domingo, 2 de diciembre de 2012

Caperucita Y El Lobo Capitulo 34





—Lo siento, Demi. Se fue a correr con los otros hace una hora. No hay manera de que lo contacte. Honestamente... —Annette estaba en el vestíbulo de mármol de la mansión Jonas, retorciéndose las manos.
Dispara. Si Demi no hubiera pasado a su apartamento para ducharse y pasar dos horas eligiendo qué ponerse antes de conducir los cuarenta y cinco minutos a la mansión de Joseph, podría haberlo encontrado.

—¿Sabes en que dirección se fueron? —En su forma de lobo tal vez podría alcanzarlo y ponerse al día con ellos. Por desgracia, no había descubierto la manera de cambiar una y otra vez. No estaba completamente segura de qué pudiera hacerlo.
—No estoy segura, por lo general van por el camino hacia la casa de su abuela.
Joseph siempre le echaba un ojo a ella. Era una ruta normal.
—Gracias, Annette. Voy a conducir para esperarlo ahí. Tal vez los atrape antes de llegar. Demi  se dio la vuelta para irse, pero las palabras de Annette la detuvieron.
—Te ama. Lo sabes, ¿verdad?
Demi la miró por encima de su hombro.
—Yo no sé nada.
—Los lobos se aparean de por vida, Demi. A pesar de que tú eres su verdadera pareja, no le es fácil dejar su vínculo con Donna. A pesar de todo lo que es, lo hizo por ti. Por los dos. Para que logren conectarse hasta con sus almas, como ambos necesitan.
Demi negó con la cabeza.

—Como he dicho, hasta no ver a Joseph, y hablar con él… no sé nada.
Ya estaba bien entrada la noche cuando Demi llegó a la cabaña. Había una limosina estacionada enfrente, vacía. Joseph. ¿Quien más? Él había dejado el carro para tener un viaje confortable de vuelta a casa. Las luces estaban apagadas en la casa, la puerta sin salida atornillada en el interior. Ella no había utilizado esa cerradura en años. No era seguro que aún tuviera la llave.
Los vellos de la nuca se le erizaron, unos dedos invisibles y como un zumbido le recorrieron la espalda. Demi  ignoró la sensación, su mente competía con lo que diría al verlo. Después de tratar con dos llaves, encontró la correcta y abrió la puerta.
—¿Hola? —Con sus músculos tensos, se asomo a la sala completamente oscura, lista para cualquier cosa. Casi no podía respirar.

Pero podía ver. Ser un hombre lobo tenía su lado gratificante. Demi se obligó a relajarse, a confiar en su cuerpo. Su visión nocturna era increíble una vez que se relajó lo suficiente. Y lo que podía oír y oler, rellenaba los vacios que su visión nocturna dejaba. Su conciencia era todavía muy nueva, sin embargo, constantemente la alimentaba con información. Todos los que habían estado en la casa en los últimos meses podía olerlos. Luchó para ordenarlos por olores y sonidos, por familiares, por la edad, por extranjeros.
La planta baja estaba sin vida, llena de sombras y cubierta por el silencio de la noche. Cerró la puerta detrás de ella, un suave clic cuando el pestillo cayó en su lugar. Las tablas del suelo crujían por sus pasos, le hizo voltear su mirada hacia arriba.

Joseph es probable que deseara permanecer en gracia con la abuela en caso que la seducción de Demi no saliera como pensaba. Y qué mejor forma de encantar a la abuela que ofrecerle otra baratija de la época que había olvidado.
Demi podía sentir en sus huesos que estaba cerca. Probablemente estaba allí escudriñando las pertenencias de la abuela en las cajas manchadas en busca de más recuerdos que ofrecerle. Al menos esta no sería tomada de una escena de muerte.
Momento por momento, Demi trabajaba para endurecer su corazón, para prepararse a la dolorosa verdad, ¿que excusa podría tener para esa carta? Su pecho apretado. La ansiedad apretaba los músculos de sus hombros. ¿Qué significaba para ella ahora que era un hombre lobo? ¿Tendría que quedarse con Joseph sin tener en cuenta su independencia? ¿Tendría que irse? Ninguna opción le ofrecía consuelo.

