domingo, 27 de enero de 2013

Un Refugio Par El Amor Capitulo 35





—Tienes toda la razón, cariño. Sólo tú, yo y Bruce.
— ¿Hay sitio para uno más?
Al oír la voz de Joseph desde la puerta, a Demi se le aceleró el corazón. Sujetó a Elizabeth con una mano y miró hacia atrás por encima de su hombro.
Joseph estaba apoyado en el quicio de la puerta, mirándola fijamente. Se había comprado una camisa azul para la fiesta que intensificaba el brillo de sus ojos. Estaba como para comérselo.
—¿Es la primera vez que te quedas a solas con ella? —preguntó Joseph.
—Sí —respondió Demi. Miró a Elizabeth y se dio cuenta de que la niña estaba observando a su padre con gran curiosidad, pero no con miedo.
—Entonces será mejor que no entre.
Animada por el triunfo con la niña, Demi fue valiente.
—Me encantaría que entraras —dijo.
No habían vuelto a estar solos los tres desde el primer día, cuando habían entrado a la habitación de Elizabeth para mirarla mientras dormía. Ella aún recordaba la magia de aquel momento, y quería experimentarlo de nuevo.
—Puedo quedarme aquí, para no arriesgarnos.
—¿Sabes una cosa? Estoy harta de que no nos arriesguemos.
Él sonrió con timidez.
—¿De verdad?
—Sí.
Él entró lentamente a la habitación mientras paseaba la mirada por la ropa que llevaba Demi. Era un vestido verde de punto que había comprado durante un rápido viaje al pueblo con Matty y Sebastian. Y para ser sincera consigo misma, tenía que admitir que al comprarlo esperaba despertar la lujuria que estaba percibiendo en la mirada de Joseph.
—¿Por eso llevas ese vestido? —preguntó él—. ¿Por qué estás cansada de no arriesgarte y quieres ponerme al límite?
—Quizá —respondió ella. Se le aceleró el pulso al sentir el ardor que desprendían los ojos de Joseph. De repente, no supo si había intentado abarcar más de lo que podía. Volvió a fijar su atención en Elizabeth y tomó un vestidito de volantes que había colgado en el cambiador.
—¿He oído de verdad que decías «quizá»? —murmuró él, y se acercó a su lado—. Eso está bastante lejos de una negativa. ¿Te das cuenta?
—Sí. No. Oh, Joseph, no sé qué pensar. Salvo que te echo mucho de menos.
—Vaya, pues eso es una buena señal —dijo Joseph con voz ronca de emoción.
Elizabeth agitó su mono en el aire.
— ¡Pa, pa!
Joseph se quedó inmóvil.
— ¿Ha dicho lo que yo creo que ha dicho?
Demi lo miró. No tuvo la valentía de decirle que probablemente, Elizabeth no sabía lo que estaba diciendo, y que ya había pronunciado aquellas sílabas más veces, cuando no había ningún hombre presente. Daba la casualidad de que era uno de los sonidos que había exclamado más veces, pero no significaba que lo estuviera etiquetando a él. De todos modos, tampoco sabía aquello con seguridad...
Él miró a la niña con el alma en los ojos.
—¿Sabes quién soy, Elizabeth? ¿Papá?
Ella agitó el mono de nuevo y sonrió.
—¡Pa, pa!
—Dios mío...
Joseph estaba atónito. Y orgulloso, como si le hubieran concedido el primer premio de una competición.
Demi atesoró aquel momento en la memoria.
Salieran como salieran las cosas, siempre recordaría la expresión de Joseph mirando a su hija en aquel momento. Ella deseaba con todas sus fuerzas cerrar la puerta de la habitación y prolongar la intimidad de aquel momento para siempre.
Pero no sería posible. La fiesta iba a empezar muy pronto.
—Será mejor que le pongamos la ropa —dijo suavemente—. Siéntala y mantenía erguida mientras le pongo el vestido, ¿de acuerdo?
—¿No se enfadará?
—¿Por qué iba a enfadarse? Después de todo, tú eres su «pa, pa».
—Tengo las manos muy frías —dijo. Se las frotó con fuerza y se las puso en las mejillas—. No, todavía están frías.
—Está bien. Yo la sostendré mientras tú le metes el vestido por la cabeza —dijo. Le entregó el vestidito y sentó a Elizabeth sobre el cambiador.
—Pero a ella le gusta jugar al escondite cuando le pones algo por la cabeza —respondió él, como si esa fuera una tarea que estaba más allá de su capacidad.
—Estoy segura de que tú sabes jugar al escondite.
—No sé si...
Joseph —dijo ella mirándolo a los ojos—. No sé mucho de tu experiencia con niños, pero sí sé que eres un amante tierno, sensible y creativo. Estoy segura de que podrás jugar al escondite con una niña pequeña.
La mirada se volvió apasionada.
—Estás coqueteando conmigo, Demi.
Ella sonrió y señaló el vestido con la cabeza.
—Ponle el vestido a la niña.
