miércoles, 31 de octubre de 2012

Caperucita y El Lobo Capitulo 13




—Con Patrick. Era Patrick. Él dijo… —Su voz era suave, insegura. Y cuando sus
palabras se desvanecieron, Demi supo que la abuela se dio cuenta que su
mente le había estado jugando una mala pasada.
—Abuela, papá está muerto. Él no podría haberte dicho lo que está pasando con
mi préstamo. Piensa. ¿Quién era?
Quien quiera que estuviera alimentándola de la información financiera de Demi
estaba obviamente detrás de la tierra. Usaría cualquier medio necesario,
incluyendo hacer sentir culpable a una viejita. ¿Pero hacerse pasar por su hijo
muerto? Eso era algo demasiado bajo.

—Él dijo que era Patrick. Al principio no le creí. Pero me confundí algunas veces. Él
se parece a Patrick… un poquito. Yo sólo extraño a mi chico.
—Lo sé. Yo también extraño a Papá. Pero no es él. Alguien está tratando de
engañarte para que vendas la tierra y yo creo saber quién es. Hablaré con Clare,
en la recepción. Lo averiguáremos.
Los pensamientos acerca de Joseph Jonas jalaron a Demi en dos direcciones
diferentes. Su vientre se removió. Dios mío, ella siempre se había considerado muy
buena juzgando personalidades. ¿Cómo pudo volverse su instinto tan libido y
apagado?
Tal vez la abuela se refería a alguien más. Joseph  había parecido feliz cuando
Demi le dijo que no dejaría a nadie poner las manos en la tierra de la abuela. Y si
ella no lo conociera mejor, juraría que él realmente se preocupaba por la abuela.
Uff. Estoy agarrando un clavo ardiendo.
—¿Estás segura que no necesitas dinero, Caperucita Roja? —La abuela de
repente sonó muy lúcida—. Se lo prometí al lobo, pero él entendería que las
necesidades de mi nieta son lo primero.
—Estoy segura. El lobo se puede relajar. Tampoco permitiré que la tierra sea
vendida.

—Ah, qué extraño giro del destino, —dijo la abuela.
—¿Qué?
—Todos estos años protegiéndolos el uno del otro y aquí estas. Cada uno
protegiendo al otro del mundo.
—Sí, todo al revés. Demi no podía dejar de pensar que su vida hubiera sido
más fácil si el gran lobo malvado se hubiera quedado en el brumoso mundo de
los cuentos al que pertenecía.
***
—¿Tienes alguna idea de quién es el Sr. Jonas? —Cherri se detuvo a mitad del
tamizado para mirar a Demi, la mitad de la bandeja de panecillos de crema
estaba salpicada de azúcar en polvo.
Demi se encogió de hombros. Miró a Cherri y luego volvió a la masa del pastel
de manzana, apretando las abolladuras en el borde—. No importa.
—Tonterías. ¿Me estás diciendo que no buscaste nada en internet de él?
Demi se encogió de hombros, la reina de la indiferencia. Era un hecho que ella
había buscado información de él. Pero admitir eso significaba admitir que ella
sentía la respiración pesada, las bragas húmedas, y que olvidaba su propio
nombre, por el tipo que estaba tratando de engañar a su dulce abuelita. Ella no
quería admitir eso. Ni siquiera para ella misma.

