martes, 30 de abril de 2013

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 24




–Siento que te haya ofendido. Siempre me he preguntado…
 –No tienes por qué decirlo, Demi. Yo también me lo he preguntado.
 –¿Ah, sí?

 –Soy humano. Claro que sí. Después de lo que pasó hace cuatro años, estuve teniendo sueños eróticos contigo durante mucho tiempo.
 –¿Y qué hacía en esos sueños?

 –Cuando vuelvas a Londres y tengamos una cama con un cabecero de hierro forjado y una cuerda, te lo demostraré…

 Como Demi había predicho, la temperatura subió al día siguiente y la nieve empezó a derretirse.
 La carretera ya no era peligrosa y, aunque Joseph no tenía la espalda curada del todo, podía manejarse.

 Al día siguiente, él se fue a buscar el coche y lo llevó a casa de ella.
 En aquellos pocos días juntos, Demi se había dado cuenta de que nunca había olvidado a Joseph. Su vida en París le parecía como un paréntesis en el que había estado esperando volverlo a ver.

Joseph quería que dejara su trabajo y se quedara en Londres. Sin embargo, su propuesta no incluía promesas de futuro. Serían amantes, nada más.
 Él se lo había dejado claro desde el principio, igual que con todas las mujeres con las que había salido.

 Antes de irse, Demi habló con la compañía de seguros y con su padre, y le dejó una lista con las cosas que iban a necesitar reparación cuando volviera.

 Mientras Joseph conducía, alejándose de la casa, ella miró hacia atrás y le pareció que todo había sido un sueño. Se preguntó cómo iba a poder enfrentarse al mundo real y, como si le hubiera leído la mente, él le agarró la mano.

 –He estado pensando que igual debería acompañarte a París. Hace mucho que no tengo vacaciones…

 Demi había tenido tiempo de pensar en todo. Desde su perspectiva, se había dado de bruces con su pasado y había descubierto que nunca había conseguido dejarlo atrás.

 Había comprendido lo fácil que era convertir un enamoramiento de adolescencia en un desesperado amor adulto. Ella no tenía armas con las que protegerse el corazón del hombre que se lo había robado.

 No obstante, no era ninguna estúpida. Sabía que a Joseph le gustaba. Él adoraba su cuerpo. Pero no había más.

 Él le había avisado que no esperara más que sexo y ella lo había convencido de que era de la misma opinión.

 Aunque no había tenido el suficiente sentido común como para apartarse de él, había sido capaz de no confesarle lo que sentía, para poder separarse de él con la cabeza bien alta, cuando llegara el momento.

 –¿Venir conmigo a París? Joseph… no van a ser vacaciones para mí.
 –Me doy cuenta de que tú tendrás que trabajar, pero yo podría arreglármelas para conseguir una semana libre.

 Sería maravilloso, pensó Demi, poder ir a la oficina, sabiendo que él la estaría esperando a la salida, poder enseñarle sus cafés y restaurantes favoritos, mostrarle esa panadería donde preparaban deliciosos bollos y su mercado de verduras preferido. Podría presentárselo a sus amigos y, después, irse a la cama con él y hacer el amor…

 Sin embargo, su sueño se hizo pedazos al estrellarse con la realidad. Demi sabía, sin sombra de duda, que si le seguía el juego no haría más que hundirse en un pozo del que no iba a poder salir con facilidad.

 –Llevas varios días sin ir a la oficina. ¿Cómo vas a poder escaparte una semana a París?
 Él sonrió con satisfacción.

 –Porque soy el jefe. Yo mando. Es una de las cosas buenas del trabajo. Además, tengo personas de confianza en las que puedo delegar. Están deseando demostrarme lo capaces de que son de cubrirme en mi ausencia.

 –Bueno, lo siento, pero no creo que fuera muy buena idea.
 –¿Por qué no? –quiso saber él, deslizando las manos entre las piernas de ella.
 Al instante, a Demi e le humedeció la ropa interior.

