Joseph imaginó que Demi se
sorprendería cuando su conductor giró hacia el
camino de grava con la señal de la reserva Wild Game, pero parecía
casi
confundida.
—¿Hay una pista privada en algún lugar del bosque? —Ella miró a
través de la
ventana del carro, tratando de encontrar algo entre los árboles,
escudriñando en
la oscuridad. Sus manos se tensaron alrededor de la caja de
pastelería que tenía
en el regazo, causando abolladuras en los bordes.
—Uh, no. No hay una pista de aterrizaje. Ni helipuerto. —¡Jesús!,
¿dónde estaba
esperando que la llevara a tomar el almuerzo? Él había tenido
citas con muchas
mujeres que esperaban veladas totalmente excéntricas, pero no
había vinculado
a Demi con ese tipo de mujer. Ella había sido criada por Ester, así que
pensó que
ella sería más centrada, más… real.
Después de varios minutos de viajar por la grava del bosque, el
carro se detuvo.
Joseph se agachó y sacó una caja de
zapatos de debajo del asiento del
conductor.
Se la tendió a Demi—. Ten. Es posible que quieras ponértelas.
Ella dio la vuelta, su mirada bajó hacia la caja. Una extraña
sonrisa se cruzó en sus
labios—. Me compraste zapatos, ¿Eh?
—En realidad, yo…
—Que son, ¿Manolo Blahnik? ¿Jimmy Choo? ¿Prada? —Ella le entregó
la caja
pastelera y retiró la tapa de la caja de zapatos como si estuviera
exponiendo un
culposo soborno.
—Son Timberlands, —Gray dijo—. Las botas de mi sobrina. No estaba
seguro de tu
talla, pero tu pie parece tan pequeño como el de Shelly. Es una
especie de
caminata. No hay lodo, pero tampoco es para caminar en sandalias
con tacón.
—Él abrió la puerta—. ¿Querías zapatos de diseñador?
Ella palideció prácticamente se echó atrás en su asiento—. No. No,
yo sólo
pensé… No importa. Estos están bien, perfectos.
Dave, el conductor, los había llevado tan cerca del lugar de
picnic como pudo.
Sin embargo, la cantera del lago estaba a una buena distancia de
la carretera.
Joseph no había estado allí en
años, pero había tenido un extraño sueño la noche
anterior con Demi y él en el lago. Ella salía del agua desnuda.
Joseph sacudió el erótico recuerdo
de su cerebro. Hoy quería mantener un estricto
control, sobre todo en sus acciones, así como en sus pensamientos.
No quería
arriesgarse a perder el control como lo había hecho en su forma de
lobo. Jesús,
ella hacia salir el animal en él.
Llevando la caja de pastelería por ella, él escuchó el sordo
juramento de Demi y
miró
hacia atrás en el momento en que ella se recuperaba del tropiezo con la raíz
de
un árbol. Él la agarró de la mano sin pensar. Ella se
sobresaltó, pero luego le
sujeto la mano fuertemente. Se sentía tan bien. Él trató de
ignorarlo.
Joseph contemplaba su pierna
elevarse sobre la raíz del árbol que sobresalía, la
pierna bien formada estiraba los límites de su adecuado vestido.
La idea era congraciarse con Demi, conocerla, dejarla
conocerlo un poco. Sí, él
usaría la seducción suficiente para influenciarla. Usaría su
atracción ya floreciente
para ganarse su lealtad. Cuando Cadwick hiciera su movimiento él
quería que
Demi tuviera todas las razones
para rechazarlo.
Nada más. No importaba lo que Ester esperaba, no había nada
realmente entre
él y Demi. No podía. Ya había demasiado entre ellos. El hecho de que ella no
pudiera recordar, no cambiaba nada.
Llegaron al estrecho claro a lo largo del borde del lago.
—¡Oh Dios mío! —Demi exhaló las palabras—. La cantera. —Ella se puso pálida.
