martes, 2 de abril de 2013

Quimica Perfecta Capitulo 40



Joe
    

Tras la muerte de mi padre, mi madre nos animó, a mis hermanos y a mí, a que nos curáramos con ayuda de la música. Bailábamos por toda la casa, y nos turnábamos para hacerlo con ella. Creo que era su modo de olvidar el dolor, al menos durante un tiempo. Por la noche la oía sollozar en su habitación. Nunca abrí la puerta, pero deseaba ponerme a cantar y hacer que su dolor se desvaneciera.
    Hablo con la banda antes de coger el micrófono.

    - No me gustaría hacer el idiota, pero los hermanos Jonas no pueden rechazar una petición de la novia. Elena es muy persuasiva.
    - ¡Ya te digo! -grita Jorge.

    Elena le da un puñetazo en el brazo y la cara de su marido se retuerce con una mueca. Elena sabe dónde tiene que dar el golpe. Jorge le da un beso; se siente demasiado feliz como para darle más importancia de la que tiene.

    A mis hermanos y a mí nos toca cantar, pero nada de canciones tristes. Improvisamos algunos temas de Enrique Iglesias, Shakira y e incluso de mi grupo favorito, Maná. Cuando me arrodillo para cantarles a mis primos pequeños, le guiño un ojo a Demi.

    Es entonces cuando reparo en el silencio de la multitud y en los susurros de conmoción. Héctor está aquí. El hecho de que ande por aquí no augura nada bueno. Se pasea por el jardín con su traje caro, entre las miradas de los invitados. Termino la canción y tomo asiento junto a Demi. Siento la necesidad de protegerla.
    - ¿Quieres un cigarrillo? -me pregunta Paco mientras saca su paquete de Marlboro del bolsillo trasero.
    - No.
    Paco me mira con curiosidad, se encoge de hombros y enciende su pitillo.
    - Cantas genial, Joe. Si me hubieras dado unos minutos más, tendría a tu novia comiéndome de la mano.
    La ha llamado mí novia. ¿Es mi chica?
    La llevo hasta una nevera llena de bebidas. Paco nos sigue. Me ando con pies de plomo para no llevarla a donde se encuentra Héctor.

    Mario, un amigo de uno de mis primos, está junto a la nevera; viste los colores de la pandilla Python Trío y unos vaqueros gigantes y holgados que le cuelgan del culo. Los Python Trío son nuestros aliados, pero si Demi lo viera por la calle, lo más probable es que saliera corriendo en la dirección opuesta.
    Joe, Paco, ¿qué tal? -saluda Mario.

    - Ya veo que te has vestido de gala para la boda, Mario -murmuro.
    - Calla, los esmóquines son para los blancos -suelta Mario, sin reparar en Demi -. Los pandilleros de los suburbios sois demasiado blandengues. En la ciudad hay hermanos de verdad.

    - Vale, tipo duro -le desafía Paco con absoluta confianza-. Corre y cuéntaselo a Héctor.
    Miro a Mario.

    - Tío, sí sigues soltando bobadas como esa - le digo-, te mostraré de primera mano lo duros que podemos llegar a ser. Nunca subestimes a los Latino Blood.
    - Bueno, tengo una cita con una botella de Coronita. Nos vemos luego, chicos -concluye, y se aleja de nosotros.

    - Parece que se ha cagado en los pantalones -sugiere Paco, que sigue con la mirada la retirada de Mario.

    Demi está más blanca de lo que ya es de por sí.
    - ¿Te encuentras bien?

    - Has amenazado a ese tío –susurra-. Es decir, hablabas en serio.
    En lugar de responderle, la cojo de la mano y la llevo hacia un lado de la improvisada pista de baile, que no es más que un área de césped. Está sonando una balada.

    Cuando tiro de ella, Demi se aparta.
    - ¿Qué estás haciendo?

    - Baila conmigo -le ordeno-. No te enfades. Rodéame con tus brazos y bailemos.
    No quiero oír cómo dice que soy un pandillero, que le da miedo y que si quiero salir con ella, tendré que dejar este mundo.
    - Pero...
    - Olvida lo que le he dicho a Mario -le ruego muy cerca de su oído-. Estaba poniéndome a prueba; es su modo de averiguar nuestra lealtad hacia Héctor. Si percibe algún tipo de discordia, su pandilla puede aprovecharlo para imponerse a la nuestra. Verás, todas las pandillas se dividen en Colegas y Gente. Cada banda está asociada con uno u otro grupo, y los que están afiliados con los Colegas son rivales de los que lo están con la Gente. Mario está afiliado...
    - ¡ Joe! -me interrumpe.