 Joseph volvió a poner la mano en el volante. No podía dejar de tocarla y sabía que a ella le pasaba lo mismo. Había veces que, con solo mirarla, podía adivinar que estaba mojada y caliente, lista para él. Entonces, ¿qué tenía de malo aprovechar el tiempo que pudieran estar juntos?
 –Me siento muy culpable por dejarlos en la estacada.

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 23




–Lo dices como si te hubiera confesado que soy extraterrestre –repuso él con tono seco. Aquello era algo nuevo para él. Siempre había mantenido esa parte de su vida en secreto. Nadie, ni siquiera su madre, conocía la historia.

 Y nunca había querido compartirla con las mujeres con las que había salido, a pesar de que ellas lo habían presionado para sonsacarle detalles de su vida privada, como si así hubieran podido acercarse más a él.
Demi esperó a que continuara.

 –La razón por la que te lo cuento a ti, a parte de porque nos conocemos hace mucho, es porque quiero que comprendas las decisiones que he tomado en lo que respecta a las mujeres.

 Ella estaba tratando de adivinar a qué mujer se refería. Recordaba ese tiempo con claridad, aunque habían pasado muchos años. Él había perdido su buen humor y se había convertido en un hombre controlado y enfocado en su objetivo. Por primera vez desde que se habían conocido, apenas lo había visto por aquel entonces.

 –Pensé que estabas por completo dedicado a la empresa –señaló ella, mirándolo–. ¿Tenías tiempo para salir a relacionarte? Mi padre y yo te apodamos El hombre invisible, porque sabíamos que estabas, pero nunca te veíamos.
 –Bueno, yo no salía a relacionarme. Fue ella quien me buscó a mí.
 –¿Qué quieres decir?

 –Anita Hayward era directora de contabilidad. Parecía modelo de alta costura. Tenía largas piernas, pelo largo y me miraba entornando las pestañas cada vez que pasaba por mi despacho. Mostraba la combinación justa de comprensión y ánimos. Era un soplo de aire fresco, después de soportar que todo el mundo me mirara con pena. Me pareció que era lo que necesitaba en ese momento. Además, se ocupaba de informarme de todo lo que pasaba en la oficina. Poco a poco, empezamos a salir a cenar después de trabajar.

 –Tu madre siempre decía que estabas trabajando hasta altas horas de la noche… pero no estabas en la oficina…

 –No. Me estaba dejando engatusar.
 –¿Qué quieres decir?

 Joseph se quedó callado, tumbado con los ojos puestos en el techo. Estaba a punto de revelarle algo que no había contado a nadie.
 –Debería haber estado en casa, acompañando a mi madre. Pero no. Me dejé seducir por Anita Hayward, su largo cabello pelirrojo y sus ojos verdes.
 –Y te sientes culpable…

 –Eres una lince.
 –Sin embargo, es normal que la gente se equivoque, sobre todo, cuando está sometida a mucho estrés. ¿Qué… qué pasó al final?

 –Al final, descubrí que Anita solo quería un ascenso. Tan sencillo como eso. Me había utilizado una mujer ambiciosa que solo quería escalar puestos. Encima, ella tenía novio. Los sorprendí en uno de los despachos cuando regresé a la oficina sin avisar porque me había olvidado algo. No sé si su novio estaba metido en el ajo o si era solo un pobre idiota al que ella estaba utilizando también. El resultado fue que, en aquel momento tan delicado de mi vida, metí la pata hasta el fondo.

Joseph se giró hacia ella y le tocó un pecho. Ella le sujetó la mano.
 –No utilices el sexo como sustituto de hablar –le reprendió ella y sonrió.
 –Es que tú hablas demasiado.

 –Entonces… por una experiencia desafortunada… decidiste… ¿qué?
 –Me gusta cómo lo describes como experiencia desafortunada. Bueno, pues a causa de eso tomé la decisión de apartarme de todo lo que exigiera compromiso emocional.

