.
Deponer las armas, así era el
modo en que comenzaron a llamarlo. Parecía un juego para ambos.
Ayúdame y te ayudaré, traicióname
y olvídate de tu existencia, bésame y perderás la conciencia. Tan infantil y
tan genuinamente adulto a veces.
James se preguntaba por qué todo
siempre era tan complicado con Charley, divertido pero endemoniadamente
complicado. Tanto que en ocasiones sentía el impulso de meterle un calcetín en
la boca y esperar a que ella captara la indirecta. No, no es que la quisiera
sumisa todo el tiempo, sabía que eso era imposible. Pero ¿Era mucho que pedir
algo de paz?
Habiendo resuelto su pasado,
habiendo dejado atrás aquel asesinato que marcaba su futuro de un modo tan
turbio—una marca que ella no merecía cargar—habiendo logrado eso, debería ser
capaz de ahuyentar hasta el último de sus fantasmas y solo disfrutar el momento
¿verdad?
Pero no lo hacía por completo,
ella no estaba presente en ese abrazo. Y aunque su cuerpo permanecía pegado al
suyo, el calor que normalmente vendría acompañado de dicho contacto, parecía
más bien vacio. Distante, solitario, frío, sobre todo frío.
—¿Qué va mal?
Ella negó sin despegar el rostro
de su camisa, James acarició su cabello y sacando fuerzas de un deseo marchito,
la apartó.
—Mírame, Charlotte ¿Qué pasa
contigo?—Alzó la mirada casi mostrándose avergonzada, casi era la palabra clave
en esa oración. —¿Aun tienes miedo?
Estúpido de él por pensar que
estaba asustada, una mujer como ella no experimentaba miedo, lo inspiraba o
caso contrario lo producía.
—James…—Siempre que pronunciaba
su nombre, se humedecía los rojos labios de una forma seductora. A decir
verdad, siempre que pronunciaba el nombre de cualquiera de género masculino, lo
seguía dicha acción. No es que él no lo hubiese notado antes, pero esa vez le
fue incluso un tanto más evidente.
—Estamos bien ¿verdad, Charley?
—Siempre estaré en deuda contigo,
lo que hiciste por mi…—Bajó la vista un instante. Creadora de suspenso y de
escenas perfectas hasta el final, debía aplaudirle aquello. —Me has regresado
mi libertad.
—Nunca perdiste tu libertad, solo
perdiste la estima de los que te rodeaban. Pero prometí solucionarlo, prometí
hallar al culpable y lo hice.
—Cierto.
—¿Entonces?—Debía haber una razón
por la cual ella había retrocedido tres pasos, desde que él la hubiera soltado
minutos antes.
—Estoy feliz, James. —Una genuina
sonrisa surcó su hermoso rostro y parte del peso en sus hombros remitió. Un
peso que hasta el momento de esa sonrisa, él ni siquiera era consiente de estar
cargando.
Se acercó tomándola por la
cintura, ella se perfiló para besarlo pero él prefirió retenerla por la
barbilla y observarla. Sus gestos calculados, sus ojos seductores y su sonrisa
aniñada, a la vez traviesa, a la vez desafiante. Todo ella era una delicia,
Charlotte no tenía más defectos que el ser un alma dolida. Tan golpeada por la
vida y los desgraciados, que en cierta forma hasta inspiraba nostalgia.
—Entonces yo soy feliz con tu
felicidad.
—No tienes que ser feliz con mi
felicidad, tienes que buscar la tuya propia.
—Tienes una lengua de víbora ¿Lo
sabes?—Ella enarcó una ceja.
—Creo que lo he oído antes.
—James la besó, sin importarle nada la conversación. Y por un eterno y glorioso
momento, eso fue lo único que ambos se permitieron disfrutar.
Que cortos, que tontos e inútiles
son los lapsos de felicidad.
La felicidad no debería existir,
es mejor vivir la miseria. Pues es estúpido dedicar una vida a un sentimiento
que se evoca, en aquellos instantes en que menos eres consiente de que se te
será arrebatada.
—Debo irme.
