—Con Patrick. Era Patrick. Él dijo… —Su voz era suave, insegura. Y cuando sus
palabras se desvanecieron, Demi supo que la abuela se dio cuenta que su
mente le había estado jugando una mala pasada.
—Abuela, papá está muerto. Él no podría haberte dicho lo que está
pasando con
mi préstamo. Piensa. ¿Quién era?
Quien quiera que estuviera alimentándola de la información
financiera de Demi
estaba obviamente detrás de la tierra. Usaría cualquier medio
necesario,
incluyendo hacer sentir culpable a una viejita. ¿Pero hacerse
pasar por su hijo
muerto? Eso era algo demasiado bajo.
—Él dijo que era Patrick. Al principio no le creí. Pero me confundí algunas veces. Él
se parece a Patrick… un poquito. Yo sólo extraño a mi chico.
—Lo sé. Yo también extraño a Papá. Pero no es él. Alguien está
tratando de
engañarte para que vendas la tierra y yo creo saber quién es.
Hablaré con Clare,
en la recepción. Lo averiguáremos.
Los pensamientos acerca de Joseph
Jonas jalaron a Demi en dos direcciones
diferentes. Su vientre se removió. Dios mío, ella siempre se había
considerado muy
buena juzgando personalidades. ¿Cómo pudo volverse su instinto tan
libido y
apagado?
Tal vez la abuela se refería a alguien más. Joseph había parecido feliz cuando
Demi le dijo que no dejaría a
nadie poner las manos en la tierra de la abuela. Y si
ella no lo conociera mejor, juraría que él realmente se preocupaba
por la abuela.
Uff. Estoy agarrando un clavo ardiendo.
—¿Estás segura que no necesitas dinero, Caperucita Roja? —La
abuela de
repente sonó muy lúcida—. Se lo prometí al lobo, pero él
entendería que las
necesidades de mi nieta son lo primero.
—Estoy segura. El lobo se puede relajar. Tampoco permitiré que la
tierra sea
vendida.
—Ah, qué extraño giro del destino, —dijo la abuela.
—¿Qué?
—Todos estos años protegiéndolos el uno del otro y aquí estas.
Cada uno
protegiendo al otro del mundo.
—Sí, todo al revés. Demi no podía dejar de pensar que su vida hubiera sido
más fácil si el gran lobo malvado se hubiera quedado en el brumoso
mundo de
los cuentos al que pertenecía.
***
—¿Tienes alguna idea de
quién es el Sr. Jonas? —Cherri se detuvo a mitad del
tamizado para mirar a Demi, la mitad de la bandeja de panecillos de crema
estaba salpicada de azúcar en polvo.
Demi se encogió de hombros. Miró a
Cherri y luego volvió a la masa del pastel
de manzana, apretando las abolladuras en el borde—. No importa.
—Tonterías. ¿Me estás diciendo que no buscaste nada en internet de
él?
Demi se encogió de hombros, la
reina de la indiferencia. Era un hecho que ella
había buscado información de él. Pero admitir eso significaba
admitir que ella
sentía la respiración pesada, las bragas húmedas, y que olvidaba
su propio
nombre, por el tipo que estaba tratando de engañar a su dulce
abuelita. Ella no
quería admitir eso. Ni siquiera para ella misma.
—Bueno, yo busqué sobre él, —dijo Cherri—. Y es La Mierda. Lo digo
enserio. Es Él
Hombre. El Gran Tipo. El Sr. Monopolio. Boardwalk, Park Place, el
hombre posee
toda la junta directiva.
—Impresionante. Pero él no podrá volver a ver a la abuela. Hablé
con Clare. Es un
trato hecho.
—¿Clare? ¿La mondadientes de la recepción? Sé que los maestros del
jardín
infantil son más rudos que ella. ¿En verdad crees que ella puede
detener a un
hombre como Joseph Jonas?
—Es un centro privado. Él no está por encima de la ley.
—Uh, ¿Holaaa? —Cherri empujó sus gafas con el dorso de la mano
azucarada—.
¿Un tipo con esa cantidad de dinero y poder? Sí, él está por
encima de la ley.
—No me intimida.
—Debería. Él ha salido con algunas de las mujeres más hermosas del
mundo,
estrellas de cine, modelos, incluso una princesa. ¿Eso no te
intimida?
—No. —Es deprimente.
—Estuvo casado una vez.
—¿De veras? —Ahora esa era una novedad para Demi.
—Ella lo dejó. Desapareció.
—Suele suceder.
