miércoles, 31 de octubre de 2012

Caperucita y El Lobo Capitulo 14




Joseph imaginó que Demi se sorprendería cuando su conductor giró hacia el
camino de grava con la señal de la reserva Wild Game, pero parecía casi
confundida.
—¿Hay una pista privada en algún lugar del bosque? —Ella miró a través de la
ventana del carro, tratando de encontrar algo entre los árboles, escudriñando en
la oscuridad. Sus manos se tensaron alrededor de la caja de pastelería que tenía
en el regazo, causando abolladuras en los bordes.

—Uh, no. No hay una pista de aterrizaje. Ni helipuerto. —¡Jesús!, ¿dónde estaba
esperando que la llevara a tomar el almuerzo? Él había tenido citas con muchas
mujeres que esperaban veladas totalmente excéntricas, pero no había vinculado
a Demi con ese tipo de mujer. Ella había sido criada por Ester, así que pensó que
ella sería más centrada, más… real.
Después de varios minutos de viajar por la grava del bosque, el carro se detuvo.
Joseph se agachó y sacó una caja de zapatos de debajo del asiento del
conductor.
Se la tendió a Demi—. Ten. Es posible que quieras ponértelas.
Ella dio la vuelta, su mirada bajó hacia la caja. Una extraña sonrisa se cruzó en sus
labios—. Me compraste zapatos, ¿Eh?
—En realidad, yo…
—Que son, ¿Manolo Blahnik? ¿Jimmy Choo? ¿Prada? —Ella le entregó la caja
pastelera y retiró la tapa de la caja de zapatos como si estuviera exponiendo un
culposo soborno.
—Son Timberlands, —Gray dijo—. Las botas de mi sobrina. No estaba seguro de tu
talla, pero tu pie parece tan pequeño como el de Shelly. Es una especie de
caminata. No hay lodo, pero tampoco es para caminar en sandalias con tacón.
—Él abrió la puerta—. ¿Querías zapatos de diseñador?
Ella palideció prácticamente se echó atrás en su asiento—. No. No, yo sólo
pensé… No importa. Estos están bien, perfectos.

Dave, el conductor, los había llevado tan cerca del lugar de picnic como pudo.
Sin embargo, la cantera del lago estaba a una buena distancia de la carretera.
Joseph no había estado allí en años, pero había tenido un extraño sueño la noche
anterior con Demi y él en el lago. Ella salía del agua desnuda.
Joseph sacudió el erótico recuerdo de su cerebro. Hoy quería mantener un estricto
control, sobre todo en sus acciones, así como en sus pensamientos. No quería
arriesgarse a perder el control como lo había hecho en su forma de lobo. Jesús,
ella hacia salir el animal en él.
Llevando la caja de pastelería por ella, él escuchó el sordo juramento de Demi y
miró hacia atrás en el momento en que ella se recuperaba del tropiezo con la raíz
de un árbol. Él la agarró de la mano sin pensar. Ella se sobresaltó, pero luego le
sujeto la mano fuertemente. Se sentía tan bien. Él trató de ignorarlo.
Joseph contemplaba su pierna elevarse sobre la raíz del árbol que sobresalía, la
pierna bien formada estiraba los límites de su adecuado vestido.

La idea era congraciarse con Demi, conocerla, dejarla conocerlo un poco. Sí, él
usaría la seducción suficiente para influenciarla. Usaría su atracción ya floreciente
para ganarse su lealtad. Cuando Cadwick hiciera su movimiento él quería que
Demi tuviera todas las razones para rechazarlo.
Nada más. No importaba lo que Ester esperaba, no había nada realmente entre
él y Demi. No podía. Ya había demasiado entre ellos. El hecho de que ella no
pudiera recordar, no cambiaba nada.
Llegaron al estrecho claro a lo largo del borde del lago.
—¡Oh Dios mío! —Demi exhaló las palabras—. La cantera. —Ella se puso pálida.
—¿No te gusta? —Él hizo un gesto hacia la mesa bajita fijada sobre una alfombra
oriental. Grandes almohadones de colores estaban alineados a los dos lados de
la mesa mientras el sol chispeaba rayitos plateados sobre la cubierta de los platos.
La mirada de Demi se deslizó sobre la mesa, sus labios se entreabrieron—. No.
Es… es hermoso. Estoy sorprendida. Nunca lo hubiera adivinado. Yo… —Ella miró
en dirección opuesta y Joseph siguió su mirada.