    - Sí.
    - Asegúrame que no ocurrirá nada malo.
    No puedo.
    - No te preocupes, limítate a bailar -murmuro mientras me llevo sus brazos al cuello y empezamos a movernos de nuevo.

    Por encima de Demi, veo que Héctor y mi madre mantienen una acalorada conversación. Me pregunto de qué estarán hablando. Ella empieza a distanciarse un poco, hasta que él la agarra por el brazo y le dice algo al oído. Justo cuando estoy a punto de dejar de bailar para averiguar qué demonios ocurre, mi madre sonríe a Héctor juguetona y estalla en carcajadas por algo que ha dicho. Es obvio que estoy paranoico.

    Las horas pasan y la oscuridad se cierne sobre la ciudad. La fiesta todavía continúa cuando caminamos hacia el coche. De vuelta a Fairfield, ambos guardamos silencio.
    - Ven aquí -le pido suavemente al detener el coche en el aparcamiento del taller.
    Ella se inclina sobre la palanca de cambios, acortando la distancia que nos separa.
    - Me lo he pasado genial -susurra-. Bueno, excepto la parte en la que me he tenido que esconder en el baño... y cuando tú amenazaste a ese tipo.
    - Olvídate de eso y bésame.

    Deslizo las manos en su cabello. Ella me rodea el cuello con los brazos mientras yo trazo con la lengua la cuenca de sus labios. Ella los abre y yo la beso con más intensidad. Es como un tango, primero nos movemos a un ritmo lento y rítmico, después, empezamos a jadear cuando nuestras lenguas se encuentran y el beso adopta un ritmo ardiente y precipitado que no quiero que acabe nunca. Puede que los besos de Carmen fueran picantes, pero los de Demi son más sensuales, sexys y extremadamente adictivos.

    En el coche estamos muy apretados y los asientos no nos dejan espacio suficiente. Antes de que me dé cuenta, nos hemos colocado en los asientos de atrás. Sigue sin parecerme ideal, pero apenas reparo en ello.

    Estoy demasiado absorto con sus gemidos, sus besos y sus manos en mi pelo. Y con el olor a galletas de vainilla. Esta noche no quiero llegar muy lejos con ella. Sin embargo, mi mano recorre su muslo desnudo.

    - Me hace sentir tan bien -admite casi sin aliento.
    Nos recostamos en los asientos y me permito explorarla con las manos. Acaricio con los labios el hueco de su cuello y le suelto los tirantes del vestido y del sujetador. En respuesta, ella me desabrocha la camisa. Una vez abierta, sus dedos me recorren el pecho y los hombros, abrasándome la piel.
    - Eres... perfecto -jadea.

    Ahora mismo no son palabras precisamente lo que deseo intercambiar con ella. Muy despacio, trazo con la lengua un sendero sobre su piel sedosa, expuesta a la brisa de la noche. Ella me agarra por el pelo, incitándome a seguir adelante. Tiene un sabor tan agradable. Demasiado. ¡A caramelo!

    Me aparto unos cuantos centímetros para mirarla a los ojos, esos ojos color azul zafiro que resplandecen de deseo. Eso sí que es la perfección.

    - Te deseo -le confieso con voz ronca. Presiona mi entrepierna y siento una mezcla de dolor y placer casi insoportable. Pero cuando empiezo abajarle las braguitas, ella me aparta la mano y se separa de mí.
    - No... No estoy preparada para esto. Déjalo, Joe.

    Me aparto de ella y me incorporo en el asiento, esperando a que se me baje el calentón. La miro mientras se anuda los tirantes y vuelve a ponerse la ropa. Mierda, he ido demasiado rápido. Me dije a mí mismo que no debía emocionarme, que debía controlarme cuando estaba con ella. Me paso una mano por el pelo y dejo escapar un suspiro.