—Sí —respondió Joseph. Y sin previo aviso, agarró a Demi por la nuca y la besó con fuerza, buscando su lengua con movimientos descarados y agresivos. Era un gesto de posesión, de mareaje. Y entonces, con la misma rapidez, la soltó.
Ella se quedó temblorosa, con un cosquilleo en la boca, incapaz de decir una palabra. Si hubiera podido hacerlo, le hubiera pedido más.
Joseph le dedicó una sonrisa perezosa y sensual antes de volverse hacia el bebé.
—Bueno, Elizabeth, ¿estás preparada? —Con cuidado, Joseph le puso el vestido sobre la cabeza de forma que la abertura se deslizara suavemente hacia abajo sin hacerle daño a la niña—. ¿Dónde está Elizabeth? —preguntó—. ¿Dónde está? —abrió el cuello del vestido y se lo metió—. ¡Aquí está!
Elizabeth se rió alegremente, enseñando los dientes.
—¡Te pillé! —le dijo Joseph.
—¡Pa, pa! —respondió Elizabeth, con una sonrisa espléndida.
—Claro que sí —dijo Joseph en voz baja.
—Claro que sí —repitió Demi, mirándolo.
Él la miró también, con los ojos brillantes de felicidad.
Demi, yo...
—Bueno, ¿qué tal marcha todo por aquí? —preguntó Sebastian mientras entraba en el dormitorio—. Parece que casi tenéis vestida a la pequeñaja. Pero esos lacitos del pelo son difíciles de poner. Pensé que quizá necesitarais ayuda.
Por mucho que Demi quisiera a su buen amigo Sebastian, en ese momento le habría dado un puñetazo.
La expresión alegre de Joseph se desvaneció mientras se apartaba del cambiador.
—Quizá tú deberías encargarte del resto. Yo voy a ver si Matty necesita ayuda en la cocina.

hola chicas como estas ya estoy de regreso espero que les gusten los capitulos de las novelas que les subi saludos

Un Refugio Para El Amor Capitulo 34




Demi siempre había pensado que su niñez había sido solitaria y que por lo tanto, le encantaría vivir en una casa llena de gente y de actividad. Sin embargo, para sorpresa suya, no le gustaba. Después de varios días de visitas constantes de todo el mundo que tenía relación con Elizabeth, la falta de privacidad en Rocking D comenzó a hacer mella en los nervios de Demi.
Aunque Matty y Sebastian habían puesto la cuna de Elizabeth en su habitación para que no hubiera más escenas desagradables cuando la niña se despertaba, Demi había comenzado a tenerla en brazos durante cortos períodos de tiempo. Aun así, alguien en quien Elizabeth confiara siempre tenía que permanecer en la habitación. Si esa persona se marchaba, la niña comenzaba a llorar.
En circunstancias normales, Demi les hubiera pedido que lo hicieran para comprobar si Elizabeth dejaba de protestar, pero las circunstancias no eran normales. Demi no pensaba que podía exigir el control de la situación y molestar a la gente que había sido tan maravillosa con ella y con su bebé.
Lo más frustrante de todo era que la tercera persona que se quedara con ellas nunca podía ser Joseph. Él tenía que ser la persona número cuatro, o Demi se veía obligada a marcharse para que él tuviera la oportunidad de tomar a la niña en brazos. Demi se había dado cuenta de algo más.
Cuando ella tenía a Elizabeth, o le cambiaba el pañal, o le daba de comer, nadie le decía cómo tenía que hacerlo. Pero cuando era el turno de Joseph, todo el mundo daba su opinión.
Las mujeres no intervenían tanto como sus maridos, que constantemente hacían sugerencias y se ofrecían a enseñarle un detalle a Joseph. Eso hacía que Joseph no estuviera desarrollando ninguna confianza en sí mismo ni en sus habilidades con la niña.
De todos modos, él continuaba intentándolo con valentía, y aquello era lo importante. No había rechazado a Elizabeth, pero aprender a sentirse cómodo con ella mientras todo el mundo le dirigía podía ser una tarea imposible. Demi lo sentía muchísimo por él.
Además, lo deseaba. No podía evitarlo. Dormir sola en la cama doble con Joseph al otro extremo del pasillo se estaba convirtiendo en algo cada vez más difícil. Sin embargo, aquello era ya algo establecido, y cambiarlo en aquel momento despertaría los comentarios de todos. Si Demi invitaba a Joseph a dormir con ella de nuevo, y se sentía muy inclinada a hacerlo, quería que fuera en un lugar más privado.
Aparte de la frustración que pudiera sentir en algunas ocasiones, se sentía agradecida por todo lo que Sebastian, Matty y los demás habían hecho por ella, y por cuánto seguían ayudándola. Además, estaba con su hija, aunque no pudieran estar solas todavía, y se sentía segura.
El amigo de Sebastian, Jim, había aumentado la seguridad alrededor del rancho, y parecía que su perseguidor se había desanimado y se había marchado. Habían pasado muchos días durante los cuales ella no se había sentido vigilada ni una sola vez, y estaba empezando a pensar que el tipo se había rendido.
