domingo, 31 de marzo de 2013

Química Perfecta Capitulo 37




Demi
   
- No puedo creer que hayas cortado con Colon -dice Sierra mientras se pinta las uñas sobre mi cama después de la cena-. Espero que no acabes lamentándolo, Demz. Lleváis juntos mucho tiempo. Pensaba que le querías. Le has roto el corazón, ¿sabes? Llamó a Doug llorando.

    - Quiero ser feliz -le digo, sentándome a su lado-. Y con Colin hacía tiempo que no lo era. Ha admitido que este verano me engañó con otra chica. Se acostó con ella, Sierra.

    - ¿Qué? No me lo puedo creer.
    - Pues créetelo. Colin y yo ya habíamos terminado cuando llegó el verano. Lo que pasa es que tardé mucho en darme cuenta de que ya no podíamos seguir con esta farsa.

    - Así que has hecho progresos con Joe ¿eh? Colin cree que estás mezclando algo más que tubos de ensayo con tu compañero de laboratorio.

    - No es verdad -le miento. Aunque Sierra sea mi mejor amiga, ella sigue pensando que deben respetarse las divisiones sociales. Quiero decirle la verdad, pero soy incapaz de hacerlo. Al menos por el momento.
    Sierra cierra el esmalte de uñas y resopla:
    Demz, lo creas o no, soy tu mejor amiga. Y sé que me estás mintiendo. Admítelo.
    - ¿Qué quieres que te diga?

    - Quiero que por una vez me digas la verdad. Joder, Demz. Entiendo que no quieras que Darlene se entere de tus cosas porque le encanta criticar a los demás. Y también puedo entender que quieras dejar al margen al factor triple M. Pero estás hablando conmigo, tu mejor amiga.  La única que está al corriente de lo de Shelley, la única que ha sido testigo de cómo tu madre pierde los papeles.
    Sierra coge el bolso y se lo cuelga del hombro.

    No quiero que se enfade conmigo, pero me gustaría hacerle entender lo importante que es todo esto.

    - ¿No irás luego a contárselo a Doug? No quiero poner entre la espada y la pared, en la tesitura de tener que mentirle.

    Sierra hace una mueca de desprecio muy parecida a la que yo suelo hacer.
    - Vete a la mierda, Demz. Gracias por hacerme sentir que mi mejor amiga no confía en mí -espeta, y antes de salir de mi habitación, se da la vuelta y añade-: ¿Sabes esas personas que tienen oído selectivo? Pues lo tuyo es confesión selectiva. Esta mañana te he visto hablar muy animadamente con Isabel Ávila en el pasillo. Si no te conociera, diría que estabas compartiendo secretitos con ella -dice, levantando las manos-. Vale, admito que me puse celosa porque mi mejor amiga estaba compartiendo sus secretos con otra. Cuando te des cuenta de que lo único que me importa es que seas feliz, llámame.

    Tiene razón. Pero lo de Joe es tan reciente que aún me siento vulnerable. Isabel es la única que sabe lo que hay entre nosotros, por eso recurrí a ella.

    - Sierra, eres mi mejor amiga y lo sabes -le digo con la esperanza de convencerla de mi sinceridad. Puede que tengamos un problema de confianza, pero eso no significa que no siga siendo mi mejor amiga.

    - Pues entonces empieza a comportarte como tal -dice antes de marcharse.
       Me seco la gota de sudor que desciende lentamente por mi ceja mientras me dirijo en coche a recoger a Joe para acompañarlo a la boda.

    He elegido para la ocasión un vestido de tirantes ajustado y de color crema. Como mis padres estarán en casa cuando regrese, he cogido una muda y la he guardado en la bolsa de deporte. Mi madre se encontrará con la Demi de siempre cuando llegue a casa: la hija perfecta. ¿Qué importa que tenga que representar un papel? Mientras ella sea feliz. Sierra tiene razón, soy selectiva con ciertas cosas.

    Doblo la esquina y me dirijo hacia la entrada del taller. Cuando diviso a Joe junto a su moto, me da un vuelco el corazón.
    Ay, madre. En menudo lío estoy metida.