Dio unos pasos, el ronroneo del primer piso de zapatos de cuero raspando en el piso de madera, llegó a sus oídos. De cuero con flecos y colonia masculina dulce, se mezclaba para crear una fragancia masculina que expresaba, sin lugar a dudas alguien extravagante.
Demi no logró su propósito de estar tranquila, el más leve aliento parecía hacer eco como de vendaval en el silencio. Llegó hasta la cima de las escaleras, dejando al lado las tablas del suelo que sabía que iban a chillar.
Miró hacia la derecha a la puerta oscura del cuarto de la abuela, luego a la izquierda a su propia puerta que hacía juego con la otra. La puerta del baño estaba justo en frente, ni una astilla de luz salía de abajo. ¿Por qué Joseph no encendió las luces? 

Un pequeño gemido de asombro y un clic de una puerta que se cerró, la hicieron girarse a la habitación de la abuela. Había estado observándola. El nudo de tensión en los hombros apretados, la ira bullendo en su interior y dejando a un lado la razón. Demi borró la distancia que la separaba de la puerta en tres pasos rápidos, girando el picaporte tan duro y rápido que el cerrojo se rompió con un chasquido. Una fracción de segundo pasó para hacerle considerar que la puerta había sido cerrada para empezar. Abrió la puerta.
La luz del amanecer hasta el anochecer fluía a través de la ventana lateral, creando destellos de luz en los contornos del piso de madera. La habitación estaba vacía a pesar de la cama y había unas cajas apiladas en una esquina.
Las puertas del armario no estaban. El espacio había estado lleno con cosas de la abuela. Ahora el armario estaba vacío y oscuro.
Demi entró en la habitación, la esencia quemaba sus sentidos, con la mirada buscando a Joseph. Alguien entró y ella entró en pánico, su respiración llenaba el oscuro silencio, el miedo endulzaba el aire. No era Joseph.
Tan pronto como ese pensamiento se formo en su mente, una mano la agarró de la parte superior de su brazo y la puerta se cerró detrás de ella. De un solo jalón se encontraba en el duro pecho de Anthony Cadwick.
—¿Donde está?
Ella contuvo la respiración. El acero frio clavado en su cuello, la punta filosa de un cuchillo le presionaba en la piel. Susurró por el dolor. El corazón le tartamudeo.
—No. No lo hagas por favor.
Él mantuvo su boca en su orejar, su voz un poco ronca. Su aliento le calentaba un lado de la cara, humedeciéndola y aumentando su temor.
—¿Cómo has entrado aquí sin que te arrancaran la garganta?
Demi se sorprendió y frenó el palpitar de su corazón, trató de entender lo que estaba sucediendo.
—¿Qué estás hacienda aquí? Esto es privado...
—Esto ahora es mío, así que no hables de la mierda de allanamiento a la morada.
¿A quién le importa? Tengo que salir de aquí, y si lo hago, significa que puedo entenderlo. —Anthony la empujo hacia adelante con los dedos clavados en su brazo, y la empujo hacia la ventana.

—¿Que quieres decir con que eres el dueño del lugar? La abuela... —Se tambaleo, pero Anthony seguía empujándola hacia delante. Antes de que pudiera terminar la pregunta estaban en la ventana.
Le inclinó los hombros hacia el marco, con el cuerpo en ángulo para hacerle frente a la puerta, el cuerpo de ella adelante como un escudo. La mirada de él se precipito sobre el patio de enfrente, la entrada de los carros y la oscuridad del bosque. Su pulso era rápido como el fuego y zumbaba en su pecho y Demi lo sentía en su espalda. Estaba desesperado, cerca de enloquecer por el miedo.
—¿Que está pasando, Anthony?
Su agarre se hizo más fuerte en su brazo.
—¿No lo has visto?
—¿Ver qué?
—El lobo. Uno grande plateado, hijo de la gran puta.