En resumen, su vida iba mejorando, como era de esperar pensó, mientras ayudaba a Matty a vestir a Elizabeth para la fiesta de cumpleaños de Gwen.
Recién bañada y con un pañal nuevo, Elizabeth estaba tumbada en el cambiador, con el mono bien sujeto, mordiéndole el brazo vigorosamente. Demi se había preparado para otra noche viendo cómo los amigos de Joseph lo instruían en el arte de cuidar a un bebé.
Más temprano, Matty y ella habían decorado la casa para el cumpleaños. Sebastian y su mujer habían declarado que no permitirían que Gwen cumpliera treinta años sin armar un buen jaleo.
—Voy muy retrasada —dijo Matty mientras le ponía a Elizabeth un calcetín blanco y Demi le ponía el otro.
—¿Qué queda por hacer, además de arreglar a Elizabeth?
—Tengo que poner las velas en la tarta y envolver las treinta botellas de vino que vamos a regalarle.
Jessica miró a Matty.
—Yo podría terminar de vestir a Elizabeth mientras tú haces eso.
Matty titubeó.
—Tenemos que comprobar si ya se ha adaptado —insistió Demi.
—Lo sé, pero puede que éste no sea el mejor momento. Quizá Sebastian haya terminado. Él puede...
—Matty —dijo Demi —, yo creo que la niña ya está lista.
A Matty se le humedecieron los ojos.
—Yo también. Llevo pensándolo un par de días, pero no quería admitirlo.
Demi sintió pena por Matty. Con una sonrisa dulce, le dio un abrazo.
—Yo no voy a quitaros a Elizabeth ahora mismo. E incluso cuando nos marchemos, no la apartaré de vuestras vidas. Vendremos mucho a visitaros.
Matty tragó saliva.
—Lo sé. Pero nunca será igual.
—Oh, Matty. Yo nunca quise haceros daño....
—Eh —Matty esbozó una sonrisa—, tú no has hecho nada más que mejorar nuestras vidas al dejar aquí a Elizabeth. Sin la niña, yo no estaría casada con Sebastian, Travis no estaría con Gwen y Boone no habría encontrado a Shelby y a Josh —dijo. Se sacó un pañuelo de papel del bolsillo y se sonó la nariz—. Te agradezco mucho que nos dieras la oportunidad de tenerla aquí, pero no voy a mentirte. Cuando te la lleves, la echaré mucho de menos.
—Tu hija ayudará.
Matty se dio unos golpecitos en el abdomen e intentó ser valiente.
—Claro que sí. Rebecca ayudará, y Jeffrey también.
— ¿Quién?
—El hermano de Rebecca. Sebastian está seguro de que vamos a tener otro, y que será un niño —explicó. Después, dejó escapar un suspiro—. Bueno, me voy a la cocina. Hasta luego, pequeña —dijo a Elizabeth. Después se dio la vuelta y se marchó.
Elizabeth volvió la cabeza para observar cómo se marchaba Matty. Después miró de nuevo a Demi.
—Solas tú y yo, nena —dijo Demi, con el estómago encogido mientras esperaba a ver si Elizabeth iba a llorar—. ¿Crees que podrás soportarlo?
Elizabeth la miró como si se lo estuviera pensando.
El nudo del estómago de Demi comenzó a deshacerse cuando se dio cuenta de que Elizabeth no iba a llorar. El bebé estaba evaluando la situación, pero pareció que decidía que se podía confiar en Demi. Por fin.
—Solas tú y yo, nena —repitió Demi, con una sonrisa—. Suena muy bien, ¿no te parece?
Elizabeth agitó al mono frente a la cara de Demi.
— ¡Pa! —exclamó.

Un Refugio Para El Amor Capitulo 33






Travis entraba con Joseph en aquel instante.
—¿Qué ha ocurrido? —insistió Matty.
—Encontramos algunas huellas —dijo Travis, mientras colgaba su chaqueta en el perchero de la entrada—. Las seguimos durante un buen rato, pero las perdimos en la parte rocosa del camino.
Demi se volvió hacia Joseph.
—¿Conseguiste verlo? ¿Crees que podría ser el hombre que me ha estado siguiendo?
—No lo sé. Sólo sé que había alguien allí arriba, pero no conseguí verlo. Puede haber sido cualquiera —respondió él.
—Quizá fuera algún vecino, que había salido a dar un paseo —intervino Travis—. Salvo que si era un vecino, lo normal habría sido que se acercara a la casa a tomar un café, en vez de avanzar en dirección contraria.
—Yo creo que el tipo cruzó deliberadamente las rocas —dijo Joseph , mientras se quitaba la chaqueta y la colgaba junto a la de Travis—. Quería que le perdiéramos la pista.
—Seguramente —afirmó Sebastian, que entraba en la cocina—. Y lo consiguió —añadió, lanzándole una mirada a Travis—. Creía que tú eras el mejor de los rastreadores, amigo.