—¿No te gusta? —Él hizo un gesto hacia la mesa bajita fijada sobre
una alfombra
oriental. Grandes almohadones de colores estaban alineados a los
dos lados de
la mesa mientras el sol chispeaba rayitos plateados sobre la
cubierta de los platos.
La mirada de Demi se deslizó sobre la mesa, sus labios se entreabrieron—. No.
Es… es hermoso. Estoy sorprendida. Nunca lo hubiera adivinado. Yo…
—Ella miró
en dirección opuesta y Joseph
siguió su mirada.
Cuando él vio la enorme roca inclinada suavemente hacia el agua,
su súbita
erección lo dejó aturdido por un segundo. El recuerdo de lo que
ella había hecho
en su sueño. Buen Dios, llegaría al orgasmo sólo con pensar en
eso. Él se dio la
vuelta, luchando para controlar sus pensamientos. Pero entonces la
mano de ella
comenzó a temblar en la suya, la palma estaba humedecida. Ella se
había
sonrojado, su respiración era poco profunda. Estaba tan aturdida
como él lo
estaba, afectados con la misma rapidez. ¿Por qué?
—¿Comemos? —Ella dejó caer la mano y se dirigió a la mesa—. No
puedo
esperar para ver que hay debajo de esas cubiertas.
Él siguió, pero su mente era un caos con un millón de
pensamientos, miles de
preguntas. Algo estaba pasando entre ellos, algo que él no podía
explicar pero
podía sentir, como sentía el bosque a su alrededor. El impulso de
vida luchando
bajo la superficie, tocando la naturaleza primitiva dentro de él,
estaba
conectado con el bosque y conectado con Demi.
Su mandíbula estaba rígida—. No. —Eso no está bien.
—¿Qué?
Su mirada se posó en la de Demi, sus ojos eran inquisitivos con unas pequeñas
arrugas en las esquinas.
— ¿No vamos a comer aquí? —Ella preguntó.
—Sí. Lo siento, yo estaba… Perdóname. Por favor. —Él hizo un gesto
hacia el cojín
purpura de gran tamaño que estaba más cerca de ellos.
Se quitaron las botas y zapatos, pasándose de ida y vuelta la caja
de pastelería,
cuidadosamente dieron un paso sobre la alfombra.
Esos ojos verdes estaban mirando fijamente sus pies, una mirada de
completa
apreciación femenina se proyecto en su cara—. Lindos pies.
Esto era definitivamente una mala idea.
Joseph ignoró su semi-dura
erección. Se trasladó hacia la mesa, guiando a Demi
con su mano en la parte baja de la espalda. Ella se sentó como una
dama, las
rodillas juntas y las piernas recogidas hacia un lado. El apretado
vestido le había
dejado pocas opciones.
Annette había puesto dos platos lado a lado. El otro lado de la
mesa estaba lleno
de arreglos florales, un plato más grande con fruta y dos
llameantes candelabros.
Con el espacio limitado y Demi
ya sentada, Joseph no tenía más remedio que
tomar el cojín al lado de ella.
Después de un segundo o dos de moverse inquietamente, ambos
aceptaron que
las piernas de ella se presionaran contra su muslo. Joseph hizo su mejor esfuerzo
para ignorar la sensación.
—¿Y qué hay debajo de las cubiertas? —Ella preguntó, desconfiada—.
¿Langosta? ¿Trufas? O no, apuesto a que es steaktartare* ¿O tal
vez codorniz?
¿Steaktartare? En lugar de contradecir sus bizarras suposiciones, Joseph se acercó y
quitó las dos cubiertas al mismo tiempo—. Sándwiches de
mantequilla de maní,
galletitas y un vaso de leche. Me dijeron que era tu favorito.
Ella parpadeó, mirando fijamente el plato.
—Estas decepcionada. Lo siento. Yo pensé…
—No. — Ella le agarró la mano y le sonrió. —Es perfecto. Tienes
razón. Es mi
favorito. Pero tu… estoy segura que preferirías tener, no lo sé,
cangrejos de
concha suave o algo así.