Caperucita Y El Lobo Capitulo 33






—¿Qué te dijo cuando le preguntaste por la carta? Demi se encogió de hombros.
—No pregunté. Sólo me fui.
Cherri espolvoreó otro poco de harina dentro de la mezcla.
—Por supuesto que no. ¿Por que darle al Señor Alto-oscuro-y-maravilloso la oportunidad de explicar las cosas? Digo, él básicamente es perfecto. Apuesto, inteligente, rico, romántico. Apuesto...
—Dijiste apuesto dos veces.
Cherri la miró.
—Sip. Lo sé. Demi rodó los ojos
—Nadie es perfecto.
—Él hace una buena imitación de serlo.
El olor de licor llegó a la nariz de Demi.
—Demasiado anís —dijo señalando la mezcla.
—Ni siquiera lo has probado.
—Confía en mí. —Aún no le había contado a Cherri sobre los otros atributos del Sr. Maravilla, como su habilidad de convertir a mujeres en lobas locas por sexo que podían oler anís y ropa interior húmeda como a cien yardas... entre otras cosas.
De acuerdo, él no fue el que la convirtió, pero aun así, no quería escuchar a Cherri con más excusas a favor del hombre. Eventualmente le diría.
Probablemente.

—Es sólo que no puedo creer que siempre estuve en lo cierto. Dejé que mis hormonas se metieran en mi cerebro. Demonios. —Batió con una espátula de plástico en el recipiente de mantequilla glaseada que sostenía, sacando ahí su frustración—. Y la pobre Abue. ¿Cómo le voy a decir esto?
—Realmente le agrada, ¿huh? —Cherri metió un dedo en la mezcla de galleta y dio un salto inconscientemente ante el sabor al probarla.
—Adora a Joseph. Le destruirá cuando sepa que sólo estaba siendo amable para conseguir su tierra.
—Me sorprende lo bien que lo estás tomando. —Cherri añadió más harina y azúcar a la mezcla—. Digo, si pensara que el amor de mi vida sólo me estaba usando para cerrar un trato, lloraría hasta que se me salieran los ojos.

Demi no mencionó que había llorado todo el camino desde la casa de Joseph hasta la de ella, y más de la mitad del recorrido desde la cabaña. Sintió como si fuera un pedazo de su corazón por el que había conspirado para robar esos papeles, no sólo la tierra de su abuela. Excepto que la abuela aún tenía su tierra, Demi no podía decir lo mismo de su corazón.
Ya no lloraría más.
—Lo que no puedo entender es este otro sujeto… Cadwick. Me hizo una propuesta de que le llamase si la abuela decidía vender. Luego lo vi anoche con la abuela. Se veían serios. Pero no sé si está trabajando para Joseph o si es la competencia.
—¿Crees que sea Cadwick quien estaba engañando a tu abuela haciéndole creer que era tu padre? —Cherri introdujo una cuchara limpia en la mezcla. La probó. Y una sonrisa apareció en sus labios.