—Él puede comprar y vender a Donald Trump. El hombre no posee un
par de
zapatos, cinturones o portafolios que provengan de un ser vivo.
Cuando come
comida china, lo hace… en China.
—No me importa.
—Él no lava su ropa interior. Sólo compra una nueva.
—Cherri.
—Y son hechos a medida.
—Basta. —Ella no podría contener la risa por mucho más tiempo.
—Bien. ¿Qué tal esto? Él también es tu vecino.
—¿Qué? —Demi le dijo bruscamente a Cherri, con el pastel en una mano y la
puerta del horno en la otra.
—No buscaste información sobre él, ¿Verdad? No lo puedo creer.
—Cherri se dio
la vuelta y acabo de esparcir la azúcar sobre los panecillos.
—De acuerdo, de acuerdo. Dejé de leer después de la parte de lo de
la princesa.
¿Feliz ahora? Cuéntame la parte de que él es mi vecino.
Demi empujó el pastel en el
horno, ajusto el temporizador, luego tomó el
banquillo vacío de la mesa de preparación de Cherri.
—Bueno, él físicamente no es tu vecino, a menos que viva en alguna
parte de la
reserva Wild Game al lado del terreno de tu abuela.
— ¿La reserva?
—Sí. Él es el dueño.
Demi siempre pensó que la reserva
era algún proyecto gubernamental. Nunca
había visto nada remotamente exótico… excepto el gran lobo
plateado. Ella con
seguridad nunca había visto ninguna señal de una casa.
—¿Es el dueño?
—Sí.
—Entonces ¿Por qué estaba tratando de conseguir que la abuela
vendiera la
tierra? La campanilla de la puerta principal sonó—. ¿Hola?
Demi se paró rígidamente. Ella
conocía esa voz—. Ese es él.
—¿Él, quién? —Cherri se echó hacia atrás, tratando de ver a través
de la puerta
de entrada hacia el mostrador.
Demi se quitó el delantal
torpemente y lo arrojó sobre el banquillo. Se retorcía el
cabello alrededor de las sienes con sus dedos. Girándolos en
espiral, revitalizando
los rizos. Buscó el moño de cabello en la corona de su cabeza. El
desordenado
moño, seguía desordenado.
Un manchón de harina en el borde de su vestido sin mangas atrapó
su atención y
se apresuró a sacudírselo antes de comprobar su reflejo en una de
las ollas de
metal que colgaban por encima de la mesa. Seguía siendo pelirroja.
Pecosa.
Nada podía ser hecho al respecto.
Demi tomó un largo respiro y se
dirigió a través de la puerta—. Quédate aquí.
—De acuerdo. Pero ¿Quién es? —Cherri dijo después de ella.
Demi pasó alrededor de las
vitrinas. —Sr. Jonas. ¿Qué puedo hacer por usted?
Él se veía confiadamente casual en unos pantalones de color
rojizo-marrón, un
jersey negro, una camiseta ceñida a su pecho y una ligera chaqueta
de cuadros,
vestía a la moda. Incluso si llevara zapatillas de deporte o
zapatos acordonados,
tendrían un costo de cientos de dólares.
Demi pensó en la ropa interior.
¿Hecha a medida? Y luego pensó en él paquete
dentro de la ropa interior. Todo natural. Sus mejillas se
enrojecieron. Muchas
gracias, Cherri. Ella trató de pensar en otra cosa.
—Señorita Lovato, usted se ve… —Él exhaló—. Adorable. —Dijo “adorable” como si
fuera una declaración comedida. Bien hecho. Ella forcejeó su
sonrisa mientras la
mirada de él viajaba por su cuerpo de arriba hacia abajo. No era
la mirada más
lujuriosa, pero era muy masculina. Un rápido estremecimiento
recorrió sus
hombros.
—Si esto es acerca de mi abuela y la clínica Green Acres,
realmente no hay más
que discutir.
Esos pálidos ojos azules se encontraron con los de ella, él
frunció el ceño.
—¿Disculpa?
—Oh. —Tal vez el no sabía sobre la no-admisión que ella había
determinado en
Green Acres—. ¿Por qué esta aquí Sr. Jonas?
A juzgar por su pequeño sobresalto, ella debía de haber sonado más
ruda de lo
que había previsto—. Es Joseph. Por favor. Sr. Jonas suena demasiado… me sentiría
honrado sí me llamará Joseph.
—Bien. Joseph. —Ella esperó una respuesta, aunque la forma en que él la miraba
fijamente, era como si estuviera luchando contra el deseo de
extender la mano y
tocarla. En realidad no parecía importante el por qué él estaba
allí. Ella
simplemente estaba feliz porque era él.