    - Lo siento.
    - No, soy yo quien lo siente. No es culpa tuya. He sido yo quien te ha metido prisa, y tienes derecho a estar enfadado. Mira, acabo de salir de una relación y están pasando muchas cosas en casa -me explica, llevándose las manos a la cara-. Estoy tan confusa.

    Coge el bolso y abre la puerta del coche. La sigo, con la camisa negra abierta y ondeando a merced del viento, como la capa de un vampiro. Como eso, o como la capa del ángel de la muerte.
    - Demi, espera.

    - Por favor... abre la puerta del garaje. Necesito el coche.
    - No te vayas.
    Introduzco la contraseña en el teclado electrónico.
    - Lo siento -se lamenta una vez más.

    - Déjalo ya. Escucha, no importa lo que ha pasado. No estoy contigo solo por eso. Me he dejado llevar por el modo en que hemos conectado esta noche, por tu olor a vainilla que quisiera poder respirar toda la vida y... mierda, lo he echado todo a perder, ¿no es cierto?

Demi sube a su coche.
    - ¿Podemos ir más despacio, Joe? Esto va demasiado rápido para mí.
    - Sí -digo, y asiento con la cabeza. Tengo las manos metidas en los bolsillos, en un intento por resistir el deseo de sacarla del coche.

    Y de veras espero que se marche ya, porque si no lo hace, no podré controlarme.
    Me he dejado llevar al recorrer su cuerpo con mis manos y lo he echado todo a perder.

    La apuesta.
    Se supone que todo esto con Demi no es más que una apuesta. No he de enamorarme de una chica de la zona norte. Intentaré concentrarme en la apuesta y dejar a un lado lo que sospecho que son sentimientos muy reales. Los sentimientos no pueden formar parte de este juego

Quimica Perfecta Capitulo 39




Demi
   
Está claro que Jorge y Elena están locamente enamorados, y eso hace que me pregunte si alguna vez estaré tan enamorada de mi futuro marido.

    Pienso en Shelley. Ella nunca tendrá marido, ni hijos. Sé que mis hijos la querrán tanto como yo. Nunca le faltará amor. Pero, en el fondo, me pregunto si anhela aquello que nunca tendrá: un marido, una familia propia.

    Volviendo a Joe. Sé que no puedo verme envuelta en asuntos de pandillas y quién sabe en qué cosas más. Yo no soy así. Pero este chico, situado justo en el centro de todo aquello que rechazo, está conectado a mí como nadie lo ha estado nunca. Sé que mi misión es ayudarle a cambiar de vida, para que algún día la gente pueda decir que somos la pareja perfecta.

    Cuando empieza a sonar la música, rodeo a con los brazos y apoyo la cabeza sobre su pecho. Él retira los mechones de mi cuello y me abraza mientras nos balanceamos al ritmo de la música.

    Un chico se acerca a la novia con un billete de cinco dólares.
    - Es una tradición -explica Joe-. Está pagando por bailar con la novia. Lo llaman el baile de la prosperidad.

    Observo, fascinada, como el chico sujeta los cinco dólares a la cola del vestido de la novia con un imperdible.
    Mi madre estaría aterrorizada.
    Alguien le grita algo al chico que baila con la novia y todos estallan en carcajadas.
    - ¿Qué ha dicho tan divertido?

    - Dicen que le ha puesto el billete demasiado cerca del culo.
    Miro a las parejas que hay en la pista de baile e intento imitar sus movimientos mientras me dejo llevar por la música. Guando la novia deja de bailar, le pregunto a Joe si él también va a bailar con ella.

    Cuando me dice que sí, le animo a hacerlo ahora.
    - Ve a bailar con Elena. Mientras, iré a hablar con tu madre.
    - ¿Estás segura de que quieres hacer eso?
    - Sí, la he visto al llegar y no quiero ignorarla. No te preocupes por mí. Tengo que hacerlo.

Joe extrae un billete de diez dólares de su cartera. Intento no reparar en ello, pero veo que está vacía. Está a punto de darle a la novia todo el dinero que le queda. ¿Puede permitírselo? Sé que trabaja en el taller, pero el dinero que gana allí probablemente lo emplee para ayudar a su familia.
    Doy un paso atrás hasta que nuestras manos se separan.
    - Enseguida vuelvo.