 Demi comprendió, entonces, que hubiera salido siempre con rubias cabezas huecas. Se había enamorado de una mujer inteligente, hermosa y madura y había acabado siendo manipulado cuando había estado más vulnerable. Como resultado, había levantado una fortaleza a su alrededor para protegerse. Por eso, solo salía con mujeres que pudiera desechar. Y eso terminaría haciendo con ella.

 En realidad, era probable que su historia durara más porque se conocían hacía mucho tiempo y había entre ellos más que sexo. Pero, al final, terminaría siendo prescindible, caviló ella.

 –¿Qué pasó con Anita?
 –La despedí. No de inmediato, ni de forma directa. No, fui cambiándola a puestos de menos responsabilidad. Ella no se daba cuenta de que yo no iba a perdonarla. A pesar de que los había sorprendido teniendo sexo sobre la mesa, esperaba poder volver a salir conmigo. 

Cuando se dio cuenta de que en mi empresa nunca iba a ascender, puso las cartas sobre la mesa. No solo me había utilizado, también me había engañado, pues no había tenido veinticuatro años, sino treinta y tres, y la mayoría de su currículum había sido falso.
 –Lo siento –murmuró ella.

 –¿Por qué? Todos necesitamos aprender de los errores.
 Acurrucada a su lado, Demi pensó que ella no había aprendido nada de su error. Él la había rechazado una vez y allí estaba, entre sus brazos, repitiendo el mismo camino que le rompería el corazón.

 –Y me lo has contado porque… quieres advertirme de que no aspire a nada serio contigo –adivinó ella, pensativa–. No tienes que preocuparte por eso.
 –¿Porque para ti solo soy un asunto no zanjado?

lunes, 29 de abril de 2013

Marido De Papel Capitulo 2





Un sonido llamó su atención. En la quietud del campo, era muy fuerte y rítmico. Después de un minuto, supo por qué sonaba familiar. Era el paso de un semental de pura raza. Y ella sabía exactamente a quién pertenecía el caballo.

Por supuesto, un minuto después, un jinete alto apareció ante su vista. Con su sombrero de ala ancha echado sobre su frente, la cara oscurecida por su sombrero y su impecable forma de montar, Joe Jonas era bastante fácil de identificar incluso desde la distancia. Y si no hubiera sido por el jinete hubiera sido por el caballo, Cappy. Cappy era un palomino con un linaje impecable que le había producido grandes beneficios. Era un caballo muy tranquilo, aunque a veces se ponía nervioso y que no permitía que lo montara nadie más que Joe.

Como Joe frenó al caballo justo a su lado, pudo ver la burla indulgente en sus ojos, antes escuchar en su voz profunda.
— ¿Otra vez? —preguntó con resignación, obviamente recordando las otras ocasiones en las que había tenido que rescatarla.

—Es la valla, —dijo beligerante, soplando un mechón de pelo rubio de su boca—. ¡Y esa estúpida cerca necesita las manos de un luchador para manejar las herramientas!
—Claro que si, cariño, —dijo él arrastrando las palabras y cruzando los brazos sobre la silla—. Las vallas no saben nada sobre el movimiento de liberación de las mujeres.
—No irás a empezar otra vez, ¿verdad?, —murmuró ella.
Una sonrisa se dibujó en su boca.

—Creo que no estás en la mejor situación para lanzar desafíos —murmuró secamente, y sus ojos oscuros la miraron de arriba a abajo. Solo por un momento, su mirada descansó en las curvas de sus pechos.
Ella se removió incómoda.

—Vamos, Joe, suéltame, —le pidió ella levantándose—. He estado pegada a esto desde nueve de la mañana y me estoy muriendo por beber algo. Hace mucho calor.
—Está bien, chico —se bajó de la silla y echó las riendas sobre el cuello de Cappy, dejándolo que pastara cerca, para ocuparse de su pierna atrapada.