—Creo. Cuando le dije a Joseph que la abuela pensaba que papá le decía que vendiera, lució genuinamente sorprendido. Demi se paró y puso una espátula llena de glaseado sobre el papel para pastel en la mesa de preparación.
—Probablemente estaba sorprendido —Cherri dijo detrás de ella—. Me he encontrado con Joseph, Demi. No encendió ninguna de mis alarmas para idiotas.
Solo pregúntale de la carta y ve qué te dice.
Demi negó con la cabeza, esparciendo el glaseado como pintura sobre la tela blanca.
—¿Que podría decir? Usó sus contactos para robarse la tierra de la abuela.
¿Importa si al final lo hizo o no?
—Eso depende de ti.
Demi la miró sobre su hombro.
—¿Si pienso que lo hubiera hecho por si las cosas entre nosotros no funcionaban?
—Respecto a si estás tan asustada de tus sentimientos por él, que serías capaz de usar cualquier excusa para huir de ellos.
Demi volvió a su pastel con un exasperado suspiro.
—No comiences con esa mierda otra vez. No tengo ninguna herida emocional profunda dejada por la muerte de mis padres que afecta mis relaciones.
—Te refieres a las heridas de las que estas consciente. —Cherri se acercó y apoyó una cadera contra la meza de preparación de Demi, aun lamiendo lo último de la mezcla de la cuchara—. La mayoría de los locos, no saben que están locos.
—No estoy loca.
—Que tú sepas.
Demi le dio una mirada.
—Cherri…
—De acuerdo, de acuerdo, no estás loca. —Esperó un segundo—. Pero sí tienes problemas.
Demi gruñó y rodó los ojos. Dios, odiaba cuando Cherri jugaba a la psicóloga.
Realmente creía que el único curso de psicología que había tomado en la Universidad la calificaba para diagnosticar todo de pasiva-agresiva a transferencia emocional. Demi tomó la espátula y volvió al glaseado.
Cherri se dio cuenta de los sutiles signos de que Demi la había sacado de sus pensamientos y ya no la escuchaba.
—Sólo escucha. ¿Qué es lo que siempre dices que recuerdas de tus padres justo antes del accidente?
Demi realmente no quería hacer esto. Era una molesta, casi interesante distracción, pero al final tendría que ver que iba a hacer con Joseph.
—No lo sé, Cherri. Dejemos el tema, ¿bien?
—No, espera. Cada vez que hablas del accidente recuerdas lo felices que eran. Y repentinamente todo acabó. Tu padre se distrajo mucho por su felicidad. Y ahora evitas ser feliz para que no te pase lo mismo.
—Ellos sólo estaban riendo, Cherri. Bromeando. Mi papá volteó a ver a mamá un segundo. Así es como ocurren los accidentes. El conductor quita la vista del camino, se distrae, por cualquier razón.
—Exactamente.
—Así que si hubiese sido su taza de café, que cayó sobre su celular, el cual estaba sonando, según tú, ¿yo evitaría tener algún tipo de relación con personas que tengan café en el auto o hablen mientras conducen?
—Tal vez.
Demi no pudo evitar reír.
—Eso es una locura, Cherri. No renuncies al trabajo, ¿de acuerdo?
—Hablo en serio. —Cherri movió sus lentes con los nudillos—. De acuerdo, bien. Tal vez sería simplificarlo demasiado. Pero tienes que admitir que hay un patrón ahí.
—¿Oh sí? Demi cubrió el último centímetro de pastel de chocolate con glaseado y luego tomó la manga pastelera.
—Desde que te conozco, nada se mete en tu camino. Nada te distrae…
especialmente los hombres, pero la mayoría de veces sólo es algo físico. Tú sabes, algo para bajar el deseo sexual.
—Haces que parezca toda una dama.
Cherri ignoro su comentario, empujando la red para el cabello de su frente.
—Cada cierto tiempo alguien con algo más en la cabeza aparece. Te hace reír, te hace un poquito más feliz y entonces… BAM. Los botas. Creas una tonta excusa sobre estar demasiado ocupada con la tienda y tu abuela y que no quieres distraerte…
—De acuerdo, primero: estoy ocupada. Y segundo: nada de esto tiene que ver con que Joseph se quiera robar la tierra de mi abuela.

—Yu-huh. Nombra un tipo que alguna vez te haya afectado como lo hace Joseph Jonas. Uno que te haya hecho sonreír al sólo pensar en él, que tenga más en
común contigo, que te haya hecho sentir al menos la mitad de lo que sientes cuando estas con él.
Demi no dijo palabra. No podía. Nunca había habido alguien como Joseph en su vida. Cherri tenía razón. Pero Demi seguía concentrada en decorar el pastel.
—Enfréntalo chica, estas huyendo y no funcionara esta vez.
Demi golpeó la bolsa sobre la mesa de preparación, el glaseado azul salió en forma de arco hasta caer el suelo.
—La carta estaba ahí, Cherri. En su escritorio. No hay nada ambiguo sobre eso. En algún momento había planeado cómo robar la propiedad.
—Pero no sé porque... tal vez... tal vez sólo trataba de ayudar.
—¿Ayudar? ¿Cómo? ¿Al tratar de tomar la única cosa que le gusta tanto como yo? Demi dijo con voz tensa y fuerte saliéndole del pecho. La tensión se acumulaba en su estomago, su corazón latía rápido y más rápido, gritando como enloquecido.
Tragó saliva, comprimiendo los primeros movimientos de su lobo. Cuando habló de nuevo, su voz era controlada y calmada.

—Bien. ¿Piensas que estoy sacando conclusiones? ¿Piensas que estoy tratando de evitar a algún... tipo? Demi puso sus manos en su espalda, para quitarse el delantal. Se lo sacó por la cabeza y arruinó la masa.
—Le pediré una explicación. ¿Feliz? Y cuando resulte que no tiene ninguna excusa válida, voy a estar de vuelta con una gran frase de “TE LO DIJE.”
—¿Y si tiene una buena escusa?
La mandíbula de Demi se puso rígida. Apretó sus labios en una línea dura, respirando por la nariz. No quería pensar en esa posibilidad. Estaba demasiado cerca de Joseph, muy cerca de caer de cabeza y hasta el fondo. Si él le diera la más mínima razón para estar juntos... que sería la dueña de su corazón por completo. No tendría ningún control, ninguna posibilidad de protegerse a sí misma si le pasaba todo eso.
Ella sacudió la cabeza y se volvió hacia la puerta.
—Ya vuelvo.