—Ah si... yo sólo le dije eso a Gwen para impresionarla, teniendo en cuenta que ella tiene antepasados cheyennes y todo —respondió Travis—. Yo puedo perder una pista exactamente igual que todos vosotros.
—Estupendo —dijo Sebastian, sacudiendo la cabeza—. Y para eso te pago buenos dólares.
Elizabeth dio palmadas en su mesa y comenzó a gorgojear de nuevo.
—No, me pagas los dólares para que le cambie los pañales a esta pequeñaja —dijo Travis con una enorme sonrisa—. ¿Verdad, Elizabeth? Nadie lo hace igual que yo ¿a que no?
La niña se rió y extendió los brazos hacia Travis.
—¿A que quieres que te saque de esa silla? —Travis apartó la bandeja y tomó a Elizabeth en brazos—. Eh, pequeña, creo que necesitas mis servicios en éste mismo momento —le dijo, y le acarició el cuello hasta que Elizabeth se rió—. Ven conmigo, cariño.
Mientras Travis salía de la cocina con una sonriente Elizabeth, Demi los miró con frustración. ¿Cuánto tiempo iba a pasar hasta que la niña extendiera los bracitos hacia su madre?
Joseph se preguntó si alguna vez conseguiría estar tan relajado y encantador con Elizabeth como Travis. Probablemente no. Sin embargo, lo deseaba con todas sus fuerzas. Él había pensado que tendría miedo del bebé, y hasta cierto punto era cierto. Sin embargo, la fascinación estaba desplazando al miedo rápidamente. Y estaba comenzando a sentir la necesidad de tomar en brazos a la pequeña y comprobar si era capaz de arrancarle una sonrisa.
—Creo que Demi y yo hemos hecho progresos con Elizabeth mientras vosotros estabais fuera —dijo Matty. Le entregó a su marido una taza de café y sirvió otra que le dio a Joseph.
—¿De veras? —Preguntó Sebastian—. ¿Qué habéis hecho?
—Fue idea de Matty —dijo Demi, y murmuró una expresión de agradecimiento mientras tomaba la taza de café que le ofrecía Matty—. Ella me sugirió que le cantara a Elizabeth, pensando que podría acordarse de cuando yo le cantaba de pequeña, y que la niña comenzaría a acostumbrarse a mí de nuevo —explicó, y le dio un sorbo a su café—. Creo que ha sido de gran ayuda.
—Muy buena idea —dijo Joseph.
—Sí —dijo Sebastian—. Pero, ¿no deberías continuar haciendo ese tipo de cosas?
—¿Quieres que esté cantando todo el día? —le preguntó Matty.
—No, aunque eso tampoco estaría mal. Me refiero al contacto con Elizabeth —dijo él, y miró a Demi —. Podrías ir con Travis y ayudarle a cambiarla. Seguramente así, la niña se hará a la idea de que tú vas a estar con ella todo el rato, y al final, cuando tú intentes hacer el trabajo, ella no verá nada raro en eso.
—Tienes razón —dijo Demi. Inmediatamente, dejó el café sobre la mesa y —No vamos a hacer una convención en el cuarto de la niña —dijo él, aunque no le habría importado ir. Quería cualquier excusa para ir detrás de Demi como un perrito—. Si hay demasiada gente, podría agobiarse.
—Es cierto —dijo Matty—. Después podremos establecer unos turnos.
—Está bien —respondió Demi, y se encaminó hacia el pasillo.
— ¡Y te advierto que Travis no canta mucho mejor que yo! —le dijo Matty.
Cuando Demi se hubo marchado, Joseph miró a Matty.
—¿De veras crees que Elizabeth le está perdiendo el miedo? ¿O sólo estás intentando que Demi se sienta mejor?
—Elizabeth superará su desconfianza porque Demi quiere a esa niña más que a nada en el mundo, y está dispuesta a hacer lo que sea necesario para conseguirlo —respondió ella, y sonrió al oír la voz de Travis desafinando, mezclada con la voz de Demi, mucho más musical, desde la habitación de Elizabeth—. Ha sido conmovedor verla cantándole a la niña.
—Todo esto ha sido muy duro para ella.
—Lo creo —dijo Matty—. Cuando estabais fuera, Demi comenzó a preocuparse de nuevo por el peligro que puede representar este tipo que la está siguiendo. Se ha preguntado si no debería llamar a sus padres y pedirles protección, o marcharse de nuevo, antes de que el acosador sepa que existe Elizabeth.
A Joseph se le encogió el estómago.
—¿De verdad dijo que estaba pensando en marcharse?
—Sí. Aunque eso la estaba matando, pensó que quizá fuera lo mejor para la niña.
—No puede marcharse —dijo Joseph, con más vehemencia de la que hubiera querido.
—Bueno, Joseph —dijo Sebastian—. No se lo vamos a permitir.
—¿Por qué no llamamos al comisario para que venga? —Preguntó Matty—. Yo me sentiría mucho más segura si la policía estuviera enterada de esto y se involucrara.