Sus gastados vaqueros que se apretaban sobre la poderosa musculatura de sus piernas le hicieron rechinar los dientes ante el placer que le proporcionaba sólo mirarlo. Joe era muy atractivo. Tenía ese tipo de atractivo masculino que hacía que todas las mujeres, independientemente de su edad, suspiraran cuando lo veían. Tenía una gracia innata y un aspecto elegante. 

Su cara le hubiera encantado a cualquier publicista. Pero él era totalmente ajeno a su propio atractivo. Su esposa lo había abandonado diez años antes, y nunca más quiso volver a casarse desde el divorcio.

Era bien conocido, en su entorno, que Joe usaba a las mujeres para una sola cosa. Era discreto y callado sobre sus aventuras y parecía que solo Demi sabía que existían. Fue muy sincero con ella. De hecho, le dijo cosas que no había contado a nadie más.
Estudio los daños, con la boca fuertemente apretada, antes de empezar a desenredar el alambre con los guantes. Joe era metódico en todo lo que hacía. Nunca tomaba una decisión precipitada. Es otro rasgo que no pasaba desapercibido.

—No puedo desengancharlo —murmuró mientras metía la mano en su bolsillo—. Voy a tener que cortar los pantalones para soltarte, cariño. Lo siento. Te compraré otros.
Ella se sonrojó.

—¡Todavía no estoy en las últimas!
Miró hacia abajo, con sus ojos azul oscuro y vió que se había puesto colorada.
—Eres muy orgulloso, Demi. Que pidas ayuda, no significa que estés muerta de hambre —se dio la vuelta para un cuchillo de su bolsillo—. Supongo que es la razón por la que nos llevamos tan bien. Somos muy parecidos.

—Eres más alto que yo, y tienes el pelo negro y yo rubio, —puntualizó ella.
El sonrió abiertamente, tal como ella sabía que lo haría, a pesar de que no le sonreía mucho a los demás. Le encantaba como brillaban sus ojos cuando sonreía.

—No estaba hablando de las diferencias físicas, —explicó innecesariamente. Cortó los vaqueros y fue un acierto que llevara guantes, ya que la valla era muy resistente y te podías hacer alguna herida—. ¿Por qué no utilizas una de las modernas vallas electrificadas que usan los ganaderos?

—Porque no me lo puedo permitir, Joe —dijo simplemente.
Haciendo una mueca, cortó el último trozo y tiró de ella para que se sentara, lo que los colocó en una situación muy íntima. Su blusa abierta se abrió por delante cuando ella cayó contra él y, como cualquier hombre con sangre en las venas, se dio un festín viendo sus cremosos pechos con los pezones y duros contra la suave piel rosada de sus montículos. Se le aceleró la respiración.

Avergonzada, agarró los bordes de la camisa y los juntó ruborizada. No podía mirarlo, pero era muy consciente de su intensa mirada, el olor a cuero y el aroma a colonia que emanaba de su piel, el olor a limpio de su camisa de manga larga. Sus ojos miraron el cuello abierto de la camisa, donde se veía el espeso vello negro. Nunca había visto a Joe sin camisa, pero le gustaría.

Le pasó el dorso de la mano sobre la suave mejilla y se le sujetó la barbilla con el pulgar. Sus ojos buscaron su mirada tímida.

Marido De Papel Capitulo 1





El sol del verano brillaba cada vez más y por su posición, Demi Lovato imaginó que serían las once de la mañana. Pensó que eso significaba que había estado sumidad en sus pensamientos durante más de dos horas y hacía cada vez más calor.

Suspiró resignada ante el desastre cuando, al levantar su pierna derecha, vio que sus vaqueros estaban enganchados en dos trozos sueltos de alambre de púas. Tiró de su pie enredado en el alambre de púas de la valla, ya que su pierna izquierda seguía enganchada porque se había torcido el tobillo cuando se cayó.

Estaba tratando de arreglar la valla para que el ganado no pudiera salir, utilizando las herramientas de su padre para hacerlo, pero, lamentablemente, no tenía su misma fuerza. En estos momentos estaba sufriendo mucho, ya que solo hacía una semana del funeral de su padre.