    Me acerco a la madre de Joe, en la fila de mesas donde las mujeres están colocando platos de comida. Lleva un vestido cruzado rojo y parece más joven que mi madre. La gente piensa que mi madre es guapa, pero la señora Fuentes posee la belleza eterna de una estrella de cine. Tiene los ojos grandes y marrones, unas pestañas que le rozan las cejas, y una piel impecable y ligeramente bronceada.

    Le doy un golpecito en el hombro mientras dispone las servilletas sobre la mesa.
    - Hola, señora Jonas.

    - ¿Demi, verdad? -pregunta.
    Asiento con la cabeza. Vale, ya han terminado las presentaciones, Demi. Deja de andarte con rodeos.

    - Esto, quería decirle algo desde que llegamos. Y ahora parece el momento perfecto, pero creo que estoy andándome por las ramas y que no voy al grano. Me pasa cuando estoy nerviosa.
    La mujer me observa como si estuviera chiflada.
    - Continúa -insiste.

    - Sí, bueno, sé que no hemos empezado con muy buen pie. Y siento mucho si, de algún modo, le falté el respeto la última vez que nos vimos. Solo quería que supiese que no fui a su casa con la intención de besar a Joe.

    - Disculpa la curiosidad, ¿pero cuáles son tus intenciones?
    - ¿Cómo dice?
    - ¿Que cuáles son tus intenciones con Joe?
    - Yo... no estoy segura de qué quiere que le diga. Si le soy sincera, lo sabremos conforme avancen las cosas.

    La señora Jonas me pone la mano en el hombro.
    - Dios sabe que no soy la mejor madre del mundo. Sin embargo, me preocupo por mis hijos, Demi, más que nada en el mundo. Y haré lo que sea necesario por protegerles. Veo el modo en el que te mira, y me asusta. No soportaría verlo sufrir otra vez por alguien que le importa.

    Al escuchar a la madre de Joe hablando de él de aquel modo siento el deseo de tener una madre como ella, alguien que quiere y se preocupa de su hijo. Me cuesta mucho asimilar lo que acaba de decirme la señora Jonas. Sus palabras me han dejado un nudo en la garganta. La verdad es que últimamente no me siento parte de mi familia. Solo soy una chica cuyos padres esperan que diga y haga siempre lo correcto. Llevo mucho tiempo representado un papel para ayudar a mis padres a sobrellevar lo de Shelley, que es quien de verdad necesita toda su atención.

    A veces resulta muy duro tener que esforzarse tanto para fingir que eres una chica normal. Nadie me dijo que tenía que ser perfecta todo el tiempo. La verdad es que el sentimiento que más predomina en mi vida es el de la culpabilidad. Una culpabilidad inagotable y monstruosa.

    Culpabilidad por ser una chica normal.
    Culpabilidad por la obsesión de que Shelley se sienta tan querida como yo.
    Culpabilidad por temer que mis propios hijos sean como mi hermana.

    Culpabilidad por sentirme avergonzada cuando la gente mira a Shelley por la calle.
    Nunca terminará. ¿Cómo va a terminar cuando he estado cargando con esa sensación desde el día que nací? Para la señora Jonas, la familia significa amor y protección. Para mí, culpabilidad y amor condicional. —Señora Jonas, no puedo prometerle que no le haré daño a Joe. Lo único que sé es que tampoco puedo estar separada de él, aunque sea precisamente lo que usted desea. Ya lo he intentado.

    Porque estar con Joe me permite apartarme de mi propio mundo de tinieblas. Noto cómo las lágrimas abandonan mis ojos y resbalan por mis mejillas. Me abro paso entre la multitud en busca del cuarto de baño.
    Cuando Paco sale de él, me apresuro a entrar.
    - Tal vez deberías esperar antes de...

    La voz de Paco se desvanece al otro lado de la puerta. La cierro con el pestillo. Me seco los ojos y me miro en el espejo. Estoy hecha un desastre. Se me ha corrido el rímel y... Qué tontería, qué más dará. Me desplomo sobre las frías baldosas del suelo. Ahora comprendo lo que Paco estaba a punto de decirme. El baño apesta, el olor es insoportable... casi hasta el punto de provocarme una arcada. Me tapo la nariz con la mano, intentando ignorar el olor mientras pienso en las palabras de la señora Jonas. Me quedo sentada en el suelo del cuarto de baño, secándome los ojos con una toallita y haciendo todo lo posible por taparme la nariz. Un fuerte golpe en la puerta interrumpe mi llanto.