—Bueno, yo busqué sobre él, —dijo Cherri—. Y es La Mierda. Lo digo enserio. Es Él
Hombre. El Gran Tipo. El Sr. Monopolio. Boardwalk, Park Place, el hombre posee
toda la junta directiva.
—Impresionante. Pero él no podrá volver a ver a la abuela. Hablé con Clare. Es un
trato hecho.
—¿Clare? ¿La mondadientes de la recepción? Sé que los maestros del jardín
infantil son más rudos que ella. ¿En verdad crees que ella puede detener a un
hombre como Joseph Jonas?
—Es un centro privado. Él no está por encima de la ley.
—Uh, ¿Holaaa? —Cherri empujó sus gafas con el dorso de la mano azucarada—.
¿Un tipo con esa cantidad de dinero y poder? Sí, él está por encima de la ley.
—No me intimida.
—Debería. Él ha salido con algunas de las mujeres más hermosas del mundo,
estrellas de cine, modelos, incluso una princesa. ¿Eso no te intimida?
—No. —Es deprimente.
—Estuvo casado una vez.
—¿De veras? —Ahora esa era una novedad para Demi.
—Ella lo dejó. Desapareció.
—Suele suceder.
—Él puede comprar y vender a Donald Trump. El hombre no posee un par de
zapatos, cinturones o portafolios que provengan de un ser vivo. Cuando come
comida china, lo hace… en China.
—No me importa.
—Él no lava su ropa interior. Sólo compra una nueva.
—Cherri.
—Y son hechos a medida.
—Basta. —Ella no podría contener la risa por mucho más tiempo.
—Bien. ¿Qué tal esto? Él también es tu vecino.
—¿Qué? —Demi le dijo bruscamente a Cherri, con el pastel en una mano y la
puerta del horno en la otra.
—No buscaste información sobre él, ¿Verdad? No lo puedo creer. —Cherri se dio
la vuelta y acabo de esparcir la azúcar sobre los panecillos.
—De acuerdo, de acuerdo. Dejé de leer después de la parte de lo de la princesa.
¿Feliz ahora? Cuéntame la parte de que él es mi vecino.
Demi empujó el pastel en el horno, ajusto el temporizador, luego tomó el
banquillo vacío de la mesa de preparación de Cherri.
—Bueno, él físicamente no es tu vecino, a menos que viva en alguna parte de la
reserva Wild Game al lado del terreno de tu abuela.
— ¿La reserva?
—Sí. Él es el dueño.
Demi siempre pensó que la reserva era algún proyecto gubernamental. Nunca
había visto nada remotamente exótico… excepto el gran lobo plateado. Ella con
seguridad nunca había visto ninguna señal de una casa.
—¿Es el dueño?
—Sí.
—Entonces ¿Por qué estaba tratando de conseguir que la abuela vendiera la
tierra? La campanilla de la puerta principal sonó—. ¿Hola?
Demi se paró rígidamente. Ella conocía esa voz—. Ese es él.
—¿Él, quién? —Cherri se echó hacia atrás, tratando de ver a través de la puerta
de entrada hacia el mostrador.

Demi se quitó el delantal torpemente y lo arrojó sobre el banquillo. Se retorcía el
cabello alrededor de las sienes con sus dedos. Girándolos en espiral, revitalizando
los rizos. Buscó el moño de cabello en la corona de su cabeza. El desordenado
moño, seguía desordenado.
Un manchón de harina en el borde de su vestido sin mangas atrapó su atención y
se apresuró a sacudírselo antes de comprobar su reflejo en una de las ollas de
metal que colgaban por encima de la mesa. Seguía siendo pelirroja. Pecosa.
Nada podía ser hecho al respecto.

Demi tomó un largo respiro y se dirigió a través de la puerta—. Quédate aquí.
—De acuerdo. Pero ¿Quién es? —Cherri dijo después de ella.
Demi pasó alrededor de las vitrinas. —Sr. Jonas. ¿Qué puedo hacer por usted?
Él se veía confiadamente casual en unos pantalones de color rojizo-marrón, un
jersey negro, una camiseta ceñida a su pecho y una ligera chaqueta de cuadros,
vestía a la moda. Incluso si llevara zapatillas de deporte o zapatos acordonados,
tendrían un costo de cientos de dólares.