Le corría el sudor por el cuello y por su camiseta de manga corta, y, algunos mechones de su cabello rubio, se habían escapado de su pulcra trenza francesa, que ahora estaba desarreglada, pensó. Despeinada y desaliñada por culpa de la caída que había la había metido en este lío. Ajenas al dilema de su dueña, su yegua castaña, Bess, estaba pastando cerca. Arriba, un halcón planeaba por el cielo sin nubes. A lo lejos se oía el ruido del tráfico de la lejana carretera que rodeaba Jacobsville para llegar al pequeño rancho de Texas donde Demi estaba enganchada en la valla de alambre.

Nadie sabía dónde estaba. Vivía sola en la desvencijada casa que había compartido con su padre. Lo habían perdido todos después de su madre los abandonara hacía siete años. Después de ese terrible golpe, su padre, que se había criado en un rancho, decidió regresar y establecerse en la antigua casa familiar. Sólo tenía un pariente, un primo en Montana.

El padre de Demi había llegado aquí con un pequeño rebaño de ganado vacuno y plantó un jardín. Era una vida humilde comparada con la que habían tenido en Dallas, donde habían estado viviendo con su acaudalada madre. Cuando, inesperadamente, Carla Lovato se había divorciado de su marido, éste había tenido que encontrar una forma rápida de ganarse la vida por sí mismo. Demi había optado por irse con él a la casa de su niñez en Jacobsville, en lugar de soportar la presencia indiferente de su madre. Ahora que su padre había muerto, se había quedado sin nada.

Había querido a su padre, y él a ella y habían sido felices juntos, a pesar del poco dinero. Pero el duro trabajo físico, había sido demasiado, para un corazón que ya estaba enfermo. Había tenido un ataque al corazón unos días antes, y murió mientras dormía. Demi se lo encontró a la mañana siguiente cuando fue a su habitación para llamarlo para desayunar.

Joe llegó inmediatamente después de la frenética llamada telefónica de Demi. No se le ocurrió pensar que debía haber llamado primero a la ambulancia, antes que a su huraño y vecino más cercano. Lo hizo solo porque él era muy capaz y siempre sabía qué hacer. Ese día también lo había sabido. Después de un rápido vistazo a su padre, llamó una ambulancia y echó a Demi fuera de la habitación. Más tarde le dijo que, inmediatamente, se había dado cuenta de que era demasiado tarde para salvar a su padre. Había estado una temporada con el ejército en el extranjero, donde había visto la muerte demasiadas veces como para equivocarse.

La mayoría de las personas lo evitaban siempre que podían. Era dueño de la tienda de alimentación y de la fábrica de piensos de la localidad, y tenía repartido su ganado en grandes extensiones de tierra alrededor de Jacobsville. Había encontrado petróleo en la misma tierra, por lo que la falta de dinero no era uno de sus problemas. Sin embargo, un fuerte temperamento, una legendaria aversión a las mujeres y una reputación de huraño, le hizo impopular en la mayoría de los sitios.

Sin embargo a Demi le gustaba. Le había parecido fascinante desde el principio, aunque no era ningún secreto que era un misógino. Sin embargo ella se sentía a salvo con él, posiblemente debido a la diferencia de edad entre ellos. Joe tenía treinta y seis años y Demi apenas veintidós. Era esbelta y de altura mediana, con pelo rubio oscuro y una cara interesante, dominada por sus grandes y oscuros ojos azules. 

Tenía una barbilla firme, redondeada y la nariz recta y una boca de labios rosados sin maquillar. Ella no era bonita, pero su figura era atractiva, incluso con vaqueros azules y una camisa a cuadros descolorida, a la que le faltaban dos botones que habían saltado cuando se cayó. Gimió porque no había tenido tiempo de buscar un sujetador de la ropa limpia esa mañana, ya que tenía mucha prisa por arreglar la valla para que no se escapara el único toro que tenía. Parecía una stripper de menores, con las firmes y cremosas curvas de sus pechos que se veían desde donde le faltaban los botones.