Amor Desesperado Capitulo 30




Tres noches después, Nick llegó a Cherry Lane y pulsó el timbre del pequeño rancho de la familia Polcenek. Si Miley no le hubiera descalabrado la vida, si hubiera conseguido dormir más de cinco minutos seguidos desde su marcha, habría reído al recordar todas las veces que había pulsado ese timbre cuando era niño, para echar a correr antes de que abrieran la puerta.

Pero no se rió ni salió corriendo.
La puerta se abrió y se encendió la luz del porche. Miley asomó la cabeza y sus ojos se abrieron con sorpresa.
—Nick, ¿qué haces aquí?
—El plazo de nuestro trato no se ha cumplido —dijo con voz tranquila, aunque tenía ganas de secuestrarla o de retorcer su lindo pescuezo. Las consecuencias legales de cualquiera de esas opciones le pasaron por la mente, y sacó el anillo del bolsillo.
Ella miró el anillo con dolor. Echó una ojeada hacia la casa por encima del hombro, salió al porche y cerró la puerta tras ella. La noche era fresca y se abrazó el cuerpo con los brazos.
—Lo siento —dijo—. Ya no podía seguir simulando. Me sentía como si fuera un fraude para todos.
—No para mí —objetó él, dolido por su tono desolado.
—Para ti, para mí —interpuso ella—. Era demasiado confuso. Primero se supone que tengo que actuar como si te amara ante la gente. Después nos convertimos en amantes, pero se supone que no puedo enamorarme de ti —movió la cabeza y se mordisqueó el labio—. No podía soportarlo más.

—Te has sentido mal por culpa de la gente —comenzó Nick, intentando comprenderla.
—No es la gente. Soy yo.
—¿Por qué? —preguntó él, perdiendo la paciencia. Lanzó una maldición—. El domingo no parecías nada confusa.
—Ya lo sé, pero… —Miley notó que le ardían las mejillas.
—¿Pero qué?
—No lo vas a entender —Miley irguió la barbilla—. No es lógico —admitió—. No puedo explicarlo.
—Inténtalo —insistió Nick, consciente de que la estaba forzando pero ansioso de respuestas—. ¿Cómo puedes hacerme el amor como si fuera lo más importante del mundo entero y desaparecer al día siguiente?
—Ya te he dicho que no puedo explicarlo —dijo ella, retorciéndose las manos.
—Y yo te dije que te quedaras con el maldito anillo —replicó Nick, comenzando a perder el control.
—No puedo quedarme con el anillo. Cada vez que lo mirara me echaría a llorar. No puedo…
—¡A llorar!
—Por favor, baja la voz. Esto ya es bastante difícil. Me va a costar muchísimo superar…
—¿Superar qué? —desconcertado por completo, Nick sentía ganas de aullarle a la luna como un perro. Entonces la miró y percibió el primer destello de ira en sus ojos.
—Esto es muy fácil para ti. Tú puedes encender o apagar tus sentimientos a voluntad, yo no. Me pediste que actuara como tu prometida, que simulara adorarte, que simulara amarte. Te diré cuál es mi problema, señor Comando. Yo no simulaba. Me enamoré de ti. ¿Te parece suficientemente lioso? —preguntó con los ojos brillantes de lágrimas.
No le dio posibilidad de responder.

—No te preocupes. Sé que no me quieres. Así que muestra un poco de compasión. Déjame en paz para que consiga olvidarme de ti —soltó una risa que sonó como un sollozo—. O pondré a mi padre y a mi hermano a perseguirte.
Asombrado, vio como la puerta se cerraba tras ella. Se quedó mirando la puerta fijamente, intentando comprender su confesión. Sus palabras le resonaban en la cabeza como un gong.