Joseph resopló, poniendo las
cubiertas a un lado—. No. No soy un amante de la
comida de mar. Además, no hay nada mejor que los sándwiches de
mantequilla
de maní para los nervios.
—Lo sé. —Su mirada se posó en la suya como si acabara de oír lo que
él había
dicho—. ¿Estas nervioso?
—Oh. No. Quiero decir… — Él la miró fijamente. Algo había cambiado
en la
manera en que ella lo miraba. Había una suavidad en sus ojos, la
fácil curva de su
sonrisa, como si él fuera de repente más atractivo para ella. Dios
lo ayudara, a él
le gustaba la manera en que ella lo estaba mirando.
—Sí. —Él dijo—. Un poquito. Supongo. ¿Tu?
Ella se rió y los pequeños rizos saltaron a los lados de su rostro
balanceándose
contra sus ruborizadas mejillas—. Sí. Yo también.
Él podía oler el aroma de lavanda de su champú, le encantaría
sentir su cabello
rojo encendido en la mano, presionarlo contra la nariz, aspirarla
a ella, la esencia
misma de ella.
Joseph parpadeó. Una rápida
sacudida de cabeza y estaba fuera de la fantasía
mental.
—¿Estás bien?
Él no podía dejar de fruncir el ceño—. Sí. Solo estaba… ¿Cómo está
tu sándwich?
Ella rió de nuevo, ligera y feliz—. No lo he probado todavía, pero
es mantequilla
de maní. Es un poco difícil equivocarse con ella.
—Sí. Es verdad. —Él trató de reír, pero sabía que sonaría forzado.
—Es hermoso este lugar. Sabes, he escuchado que a los adolescentes
de la zona
les gusta andar a hurtadillas hasta aquí para darse unos
chapuzones desnudos.
Su atención se fijo en ella—. ¿Lo has hecho?
—¿Yo? —El rubor coloreó su cara y corrió por su nuca hasta el
cuello redondo de
su vestido. Joseph siguió el rastro de ese rubor. ¿Se había extendido más lejos? ¿Se
calentarían sus pechos como lo hicieron sus mejillas? ¿Estaría
caliente entre sus
muslos?
—Bueno, sí. Una o dos veces. Pero eso fue hace muchísimo tiempo.
Cuando vivía
en la casita de campo con la abuela.
Él no quería pensar en eso. No podía dejar de pensarlo. El
recuerdo de su sueño,
la realidad de ella nadando desnuda, los pensamientos e imágenes
mezcladas
como una película erótica en su cabeza.
Ella tomó un sorbo de leche, dejando un delgado y blanco bigote
revistiendo su
labio superior cuando terminó. Ella se humedeció su labio, pero
una débil línea de
leche permaneció—. ¿Entonces por qué me trajiste aquí? Es sobre la
tierra de la
abuela, ¿Verdad? Por lo menos estoy en lo cierto.
—Sí. —Él tragó saliva, con la mirada pegada en la línea de leche
trazando su
labio.
—Yo quería que vieras qué está en riesgo si tu abuela vende.
—Pero ¿No es usted el que está tratando de comprar la tierra de la
abuela?
—No, Demi. Yo no quiero que Ester se la venda a alguien.
—Así que ¿No estás tratando de seducirme?
Joseph abrió la boca, pero se dio
cuenta que no sabía la respuesta. Exhaló. Cerró su
boca y desvió la mirada. Sus ojos aterrizaron en la caja de
pastelería, con los
bordes abollados, aún puesta entre sus platos.
—¿Nunca me vas a enseñar que hay en la caja? —Él preguntó. No era
el cambio
de tema más suave, pero lo haría.
Demi parpadeó, cogiéndola
desprevenida, se enderezó—. Oh. Es… realmente
no es nada. Yo pensé en traer el postre.