—Cuando estábamos siguiendo la pista de ese tipo, Matty, hemos hablado sobre la posibilidad de llamar al comisario —dijo Joseph —. Sé que esto te pone nerviosa. A mí también. Pero el problema de avisar a las autoridades es que comenzarían a seguir todas las pistas, lógicamente, y el lugar más lógico para empezar sería la casa de los padres de Demi.
—¿Y eso sería tan terrible? —Preguntó Matty—. Yo creo que quizá deberían saber lo que ocurre. Demi dijo que tenía miedo porque ellos serían demasiado protectores con la niña, como lo fueron con ella, pero Demi es su madre, y estoy segura de que podría limitar el alcance de lo que ellos hicieran.
Joseph recordó las verjas de hierro de Lovato Hall, y al hombre de voluntad de hierro que vivía tras sus muros.
—Conocí al padre de Demi hace unos días... bueno, antes de verla a ella. Y creo que Demi tiene razón en cuanto a lo que sus padres harían si supieran lo que está ocurriendo. Posiblemente, haría que la policía se apropiara del rancho y se llevarían a Elizabeth a Nueva York tan rápidamente que ni siquiera nos daríamos cuenta. Dudo que volviéramos a verla.
—Oh —Matty miró a su marido—. Entonces, supongo que tendremos que pensar en otro plan, ¿no?
—Eso me temo —dijo Sebastian—. No estoy dispuesto a permitir que ningún pez gordo de Nueva York me diga cómo tengo que dirigir el Rocking D. Y mucho menos aún, a que nadie se lleve a la niña —remachó, y miró a Joseph —. ¿De acuerdo?
—De acuerdo.
—Pero sí hay una cosa que debemos hacer, y es mejorar la seguridad del rancho —continuó Sebastian—. Avisaré al experto local, Jim, para que le haga unas cuantas mejoras al sistema.
—A menos que quieras que avise al experto que se encarga de la seguridad de algunos de mis clientes —dijo Joseph, pensando en una venta que le había gestionado a una estrella de Hollywood que había comprado una mansión cerca de Colorado Springs, y que había contratado los servicios de Seth para montar el sistema de seguridad.
—Ah, sí —dijo Sebastian—. Me acuerdo de que me hablaste de él. El tipo de Los Ángeles.
—Él podría hacer el trabajo —dijo Joseph —. Pero es caro y lento. La mayoría de la gente que lo contrata lo hace porque quieren un plan definitivo, mientras que esto sería algo temporal.
—Eso es cierto —dijo Sebastian, y le dio un sorbo a su café—. Veamos lo que puede hacer Jim, y mantengamos a tu conocido en la reserva por si acaso necesitamos algo más.
—Muy bien —dijo Joseph —. Y mientras, tenemos que convencer a Demi para que no se marche.
Matty sonrió.
—Eso es tu trabajo, Joseph.
Joseph se sonrojó. Se frotó la nuca y sonrió tímidamente mientras pensaba en cómo iba a explicar que él estaba más que dispuesto, pero que Demi no le permitía usar todas las armas a su alcance.
—Bueno, lo que pasa es que...
—Vamos, Joseph —dijo Sebastian, que obviamente se compadeció de él—. Vamos a desensillar a esos caballos mientras Matty prepara sus fabulosos huevos con beicon para desayunar.

Seductotamente tuya capitulo 16




—Pero sí estaba, gracias a Dios. Y lo hice prometer que no volvería a hacer algo así nunca.
—Me aseguraré de que lo cumpla.
—Ya, pero...
—¿Pero qué? —Recuerda que solo tiene cinco años.
—Sé muy bien cómo educar a mi hijo — contestó con frialdad—. Gracias por rescatar a mi hijo otra vez, Demi. Parece que mi familia vuelve a estar en deuda contigo.
Por alguna razón, sonaba más enojado que agradecido.
—No seas absurdo. Solo lo he acompañado a casa.
—Y te lo agradezco. ¿Quieres que te acerque a la tuya?
—No hace falta. Tienes cosas de las que ocuparte aquí.
—¿Estás segura?
—Sí —estaba empezando a enfadarse. Joseph se había llevado un susto horrible, pero eso no era razón para que la tratara de pronto como a una simple conocida. Ella no tenía la culpa de que su hijo se hubiera escapado de casa sin pedir permiso.
—Te llamaré —dijo él mientras Demi se giraba para marcharse.
—¿Para otra cena de agradecimiento? No te molestes.
— Demi...
—Adiós, Joseph.
No intentó detenerla cuando ella echó a andar. No solo la había irritado, comprendió Demi al entrar en casa un cuarto de hora después. También había herido sus sentimientos. No se había dado cuenta hasta ese instante de que seguía teniendo poder para herirla. Y no le gustaba lo más mínimo.
Había sido una tarde muy larga, pero los niños estaban por fin en la cama y Joseph tenía tiempo para reflexionar a solas sobre lo que había sucedido. De pie junto a la ventana del salón, a oscuras, con una copa en la mano, miró el tranquilo vecindario donde había elegido vivir. Eran las diez de la noche y muchas casas estaban ya sin luz. Sus vecinos eran de los que se acostaban temprano para madrugar.