Miley lo amaba. Sintió que lo invadía una oleada de calor, pero inmediatamente llegó el jarro de agua fría. No quería volver a verlo nunca.
Cuando Nick decidió ahogar sus penas, no se imaginó que aquello acabaría convirtiéndose en una reunión del Club de los Chicos Malos. Llamó a Ben, y de repente la reunión de dos personas se convirtió una de cuatro.
Nick miró a sus camaradas y movió la cabeza con sorpresa.
—Todos estáis casados. ¿Cómo habéis conseguido escaparos el día de Nochebuena?
—Ha sido fácil —respondió Stan Michaels, ahora médico traumatólogo—. Todas las señoras están en mi casa.

—Dando consejos y apoyo a Jenna Jean —se burló Ben.
Nick los miró sorprendido. Sabía que Jenna Jean era una abogada de gran reputación. No se imaginaba por qué razón podría necesitar que la aconsejaran.
—De acuerdo, he picado. ¿Por qué?
—Vamos a tener un bebé —dijo Stan, con una sonrisa tan amplia que su rostro parecía a punto de partirse en dos.
—No me lo puedo creer —Nick lo miró con sorpresa—. Enhorabuena —dijo automáticamente, pero pensar en niños le recordó a Mile , y eso le dolió. Miró a Joe Caruthers.
—Tampoco entiendo que tú estés aquí. No creí que volviera a verte más que en foto, ahora que vives en Colorado.
—Mi mujer no hacía más que sugerir que ampliara mi negocio de franquicias con un socio en Roanoke —explicó Joe—. Es una buena excusa para volver por aquí de vez en cuando.
—Sí, eres el único que queda, Nick —dijo Ben—. ¿Cuando vas a dejar de ser el Soltero del Ano?
—Nunca —respondió. Resuelto a no dejar traslucir que estaba ahogando sus penas en cerveza, pidió otra ronda.
—No me digas —interpuso Ben—. Sabes, Amelia, mi mujer, lee mucho. Es catedrática y es una chica lista.
—Y aún así se casó con él —exclamó Stan, simulando asombro. Ben lo miró de reojo.
—La próxima vez que necesites consejos sobre el coche… —amenazó.
—Vale, vale —dijo Stan—. Acaba lo que ibas a decir.
Ben, dueño del único concesionario de coches extranjeros de Roanoke, sonrió.
—En la facultad reciben todos los periódicos. Hace poco leyó un artículo muy interesante que decía que sonaban campanas de boda para Nick Nolan.

Amor Desesperado Capitulo 29





Podría pasarse la vida entera intentado hacerlo feliz. Podría dedicar toda una vida a romper sus defensas y a conquistarlo para sí. Una docena de protestas clamaron en su mente. Miley tenía miedo. Nunca había amado así, y sospechaba que no volvería a hacerlo. Lo besó por todas esas noches que no compartirían. Lo acarició por todas las sonrisas que no vería, todas las risas que no escucharía.
Lamió su pecho y sintió el galope de su corazón contra la mejilla.
—Mi turno de preguntas —gimió él, cuando ella deslizó las manos bajo el agua hacia su entrepierna—. ¿Qué haces? —preguntó, como si hubiera percibido su cambio de actitud, su abandono.

—Me rindo a la tentación —contestó ella, obligándolo a salir del agua y sentarse en el borde alfombrado de la bañera. Después inclinó la boca hacia su sexo, y le hizo el amor como si no existiera el mañana; Miley sabía que vivía de tiempo prestado.

A la mañana siguiente, Nick besó a Miley y se marchó a trabajar. Como si fuera una condenada a muerte disfrutando de su última comida, Miley se permitió quedarse en la cama durante cinco minutos más, y dejó que los recuerdos de su relación con Nick, invadieran su mente.
El color azul claro de las sábanas le recordó sus ojos, aunque no eran suaves en absoluto. Eran brillantes y resplandecían de inteligencia. Hundió la cabeza en la almohada e inspiró su especiado aroma. Cerrando los ojos, conjuró el sonido de su voz, de su risa.
La noche pasada casi la había convencido de que estaba tan loco por ella como ella por él. Casi. Su forma de tocarla y mirarla lo sugerían. Pero en el fondo de su mente, la verdad se erguía destructiva. Sintió una punzada de dolor y se mordió el labio.