Palabras que no significarían
nada cualquier otro día, pero allí algo volvía a estar fuera de contexto.
—¿Irte?—inquirió algo renuente a
perder su resquicio de gloria. —¿Cuándo regresas? —Entonces lo patético hace
acto de aparición, haciendo a uno lucir mas estúpido que de costumbre y piensas
¿Realmente no lo entiende? ¿O le gusta alargar la agonía?
—Lo siento, James.
—¿Qué sientes?—Le gusta alargar
la agonía.
—Sabías que esto no sería para
siempre. —Ella se desenredó de su abrazo ¿Por qué el vacio era ahora más
doloroso que frío?
—¿Esto? —Y la búsqueda por el más
idiota agonizante, parece ser algo inacabable.
—Me devolviste mi libertad.
—No, Charlotte. No te devolví
absolutamente nada…—Ira—Resolví el caso, lo que pasa entre nosotros, no tiene
nada que ver…—Negación.
—Siempre tuvo que ver.
—Compasión. —Y por eso te reservo un lugar en mi alma.
—Pero…no puedes huir, no puedes
sacarme de un hoyo y hundirme en otro mas profundo. —Desesperación. —¡Dime!
¿Qué demonios pretendes con eso? ¿Acaso te excita o te divierte que te ruegue?
No voy a seguir de este modo, ya no.
—No quiero que lo hagas. En
realidad, no pretendo tal cosa de ti. Hasta el momento ha sido fascinante,
esto, nosotros…pero es mejor…
—¿Arruinarlo antes de que
duela?—Lo miró con una imperceptible vacilación en sus ojos.
—Así es.
—Perfecto, entonces. Lo has
arruinado. Desde el mismo momento en que cruzaste esa puerta, lo supe. Echarías
mi vida a perder y yo iría gustoso detrás de ti ¡Que estúpido he sido!
—¡Verdaderamente estúpido!
—Reclamó, como si parte de ella estuviese ofendida por sus palabras.
—Pude haberte dado todo lo que
merecías, sabes que me entregaría en cuerpo y alma…
—No necesito tu alma, James. No
necesito nada de nadie, el problema es que te empeñas en intentar arreglarme.
—Alzó los brazos. —¡Mírame! Soy malditamente perfecta, no hay nada que puedas
hacer por mí.
—No, no hay nada. Hace mucho
tiempo que no eres más que un recipiente, sin contenido.
—Pero me amas.
—El amor se pasa.
—No el que sientes por mí.
—Te matare en mi corazón.
—No puedes —Él se dio la vuelta,
ignorando en vano su presencia—.Yo tengo tu corazón.
—Pues mejor aun—respondió
lacónico—. Sera tu responsabilidad de ahora en adelante.
—No deseo tu amor.
—Y yo no deseo amarte, al parecer
ambos tenemos que lidiar con lo que nos toca.
—James…
—Los gastos del caso, corren por
mi cuenta. No debes pagarme nada, ha sido un placer conocerte. Si me
disculpas…—Le envió una mirada de reojo a la puerta, aun así ella no se movió.
—Escúchame.
—¿Con qué propósito? Hay cosas
que es mejor ignorarlas, ya sabes…duele menos cuando están ausentes.
—¿Eso es lo que quieres?
¿Ausencia?
—Es lo único que pido a cambio.
El viento de la puerta al
azotarse, se arremolino a través de los papeles que descansaban en su
escritorio. James tomó una nueva carpeta, otro caso de desapariciones o muerte
sin resolver lo esperaba, pero aquella vez las ansias de atrapar al culpable no
surgieron al instante. En cambio se permitió fantasear con otro posible final.