Protegió sus ojos del sol con una mano y echó un vistazo alrededor. No había nada más que millas y millas, Texas y más de Texas. Debería haber prestado más atención a lo que estaba haciendo, pero estaba muy triste por la repentina muerte de su padre. Había estado llorando tres días enteros, sobre todo desde que los abogados le habían comunicado la cláusula del testamente y la situación humillante en la que había quedado. No podía soportar la vergüenza de tener que decíserlo a Joe. 

Pero, ¿cómo podría evitarlo cuando hacía referencia tanto a él a ella? Papa, fuiste un miserable, ¿cómo has podido hacerme esto? ¡Podrías haberme dejado un poco el orgullo!

Se limpió las lágrimas. Llorar no la ayudaba. Su padre había muerto y su voluntad tendría que ser respetada.

Marido De Papel




Argumento:

¿Dónde está escrito que la hija de un ganadero tenga que casarse, con un tejano alto y guapo, para no perder el rancho? 

Acatando la voluntad de su padre, Demi Lovato descubrió que su pareja en este matrimonio de conveniencia no era otro que el vaquero más sexy de Texas: ¡Joe Jonas.

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 22




–Quizá, deberíamos seguir cada uno nuestro camino –sugirió ella. Sabía bien que a Joseph las novias no le duraban más que un par de meses. Él estaba acostumbrado a tomar de ellas lo que quería y descartarlas cuando se cansaba.

 –¿Lo dices en serio? –inquirió él, se incorporó y la giró para que lo mirara a los ojos.
 –Mira, tú nunca tienes relaciones largas y…
 –¿Es eso lo que quieres?

 ¡Claro que sí! Pero Demi sabía lo que pasaría si lo confesaba. Dejaría de interesarse por ella. Podía hacerse la difícil, pero… ¿de veras estaba preparada para que lo suyo terminara de golpe?

 Iba a terminar, antes o después, caviló. Sin embargo, ¿por qué no iba a disfrutarlo mientras durara?
 –Déjame terminar –le reprendió ella, pensando bien lo que iba a decir–. Nosotros… esto… supongo que no es asunto zanjado.

 –¿Asunto zanjado? –le espetó él, se levantó como por un resorte y se dirigió a la ventana. Desde allí, se giró con el ceño fruncido–. ¿Para ti no soy un asunto zanjado?
 –De acuerdo, igual no lo he expresado bien… –se disculpó ella y se sentó–. Ven a la cama. Yo… yo… –balbuceó–. Tampoco quiero irme a París –admitió.
 Al escucharla, despacio, Joseph regresó a la cama con ella.

 –Pues no lo hagas. Quiero que te quedes conmigo. ¿Tú qué piensas?
 –Sí… es divertido… –titubeó ella. Pero ¿cuánto iba a durar?–. Aunque sin ataduras, claro…
Joseph no evitar sentirse incómodo, igual que cuando le había considerado un asunto no zanjado. Y no entendía por qué, pues lo que ella le estaba diciendo encajaba a la perfección con su propia filosofía.

 –No pensé que fueras la clase de chica que no busca ataduras.
Demi se quedó paralizada. Él la conocía muy bien, era cierto, pero no quería dejar que supiera lo mucho que significaba para ella. ¿Acaso estaba dispuesta a abrirle su corazón para que se lo hiciera pedazos de nuevo?

 –Eso demuestra que tienes mucho que aprender de mí –murmuró ella.
 –Entonces, ¿vas a escribir a tu trabajo? ¿Te despedirás de ellos desde aquí?
 –Iré y hablaré en persona con mi jefe –afirmó ella con firmeza.

 –No sé cuánto podré esperar a que vuelvas. Si estás hablando de meses, olvídalo. Iré allí a buscarte y a traerte a Londres –advirtió él y comenzó a acariciarle el vientre.