Pero estaba convencido de que Demi, al igual que él, seguiría despierta.
Demi. Solo tenía que cerrar los ojos para recordarla de pie delante de su casa horas antes. El cabello pelirrojo, más brillante que el sol. Sus ojos verdes, reluciendo como un espejo de emociones cambiantes. Esas piernas largas y torneadas, el biquini negro que se adivinaba bajo una camiseta con transparencias...
Había tenido que realizar un gran esfuerzo para ocultar la reacción de su cuerpo. Quizá se había excedido. Tenía la sensación de que Demi se había marchado disgustada con él.
Lo cierto era que lo había molestado que aquel acto de rebeldía de Sam hubiera involucrado a Demi... aunque esta no hubiera hecho nada por provocarlo. Había querido mantener lo que quiera que se desarrollara entre Demi y él al margen de sus hijos, lo que no era nada fácil con lo obsesionado que Sam estaba con ella. No sabía cómo manejar su propia fascinación hacia Demi... así que mucho menos la de su hijo.
Se alejó de la ventana, apuró la copa y la dejó en una mesa. Miró entonces al teléfono que había junto al sofá, iluminado por la única lámpara encendida del sombrío salón. Quizá debiera llamarla. Después de todo, le liaría llevado a Sam sano y salvo. Y era verdad que había sido algo cortante con ella. Tenía que darle las gracias... y disculparse.
—Me temo que no me he portado bien contigo esta tarde —le dijo Joseph en cuanto Demi contestó.
—¿Por qué lo dices? —Preguntó esta con formalidad—. Me has dado las gracias por llevar a Sam a casa y me has ofrecido traerme en coche. Has hecho todo lo que podía esperarse de ti.
— Demi...
—Si me llamas para darme las gracias otra vez, puedes ahorrártelas.
—He llamado porque quiero hablar contigo. Y porque sé que he metido la pata. Lo único que puedo decir es que estaba muy asustado por la desaparición de Sam y que olvidé mis modales. No pretendo justificarme, solo es una explicación.
—Entiendo que tuvieras miedo... Y espero que hayas podido garantizar que no vuelva a repetirse lo de esta tarde.
—He tenido una charla con Sam... Sin gritos, por si estás preocupada. Solo le he señalado que me ha dado un susto de muerte.
—¿Y la señora Brown?
—No la he despedido —contestó Joseph  tras suspirar—. Me dijo que hacía mucho que su hijo no era tan pequeño y que casi había olvidado lo rápidamente que los niños se meten en líos. Me ha asegurado que no volverá a olvidársele.
—Dudo que lo haga. Parecía realmente preocupada por Sam.
—Lo estaba —concedió Joseph. Y me llamó en cuanto se dio cuenta de que había desaparecido.
—Podrías sugerirle que tratara a Sam de un modo diferente. Me ha dicho que le habla como si fuera un niño pequeño y que no le gusta.
—Sí, a mí me ha dicho lo mismo antes. Se lo comentaré mañana.
—Muy bien. ¿Algo más?
—Creo que sigues enfadada conmigo — dijo Joseph, resignado.
—Puede que un poco sí —confesó ella en un tono de voz que sugería una disposición al perdón—. Has sido muy injusto conmigo.  
—¿Qué puedo hacer para compensarte?
—No lo sé. Me has enojado mucho — contestó Demi, ya medio en broma.
—¿Qué tal una cena? ¿Será suficiente para que me perdones?
—Puede...
—¿Y si incluyo en la oferta una película de cine?
—Si sumas una bolsa de ositos de goma puede que te perdone del todo.
—Creo que están poniendo la última de Tom Hanks en los Carrolton.
—Suena bien. ¿Cuándo?
—¿El viernes? —propuso él. No era lo bastante pronto, pero tendría que conformarse.
—Perfecto. Ah, ¿Joseph?
—¿Sí?
—Prepárate a humillarte —dijo con una risa disimulada en el tono de voz.
Tras lo cual, colgó el teléfono.
AJoseph lo sorprendió descubrir que también él estaba sonriendo tras colgar. No había esperado que aquel día terminase con una sonrisa. Y eso se lo debía a Demi.
Tal vez esa noche se acostara pronto. Estaba cansado y, sinceramente, no le apetecía sumirse en la melancolía.
Lo cual también debía agradecérselo a Demi, por supuesto.
Se estaba preparando para la cita con Demi cuando el teléfono sonó. Ya había dejado a los niños en casa de sus padres; su madre se iba a llevar a Sam, Abbie y a Clay Davenport a ver la última película de dibujos animados y luego dormirían en su casa. Descolgó con la esperanza de que no hubiera pasado nada.
—¿Diga?
—Hola, Joseph. Soy Tara.
—¡Tara! —Exclamó encantado al oír la voz de su hermana—. ¿Qué tal estás!
—¡Fatal! —respondió ella alegremente—. Estoy deseando que esto termine de una vez.
—¿Qué te dice el médico?
—Que nacerá en cualquier momento.