Lo intentó con vehemencia, hasta
que comprendió que con ella el final siempre se dirigía al mismo sitio. Un
abismo. Y en esa ocasión, no se sentía lo suficientemente fuerte como para brincar
una vez mas. Los últimos saltos lo habían cansado y la ultima caída había sido
la mas dura ¿Para qué seguir causándose heridas? Primero debería dejar que la
sangre mermara en todo su ser, entonces quizás el siguiente golpe lo sentiría
menos o acabaría por matarlo. Al caso era lo mismo, aunque quizás, quizás se
merecía la agonía previa al deceso. Eso es algo en lo que seguramente, ambos
habrían estado de acuerdo. »
No sabía si reír o llorar, no,
definitivamente allí estaban las lágrimas. Sin duda alguna, esto se iba por el
camino acuoso. Demi presionó los papeles que sostenía entre sus manos y tomando un
suspiro, volvió a revisarlos. No había posibilidades de error, esa era la letra
de Joseph. Por desgracia,
tampoco podía negar que el final para la historia que le había enviado, era un
mensaje directo para ella. Algo como “quiero distancia”. Y si el contenido de
la carta no fuese suficientemente claro, el remitente desde donde la enviaba no
daba pie a discusiones.
—¿Y bien?—Ella alzó la vista
lentamente y la sonrisa que llevaba León, se extinguió en su propio nacimiento.
—¿Tan mal?
—Peor que mal—Él suspiró
dejándose caer a los pies de su cama.
—Pensé que la carta traía buenas
noticias.
Demi no respondió, no podía negar que
cuando León llegó con su correspondencia y le enseñó una carta de Joseph, parte de ella también se llenó
de esperanza. Infundadas, por supuesto, pues él no le hablaba desde hacia una
semana. En teoría no parecía tanto tiempo, en la práctica parecía una
eternidad. Luego de aquella, poco comprensible discusión en la que ella no
había tenido ni oportunidad de abrir la boca, Joseph había literalmente desaparecido. Desde ese día hasta dos
horas atrás, ella se había puesto en la tarea de localizarlo. Llamadas
telefónicas no respondidas, emails ignorados, visitas a su casa, su estudio y a
la casa de Darius, que también terminaron por ser callejones sin salidas.
Él nunca regresó luego de su
pequeño ultimátum, y ella resignada había telefoneado a Fiona para que la
recogiera. Pensaba que si le daba la posibilidad de calmarse, podrían hablar
como seres civilizados. Después de todo, no era la primera vez que Joseph decidía ignorarla. Demi aun tenía fresco el recuerdo de
la vez que le había robado el auto. Él sólo regresó cuando ella vio todas sus
posibilidades muertas, pero en esa ocasión las cosas eran diferentes. Ella no
podía explicar lo ocurrido en un maldito mensaje en su buzón de voz, tampoco le
parecía correcto hacerlo por email. ¿Pero cuáles eran sus alternativas? Él le
estaba aplicando su famosa ley del hielo. Y era tan estresante, tan infantil e
inmaduro que ella realmente quería mandarlo al diablo.
Pero no iba a hacerlo, porque
ante los ojos de Joseph, Joseph había cometido un error. A
pesar de que ese error fuese tan estúpido, como intentar proteger a su hermano.
—Lo siento mucho, Demi, todo esto es mi culpa.
—No importa—Aunque sí importaba,
por más que ella quisiera convencerse de lo contrario.
León no había actuado con
malicia, sus intenciones no habían sido impulsadas por el deseo de echar a
perder su relación o la carrera de su colega. Y ella no veía una razón por la
cual él debiera disculparse. Joseph
no quería escucharla, si le diera la oportunidad de explicarse quizás las cosas
no tendrían ese color tan oscuro. Aun así sobre su cama, tenía las hojas
garabateadas por su propio puño en donde claramente le pedía que lo dejara en
paz. No había mensajes subliminales, Joseph
había sido concreto y conciso. ¿Tenía caso seguir intentando contactarse con
él?
—Es que no entiendo como las
fotos llegaron a esa revista. Me crees ¿verdad?
—Sabes que sí, cariño.
Él se veía tan frustrado como
ella, quizás el hecho de no tener respuestas era lo que la hacía sentir fuera
de sí. Porque eso significaba que al presentarse ante Joseph, tampoco tendría nada con que respaldar la palabra de León.
Por supuesto que ella creía en su hermano, pero Joseph no sería tan indulgente. Hasta la fecha, le llamaba la
atención que no les hubiese puesto una demanda. Tal vez parte él, también
estaba esperando que alguien echara algo de luz en esa maldita tormenta.