    No lleva puesta la bandana. Su negra y espesa melena le cae sobre la frente, invitándome a apartarla a un lado. Unos pantalones negros y una camisa de seda negra sustituyen sus habituales vaqueros y camiseta. Tiene el aspecto de un chicano joven y temerario. No puedo evitar esbozar una sonrisa cuando aparco a su lado.
    - Nena, parece que ocultas un secreto.
    Pues sí, pienso mientras salgo del coche. A ti.
    - Vaya. Estás... preciosa.

    Doy una vuelta sobre mí misma.
    - ¿Qué te parece el vestido?
    - Ven aquí -ordena, atrayéndome hacia él-. Ya no quiero ir a la boda. Prefiero tenerte para mí solo.

    - De ninguna manera -contesto, recorriéndole la línea de la mandíbula con un dedo.
    - Muy graciosa.
    Me encanta este Joe juguetón. Consigue que me olvide todos sus demonios.
    - He venido para asistir a una boda chicana, y eso es lo que voy a hacer -le explico.
    - Vaya, y yo que pensaba que venías para estar conmigo.
    - Tienes mucho amor propio, Jonas.
    - No es lo único que tengo.

    Me arrincona contra el coche. Siento su cálida respiración sobre mi cuello, más caliente que el sol de mediodía. Cierro los ojos y espero el contacto de sus labios, pero en lugar de eso, oigo su voz.

    - Dame las llaves -exige, alargando las manos y arrebatándomelas.
    - ¿No irás a lanzarlas a los arbustos, verdad?
    - No me tientes.

    Joe abre la puerta del coche y se instala en el asiento del conductor.
    - ¿No vas a invitarme a entrar? -pregunto, confusa.
    - No. Voy a aparcar tu coche dentro del taller para que no te lo roben. Esto es una cita oficial. Yo conduzco.

    - ¿No creerás que voy a ir en esa cosa? -le pregunto, señalando la moto.
    Joe  enarca las cejas un segundo.

    - ¿Por qué no? ¿Julio no es lo suficientemente bueno para ti?
    - ¿Julio? ¿Llamas Julio a tu moto?

    - En honor a mi tío abuelo. Ayudó a mis padres a emigrar desde México.
    - Me gusta Julio. Pero no quiero montarme en él con este vestido tan corto. A no ser que quieras que todo el que venga por detrás me vea las bragas.
    Se frota la barbilla, reflexivo.

    - Pues le alegrarías la vista a más de uno.
    Me cruzo de brazos.

    - Estoy de coña. Vamos en el coche de mi primo.
    Nos acercamos a un Camry que hay aparcado al otro lado de la calle.
    Después de conducir durante unos minutos, Joe saca un cigarro de un paquete que hay sobre el salpicadero. El chasquido del mechero me provoca náuseas.

    - ¿Qué? -pregunta, con el cigarrillo encendido colgándole de los labios.
    Puede fumar si quiere. Puede que esta sea una cita oficial, pero no soy su novia oficial ni nada de eso.

    - Nada -respondo, negando con la cabeza.
    Le oigo exhalar y el humo del tabaco me molesta más que el fuerte perfume de mi madre. Bajo la ventanilla mientras intento contener la tos.
    Cuando nos detenemos en un semáforo, me mira y dice:
    - Si te molesta que fume, dímelo.

    - Vale, me molesta que fumes -confieso.
    - ¿Y por qué no lo has dicho antes? -responde, apagando el cigarrillo en el cenicero del coche.

    - No puedo creer que te guste fumar -digo cuando reemprende la marcha.
    - Me relaja.

    - ¿Te pongo nervioso?
    Su mirada me recorre lentamente. Los ojos, el pecho, los muslos.
    - Con ese vestido, no te lo puedes ni imaginar.

Química Perfecta Capitulo 36



Joe
    
- Tío, estaba besándote como si fuera el último beso de su vida. Si besa así, me pregunto cómo...
    - Cállate, Enrique.

    - Va a acabar contigo, Alejo - continúa Enrique, llamándome por mi mote-. Mírate, anoche en el calabozo y hoy no vas a clase para ganar dinero y recuperar la moto. No cabe duda de que la tía está muy buena, pero ¿realmente merece la pena?
    - Tengo que ponerme a trabajar -suelto, mientras las palabras de Enrique resuenan en mi cabeza. Me paso toda la tarde currando debajo de un Blazer, pensando únicamente en besar una y otra vez a Demi.