    - Demi, ¿estás ahí? -pregunta Joe desde el otro lado de la puerta.
    - No.

    - Sal de ahí, por favor.
    - No.
    - Entonces, déjame entrar.
    - No.
    - Quiero decirte algo.
    - ¿Qué? -pregunto con el pañuelo todavía en la mano.
    - Te lo diré si me dejas entrar.
    Giro el pomo hasta que este emite un chasquido.
Joe entra en el baño.

    - No te preocupes por nada -me dice, y tras cerrar la puerta, se arrodilla a mi lado, estrechándome entre sus brazos y acercándome más a él. A continuación, olfatea el aire unas cuantas veces-. Joder. ¿Paco ha estado aquí?
    Asiento con la cabeza.

    - ¿Qué te ha dicho mi madre? -me pregunta mientras me acaricia el pelo.
    Oculto el rostro en su pecho.

    - Solo ha sido honesta conmigo -murmuro contra su camisa.
    Un fuerte ruido en la puerta nos interrumpe. - Abre la puerta, soy Elena.
    - ¿Quién es? -pregunto yo
    - La novia -responde Joe.
    - ¡Déjame entrar!

    Joe abre la puerta. Una chica con greñas blancas y docenas de billetes colgando de imperdibles de la cola del vestido, se mete en el baño y cierra la puerta tras ella.
    - Vale, ¿qué pasa aquí? -pregunta antes de olfatear también el aire-, ¿Ha estado Paco?

Joe y yo asentimos al unísono.
    - ¿Qué coño come ese crío que todo lo que descarga parece estar podrido? Maldita sea -dice, cogiendo un pañuelo y llevándoselo a la nariz.

    - Ha sido una ceremonia preciosa -le digo a través de mi propio pañuelo. Esta es la situación más incómoda y surrealista que he vivido jamás.

    Elena me coge de la mano. -  Ven afuera y disfruta de la fiesta. Puede que mi tía sea un poco conflictiva, pero no pretende hacer ningún daño. Es más, creo que en el fondo le gustas.

    - Voy a acompañarla a casa -dice Joe, representando el papel de héroe. Me pregunto cuándo se hartará del papel.

    - No, no te la llevarás a casa. Y si insistes, tendré que encerraros a los dos en este apestoso lavabo para evitarlo.
    Elena parece hablar muy en serio.
    Alguien más llama a la puerta.
    - Largo -ordena Elena con efusividad.
    - Soy Jorge.
    Me encojo de hombros y miro a Joe en busca de una explicación. - Es el novio -me informa él.

    Jorge se cuela dentro. No está tan afectado como el resto de nosotros porque todavía no ha notado el olor a muerto que desprende el cuarto. Pero apenas olfatea unas cuantas veces y los ojos le empiezan a llorar.

    - Vamos, Elena -insiste Jorge, que intenta cubrirse la nariz sin llamar mucho la atención pero sin disimular muy bien-. Los invitados preguntan por ti.
    - ¿No ves que estoy hablando con mi primo y su cita?
    - Sí, pero...
    Elena levanta la mano para callarlo mientras sujeta el pañuelo con la otra.
    - Ya te lo he dicho, primero hablaré con mi primo y su cita -zanja con firmeza-. Y todavía no he terminado. Tú -continúa Elena, señalándome con el dedo-. Ven conmigo. Joe, quiero que tus hermanos y tú cantéis.
    - Elena, no creo que... -niega Joe con la cabeza.

    Elena vuelve a levantar la mano, silenciando también a su primo.
    - No te he pedido que creas nada. Te he pedido que te unas a tus hermanos y que cantéis para mi marido y para mí.

    Elena abre la puerta y me pasea por la casa. Solo se detiene cuando llegamos al jardín. Entonces me suelta la mano para arrebatarle el micrófono al cantante del grupo.
    - ¡Paco! Sí, estoy hablando contigo -anuncia Elena en voz alta señalando a Paco, quien conversa con un grupo de chicas-. La próxima vez que quieras cagar, hazlo en casa de otro.

    El séquito que rodea a Paco se dispersa rápidamente entre risas, abandonándolo a su suerte.