Pero Demi estaba tan ensimismada ante la
negativa de su “novio” que ya no le veía propósito a buscar un culpable. ¿Con
qué objeto? ¿A Joseph le
importaría que fuese o no ella culpable? ¿Tener a quién apuntarle con el dedo,
cambiaria el hecho de que una vez mas él prefería tenerla como primera
sospechosa? No, no lo haría.
Entonces ¿Para qué molestarse?
Ahora restaba terminar de escribir ese estúpido libro, entregarlo a los
editores y callar para siempre todo eso que habían compartido. Que para el
caso, no había sido mucho ¿cierto?
Sólo una persona verdaderamente
masoquista, buscaría arrastrarse ante un ser vil y cruel que no confía en ella.
Y ella no sería la estúpida en esa escena.
—Voy a preparar algo de té—León
se puso de pie y lentamente salió de la habitación.
Demi se echó las mantas sobre la
cabeza, pateando a un lado el manuscrito de Joseph. Él y esa estúpida novela podían irse al diablo. Mañana la
terminaría, mañana le agregaría algunos párrafos mas desoladores que los de él,
mañana haría evidente en su libro que el amor era una mierda. Y que sentirse
enamorado, era lo peor de los tormentos. Después de todo, no había nada malo en
reflejar algo de realidad. Si Joseph
pensaba que podía desintegrar su relación en tres hojas, ella le iba a enseñar
que podía desintegrar su falso amor en tres líneas.
—Tock, tock…—Nada la haría
emerger de su capullo de mantas, ni siquiera esa voz tan irritante. —Demi …tu hermano me dejó entrar.
—León merecía la horca por eso. —Sé que estás un poco susceptible, así que seré
rápida. —Esa era una frase cantada. —Tengo tu agenda electrónica aquí, ya te
organicé todo tu programa para que lo único que tengas que hacer, es asistir.
—Genial—masculló aun sin mostrar
la cara.
—Estuve hablando con Josh, él
dijo que se pondría en contacto con Joseph.
—No será necesario. Ya me envió
su parte.
—¡Oh! ¿En serio?—¿Podía ser que
ella sonara un tanto burlona?—O sea que ustedes dos ya están hablando…
—No, solo me envió su parte—No
quería darle explicaciones ¿Por qué no se largaba de una buena vez?
—Ok…mira cielo, comprendo que en
este momento te sientas desdichada. Y sí, Joseph es un hombre entre pocos…—Se descubrió la cabeza y la
fulminó con la mirada.
—No necesito oír esto de ti,
mañana te enviaré el capítulo terminado. Ahora me gustaría estar sola. —Ann
sonrió, tratando de no mostrarse afectada por lo cortante de su tono.
—Está bien—Se alisó una arruga
imaginaria de su falda—Aun es demasiado pronto, pero veras que en unos meses
nos reiremos juntas de esta tontería.
Sabrá Dios a lo que ella llama
tontería ¿Acaso compartir a un mismo hombre entraba en la categoría? No podía
asegurarlo, los confines de la mente de una arpía escapaban de su conocimiento.
—Bien, adiós.
Ann abrió la puerta y antes de
tener que apreciar el movimiento detallado de su culo de pasarela, Demi volvió a echarse la manta sobre
la cabeza. No era nada positivo que esa zorra la hubiese visto de ese modo,
toda sufrida y acongojada por Joseph.
Porque ¡Vamos! Es Joseph, debía
recordarse que era un hombre insufrible, odioso, maleducado y un…excelente
cocinero, amante, amigo.
—¡Demonios!
Sacudió la cabeza y evitó seguir
pensando, salió de su cama dispuesta a olvidar cualquier cosa relacionada con
su vida amorosa. La cual, dicho sea de paso, estaba comenzando a caducar. No
podía lamentarse eternamente, ni tampoco podía rogarle a un hombre. O sea ¿En
que momento los roles se invirtieron? ¿Acaso no era el hombre el que volvía
desolado y perdidamente enamorado a pedir una segunda oportunidad? ¿Es que su
romance era tan poco común que ni siquiera en eso irían con la corriente?