Cuando él vio la enorme roca inclinada suavemente hacia el agua, su súbita
erección lo dejó aturdido por un segundo. El recuerdo de lo que ella había hecho
en su sueño. Buen Dios, llegaría al orgasmo sólo con pensar en eso. Él se dio la
vuelta, luchando para controlar sus pensamientos. Pero entonces la mano de ella
comenzó a temblar en la suya, la palma estaba humedecida. Ella se había
sonrojado, su respiración era poco profunda. Estaba tan aturdida como él lo
estaba, afectados con la misma rapidez. ¿Por qué?
—¿Comemos? —Ella dejó caer la mano y se dirigió a la mesa—. No puedo
esperar para ver que hay debajo de esas cubiertas.
Él siguió, pero su mente era un caos con un millón de pensamientos, miles de
preguntas. Algo estaba pasando entre ellos, algo que él no podía explicar pero
podía sentir, como sentía el bosque a su alrededor. El impulso de vida luchando
bajo la superficie, tocando la naturaleza primitiva dentro de él, estaba
conectado con el bosque y conectado con Demi.
Su mandíbula estaba rígida—. No. —Eso no está bien.
—¿Qué?
Su mirada se posó en la de Demi, sus ojos eran inquisitivos con unas pequeñas
arrugas en las esquinas.
— ¿No vamos a comer aquí? —Ella preguntó.
—Sí. Lo siento, yo estaba… Perdóname. Por favor. —Él hizo un gesto hacia el cojín
purpura de gran tamaño que estaba más cerca de ellos.
Se quitaron las botas y zapatos, pasándose de ida y vuelta la caja de pastelería,
cuidadosamente dieron un paso sobre la alfombra.
Esos ojos verdes estaban mirando fijamente sus pies, una mirada de completa
apreciación femenina se proyecto en su cara—. Lindos pies.
Esto era definitivamente una mala idea.
Joseph ignoró su semi-dura erección. Se trasladó hacia la mesa, guiando a Demi
con su mano en la parte baja de la espalda. Ella se sentó como una dama, las
rodillas juntas y las piernas recogidas hacia un lado. El apretado vestido le había
dejado pocas opciones.

Annette había puesto dos platos lado a lado. El otro lado de la mesa estaba lleno
de arreglos florales, un plato más grande con fruta y dos llameantes candelabros.
Con el espacio limitado y Demi ya sentada, Joseph no tenía más remedio que
tomar el cojín al lado de ella.
Después de un segundo o dos de moverse inquietamente, ambos aceptaron que
las piernas de ella se presionaran contra su muslo. Joseph hizo su mejor esfuerzo
para ignorar la sensación.
—¿Y qué hay debajo de las cubiertas? —Ella preguntó, desconfiada—.
¿Langosta? ¿Trufas? O no, apuesto a que es steaktartare* ¿O tal vez codorniz?
¿Steaktartare? En lugar de contradecir sus bizarras suposiciones, Joseph se acercó y
quitó las dos cubiertas al mismo tiempo—. Sándwiches de mantequilla de maní,
galletitas y un vaso de leche. Me dijeron que era tu favorito.
Ella parpadeó, mirando fijamente el plato.
—Estas decepcionada. Lo siento. Yo pensé…
—No. — Ella le agarró la mano y le sonrió. —Es perfecto. Tienes razón. Es mi
favorito. Pero tu… estoy segura que preferirías tener, no lo sé, cangrejos de
concha suave o algo así.
Joseph resopló, poniendo las cubiertas a un lado—. No. No soy un amante de la
comida de mar. Además, no hay nada mejor que los sándwiches de mantequilla
de maní para los nervios.
—Lo sé. —Su mirada se posó en la suya como si acabara de oír lo que él había
dicho—. ¿Estas nervioso?
—Oh. No. Quiero decir… — Él la miró fijamente. Algo había cambiado en la
manera en que ella lo miraba. Había una suavidad en sus ojos, la fácil curva de su
sonrisa, como si él fuera de repente más atractivo para ella. Dios lo ayudara, a él
le gustaba la manera en que ella lo estaba mirando.
—Sí. —Él dijo—. Un poquito. Supongo. ¿Tu?
Ella se rió y los pequeños rizos saltaron a los lados de su rostro balanceándose
contra sus ruborizadas mejillas—. Sí. Yo también.
Él podía oler el aroma de lavanda de su champú, le encantaría sentir su cabello
rojo encendido en la mano, presionarlo contra la nariz, aspirarla a ella, la esencia
misma de ella.
Joseph parpadeó. Una rápida sacudida de cabeza y estaba fuera de la fantasía
mental.