    Sí que merece la pena. No tengo la menor duda.
    - Joe, Héctor está aquí. Ha venido con Chuy -anuncia Enrique a las seis, cuando estoy a punto de irme a casa.

    Me limpio las manos en el mono de trabajo.
    - ¿Dónde están?

    - En mi oficina.
    A medida que me acerco al despacho, me invade una sensación de terror. Abro la puerta y veo a Héctor cómodamente instalado, como si estuviera en su propia casa. Chuy está en un rincón, un espectador no del todo inocente.
    - Enrique, es un asunto privado.

    No me he dado cuenta de que mi primo me ha seguido hasta allí, actuando como un secuaz que no necesito. Le hago un gesto para que nos deje solos. Siempre he sido leal a los Latino Blood, no hay razón para que Héctor dude ahora de mi compromiso para con la banda. La presencia de Chuy le añade importancia a la reunión. Si solamente estuviéramos Héctor y yo, no me sentiría tan tenso.
    - Joe. -Héctor se dirige a mí en cuanto Enrique desaparece-. Está bien quedar aquí en lugar de en el almacén, ¿no te parece?

    Le miro con una tímida sonrisa y cierro la puerta.
    Héctor señala el pequeño y estropeado sofá que hay al otro extremo de la habitación.

    - Siéntate -ordena, y espera a que tome asiento para añadir—: Necesito que me hagas un favor, amigo.
    De nada sirve aplazar lo inevitable.
    - ¿Qué tipo de favor?

    -Hay que hacer un intercambio el 31 de octubre.
    Aún queda un mes y medio. La noche de Halloween.
    - No quiero tener nada que ver con asuntos de drogas -le digo-. Lo sabes desde el primer día.

    Miro a Chuy, quien parece haberse puesto tenso, como el perro del pastor cuando las ovejas se alejan demasiado del rebaño.

    Héctor se pone en pie y me apoya una mano en el hombro.
    - Debes olvidar lo de tu padre. Si quieres llegar a dirigir a los Latino Blood, tendrás que involucrarte en el tráfico de drogas.
    - Entonces, no cuentes conmigo.

    Héctor me estruja el hombro y Chuy da un paso adelante. Es una amenaza silenciosa.
    - Ojalá fuera tan simple -confiesa Héctor-. Necesito que hagas esto por mí. Y, para serte sincero, me lo debes.

    Mierda. Si no me hubieran arrestado, no le debería nada a Héctor.
    - Sé que no me decepcionarás. Por cierto, ¿cómo está tu madre? Hace mucho que no la veo.

    - Está bien -replico, preguntándome qué tiene que ver mi madre en esta conversación.
    - Dile que le mando saludos, ¿lo harás?
    ¿Qué coño significa esto?

    Héctor abre la puerta, le indica a Chuy que le siga con un gesto y me deja solo para que piense en ello. Me vuelvo a sentar, observando la puerta cerrada, y me pregunto si seré capaz de traficar con drogas. Si quiero mantener a salvo a mi familia, no tengo otra opción.

Química Perfecta Capitulo 35




Demi
    
Los rumores de que Joe ha sido arrestado se extienden por el instituto como la pólvora. Tengo que averiguar lo que hay de cierto en ellos. Encuentro a Isabel en el descanso entre la primera y segunda hora. Está hablando con un grupo de amigas pero las deja un momento y me lleva aparte.

    Me dice que Joe fue arrestado ayer pero que salió bajo fianza. No tiene ni idea de dónde está, pero preguntará por ahí y volveremos a vernos en el descanso entre la tercera y cuarta hora, junto a mi taquilla. Cuando llega el momento, echo a correr hasta allí, anticipándome y estirando bien el cuello para ver si puedo encontrarla. Isabel está esperándome.

    - No le digas a nadie que te he dado esto -dice, pasándome un trozo de papel plegado.

    Fingiendo buscar algo en mi taquilla, lo desdoblo. Una dirección.
    Nunca antes había hecho campana. Aunque tampoco han arrestado nunca al chico que he besado.

    Esto es lo que sucede cuando me muestro tal y como soy. Y ahora voy a ser auténtica  con Joe, tal y como siempre ha deseado él. Tengo miedo, y no estoy muy convencida de que esté haciendo lo correcto, pero no puedo ignorar la atracción magnética que nos une.