Tomó las hojas que descansaban en
el piso y las acomodó tranquilamente, luego las dejó sobre su cómoda y se
observó en el espejo. Su reflejo era triste. No que tuviera lapsos de
descomunal belleza, pero lo que veía en ese instante era lamentable. Se sonrió
así misma y masajeó sus parpadas, tras un largo momento de silencio, volvió a
la acción. Cogió la agenda electrónica, preguntándose que tantas basuras le
habría programado Ann.
Lecturas, presentaciones, visitas
a librerías, nada fuera de lo usual eso no la emocionó ni un poquito. Habría
sido súper, poder hacer aquello con Joseph.
Pero… ¡No! Nada de Joseph. Joseph era pasado, Joseph estaba muerto. Bueno, vale, un
tanto extremista. No muerto, pero definitivamente era agua de otro caudal.
—Uh…esa es una buena analogía.
—Abrió la aplicación para escribir, pero como era propio de ella y la
tecnología, tocó todos los botones hasta que
hubo encontrado una hoja en
blanco. Lo que más le llamó la atención fue que era una hoja de email y no el
bloc de notas en donde acostumbraba a plasmar ideas espontaneas.
Frunció el ceño y revisó el
aparato con mayor detenimiento, ni siquiera recordaba que se podía acceder a su
cuenta de mails desde la agenda. Pero vagamente a su mente se asomó aquel día
en que paso horas configurando esa porquería, fue la emoción del momento pero
luego lo relegó por completo.
Se mordió el labio, dubitativa,
observó la pantalla en donde le pedían un remitente y lentamente la presión de
sus dientes aumentó. Algo…
—¡León! —Demi no esperó respuesta, fue hasta
la cocina aun viendo su casilla de emails en la pequeña pantalla. —¡¡León!!
—¿Qué?—Él parecía un tanto
intranquilo por su apresurada entrada. —¿Estas bien? ¿Qué pasa?
—Dijiste que…—Una mirada rápida a
la pantalla, las cosas simplemente eran de no creerse. —Tu dijiste que las
fotos, me las mandaste a mi…
—A tu email…—Completó él, al
notar que Demi parecía eclipsada por el aparato que llevaba en sus manos.
—¿Qué va mal?
—¿Me las mandaste a mi
email?—inquirió, sin mirarlo.
—Sí, ya te lo dije. Era una
broma…
—¿Qué fue lo que pusiste en el
mensaje?—León se detuvo a pensar un momento, después de todo había pasado un
tiempo desde aquel día.
—Pues…que si no te comportabas
con tu amiguito, le enviaría las fotos a mamá.
—¡Oh por Dios! — Demi se pegó la vuelta y con la cara
encendida en rabia, salió de la cocina.
—No entiendo nada ¿Qué
ocurre?—Por cada paso que daba detrás de ella, sus ideas cobraban distintas y
mas retorcidas direcciones. —¿Demi?
—¡Fue ella!—Con un ademan apuntó
la puerta cerrada. León siguió el movimiento de su mano y luego regresó la
vista hacia su hermana.
—¿Ella? ¿De qué demonios hablas?
—Ella…—Demi sacudió un puño en el aire, como
si no pudiera terminar de digerir sus propias palabras. —Vio tu mail antes que
yo, imprimió las fotos y las vendió. Las vio a través de esto…—Alzó su agenda
frente a sus ojos. —¡Esa puta! ¡Maldita puta resentida! ¡¡Golfa arrastrada!!
—¿Hablas de Ann?—Ella le ofreció
una mirada agria.
—No, León, hablo de miss
universo.
—Vale, eso no era necesario.
—¡Lo que no es necesario es esta
conversación! —Fue su turno de fruncir el ceño.
—¿Qué tienes en mente?— Demi sonrió de medio lado, una chispa
poco usual pareció encender sus ojos chocolate.