Demi pensó en la ropa interior. ¿Hecha a medida? Y luego pensó en él paquete
dentro de la ropa interior. Todo natural. Sus mejillas se enrojecieron. Muchas
gracias, Cherri. Ella trató de pensar en otra cosa.
—Señorita Lovato, usted se ve… —Él exhaló—. Adorable. —Dijo “adorable” como si
fuera una declaración comedida. Bien hecho. Ella forcejeó su sonrisa mientras la
mirada de él viajaba por su cuerpo de arriba hacia abajo. No era la mirada más
lujuriosa, pero era muy masculina. Un rápido estremecimiento recorrió sus
hombros.
—Si esto es acerca de mi abuela y la clínica Green Acres, realmente no hay más
que discutir.
Esos pálidos ojos azules se encontraron con los de ella, él frunció el ceño.
—¿Disculpa?
—Oh. —Tal vez el no sabía sobre la no-admisión que ella había determinado en
Green Acres—. ¿Por qué esta aquí Sr. Jonas?
A juzgar por su pequeño sobresalto, ella debía de haber sonado más ruda de lo
que había previsto—. Es Joseph. Por favor. Sr. Jonas suena demasiado… me sentiría
honrado sí me llamará Joseph.
—Bien. Joseph. —Ella esperó una respuesta, aunque la forma en que él la miraba
fijamente, era como si estuviera luchando contra el deseo de extender la mano y
tocarla. En realidad no parecía importante el por qué él estaba allí. Ella
simplemente estaba feliz porque era él.
No. Él es un asno.
Él sonrió, con una de sus casi-ladeadas sonrisas que la hacían pensar que él podía
leer su mente—. Toma el almuerzo conmigo, —él dijo.
—¿El almuerzo? —Eso no lo vi venir.
—Sí.
Ella había pensado que él vendría con advertencias, demostrándole los peligros
de desafiar a un hombre de su considerable poder y riqueza. Eso, ella lo hubiera
manejado. ¿Pero esto? —No puedo almorzar contigo.
—¿Por qué no? Tú todavía no has comido, ¿Verdad?
—No.
—¿Tú comes, cierto?
Demi se burló—. Sí. —Cuando me acuerdo.
—Bien. Entonces ven conmigo.
—Es medio día. Tengo una tienda que atender. Tú sabes que algunos de nosotros
tenemos que ensuciar nuestras manos para mantener nuestros negocios en
marcha. No puedo.

—Lo tengo todo cubierto, —Cherri gritó desde la parte trasera del salón de
preparación—. Ve. Tómate el día libre. Ni siquiera te extrañaremos aquí.
Demi  podía decir por la cercanía de la voz de Cherri que ella estaba apoyada
contra la pared al lado de la puerta, escuchando—. Ella está bromeando. Yo soy
absolutamente indispensable aquí. No puede atender el lugar.
—Sí, yo puedo, —dijo Cherri—. Lo he hecho antes. Un montón de veces. Ve. Toma
el almuerzo. No hay razón para sentirse intimidada.
Eso es todo, en la primera oportunidad que tuviera, despediría a esa entrometida.
Y esta vez sería en serio. Probablemente. De acuerdo, probablemente no lo haría,
pero ella la haría pensar en lo que hizo.

Demi miró a Joseph en el momento en que se estaba pasando una de sus enormes
manos por su cabello. Que contraste tan agradable, una piel bronceada,
perdiéndose entre el sedoso color plata y negro. El gesto subió la manga de su
chaqueta, mostrando un musculoso antebrazo con oscuros pelos. Algo realmente
masculino.