—¿Estás bien?
Él no podía dejar de fruncir el ceño—. Sí. Solo estaba… ¿Cómo está tu sándwich?
Ella rió de nuevo, ligera y feliz—. No lo he probado todavía, pero es mantequilla
de maní. Es un poco difícil equivocarse con ella.
—Sí. Es verdad. —Él trató de reír, pero sabía que sonaría forzado.
—Es hermoso este lugar. Sabes, he escuchado que a los adolescentes de la zona
les gusta andar a hurtadillas hasta aquí para darse unos chapuzones desnudos.
Su atención se fijo en ella—. ¿Lo has hecho?
—¿Yo? —El rubor coloreó su cara y corrió por su nuca hasta el cuello redondo de
su vestido. Joseph siguió el rastro de ese rubor. ¿Se había extendido más lejos? ¿Se
calentarían sus pechos como lo hicieron sus mejillas? ¿Estaría caliente entre sus
muslos?
—Bueno, sí. Una o dos veces. Pero eso fue hace muchísimo tiempo. Cuando vivía
en la casita de campo con la abuela.
Él no quería pensar en eso. No podía dejar de pensarlo. El recuerdo de su sueño,
la realidad de ella nadando desnuda, los pensamientos e imágenes mezcladas
como una película erótica en su cabeza.

Ella tomó un sorbo de leche, dejando un delgado y blanco bigote revistiendo su
labio superior cuando terminó. Ella se humedeció su labio, pero una débil línea de
leche permaneció—. ¿Entonces por qué me trajiste aquí? Es sobre la tierra de la
abuela, ¿Verdad? Por lo menos estoy en lo cierto.
—Sí. —Él tragó saliva, con la mirada pegada en la línea de leche trazando su
labio.
—Yo quería que vieras qué está en riesgo si tu abuela vende.
—Pero ¿No es usted el que está tratando de comprar la tierra de la abuela?
—No, Demi. Yo no quiero que Ester se la venda a alguien.
—Así que ¿No estás tratando de seducirme?
Joseph abrió la boca, pero se dio cuenta que no sabía la respuesta. Exhaló. Cerró su
boca y desvió la mirada. Sus ojos aterrizaron en la caja de pastelería, con los
bordes abollados, aún puesta entre sus platos.
—¿Nunca me vas a enseñar que hay en la caja? —Él preguntó. No era el cambio
de tema más suave, pero lo haría.
Demi parpadeó, cogiéndola desprevenida, se enderezó—. Oh. Es… realmente
no es nada. Yo pensé en traer el postre.
Ella abrió la caja y el celestial aroma de chocolate flotaba.
—¿Brownies?

—Espero que te gusten las nueces. —Ella dijo.
Él sonrió, ella no podía saber por qué—. Me gustan. Mi madre solía hacerme
brownies. Ella era una panadera muy buena. Dios, amaba ayudarla.
—¿Tú horneas?
Joseph resopló—. Claro que no. Lo que hice nunca podría ser descrito como
hornear. Yo tomaba las medidas. De vez en cuando agitaba la mezcla. Fijaba la
temperatura. Mi especialidad. Principalmente la observaba.
—¿Eran cercanos?