—Lo que tengo en mente, es patear
un culo esquelético hasta dejarle tatuado mi talle de zapato ¿Te apuntas?
—¿No es eso ilegal?
—Lo que ella hizo es doblemente
ilegal—León asintió ligeramente en acuerdo, mientras la puerta de entrada se
abría de un golpe repentino.
—¿Mis oídos pitaron o acabo de
oír que patearían un trasero?
—Fiona, esto puede llevarnos a la
cárcel. —Su amiga sonrió con regocijo.
—Me importa una mierda ¿A quién
apalearemos?
—A su agente—respondió León,
dispuesto a afrontar la cárcel o lo que fuera por la felicidad de su hermana. Demi le guiñó un ojo sabiendo que él
la seguiría sin importar qué.
—¡Entonces iré a ponerme un
sostén!
—¡No!—La detuvo Demi, con vos firme. —Es una causa
feminista, sin sostén.
—Sin sostén, será. —Accedió
Fiona, mientras le lanzaba una chaqueta a su hermana para salir.
—Ustedes están locas. —murmuró
medio en broma, logrando que ambas le sonrieran maliciosamente.
—No tienes idea.
Y sin decir mas, los tres se dispusieron
a solucionar una de las tantas fallas en la vida de Demi. Primera parada, deshacerse de
la zorra traicionera, segunda parada encontrar a su hombre y hacerlo entrar en
razón. Sin duda alguna, esa sería una semana ajetreada para ella.
………………………………………………………………………………………….
3 Meses después.
Las campanas retumbaban en todas
partes, la gente sonreía, ella se veía hermosa, él resplandecía y las campanas
seguían retumbando. ¿Cuántas campanas eran las adecuadas? ¿Es que acaso alguien
iba a detenerlas? Una por cada año juntos, una por cada pelea, esto debía de
ser una broma…
Despertó.
—¿Qué mierda?—gruñó de forma poco
femenina, cuando hubo conectado el teléfono a su oído. Campanas, que ironía.
—Bonita forma de responder.
—¿Qué hora es?
—Hora de sacar el trasero de la
cama. — Demi se volvió para observar el reloj
en su cómoda, eran las siete de la mañana. Las siete, en un puto sábado. Esto
no tenía perdón de Dios.
—Muérete.
—Venga Demi, esto es importante. —Ella movió
los labios, insultándolo de todas las formas que mejor se sabía, pero
obviamente sin emitir sonido.
—En diez minutos—intentó
negociar.
—Busca tu correspondencia, ahora.
—Órdenes, solo sabía dar órdenes. —Y llévame contigo.
Se embutió en sus pantuflas y se
echó la bata más descolorida que halló a los pies de su cama. No había ninguna
fuerza que la hiciera moverse mas rápido, pero ya se había levantado así que
por el bien de la paz mundial, haría lo que pedía. Comenzó a ojear las cartas
ociosamente.
—¿Por qué supervisas mi correo?
¿Acaso planeas pagar mi renta?
—Sigue buscando—Se limitó a
responder él, con una leve nota de humor en su voz.
Demi continuó pasando los sobres,
buscando algo que fuera remotamente de importancia. Si tenía segundo
vencimiento, eso quería decir que podía esperar al menos un mes mas.
—Mm… ¿Ahora fumigas termitas?
—Muy graciosa.
—¿Así que la de las termitas no
es tuya?—Él se mantuvo en silencio. Y fue en ese momento en que sus ojos se
toparon con una carta poco usual, tal vez era su consistencia o tal vez ese
algo que te advierte cuando has dado en la diana. Sea lo que fuese, ella tuvo
que hacer un alto y detallarlo con la mirada.
El sobre era blanco y un poco más
grande que sus compañeras “cuentas”, eso significaba que no era una de ellas.
Le dio la vuelta buscándole el remitente y de ser posible sus ojos se abrieron
un poco más.
—¿Esto es…?