    Introduzco la dirección en el GPS. Me lleva hacia la zona sur, a un lugar llamado El Taller de Enrique. Hay un chico frente a la puerta. Se queda boquiabierto al verme.
    - Estoy buscando a Joe Jonas.
    El tipo no responde.

    - ¿Está aquí? -le pregunto, incómoda. Tal vez no se fíe de mí.
    - ¿Por qué buscas a Joseph? -pregunta finalmente.
    El corazón me late con tanta fuerza que la camiseta se mueve con cada latido.
    - Tengo que hablar con él.

    - Será mejor que lo dejes en paz -responde.
    - Está bien, Enrique -interviene una voz conocida.

    Me vuelvo hacia Joe. Está apoyado en la puerta del taller con un trapo colgándole del bolsillo y una llave inglesa en la mano. El pelo que le sobresale de la bandana está alborotado y tiene un aspecto más masculino que el de ningún otro chico que haya visto hasta ahora.

    Deseo abrazarle. Necesito que me diga que todo va bien, que no volverán a encerrarlo.
    Joe sigue mirándome a los ojos.
    - Supongo que será mejor que os deje solos -me parece oír que dice Enrique, pero estoy demasiado absorta como para estar segura.

    Tengo los pies pegados al suelo, así que es un alivio ver que es él quien se acerca.
    - Eh... -empiezo. Por favor, que no me cueste acabar con esto-. Yo... esto... he oído que te arrestaron. Quería saber si estabas bien.

    - ¿Has hecho campana para comprobar si estoy bien?
    Asiento con la cabeza porque la lengua se niega a obedecer.
    Joe da un paso atrás.

    - Bueno, pues ahora que has visto que estoy bien, vuelve al instituto. Tengo que... ya sabes, volver al trabajo. Anoche me confiscaron la moto, y necesito ahorrar para recuperarla.

    - ¡Espera! -le grito. Aspiro profundamente. Ha llegado el momento. Voy a soltarlo todo-. No sé cuándo ni por qué empecé a sentir algo por ti, Joe, pero así están las cosas. Desde el día en el que casi me llevo por delante tu moto, no he podido dejar de imaginar cómo sería estar contigo. Y el beso... Dios, te juro que nunca había experimentado algo semejante. Significó mucho para mí. 

Si el mundo no se acabó en aquel momento, no veo por qué tiene que hacerlo ahora. Sé que es una locura porque somos muy diferentes, y que si ocurre algo entre nosotros no quiero que la gente del instituto lo sepa. No te pido que aceptes una relación secreta conmigo, pero al menos tengo que saber si existe esa posibilidad. He roto con Colin, con el que tenía una relación bastante pública. Estoy preparada para una secreta. Real y secreta. Sé que estoy parloteando como una idiota, pero si no dices algo pronto o me das una pista de lo que estás pensando, yo...
    - Dilo otra vez -me dice.
    - ¿Todo el discursito?

    Recuerdo haber dicho algo sobre que no se acaba el mundo, pero me siento demasiado mareada como para recitarlo todo otra vez.
    Joe se acerca a mí.- No. Solo esa parte en la que aseguras sentir algo por mí.
    Le miro a los ojos.

    - Pienso en ti todo el tiempo, Joe. Y deseo volver a besarte, de verdad.
    Se le levantan las comisuras de los labios y esboza una sonrisa.
    Soy incapaz de mirarle a la cara, de modo que me decido por el suelo.
    - No te rías de mí -le ruego. Ahora mismo puedo soportar cualquier cosa menos eso.

    - No te alejes, nena. Nunca me reiría de ti.
    - No quería que ocurriera de este modo -admito, mirándole de nuevo a los ojos.
    - Lo sé.

    - Es probable que esto no funcione -añado.
    - Probablemente no.
    - Mi vida no es tan perfecta como la gente cree.
    - Ya somos dos -señala.
    - Estoy deseando saber a dónde nos lleva esto. ¿Y tú?

    - Si no estuviéramos aquí fuera –advierte-, te mostraría...
    Le interrumpo deslizando una mano por la densa melena que le cae por la nuca y tirando de su hermosa cabeza. Si en este momento no podemos disponer de algo de intimidad, me encargaré de hacerla real. Además, todos los que no deben enterarse de esto ahora están en el instituto.

    Joe sigue manteniendo las manos a ambos lados. Guando separo los labios, suelta un gemido a pocos centímetros de mi boca y deja caer la llave inglesa al suelo con un ruido sordo.