Había sido hace mucho tiempo. Ser un hombre lobo había extendido su duración
de vida, lo cual significaba que esos recuerdos eran aun más lejanos—. Sí. Éramos
muy cercanos. Ella falleció hace muchos años, pero todavía puedo recordarla
desplazándose por la cocina, recopilando ingredientes, cocinando en un sartén,
mezclando sin ni siquiera mirar una receta de cocina. Se movía como si estuviera
flotando en una nube. Nunca cometía un error.
—¿Tú padre también ayudaba?
Joseph se burló—. No. Mi padre era de la creencia que los hombres eran hombres y
los hombres de verdad no entraban a una cocina excepto para informarle a sus
esposas que querían para la cena.

—Wow. Qué acto tan de 1950 por parte de él.
Ella estaba más cerca de lo que pensaba, pero Joseph mantuvo esa información
para sí mismo—. Correcto. Un hombre de verdad no llora como un niño. No
importaba. Yo la tenía a ella. Esas horas que pasaba solo con mi mamá mientras
ella horneaba me hacían libre. Podía contarle todo, mis miedos, mis angustias, mis
sueños y nunca pensó menos de mí. Nunca me hizo sentir avergonzado por no ser
duro como el acero todo el tiempo. Yo… extraño eso.

—Sé a lo que te refieres. Yo solía hornear con mi mamá también. Ella hacía el
mejor pastel de chocolate. Después de que falleció, yo solía sentarme en la
cocina por horas con mis ojos cerrados, imaginando que todavía podía oler ese
dulce y fresco aroma de algo recién horneado. Era como si ella aún estuviera
conmigo.

Una banda invisible presionó el pecho de Joseph. Los recuerdos de la noche en que
Demi había perdido a su mamá pasaron por su mente. Él los apartó.
—Es estúpido, —Ella dijo—. Pero es una gran parte de por lo que me gusta
hornear. Me hace sentir como si ella estuviera alrededor. Raro, ¿Eh?
Él extendió la mano y limpio la leche, todavía una húmeda línea estaba por
encima de su labio, él la retiró con el pulgar.
Querido Dios, sus labios eran tan suaves como parecían. Su mano se deslizó por la
mejilla de ella—. No. Es increíblemente adorable. Estoy seguro de que ella estaría
orgullosa de ti.
Los ojos de Demi se ensombrecieron con su toque. Ella se lamió el labio, trazando
en donde el pulgar de Joseph había estado.
—Tal vez podríamos tener un tiempo juntos y tú podrías, eh, tomar las medidas por
mí.
Ella se rió y el sonido complació su piel e hizo saltar su corazón.
—Me gustaría hacerlo.
—Sí. Seria agradable compartir con alguien que, tú sabes, entiende del tema. —
Su sonrisa temblaba, sus ojos de repente brillaron con lágrimas sin derramarse.
El corazón de Joseph se encogió, sus músculos se apretaron queriendo recogerla en
sus brazos. Sin pensarlo, su mano se había deslizado hacia el cuello de Demi, la trajo hacia él. Su mirada se desvió de esos suaves labios hasta sus ojos justo en el momento en que se cerraban y él tomo su boca con la suya. Caperucita Roja. Jesús, no sólo era el lobo en él quería devorarla.

Caperucita y El Lobo Capitulo 13




—Con Patrick. Era Patrick. Él dijo… —Su voz era suave, insegura. Y cuando sus
palabras se desvanecieron, Demi supo que la abuela se dio cuenta que su
mente le había estado jugando una mala pasada.
—Abuela, papá está muerto. Él no podría haberte dicho lo que está pasando con
mi préstamo. Piensa. ¿Quién era?
Quien quiera que estuviera alimentándola de la información financiera de Demi
estaba obviamente detrás de la tierra. Usaría cualquier medio necesario,
incluyendo hacer sentir culpable a una viejita. ¿Pero hacerse pasar por su hijo
muerto? Eso era algo demasiado bajo.