Ella no podía dejar de seguir con la mirada su mano dirigiéndose de nuevo al
bolsillo delantero de su pantalón, dejando su pulgar colgar de una esquina al
igual que el otro. Cuando él dejó de moverse, la mirada de ella se apartó de él.
Él la había estado observando mientras lo miraba. Esa media sonrisa tirando de la
comisura de su boca apareció de nuevo. El cuerpo de Demi se calentó, una ola
de calor se onduló hasta su centro, preparando su cuerpo para lo que quería, sin
importar las protestas de su cerebro.
—¿Por qué? —Ella dijo.
Sus cejas se apretaron, haciendo desaparecer la arrogante sonrisa—. ¿Perdón?
—¿Por qué quiere almorzar conmigo? —Él podía citar a cualquiera. Él había salido
con todo el mundo. ¿Por qué ella?
—Pensé que podríamos hablar.
¡Ajá! Hablar. Sobre la abuela y su terreno, sin duda. Ella estaba en lo cierto.
Dejaría a un lado a la viejita, y comenzaría a usar sobre ella esos ojos lindos y esa
voz sexy. Finalmente.
¿Cuántos acuerdos él había hecho de esta manera? ¿Cuántas de esas mujeres
con las que había sido fotografiado habían sido víctimas de su encanto y
palpable atractivo sexual?

¿La levaría a algún lugar exótico? ¿La sobornaría con vinos caros y caviar de
trescientos dólares? ¿Le compraría joyas y vestidos de diseñador sólo para llevarla
a un ballet o tal vez a la ópera? ¿Trataría de comprar su ayuda para ponerla
contra su abuelita?
—Sólo hablar, ¿Eh? —Ella preguntó. Él era demasiado sexy, pero la rápida cita no
le haría olvidar los trucos crueles que él había usado con la abuela.
—Sí. Sólo hablar. Y comer.

Dios mío, sería genial dejarlo desperdiciar todo su dinero por todo lado,
mostrando intermitente casi-sexy sonrisa, pensando que él estaba siendo astuto,
manipulándola. Y luego al final del día ella le diría “Muérdeme”, observaría su
mandíbula caer al suelo. Eso serviría. Tengo razón.
—Bien. Llévame a tomar el almuerzo.

Caperucita y El Lobo Capitulo 12




—¿Cómo está Demi? —Joseph podría haber derrotado a Ester con un buen
destornudo. Ella le miró parpadeando a través de la mesa, boca floja.
¿Caperucita roja? Ella esta bien. Estupendo. Ella está muy bien. Pensé...
—Yo lo sé. Joseph  sabía lo que estaba pensando. Le había dejado claro que
quería olvidar a la chica como si ni siquiera existiera. Ninguna mención de ella,
nunca. Esa era la regla. Pero ella ya no era niña y su cerebro al parecer no podía
dejarla ir. No se habían visto desde hacía días, desde aquella noche en el
bosque, pero aún podía oler el dulzor azucarado de su cuerpo, su piel, el sabor
amargo. Se encogió de hombros.
—Ha sido un largo día.
La abue asintió con la cabeza, llevando la caja de galletas de jengibre más
cerca de su plato.
—Demasiado tiempo. No fue su culpa.
—Ester. —Fue una advertencia, pero él no lo pensó, gruñó. Sólo que no estaba
dispuesto a ir allí. Él masticó el último bocado de emparedado de mantequilla de
maní y tomó dos de las galletas. Joseph se rió entre dientes, mirando al hombre
pequeñito encima, delante y detrás—. Ella hizo estas. Todos estos años eran sus
galletas las que yo comía.

—Claro que las hizo, —dijo la abuela—. Su mamá le enseñó. Creo que recuerdas
a Demi en los mejores días. Ella ha horneado estas desde que era una niña.
Desde el mismo momento en que empezaste a comerlas.
—Extraño.
—O destino —dijo la abuela—. Ustedes perdieron un pedazo de sí mismos esa
noche. Es lógico el pensar, que cada uno tiene lo que necesita el otro para
compensar.
Joseph lanzó la galleta en la caja—. Basta, Ester. Son galletas.
—Sólo quise decir...
—Perdí a mi esposa. —Bajó la voz—. Mi compañera. Tú sabes de mí, de nosotros,
lo que somos. Somos compañeros de por vida. Se ha ido. Nada puede
compensar eso.