    Cuando me rodea con sus fuertes brazos, me siento protegida. Su lengua de terciopelo se enreda con la mía, provocando una sensación de intimidad en lo más profundo de mi ser hasta ahora desconocida. Esto es algo más que darse el lote, es... bueno, sé que es algo más.

   Joe  no deja de mover las manos en ningún momento. Con una traza círculos sobre mi espalda; la otra juguetea con mi pelo.

    Él no es el único que se dedica a explorar. Recorro su cuerpo con las manos, sintiendo sus músculos tensos bajo mis dedos, haciendo más intensa nuestra complicidad.

    Al rozarle la mandíbula, su barba de dos días me araña la piel.
    Oigo el fuerte carraspeo de Enrique y nos separamos, Joe me mira con una pasión desbordante en los ojos.

    - Tengo que volver al trabajo -susurra entre jadeos.
    - Ah. Está bien -respondo. Súbitamente avergonzada por nuestro despliegue de afecto en público, doy un paso atrás.

    - ¿Podemos quedar más tarde? -me pregunta.
    - Mi amiga Sierra viene a cenar a casa.
    - ¿La que no deja de mirar su bolso?
    - Eh, sí -admito. Tengo que cambiar de tema o me sentiré tentada de invitarlo a él también. Ya puedo imaginármelo: mi madre rebosante de desprecio hacia Joe y sus tatuajes.

    - Mi prima Elena se casa el domingo. Ven conmigo a la boda -sugiere.
    - No puedo permitir que mis amigas se enteren de lo nuestro. Ni mis padres -admito, bajando la mirada.
    - No les contaré nada.

    - ¿Y la gente de la boda? Todo el mundo nos verá juntos.
    - No habrá nadie del instituto. Solo mi familia, y me aseguraré de que mantengan la boca cerrada.

    No puedo. Mentir y escaparme a hurtadillas nunca se me ha dado bien. Lo aparto de un empujón.
    - No puedo pensar cuando te tengo tan cerca.
    - Bien. Hablemos de la boda.

    Ay, madre, solo con mirarlo siento el deseo de acompañarlo.
    - ¿A qué hora?
    - A mediodía. Será una experiencia que nunca olvidarás. Confía en mí. Te recogeré a las once.
    - Todavía no he dicho que sí.

    - Ya, pero estás a punto de hacerlo -asegura con un tono suave y misterioso.
    - ¿Por qué no nos encontramos aquí, a las once? -le sugiero, señalando el taller con la cabeza. Si mi madre se entera de lo nuestro, todo se habrá terminado.
    Joe me levanta la barbilla para obligarme a mirarle a los ojos,
    - ¿Por qué no te da miedo estar conmigo?

    - ¿Bromeas? Estoy aterrada -confieso, fijándome en los tatuajes que se extienden a lo largo de sus brazos.

    - No puedo engañarte. No llevo una vida envidiable precisamente. -Me coge de la mano y la levanta, mi palma contra la suya. ¿Estará evaluando el contraste de color de nuestra piel, en sus dedos rugosos contra mis uñas perfectamente arregladas?-. Somos tan diferentes en ciertas cosas -dice finalmente.
    Nuestros dedos se entrelazan.

    - Si, aunque en otras somos muy parecidos.
    Me gano una sonrisa con esas palabras, hasta que Enrique carraspea de nuevo.
    - Nos vemos aquí el domingo, a las once -le digo.

Joe da un paso atrás, asiente y me guiña un ojo.
    - Esta vez sí es una cita.

Quimica Perfecta Capitulo 34




Joe
  
  Hoy Demi se ha marchado del instituto a la carrera, siguiendo a Cara Burro. Antes de irme, la vi con él. Estaban enfrascados en una conversación privada en la parte de atrás del campo de fútbol. Se ha decantado por él, lo que no me sorprende en absoluto. Cuando me preguntó en clase de química qué debía hacer, tendría que haberle dicho que plantara a ese capullo. Ahora me sentiría mejor y no estaría tan cabreado como lo estoy ahora. ¡Cabronazo!
    Él no la merece. De acuerdo, puede que yo tampoco.