—Él dijo que era Patrick. Al principio no le creí. Pero me confundí algunas veces. Él
se parece a Patrick… un poquito. Yo sólo extraño a mi chico.
—Lo sé. Yo también extraño a Papá. Pero no es él. Alguien está tratando de
engañarte para que vendas la tierra y yo creo saber quién es. Hablaré con Clare,
en la recepción. Lo averiguáremos.
Los pensamientos acerca de Joseph Jonas jalaron a Demi en dos direcciones
diferentes. Su vientre se removió. Dios mío, ella siempre se había considerado muy
buena juzgando personalidades. ¿Cómo pudo volverse su instinto tan libido y
apagado?
Tal vez la abuela se refería a alguien más. Joseph  había parecido feliz cuando
Demi le dijo que no dejaría a nadie poner las manos en la tierra de la abuela. Y si
ella no lo conociera mejor, juraría que él realmente se preocupaba por la abuela.
Uff. Estoy agarrando un clavo ardiendo.
—¿Estás segura que no necesitas dinero, Caperucita Roja? —La abuela de
repente sonó muy lúcida—. Se lo prometí al lobo, pero él entendería que las
necesidades de mi nieta son lo primero.
—Estoy segura. El lobo se puede relajar. Tampoco permitiré que la tierra sea
vendida.

—Ah, qué extraño giro del destino, —dijo la abuela.
—¿Qué?
—Todos estos años protegiéndolos el uno del otro y aquí estas. Cada uno
protegiendo al otro del mundo.
—Sí, todo al revés. Demi no podía dejar de pensar que su vida hubiera sido
más fácil si el gran lobo malvado se hubiera quedado en el brumoso mundo de
los cuentos al que pertenecía.
***
—¿Tienes alguna idea de quién es el Sr. Jonas? —Cherri se detuvo a mitad del
tamizado para mirar a Demi, la mitad de la bandeja de panecillos de crema
estaba salpicada de azúcar en polvo.
Demi se encogió de hombros. Miró a Cherri y luego volvió a la masa del pastel
de manzana, apretando las abolladuras en el borde—. No importa.
—Tonterías. ¿Me estás diciendo que no buscaste nada en internet de él?
Demi se encogió de hombros, la reina de la indiferencia. Era un hecho que ella
había buscado información de él. Pero admitir eso significaba admitir que ella
sentía la respiración pesada, las bragas húmedas, y que olvidaba su propio
nombre, por el tipo que estaba tratando de engañar a su dulce abuelita. Ella no
quería admitir eso. Ni siquiera para ella misma.

—Bueno, yo busqué sobre él, —dijo Cherri—. Y es La Mierda. Lo digo enserio. Es Él
Hombre. El Gran Tipo. El Sr. Monopolio. Boardwalk, Park Place, el hombre posee
toda la junta directiva.
—Impresionante. Pero él no podrá volver a ver a la abuela. Hablé con Clare. Es un
trato hecho.
—¿Clare? ¿La mondadientes de la recepción? Sé que los maestros del jardín
infantil son más rudos que ella. ¿En verdad crees que ella puede detener a un
hombre como Joseph Jonas?
—Es un centro privado. Él no está por encima de la ley.
—Uh, ¿Holaaa? —Cherri empujó sus gafas con el dorso de la mano azucarada—.
¿Un tipo con esa cantidad de dinero y poder? Sí, él está por encima de la ley.
—No me intimida.
—Debería. Él ha salido con algunas de las mujeres más hermosas del mundo,
estrellas de cine, modelos, incluso una princesa. ¿Eso no te intimida?
—No. —Es deprimente.
—Estuvo casado una vez.
—¿De veras? —Ahora esa era una novedad para Demi.
—Ella lo dejó. Desapareció.
—Suele suceder.
—Él puede comprar y vender a Donald Trump. El hombre no posee un par de
zapatos, cinturones o portafolios que provengan de un ser vivo. Cuando come
comida china, lo hace… en China.
—No me importa.
—Él no lava su ropa interior. Sólo compra una nueva.
—Cherri.
—Y son hechos a medida.
—Basta. —Ella no podría contener la risa por mucho más tiempo.
—Bien. ¿Qué tal esto? Él también es tu vecino.
—¿Qué? —Demi le dijo bruscamente a Cherri, con el pastel en una mano y la
puerta del horno en la otra.
—No buscaste información sobre él, ¿Verdad? No lo puedo creer. —Cherri se dio
la vuelta y acabo de esparcir la azúcar sobre los panecillos.
—De acuerdo, de acuerdo. Dejé de leer después de la parte de lo de la princesa.
¿Feliz ahora? Cuéntame la parte de que él es mi vecino.
Demi empujó el pastel en el horno, ajusto el temporizador, luego tomó el
banquillo vacío de la mesa de preparación de Cherri.
—Bueno, él físicamente no es tu vecino, a menos que viva en alguna parte de la
reserva Wild Game al lado del terreno de tu abuela.
— ¿La reserva?
—Sí. Él es el dueño.
Demi siempre pensó que la reserva era algún proyecto gubernamental. Nunca
había visto nada remotamente exótico… excepto el gran lobo plateado. Ella con
seguridad nunca había visto ninguna señal de una casa.
—¿Es el dueño?
—Sí.
—Entonces ¿Por qué estaba tratando de conseguir que la abuela vendiera la
tierra? La campanilla de la puerta principal sonó—. ¿Hola?
Demi se paró rígidamente. Ella conocía esa voz—. Ese es él.
—¿Él, quién? —Cherri se echó hacia atrás, tratando de ver a través de la puerta
de entrada hacia el mostrador.