 –¿Siempre consigues lo que quieres con las mujeres? –preguntó ella, sin aliento, presa de nuevo del deseo, mientras él le tocaba con suavidad entre las piernas.
 Antes de perder el control de su cuerpo, Demi se incorporó sobre un codo y lo miró cara a cara. Quería hablar con él. Lo necesitaba.
 –No puedo mentirte…

 –¿Qué esperan de ti? –quiso saber ella, desconcertada.
Demi sabía muy bien lo que ella esperaba, igual que sabía que era una causa perdida.
 Las otras mujeres con las que había salido no podían haber sido tan estúpidas como para pensar que habían podido atarlo, ¿o sí? Quizá, él solo se acercaba a mujeres como él, que querían aventuras pasajeras, sin compromiso.
 –¿Qué quieres decir?

 –¿Acaso creen que vas a ofrecerles una relación duradera?
 –¿Cómo podrían? –replicó él con impaciencia–. Las mujeres con las que salgo siempre están avisadas de que no voy a llevarlas al altar. De todos modos, por qué estamos hablando de esto. Estábamos diciendo que vas a dejar tu trabajo en París y venir aquí de inmediato…
 –¿Y no les importa? –volvió a preguntar ella, ignorando su comentario.

 –Supongo que algunas veces quieren llevar las cosas más lejos –admitió él a regañadientes–. Pero, por lo que a mí respecta, cuando una mujer acepta salir conmigo, sabe cuál es el trato.
 –¿Y nunca tienes la tentación de ir más lejos?
 –Hablas demasiado.
 –Tendrás que acostumbrarte.

 –Antes, no solías hacer tantas preguntas.
 –No te hacía ninguna pregunta, no… pero ahora la situación ha cambiado, ¿no te parece?
 –Nunca me he sentido tentado, no –contestó él y se tumbó, sin mirarla. Su mente parecía estar a años luz de allí–. No sé si te acuerdas de cuando murió mi padre –dijo, de pronto–. Tenías unos… ¿quince años? Fueron unos tiempos terribles. Daisy estaba hecha pedazos.
 –Lo recuerdo. Abandonaste el año sabático que te habías tomado después de la universidad para ponerte a trabajar. Fue muy duro. Lo sé.

 –Los empleados desconfiaban y el banco también. Yo había trabajado allí antes, durante los veranos… bueno, ya lo sabes –continuó él. No solía contarle su vida a nadie pero, por alguna razón, sentía la necesidad de compartir con ella algo tan importante–. Sabía un poco de contabilidad, sin embargo, estaba muy verde. Aunque, me gustara o no, era el socio mayoritario y tenía una gran responsabilidad.

 –Al mismo tiempo, estabas de duelo por tu padre. Sé que debió de ser muy difícil, Joseph… –lo consoló ella, llena de compasión por el muchacho que él había sido entonces.
 –Fue muy… difícil. Entonces, empecé a salir con una mujer.
 –¿Saliste con una mujer?

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 21





Demi tenía el bolso en el suelo, junto a una silla. Lo abrió y buscó en un bolsillo lateral, donde todavía tenía el preservativo que había comprado para usarlo con él hacía cuatro años. Había convivido con monedas, artículos de maquillaje y paquetes de chile. Había ido pasando de un bolso a otro, como un secreto talismán y un recordatorio de su ingenuidad.
 Lo sacó de su escondite, sintiendo que ese era su destino.

 –Todavía, no –dijo él, agarrándola de la mano cuando ella iba a abrir el envoltorio–. Creo que puedo aguantar más juegos preliminares…

 La verdad era que la espalda apenas le dolía. Por eso, se incorporó sobre ella, dispuesto a saborear cada centímetro de su glorioso cuerpo con manos, lengua y labios. Sus cuerpos estaban húmedos de sudor y, cuando ya no pudo soportarlo más, ella le suplicó que la tomara.