—Ábrela. —No necesitó ninguna
otra instrucción, con manos temblorosas rompió una de las esquinas procurando
no dañar el contenido. Había un montón de hojas que nunca dicen nada relevante
y luego…
“Estimada Señorita Manfory:
Por medio de la presente, nos es
sumamente grato informarle que la novela escrita en conjunto con Joseph J. Rhone, Evidencias, ha sido
nominada por el comité ingles del Premio Nobel. En el cual muchas…”
—Ay ¡Santa mierda!
—Así es. —Ella no respiraba, las
palabras aun seguían dando vueltas en su cabeza, ni siquiera había sido capaz
de terminar de leer el primer párrafo. Pues temía de un momento a otro, perder
el conocimiento. —¿Demi? ¿Estas ahí?
—Aguarda, solo permíteme…— ¿Qué
le permitiera qué? ¿Morir? ¿Volver a nacer?
Ella estaba nominada al Premio
Nobel, si cruzaba la calle y la arrollaba un automóvil, moriría como una
leyenda. Bueno, ganar sería el sueño hecho realidad, pero una nominación era
incluso igual de estupendo. Eso significaba que su escritura servía para algo,
eso significaba que no apestaba tanto y eso significaba más ventas. Aunque, por
supuesto no era la esencial, pero al demonio. Ahora tenía una nominación al
Nobel en la bolsa, podía permitirse un poco de egocentrismo ¿cierto?
¿Y por qué les pregunto a
ustedes? Ninguno tiene una nominación, pero ella sí.
—¡¡Soy tan malditamente
afortunada!!
—Por supuesto, pero intenta no
gritarlo en el auricular. —Ella rió apartando el aparato.
—Lo siento. —Abrazó la hoja y por
puro instinto brincó como una niña sorprendida en su cumpleaños con un nuevo
poni. La gloria tenía forma de
papel y entonces al igual que un
balde de agua fría en invierno, le cayó la primera línea de pensamiento disconforme.
—¿Él lo sabe? —Silencio. — ¿Josh?
—Hablé con Joseph hace unos minutos, me dijo que
la carta también llegó a su casa.
—Ah…—No supo que decir por un
instante. —O sea que… ¿Está en su casa? —No le importaba, definitivamente no
quería saberlo ¿Para qué lo había preguntado?
—Sí, regresó hace una semana.
—Por supuesto.
—Demi ¿Estas bien con esto?
—¿Yo?—Preguntó incrédula. —¿Por
qué no estaría bien? Fuimos nominados, eso era lo que queríamos ¿cierto?
—Cierto. —Se aclaró la garganta,
todo estaba en orden.
Sí, Joseph finalmente se había dignado a regresar a Inglaterra, pero
eso no cambiaba nada. El libro estaba hecho y ellos no tenían motivos para
verse, todo seguía el curso normal.
—¿Asistirá…?—Todo seguía su curso
normal, todo seguía su… «¡Demonios!» Con una mano espantó una escurridiza
lágrima de su mejilla ¿Qué tan patética podía ser? Lo bueno es que nadie podía
verla.
—Lo hará y tu también ¿verdad? No
hay nada que impida que pasen unas horas en un mismo salón.
—Claro, Josh, por mí no hay problema.
—Ese es el espíritu. —Su agente
guardó silencio una vez más.
Demi pudo notar que a pesar de la
euforia de tener a dos de sus escritores nominados a un Nobel, había algo que
lo incomodaba. Lo mismo que la incomodaba a ella, lo mismo que tal vez
incomodara a Joseph. ¿Quién
sabe? Con él nada es lo que se supone debe ser.
—Gracias por todo, Josh.
—No te ponga sentimental,
pequeña, aun tenemos que ganar.
—Por supuesto. —Sonrió.
—Mantente fuerte, Demi. —Y con eso ultimo, colgó.
Ella llevó la carta apretada en
sus manos, aun oyendo la voz de Josh en su cabeza. Fuerte. Algo que había
aprendido en esos meses, era a ser fuerte. Podría soportarlo, es mas iba a
soportarlo y a demostrarles a todo mundo en esa competencia que era una mujer
orgullosa de sus tres I.
Independiente, inteligente e
intrépida.
Sin importar qué, Demi iría preparada y por supuesto
que sacaría sus mejores armas.