Ella abrió la caja y el celestial aroma de chocolate flotaba.
—¿Brownies?
—Espero que te gusten las nueces. —Ella dijo.
Él sonrió, ella no podía saber por qué—. Me gustan. Mi madre solía
hacerme
brownies. Ella era una panadera muy buena. Dios, amaba ayudarla.
—¿Tú horneas?
Joseph resopló—. Claro que no. Lo
que hice nunca podría ser descrito como
hornear. Yo tomaba las medidas. De vez en cuando agitaba la
mezcla. Fijaba la
temperatura. Mi especialidad. Principalmente la observaba.
—¿Eran cercanos?
Había sido hace mucho tiempo. Ser un hombre lobo había extendido
su duración
de vida, lo cual significaba que esos recuerdos eran aun más
lejanos—. Sí. Éramos
muy cercanos. Ella falleció hace muchos años, pero todavía puedo
recordarla
desplazándose por la cocina, recopilando ingredientes, cocinando
en un sartén,
mezclando sin ni siquiera mirar una receta de cocina. Se movía
como si estuviera
flotando en una nube. Nunca cometía un error.
—¿Tú padre también ayudaba?
Joseph se burló—. No. Mi padre era
de la creencia que los hombres eran hombres y
los hombres de verdad no entraban a una cocina excepto para
informarle a sus
esposas que querían para la cena.
—Wow. Qué acto tan de 1950 por parte de él.
Ella estaba más cerca de lo que pensaba, pero Joseph mantuvo esa información
para sí mismo—. Correcto. Un hombre de verdad no llora como un
niño. No
importaba. Yo la tenía a ella. Esas horas que pasaba solo con mi
mamá mientras
ella horneaba me hacían libre. Podía contarle todo, mis miedos,
mis angustias, mis
sueños y nunca pensó menos de mí. Nunca me hizo sentir avergonzado
por no ser
duro como el acero todo el tiempo. Yo… extraño eso.
—Sé a lo que te refieres. Yo solía hornear con mi mamá también.
Ella hacía el
mejor pastel de chocolate. Después de que falleció, yo solía
sentarme en la
cocina por horas con mis ojos cerrados, imaginando que todavía
podía oler ese
dulce y fresco aroma de algo recién horneado. Era como si ella aún
estuviera
conmigo.
Una banda invisible presionó el pecho de Joseph. Los recuerdos de la noche
en que
Demi había perdido a su mamá
pasaron por su mente. Él los apartó.
—Es estúpido, —Ella dijo—. Pero es una gran parte de por lo que me
gusta
hornear. Me hace sentir como si ella estuviera alrededor. Raro,
¿Eh?
Él extendió la mano y limpio la leche, todavía una húmeda línea
estaba por
encima de su labio, él la retiró con el pulgar.
Querido Dios, sus labios eran tan suaves como parecían. Su mano se
deslizó por la
mejilla de ella—. No. Es increíblemente adorable. Estoy seguro de
que ella estaría
orgullosa de ti.
Los ojos de Demi se ensombrecieron con su toque. Ella se lamió el labio, trazando
en donde el pulgar de Joseph
había estado.
—Tal vez podríamos tener un tiempo juntos y tú podrías, eh, tomar
las medidas por
mí.
Ella se rió y el sonido complació su piel e hizo saltar su
corazón.
—Me gustaría hacerlo.
—Sí. Seria agradable compartir con alguien que, tú sabes, entiende
del tema. —
Su sonrisa temblaba, sus ojos de repente brillaron con lágrimas
sin derramarse.
El corazón de Joseph se encogió, sus músculos se apretaron queriendo recogerla en
sus brazos. Sin pensarlo, su mano se había deslizado hacia el
cuello de Demi, la trajo hacia él. Su mirada se desvió de esos suaves labios
hasta sus ojos justo en el momento en que se cerraban y él tomo su boca con la
suya. Caperucita Roja. Jesús, no sólo era el lobo en él quería devorarla.