Demi se quitó el delantal torpemente y lo arrojó sobre el banquillo. Se retorcía el
cabello alrededor de las sienes con sus dedos. Girándolos en espiral, revitalizando
los rizos. Buscó el moño de cabello en la corona de su cabeza. El desordenado
moño, seguía desordenado.
Un manchón de harina en el borde de su vestido sin mangas atrapó su atención y
se apresuró a sacudírselo antes de comprobar su reflejo en una de las ollas de
metal que colgaban por encima de la mesa. Seguía siendo pelirroja. Pecosa.
Nada podía ser hecho al respecto.

Demi tomó un largo respiro y se dirigió a través de la puerta—. Quédate aquí.
—De acuerdo. Pero ¿Quién es? —Cherri dijo después de ella.
Demi pasó alrededor de las vitrinas. —Sr. Jonas. ¿Qué puedo hacer por usted?
Él se veía confiadamente casual en unos pantalones de color rojizo-marrón, un
jersey negro, una camiseta ceñida a su pecho y una ligera chaqueta de cuadros,
vestía a la moda. Incluso si llevara zapatillas de deporte o zapatos acordonados,
tendrían un costo de cientos de dólares.

Demi pensó en la ropa interior. ¿Hecha a medida? Y luego pensó en él paquete
dentro de la ropa interior. Todo natural. Sus mejillas se enrojecieron. Muchas
gracias, Cherri. Ella trató de pensar en otra cosa.
—Señorita Lovato, usted se ve… —Él exhaló—. Adorable. —Dijo “adorable” como si
fuera una declaración comedida. Bien hecho. Ella forcejeó su sonrisa mientras la
mirada de él viajaba por su cuerpo de arriba hacia abajo. No era la mirada más
lujuriosa, pero era muy masculina. Un rápido estremecimiento recorrió sus
hombros.
—Si esto es acerca de mi abuela y la clínica Green Acres, realmente no hay más
que discutir.
Esos pálidos ojos azules se encontraron con los de ella, él frunció el ceño.
—¿Disculpa?
—Oh. —Tal vez el no sabía sobre la no-admisión que ella había determinado en
Green Acres—. ¿Por qué esta aquí Sr. Jonas?
A juzgar por su pequeño sobresalto, ella debía de haber sonado más ruda de lo
que había previsto—. Es Joseph. Por favor. Sr. Jonas suena demasiado… me sentiría
honrado sí me llamará Joseph.
—Bien. Joseph. —Ella esperó una respuesta, aunque la forma en que él la miraba
fijamente, era como si estuviera luchando contra el deseo de extender la mano y
tocarla. En realidad no parecía importante el por qué él estaba allí. Ella
simplemente estaba feliz porque era él.
No. Él es un asno.
Él sonrió, con una de sus casi-ladeadas sonrisas que la hacían pensar que él podía
leer su mente—. Toma el almuerzo conmigo, —él dijo.
—¿El almuerzo? —Eso no lo vi venir.
—Sí.
Ella había pensado que él vendría con advertencias, demostrándole los peligros
de desafiar a un hombre de su considerable poder y riqueza. Eso, ella lo hubiera
manejado. ¿Pero esto? —No puedo almorzar contigo.
—¿Por qué no? Tú todavía no has comido, ¿Verdad?
—No.
—¿Tú comes, cierto?
Demi se burló—. Sí. —Cuando me acuerdo.
—Bien. Entonces ven conmigo.
—Es medio día. Tengo una tienda que atender. Tú sabes que algunos de nosotros
tenemos que ensuciar nuestras manos para mantener nuestros negocios en
marcha. No puedo.