 El preservativo que había sobrevivido el paso del tiempo iba a servir a su propósito original al fin. Cuando la penetró, ella gritó de placer. Sentirlo en su interior superaba de sobra sus expectativas. Era un hombre grande y poderoso y la llenaba por completo.
 Era como si sus cuerpos hubieran sido hechos uno para el otro.

 Demi llegó al orgasmo más fuerte que había experimentado jamás y se acurrucó contra él, llena de satisfacción. Joseph tiró el preservativo usado a la chimenea.
 –Increíble –susurró él–. Le ha hecho mucho bien a mi espalda. Creo que tendremos que practicar este método de fisioterapia más a menudo para terminar de curarme.
 Ella no se había sentido nunca tan feliz y tan completa.

 Entonces, se preguntó cuánto tiempo duraría ese tratamiento de fisioterapia. Miró por la ventana y la nieve le recordó que ese momento era fugaz como el tiempo.
 –Bastante increíble –reconoció ella, acariciándole la mejilla.

 –¿Es como lo habías soñado? –quiso saber él con tono de humor.
 –No pienso alimentar tu ego diciéndote que eres estupendo, Joseph –replicó ella y se colocó a su lado para que él pudiera acariciarle los pechos.

 –Qué mala eres –bromeó él, riendo, sin dejar de tocarle los pezones con los pulgares–. Me dan ganas de castigarte no dejándote dormir esta noche. Si por mí fuera, no te dejaría apartarte de mi lado…

 Y casi lo consiguió. Al menos, durante las siguientes cuarenta y ocho horas. Poco a poco, la nieve dejó de caer con tanta fuerza y, de vez en cuando, comenzaban a vislumbrarse pedazos de cielo azul entre las nubes.

 Demi estaba sumergida en la burbuja que se habían creado, jugando a las casitas y haciendo el amor a todas horas y en todas partes. Joseph tenía más preservativos porque, como ella imaginaba, no estaba dispuesto a correr riesgos con ninguna mujer.

 Él le repitió mil veces que no conseguía saciarse de ella y, con cada caricia y cada sonrisa Demi se fue sintiendo más enamorada. Hasta que, el tercer día, tumbada en la cama a su lado, miró por la ventana y se dio cuenta de que la nieve había desaparecido.
 –Ya no nieva –comentó ella.

 Joseph siguió su mirada para comprobar que tenía razón. Él ni siquiera se había fijado. Durante los últimos tres días, había muchas cosas en las que no se había fijado, empezando por el tiempo y terminando por su propio trabajo. La mayor parte del tiempo, ninguno de los dos se había molestado en encender sus portátiles.
 –Es muy probable que mañana amanezca con sol.

 Demi sabía que, con el final de la nieve, llegaría el principio de las preguntas que había tratado de dejar a un lado. ¿Qué pasaría a continuación? ¿Qué iban a hacer? ¿Iban a mantener una relación o solo había sido una aventura de un par de días?
 Sin embargo, no pensaba ponerse a formular esas preguntas en voz alta.
Joseph se quedó esperando que ella continuara y frunció el ceño ante su silencio.
 –No quiero que vuelvas a París –dijo él, sin pensarlo.
Demi lo miró sorprendida.

 –Bueno, no podemos quedarnos aquí para siempre como si el resto del mundo no existiera –señaló ella y se giró para mirar por la ventana. La luna llena inundaba la habitación con su luz plateada.

 Joseph estaba acostumbrado a que, llegado ese momento, las mujeres le presentaran sus exigencias. Y le irritaba que ella no hiciera amago de pedirle nada. De pronto, tuvo deseos de meterse dentro de su cabeza y averiguar lo que pensaba. Él se había puesto en evidencia al pedirle que dejara su trabajo de inmediato para estar con él. Y, como única respuesta, ella le había dicho que no podían dejar de lado al resto del mundo.

 –No digo que hagas eso –indicó él con tono cortante–. Pero tenemos que empezar a pensar en irnos de aquí… y vamos a tener que decidir qué va a pasar con nosotros.