—Hum —Abue le arrebató una de las galletas de jengibre y mordió la cabeza. Un
pesado silencio se estableció entre ellos. Joseph dejó su mirada fija sobre el cuarto.
El pasillo social del “Asilo” era brillante y atractivo. Tenues paredes de color
amarillo decorado con artesanías de los países y fotos de época.
Las mesas redondas de color blanco con sillas a juego llenaban la mayor parte de
la habitación. Las áreas más pequeñas estaban ocupadas con cómodos sofás de
color verde y sillas tapizadas. Personas visitando a sus familiares, mirando la
televisión y jugando juegos, incluso ondeando una melodía en el piano de cola.
Joseph  centró su atención en la sala, a la pared de vidrio de las puertas abiertas, el
patio exterior y el bosque más allá. Trató de imaginarse a sí mismo atrapado en un
lugar como este. Tan agradable como era, no era la libertad.

—Deja de fruncir el ceño, Joseph. Soy feliz aquí. Tengo amigos y te veo más a ti y a
Demi de lo que alguna vez hice en la casa de campo. —Trasladó su mirada
hacia ella. Ella lo conocía bien.
—¿No la extrañas? ¿La casa de campo? ¿El bosque? —Ester se encogió de
hombros.
—Claro. Algunas veces. Pero yo soy una anciana, no un lobo hermoso. Aquí es
donde yo pertenezco. —Él se acercó y le cogió las manos en las suyas.
—Yo Podría cambiar esto, Ester. Un pellizco. Un poquito de sangre. Usted se
sentiría años más joven, con años y años de vida.
La abuela soltó una carcajada de la dulce anciana—. No, querido. Esta es mi
vida. Estoy feliz. Pronto voy a ver a mi Frank otra vez. No quiero posponer eso por
más tiempo. Demi es lo único que me preocupa. Y tú.
Joseph se movió en su asiento, llevándose consigo sus manos y frotándose las
palmas de las manos sobre los muslos.
—Yo estoy bien. Y Demi es Demi... es...

—Una joven maravillosa que está demasiado ocupada tratando de hacer su vida
perfecta y que se está perdiendo la mejor parte. Amor. Y tú...
—Ester. —Trató de poner fin a la conversación que él sabía que tendría.
—Silencio, y deja que una vieja señora de su opinión por una vez. Usted esta tan
ocupado afligiéndose por lo que ha perdido que no puede ver todo lo que se
desliza a través de sus dedos. —Ella se inclinó hacia adelante y apoyó la mano
seca suavemente en su brazo—. Sé lo qué es ser compañero de por vida, querido,
y la mujer que murió era su esposa. La amaba. Pero eso no quiere decir que fue el
compañero de su vida. El corazón quiere lo que quiere. ¿Dígame, Sr. Jonas, que es
lo que su corazón de lobo le susurra cuando se acerca a mi Caperucita Roja?

—No soy Lilly, abuelita, soy Demi, Lilly era mi mamá. — Durante una de sus
pérdidas de memoria, era casi imposible hablar con la abuela.
—Eso lo sé. —La abuela resopló—. No he perdido por completo mi mente. Tú
suenas igual que ella, eso es todo.
—De acuerdo. Demi tendría que tratar de ser más sensible la próxima vez. A
nadie le gustaba que le recordaran que su mente estaba desvariando.
—No me puedes culpar por oír la voz de Lilly. Yo siempre pienso en ella cuando he
pasado el día con Patrick.
El silencio se estableció a través de la conexión telefónica mientras la explicación
de la Abuelita se hundía.
—Umm... — ¿Cómo preguntar esto? —¿Papá te visitó hoy?
—¿Él no te dijo que iba a venir?
—No, no lo hizo. No he hablado con él en mucho tiempo. —La garganta se le
resecó, dificultándole tragar y sus ojos le picaron. No lloraría.
—Bueno, no te enojes con él Caperucita Roja. Está ocupado en estos días. Ni
siquiera tiene tiempo para jugar una ronda de Reyes (cartas). —Ella hizo
chasquear la lengua y Demi pudo imaginársela sacudiendo la cabeza.
—Él sólo está demasiado envuelto en el trabajo. No es bueno para el chico. No
solía trabajar tanto. Y ahora él está preocupado por ti.