—¿Y cómo lo lleva Blake? —preguntó Joseph, sonriendo al mencionar a su excéntrico cuñado.
—Está hecho un manojo de nervios. Con lo frío y paciente que puede ser en el trabajo, la paternidad lo tiene desquiciado.
—Será un padre estupendo —Joseph sonrió—. Los dos lo seréis.
—Espero que tengas razón. Te tenemos a ti de modelo.
—No creo que me merezca tal honor.
—Tonterías. Estás haciendo un trabajo estupendo con Sam y Abbie. ¿Cómo están mis angelitos, por cierto?
—Bien. Mamá se los ha llevado al cine con Clay. No sé si Abbie aguantará sentada lo suficiente como para ver toda la película, pero mamá creía que sí.
—A Sam le gustará. Siempre se lo pasa bien con Clay. Es graciocisísimo cómo intenta imitar a su primo mayor.
—Sí... y me alegro de que Clay sea un buen chico y no le dé mal ejemplo.
—Clay es un cielo —convino Tara—. Y Claire es una ricura, ¿verdad? He hablado con Emily esta tarde. Estaba entusiasmada porque Claire empieza a dormir casi toda la noche del tirón.
—Sí, bueno, Abbie es un año mayor que Claire y sigue despertándose al menos una vez la mayoría de las noches, así que no te hagas muchas ilusiones: no creo que vayas a dormir sin interrupciones en un par de añitos.
—¿Anda ya?
—No —Joseph negó con la cabeza, resignada—. Da unos pasitos si se va agarrando a cosas. El pediatra dice que no le pasa nada. Simplemente, que aún no ha decidido andar. Le gusta que la lleven en brazos.
—No tardará en descubrir que es más divertido corretear por su cuenta. Y luego te quejarás porque no parará de moverse por todos lados.
—Seguro.
—Bueno, ¿qué planes tienes para esta noche?, ¿sentarte y disfrutar del silencio?
—No, de hecho... tengo... planes.
—¿Planes? —repitió Tara, intrigada—. ¿Tienes una cita?
—Pues... sí, más o menos —confesó él, sabedor de que su madre se lo contaría de todos modos—. Voy a salir al cine y a cenar con Demi Lovato.
—Demi Lovato?, ¿de verdad? Hace años que no la veo. Mamá dice que sacó a Sam de la piscina hace un par de semanas. Le estarás muy agradecido.
—Por supuesto.
—Me parece genial, Joseph. Me alegra que salgas. Necesitas algo de tiempo para ti mismo.
—Solo es una cena y una película —se sintió obligado a recordarla, para que tío se formara ideas extrañas.

Seductoramente Tuya Capitulo 15




Demi estaba sentada junto a la piscina el martes por la tarde, simulando interés por un libro y tratando de aparentar que estaba divirtiéndose, harta en realidad de tener tiempo para descansar. En Nueva York había trabajado sin parar. Incluso durante el instituto había trabajado todos los veranos, tanto por el dinero como para evitar pasar mucho tiempo en casa. De pronto, con varias semanas libres sin nada especial que hacer, no sabía cómo entretenerse... La sobresaltó notar una mano sobre su brazo. Se giró rápidamente y sonrió al ver quién era:
—Hola, Sam.
—Hola, Demi el niño esbozó una tímida sonrisa.
—¿Cómo te ha ido estos días?
—Bien. ¿Qué estás leyendo?
—Una novela de misterio.
—¿Es buena?
—Las he leído mejores.
—Si quieres, puedes leer mis cuentos. Son todos buenos.
—Gracias, Sam. Seguro que son muy divertidos.
—Están en mi casa. Tendrías que venir para que te los prestase.
Era la segunda vez que la invitaba a su casa. De nuevo, se preguntó cómo se sentiría Joseph si lo supiese. Miró en derredor y no vio a nadie especialmente interesado en el paradero de Sam.  ¿Has venido con tu niñera?
—No. La señora Brown está en casa con Abbie. Abbie está echándose la siesta.
—Entonces, ¿quién te ha traído a la piscina?
—Yo contestó Sam sin más.
Demi recostada hasta entonces en una tumbona, se incorporó como un resorte:
—¿Quieres decir que has venido solo? Seguro que no te han dado permiso.
—Se supone que yo también estoy durmiendo la siesta Sam miró hacia el suelo. Pero yo no quería dormir. Yo quería venir a verte.
—¿Cómo sabías que estaría aquí?
—Esperaba que estuvieras.
—Sam, tengo que llevarte a casa dijo Demi, poniéndose de pie. Seguro que tu niñera está histérica buscándote.
Solo pensar en que Sam había ido por su cuenta a la piscina desde su casa, a cinco manzanas de distancia, cruzando carreteras y arriesgándose a que lo atropellarán o a perderse, la dejó helada.
—No quiero ir a casa. ¿Puedo quedarme aquí contigo? Seré bueno.
No fue fácil resistirse a los ojos húmedos y la voz suplicante de Sam; pero Demi se mantuvo firme.