    Jorge atraviesa la pista a grandes zancadas en dirección a su mujer. El pobre hombre está sudando la gota gorda mientras todos ríen y aplauden. Elena baja por fin del escenario y Joe habla con el cantante de la banda. Los invitados le animan, a él y a sus hermanos, para que canten.
    Paco se sienta a mi lado.

    - Siento mucho lo del cuarto de baño. Intenté avisarte -me dice avergonzado.
    - No te preocupes. Creo que Elena ya te ha dejado bastante en ridículo. -Entonces, me inclino hacia él y le pregunto-: Sinceramente, ¿qué opinas de que Joe y yo salgamos juntos?

    - Sinceramente, creo que es lo mejor que le ha ocurrido nunca.

Quimica Perfecta Capitulo 38




Joe
   
Si sigo mirando sus largas piernas, voy a acabar provocando un accidente.
    - ¿Cómo está tu hermana? -le pregunto para cambiar de tema.
    - Está deseando ganarte otra vez a las damas.
    - ¿En serio? Bueno, dile que me dejé ganar. Estaba intentando impresionarte.
    - ¿Perdiendo a las damas?

    - Funcionó, ¿verdad? -digo, encogiéndome de hombros.
    Reparo en que no deja de colocarse el vestido, como si necesitara ponérselo bien para causarme buena impresión. Con la intención de disipar sus nervios, le recorro el brazo con los dedos antes de cogerla de la mano. - Dile a Shelley que volveré para la revancha -le digo.

    Ella se vuelve hacia mí y me mira con sus resplandecientes ojos azules.
    - ¿En serio?
    - Por supuesto.

    Durante el trayecto, intento mantener una conversación intranscendente. Pero no funciona, no soy el tipo de chico al que le gusten ese tipo de conversaciones. Me alegro de que Demi parezca contenta aunque estemos en silencio.
    Poco después, aparco delante de una casa de ladrillo, pequeña, de dos plantas.
    - ¿La boda no es en la iglesia?
    - No. Elena quiere casarse en casa de sus padres.

    Le rodeo la cadera con el brazo cuando nos acercamos a la casa. No me preguntéis por qué razón siento la necesidad de presumir de ella. Tal vez en el fondo sea cierto que no soy más que un Neanderthal. Cuando entramos en la casa, nos llega la música de los Mariachi procedente del patio, y hay gente ocupando cada centímetro del espacio. Compruebo la reacción de Brittany, preguntándome si siente que ha sido transportada por arte de magia a México. Mi familia no tiene casas enormes con piscinas como a las que ella está acostumbrada.

    Enrique y algunos de mis primos nos dan la bienvenida a gritos. Todos hablan en su argot; no sé si Demi los entiende. Estoy acostumbrado a que mis tías me besuqueen sin parar y que mis tíos me den vigorosos manotazos en la espalda. Pero no creo que a ella le haga mucha gracia aquello. Me acerco a Demi para que sepa que no me he olvidado de ella. Empiezo a presentarle a toda la familia pero me doy por vencido cuando comprendo que no hay manera de que recuerde todos los nombres.
    - ¡Eh! -exclama una voz a nuestra espalda.

    Me vuelvo y veo a Paco.
    - ¿Qué pasa? -le saludo, dándole una palmada en la espalda-.Demi, seguro que ya conoces a mi mejor amigo del instituto. No te preocupes, sabe que no tiene que decirle a nadie que te ha visto aquí.

    - Mis labios están sellados -asegura, y luego se pone a hacer el tonto, fingiendo cerrarse los labios con una cremallera y lanzar la llave.
    - Hola, Paco -le dice ella con una sonrisa.

    Jorge se une a nosotros, con su esmoquin blanco y una rosa roja en la solapa. Recibo a mi futuro primo con otra palmada en la espalda.
    - Vaya, tío, vas hecho un pincel,

    - Tú tampoco estás nada mal. ¿Vas a presentarme a tu amiga o qué?
    Demi, este es Jorge. Es el pobre que... quiero decir, el afortunado que va a casarse con mi prima Elena.

    - Los amigos de Joe son nuestros amigos -le dice a Demi, dándole un abrazo.
    - ¿Dónde está la novia? -pregunta Paco.
    - Arriba, llorando en la habitación de sus padres.
    - ¿De felicidad? -intervengo yo.