No. Él es un asno.
Él sonrió, con una de sus casi-ladeadas sonrisas que la hacían
pensar que él podía
leer su mente—. Toma el almuerzo conmigo, —él dijo.
—¿El almuerzo? —Eso no lo vi venir.
—Sí.
Ella había pensado que él vendría con advertencias, demostrándole
los peligros
de desafiar a un hombre de su considerable poder y riqueza. Eso,
ella lo hubiera
manejado. ¿Pero esto? —No puedo almorzar contigo.
—¿Por qué no? Tú todavía no has comido, ¿Verdad?
—No.
—¿Tú comes, cierto?
Demi se burló—. Sí. —Cuando me
acuerdo.
—Bien. Entonces ven conmigo.
—Es medio día. Tengo una tienda que atender. Tú sabes que algunos
de nosotros
tenemos que ensuciar nuestras manos para mantener nuestros
negocios en
marcha. No puedo.
—Lo tengo todo cubierto, —Cherri gritó desde la parte trasera del
salón de
preparación—. Ve. Tómate el día libre. Ni siquiera te extrañaremos
aquí.
Demi podía decir por la cercanía de la voz de
Cherri que ella estaba apoyada
contra la pared al lado de la puerta, escuchando—. Ella está
bromeando. Yo soy
absolutamente indispensable aquí. No puede atender el lugar.
—Sí, yo puedo, —dijo Cherri—. Lo he hecho antes. Un montón de
veces. Ve. Toma
el almuerzo. No hay razón para sentirse intimidada.
Eso es todo, en la primera oportunidad que tuviera, despediría a
esa entrometida.
Y esta vez sería en serio. Probablemente. De acuerdo,
probablemente no lo haría,
pero ella la haría pensar en lo que hizo.
Demi miró a Joseph en el momento en que se
estaba pasando una de sus enormes
manos por su cabello. Que contraste tan agradable, una piel
bronceada,
perdiéndose entre el sedoso color plata y negro. El gesto subió la
manga de su
chaqueta, mostrando un musculoso antebrazo con oscuros pelos. Algo
realmente
masculino.
Ella no podía dejar de seguir con la mirada su mano dirigiéndose
de nuevo al
bolsillo delantero de su pantalón, dejando su pulgar colgar de una
esquina al
igual que el otro. Cuando él dejó de moverse, la mirada de ella se
apartó de él.
Él la había estado observando mientras lo miraba. Esa media
sonrisa tirando de la
comisura de su boca apareció de nuevo. El cuerpo de Demi se calentó, una ola
de calor se onduló hasta su centro, preparando su cuerpo para lo
que quería, sin
importar las protestas de su cerebro.
—¿Por qué? —Ella dijo.
Sus cejas se apretaron, haciendo desaparecer la arrogante
sonrisa—. ¿Perdón?
—¿Por qué quiere almorzar conmigo? —Él podía citar a cualquiera.
Él había salido
con todo el mundo. ¿Por qué ella?
—Pensé que podríamos hablar.
¡Ajá! Hablar. Sobre la abuela y su terreno, sin duda. Ella estaba
en lo cierto.
Dejaría a un lado a la viejita, y comenzaría a usar sobre ella
esos ojos lindos y esa
voz sexy. Finalmente.
¿Cuántos acuerdos él había hecho de esta manera? ¿Cuántas de esas
mujeres
con las que había sido fotografiado habían sido víctimas de su
encanto y
palpable atractivo sexual?
¿La levaría a algún lugar exótico? ¿La sobornaría con vinos caros
y caviar de
trescientos dólares? ¿Le compraría joyas y vestidos de diseñador
sólo para llevarla
a un ballet o tal vez a la ópera? ¿Trataría de comprar su ayuda
para ponerla
contra su abuelita?
—Sólo hablar, ¿Eh? —Ella preguntó. Él era demasiado sexy, pero la
rápida cita no
le haría olvidar los trucos crueles que él había usado con la
abuela.
—Sí. Sólo hablar. Y comer.
Dios mío, sería genial dejarlo desperdiciar todo su dinero por
todo lado,
mostrando intermitente casi-sexy sonrisa, pensando que él estaba
siendo astuto,
manipulándola. Y luego al final del día ella le diría “Muérdeme”,
observaría su
mandíbula caer al suelo. Eso serviría. Tengo razón.
—Bien. Llévame a tomar el almuerzo.