—¿Preocupado por mí? —Una sonrisa amarga cruzo sus labios y se secó una
lágrima furtiva—. ¿Por qué está preocupado?
—Igual que siempre. Piensa que tus finanzas están demasiado disminuidas. Se
preocupa de que tú sacrificarías la panadería para mantener la casita de campo
para mí. —La abuela dejó de hablar, pero no parecía que hubiera terminado de
expresar su pensamiento.
— ¿Abuela?
—Él cree que yo debería de vender la tierra Demi. Le dije que tú dijiste que el
negocio iba bien, pero...

¿Qué pasaba si Anthony Cadwick tenía razón y la abuela estaba aferrándose a la
tierra por Demi, porque ella no sabía que más hacer por ella? ¿Por qué seguía
teniendo esas ilusiones donde Patrick la persuadía para vender?
—Abuela, sabes que no puedes vivir en la casita de campo sola, ¿Verdad?
—Por supuesto, querida. Ya no me desenvuelvo tan bien como solía hacerlo.
—¿Y sabes que quiero vivir aquí. En la ciudad. Cerca a la panadería?
—Si, Caperucita Roja, se lo mucho que piensas que amas la ciudad.
¿Pensar? Demi sonrió. La abuela siempre creía que conocía a Demi mejor de lo
que ella se conocía a sí misma. —Eso significa que nadie vivirá en la casita de
campo.
—Sí querida. Lo entiendo.
—Entonces dime la verdad. ¿Por qué es tan importante aferrarse a la tierra?
—Porque hice una promesa, por supuesto.
—¿A quién? ¿A papá? —Demi preguntó.
—¿A tu padre? No. Patrick nunca lo entendería. Él todavía no lo cree. No, querida.
Se lo prometí al lobo. Mi hermoso lobo plateado. Nuestras tierras permanecen
como un amortiguador entre su mundo y el nuestro. Le prometí que siempre
tendría ese amortiguador.
Demi contuvo el aliento, los recuerdos inundaron su mente, ese sedoso pelaje,
esos ojos hipnóticos, el sueño erótico. Ella empujó las distracciones fuera de sus
pensamientos.
El lobo no quería que ella vendiera. Hace unas pocas semanas hubiera
entrecerrado sus ojos debido a esa afirmación, pero después de haber conocido
a la misteriosa bestia no parecía tan descabellada la idea.
A Demi no le importaba por qué la abuela quería mantener la casita de campo.
Ella no la quería vender. Así que Demi no permitiría que se vendiera. Tan simple
como eso. Era lo menos que podía hacer por una mujer que le había dado una
buena parte de su vida.
—¿Demi?
—Si, abuela. Todavía estoy aquí.
—Él dijo que te has retrasado en tu pago del préstamo, la próxima semana hará
un mes completo. ¿Es verdad?
Un peso incómodo se hundió hasta el fondo de su vientre, como si hubiera
tomado una comida de mar en mal estado. ¿Cómo pudo saber su Abuela sobre
su historial de pago? —¿Quién te dijo eso?
—¿Es verdad?
Sí. Era verdad. Ella había hecho el pago, pero había un cargo extra por la
demora, lo que sólo hacía sus finanzas más apretadas. No había manera en la
que la abuela pudiera saber eso, aunque alguien debió de habérselo dicho.
Alguien que no está hecho de recuerdos ni de ilusiones. Alguien real.
—Estoy realizando los pagos. Todo está bien. Ahora, ¿Con quién has estado
hablando?