Había roto todas sus reglas, pero lo peor era que se había enamorado de él. Día a día, milímetro a milímetro, había permitido que él se apoderara de su corazón. Sus peores miedos se habían convertido en realidad. Nick tenía una identidad tan fuerte y tan dinámica que podía consumirla. Él había adquirido demasiada importancia, cada momento del día invadía su pensamiento, incluso cuando debería estar estudiando.
Sólo podía hacer una cosa. El corazón le pesaba como un bloque de cemento y sentía una profunda tristeza vital. Intentó convencerse de que no habían faltado las pistas. Nick le había dicho que no le gustaban las mujeres liosas y, bien lo sabía Dios, ella era liosa. A pesar del compromiso ficticio, Nick había dejado muy claro que no le interesaba involucrarse sentimentalmente.

La cruda verdad era que Miley lo amaba, pero él a ella no. Nunca lo haría. Nick se sentía atraído por ella, muy atraído. Si Miley no tenía cuidado se agarraría a ese diminuto rayo de esperanza y pasaría el resto de su vida intentando que la quisiera. Tenía que marcharse.
—De nada sirve llorar, amiga. Sabías que este día tenía que llegar —murmuró para sí, repitiéndolo como un mantra.
Se levantó de la cama, se puso una bata y comenzó a funcionar en piloto automático. Quitó las sábanas y las echó al cesto de la colada, fregó los cacharros y recorrió la casa recogiendo sus pertenencias. Sonrió con tristeza al pensar que Nick respiraría con alivio al encontrar su casa ordenada de nuevo. Al menos no volvería a tropezarse con los zapatos que ella dejaba en cualquier sitio.

Sentada en la cocina escribió una nota, la leyó y la tiró a la basura. Los ojos le ardían de lágrimas. «De nada sirve llorar», repitió, odiando su debilidad.
Impulsivamente, preparó unos bollos de manzana y canela y los metió al horno. Mientras se hacían, escribió otra nota que también acabó en la basura. Cuando iba por el cuarto intento, sonó el temporizador del horno.
Rugiendo de frustración, Miley sacó los bollos del horno. No quería irse pero era inevitable. Garabateó una nota corta y la firmó. Se quitó el anillo y lo dejó sobre la mesa. Un anillo de amistad, había insistido él. Se lo volvió a poner y admiró lo bien que encajaba en su dedo. Cerró los ojos, indecisa. No podía quedárselo, decidió por fin. No quería recibir más de lo que daba.

Subió las escaleras, lloró mientras se duchaba e hizo las maletas.
A Nick lo asaltó el olor a canela en cuanto abrió la puerta. Sonrió. Miley había vuelto a cocinar. Automáticamente, sorteó la zona de la puerta donde ella solía dejar los zapatos y fue a la cocina. Estaba limpia y vacía, y sintió desilusión por no verla de inmediato.
—Miley —llamó, subiendo las escaleras. Había decidido que tenía que convencerla para que ampliara el plazo de treinta días. Le gustaba que formara parte de su casa, de su vida, no quería que se marchara.

Aunque ninguno de los dos deseaba comprometerse en serio, no había razón para que no siguieran viviendo juntos. No le importaba cortar con los compromisos sociales de raíz, si con eso lograba convencerla. Si había razones más profundas motivando su deseo, no las consideró, limitándose a las puramente lógicas.

El silencio de la casa lo puso nervioso. Miró en su dormitorio: estaba ordenado, sus pertenencias no estaban a la vista y le extrañó. Frunció el ceño.
Normalmente la superficie del tocador estaba llena de cosméticos, había una pila de ropa doblada sobre una silla y zapatos por toda la habitación. Miley tenía un problema con los zapatos, pensó. Siempre estaba deseando quitárselos, y normalmente los dejaba tirados en cualquier sitio.
Su intranquilidad se acrecentó. Entró en la habitación y abrió el armario. Su ropa no estaba allí. Abrió los cajones de la cómoda y los encontró vacíos. El corazón le dio un vuelco.
La comprensión le dolió como un puñetazo en el estómago.
Se había ido.
Una sucesión de imágenes del día y la noche anteriores invadió su mente. Nunca se había sentido tan unido a una mujer. Nunca había percibido tanta honestidad en una mujer. ¿Por qué se había ido?
Anonadado, volvió a la cocina. Recorrió la habitación a zancadas. ¿Qué había provocado su marcha?
Nick vio una hoja de papel sobre la mesa. Sobre ella, el anillo que le había regalado parecía burlarse de él. Levantó la nota y la leyó.
Querido Nick:
Lo siento mucho, pero no puedo seguir simulando.
Un abrazo,
Miley.