    - No, tío. Subí para darle un beso y ahora está barajando la posibilidad de cancelarlo todo, porque dice que ver a la novia antes de la boda trae mala suerte -añade Jorge, encogiéndose de hombros.

    - Me alegro de no estar en tu piel -le suelto-. Elena es supersticiosa. Probablemente hará alguna locura para ahuyentar la mala suerte.

    Mientras Paco y Jorge especulan sobre los recursos que podría emplear Elena para librarse de ella, cojo a Demi de la mano y la llevo afuera. Un grupo toca música en directo. Aunque seamos chicanos y nos hayamos adaptado bien, seguimos manteniendo nuestra cultura y nuestras rediciones. La comida es picante, las familias son numerosas y todos estamos muy unidos. Y nos encanta moveros al ritmo de la música que llevamos en la sangre.

    - ¿Paco es tu primo? -me pregunta Demi.
    - No, pero le gusta pensar que sí. Carlos, esta es Demi -informo a mi hermano cuando llego a su lado.

    - Si, ya lo sé -dice Carlos-. Recuerdo haberos visto en pleno intercambio de saliva.
    Demi se queda muda por la sorpresa.
    - Ten cuidado con lo que dices -le advierto, dándole una colleja.
    Demi me pone la mano en el pecho.

    - No te preocupes, Joe. No tienes que protegerme de todos.
    Carlos adopta una postura presumida.

    - Es cierto, hermano. No tienes que protegerla. Bueno, tal vez de mamá sí.
    Se acabó. Llevo a mi hermano a un lado y me enzarzo con él en una discusión.
    - Lárgate y no molestes.

    ¿Está intentando estropearme la cita? Carlos se dirige a la mesa, resoplando.
    - ¿Y tu otro hermano? -pregunta Demi.
    Nos sentamos en una de las muchas mesitas alquiladas que hay en medio del patio. Coloco el brazo sobre el respaldo de su silla.

    - Luís está ahí -digo, señalando un rincón del patio, donde mi hermano es ya el centro de atención gracias a su imitación de animales de corral. Todavía tengo que explicarle que ese talento no le valdrá para atraer a las chicas cuando entre en el instituto.

    Demi tiene la mirada puesta en los cuatro niños de mi prima; todos tienen menos de siete años y corretean por todos lados. Marissa, de dos años, ha decidido que no estaba a gusto con su vestido y se lo ha quitado, arrojándolo a un lado del patio.

    - Seguramente pensarás que no son más que un puñado de ruidosos mexicanos.
    Ella sonríe. - No. Parece un puñado de gente que se divierte en una boda al aire libre. ¿Quién es ese? -pregunta cuando un chico vestido con uniforme militar pasa a nuestro lado-. ¿Otro primo?

    - Sí. Paul acaba de regresar de Oriente Medio. Aunque no lo creas, antes era miembro de Python, una pandilla de Chicago. Antes de ser soldado estaba muy metido en las drogas.

    Ella gira la cabeza de inmediato para mirarme.
    - Ya te lo dije, yo no consumo drogas. Por lo menos ya no -le aseguro con decisión, deseando que me crea-. Y tampoco trafico con ellas.
    - ¿Me lo prometes?

    - Sí -respondo, recordando la noche en la playa en la que estuve tonteando con Carmen. Aquella fue la última vez-. No importa lo que hayas oído, me mantengo alejado de la coca. Es algo muy serio. Lo creas o no, me gustaría conservar todas las neuronas con las que nací

    - ¿Y Paco? -pregunta Demi-. ¿Consume drogas?
    - A veces.
    Dirige la mirada a Paco, que ríe y bromea con mi familia.
    Intenta desesperadamente formar parte de ella, ya que no dispone de una propia. Su madre se largó hace años, dejando a su padre y a él en una situación lamentable, no lo culpo por desear escapar.

    Mi prima Elena aparece finalmente con un vestido blanco de encaje, y la ceremonia da comienzo. Mientras recitan los votos, me quedo detrás de Demi estrechándola entre mis brazos, arropándola suavemente. Me pregunto qué llevará ella el día de su boda. Probablemente diversos profesionales capturarán el momento para toda la eternidad.

    - Y yo os declaro, marido y mujer -recitó el sacerdote. Los novios se besan y la gente prorrumpe en aplausos. Demi me aprieta con fuerza la mano.