—Lo tengo todo cubierto, —Cherri gritó desde la parte trasera del salón de
preparación—. Ve. Tómate el día libre. Ni siquiera te extrañaremos aquí.
Demi  podía decir por la cercanía de la voz de Cherri que ella estaba apoyada
contra la pared al lado de la puerta, escuchando—. Ella está bromeando. Yo soy
absolutamente indispensable aquí. No puede atender el lugar.
—Sí, yo puedo, —dijo Cherri—. Lo he hecho antes. Un montón de veces. Ve. Toma
el almuerzo. No hay razón para sentirse intimidada.
Eso es todo, en la primera oportunidad que tuviera, despediría a esa entrometida.
Y esta vez sería en serio. Probablemente. De acuerdo, probablemente no lo haría,
pero ella la haría pensar en lo que hizo.

Demi miró a Joseph en el momento en que se estaba pasando una de sus enormes
manos por su cabello. Que contraste tan agradable, una piel bronceada,
perdiéndose entre el sedoso color plata y negro. El gesto subió la manga de su
chaqueta, mostrando un musculoso antebrazo con oscuros pelos. Algo realmente
masculino.

Ella no podía dejar de seguir con la mirada su mano dirigiéndose de nuevo al
bolsillo delantero de su pantalón, dejando su pulgar colgar de una esquina al
igual que el otro. Cuando él dejó de moverse, la mirada de ella se apartó de él.
Él la había estado observando mientras lo miraba. Esa media sonrisa tirando de la
comisura de su boca apareció de nuevo. El cuerpo de Demi se calentó, una ola
de calor se onduló hasta su centro, preparando su cuerpo para lo que quería, sin
importar las protestas de su cerebro.
—¿Por qué? —Ella dijo.
Sus cejas se apretaron, haciendo desaparecer la arrogante sonrisa—. ¿Perdón?
—¿Por qué quiere almorzar conmigo? —Él podía citar a cualquiera. Él había salido
con todo el mundo. ¿Por qué ella?
—Pensé que podríamos hablar.
¡Ajá! Hablar. Sobre la abuela y su terreno, sin duda. Ella estaba en lo cierto.
Dejaría a un lado a la viejita, y comenzaría a usar sobre ella esos ojos lindos y esa
voz sexy. Finalmente.
¿Cuántos acuerdos él había hecho de esta manera? ¿Cuántas de esas mujeres
con las que había sido fotografiado habían sido víctimas de su encanto y
palpable atractivo sexual?

¿La levaría a algún lugar exótico? ¿La sobornaría con vinos caros y caviar de
trescientos dólares? ¿Le compraría joyas y vestidos de diseñador sólo para llevarla
a un ballet o tal vez a la ópera? ¿Trataría de comprar su ayuda para ponerla
contra su abuelita?
—Sólo hablar, ¿Eh? —Ella preguntó. Él era demasiado sexy, pero la rápida cita no
le haría olvidar los trucos crueles que él había usado con la abuela.
—Sí. Sólo hablar. Y comer.

Dios mío, sería genial dejarlo desperdiciar todo su dinero por todo lado,
mostrando intermitente casi-sexy sonrisa, pensando que él estaba siendo astuto,
manipulándola. Y luego al final del día ella le diría “Muérdeme”, observaría su
mandíbula caer al suelo. Eso serviría. Tengo razón.
—Bien. Llévame a tomar el almuerzo.