—Tengo que llevarte a casa. Quizá podamos llegar antes de que la señora Brown note que te has ido.
—No me gusta. Me habla como si fuera un niño pequeño.
Demi sabía que no debía recordarle que, de hecho, era un niño pequeño.
—Estoy segura de que lo hace con buena intención, Sammy. Puede que no haya pasado mucho tiempo últimamente con chicos grandotes de cinco años como tú.
—¿Tú has pasado tiempo con chicos como yo?
—Pues... no reconoció ella. No mucho.
—A mí me gusta cómo me hablas.
—Gracias. Pronto tendremos una larga charla, ¿de acuerdo? Pero antes tenemos que ir a casa para que la señora Brown no se preocupe por ti.
—Está bien aceptó Sam al tiempo que suspiraba.
Después de calzarse, Demi lo acompañó hacia la salida de la piscina.
Demi sabía dónde vivía Joseph, por supuesto, aunque nunca había estado allí en realidad. Con lo pequeña que era Honoria, no le había costado averiguar discretamente la casa a la que se había mudado. Sam apenas habló durante el trayecto de regreso, pero tampoco se resistió más. Los dos divisaron el coche de Joseph a la voz.
—¡Oh, oh! Papá está en casa.
Demi apretó la mano del niño, que se había quitado frío de repente.
—La señora Brown lo habrá llamado. Más vale que le digamos que estás bien, ¿de acuerdo?
—Se va a enfadar predijo el niño.
—Probablemente. Pero se le pasará... si le prometes no volver a hacer algo así de nuevo.
La puerta de la casa se abrió antes de que Sam pudiera contestar a Demi. Alarmado, sujetando a Abbie con un brazo, Joseph salió de casa, seguido por una mujer de mediana edad con el rostro desencajado. Demi podía notar lo asustados que estaban.
Joseph.
Este se giró, la localizó y, por fin, bajó la mirada hacia Sam. A Demi se le formó un nudo en la garganta al ver la expresión de Joseph, presa del pánico, tembloroso aún a pesar del alivio de ver a su hijo a salvo.
—Sam —se acercó a este—, ¿dónde has estado?
—He ido a la piscina a ver a Demi — murmuró el niño.
—¿Sin pedirle permiso a nadie?, ¿sin decirle a nadie que te ibas?
Sam bajó la cabeza todavía más.
—¡Sam! —exclamó Abbie, estirando los bracitos hacia su hermano.
—¿Cómo sabía que estabas en la piscina? —le preguntó a Demi.
Algo en su tono de voz la hizo fruncir el ceño.
—No lo sabía. Fue a ver si me encontraba allí... y, afortunadamente, estaba en la piscina.
—Sube a tu cuarto, Sam. Ahora hablo contigo.
Sam miró a su padre y protestó:
—Pero quiero enseñarle a Demi mis...
—Es mejor que hagas caso a tu papá, Sam —murmuró ella—. No creo que esté de humor para discutir contigo.
—Te aseguro que no —Joseph apuntó a la casa con la barbilla—. A tu cuarto, Sam.
Demi tuvo que morderse la lengua para no decirle a Joseph que no fuese muy duro con su hijo. Pero no era asunto suyo, se recordó. Además, lo que Sam había hecho estaba muy mal, y era importante que aprendiera que no debía repetirlo nunca.
—Si quiere, me quedo con Abbie, señor Jonas —se ofreció la niñera, mirando nerviosa el rostro severo de Joseph.
—Sí —dijo este, entregándole a la niña—. En seguida estoy con usted, señora Brown. Tenemos que hablar.
—Sí, señor.
—No, la despidas —le pidió Demi en cuanto la niñera hubo entrado en casa con Sam y Abbie.
—Ya está despedida —contestó él—. Simplemente, no he tenido la ocasión de comunicárselo.
—De verdad, Joe, si insistes en encontrar una niñera perfecta, jamás retendrás a ninguna más de una semana —repuso Demi, exasperada—. Todo el mundo comete errores.
—Ni siquiera lo oyó salir de casa.
—Estoy segura de que estaría ocupada. Puede que Abbie se hubiera despertado, o cualquier cosa. Y estás subestimando a tu hijo. Sám es muy listo. Seguro que en adelante estará mucho más atenta.
—¿Cómo puedes estar segura? —Replicó Joseph—. Ni siquiera la conoces.
—Parecía agradable.
—¡Ah, claro!, ¡eso lo cambia todo!
—Sé que estás preocupado, pero no hace falta que seas sarcástico.
—¿Preocupado? —Repitió Joseph, aún rígido del susto—. Maldita sea, Demi, estaba petrificado.
—Lo sé —Demi puso una mano sobre un brazo de Joseph—. Lo he visto en tus ojos.
—Saráh estaba histérica cuando me llamó. Debo de haber venido volando... Casi no recuerdo el trayecto en coche. No podía dejar de pensar en todas las cosas que podían ocurrirle a Sam... todas malas.
—Lo sé, Joseph. Pero Sam está bien.
—Si no hubieras estado en la piscina...