    Después de clase, pasé por el almacén para ver si podía obtener algo de información sobre mi padre. Sin embargo, no saqué nada en claro. Los tipos que conocían entonces a mi padre no tienen mucho que decir, excepto que nunca dejaba de hablar de sus hijos. La conversación se vio interrumpida por un Satín Hood que fumigó el almacén a disparos, una señal de que están buscando venganza y de que no se detendrán hasta conseguirla. No sé si debería preocuparme o no por la ubicación del almacén, un descampado aislado detrás de la vieja estación de tren. Nadie sabe que estamos aquí, ni siquiera la poli. Sobre todo la poli.

    Ya soy inmune al sonido de los disparos. En el almacén, en el parque... los espero en cualquier momento. Algunas calles son más seguras que otras, pero los rivales saben que este lugar, el almacén, es nuestro santuario. Y esperan el momento oportuno para tomar represalias. Es una filosofía muy simple: si no respetas nuestro territorio, nosotros no respetaremos el tuyo. Nadie ha salido herido esta vez, así que no habrá ninguna muerte que vengar. No obstante, seguro que se derramará sangre. Esperan que vayamos en su busca, y no les decepcionaremos. En la zona de la ciudad en la que vivo, el ciclo de la vida se enlaza con el ciclo de la violencia.

    Después de que todo vuelva a la normalidad, subo a la moto y me doy cuenta de que sin pretenderlo me encamino a casa de Demi. No puedo evitarlo. Tan pronto como cruzo las vías del tren, me detiene un coche de policía, del que salen dos tipos uniformados.

    En lugar de explicarme la razón por la que me detienen, uno de los polis me ordena que baje de la moto y que le muestre el carné.

    - ¿He cometido alguna infracción? -pregunto mientras se lo entrego.
    El agente que examina mi documentación me contesta:
    - Podrás hacer preguntas después de que yo haga las mías. ¿Llevas drogas encima, Joseph?

    - No, señor.
    - ¿Algún arma? -pregunta el otro policía.
    Vacilo un instante, pero les digo la verdad: - Sí.
    Uno de los policías saca la pistola de su funda y me apunta con ella en el pecho. El otro me pide que levante las manos y luego me ordena tumbarme en el suelo mientras pide refuerzos. Mierda. Estoy bien jodido; muy jodido.
    - ¿Qué tipo de arma?

    Hago una mueca antes de decir: - Una Glock de nueve milímetros.
    Menos mal que le devolví a Wil la Beretta o me hubieran pillado armado hasta los dientes.

    Mi respuesta hace que el policía se ponga algo nervioso. Me fijo en que su dedo tiembla ligeramente sobre el gatillo.
    - ¿Dónde la llevas?

    - Escondida en la pierna izquierda.
    - No te muevas, voy a desarmarte. Si te quedas quieto, no pasará nada.
    Tras desarmarme, el otro poli se pone unos guantes de goma y en un tono de voz autoritario que no tiene nada que envidiar al de la señora P., suelta:
    - ¿Llevas encima alguna jeringuilla, Joseph?
    - No, señor -respondo.

    Se arrodilla a mi lado y me pone las esposas.
    - Levántate -me ordena tirando de mí. Luego hace que me incline sobre el capó del coche. Cuando me cachea, me siento humillado. Mierda, por mucho que supiera que era inevitable que algún día me arrestaran, parece ser que no estaba preparado. Me muestra la pistola y dice:

    - Quedas detenido por posesión de armas.
     Joseph Jonas, tienes derecho a permanecer en silencio -recita el otro poli-. Cualquier cosa que digas podrá ser utilizada en tu contra en un tribunal...

    El calabozo huele a meados y a humo. O quizás sean los tipos que han tenido la mala suerte de acabar encerrados conmigo en esta celda. Sea lo que sea, estoy deseando salir de este maldito lugar.

    ¿A quién voy a llamar para que pague la fianza? Paco no tiene dinero. Enrique ha invertido el suyo en el taller. Mi madre me matará si se entera de que me han arrestado. Apoyo la espalda contra las barras de hierro de la celda e intento pensar con calma, aunque resulta muy difícil hacerlo en un lugar tan asqueroso como este. La policía lo llama celda de detención, un modo sofisticado de decir jaula. Menos mal que es la primera vez que me meten aquí. Maldita sea, juro que será la última. ¡Lo juro!

    Me inquieta la idea de ir a la cárcel porque me he pasado la vida sacrificándome por mis hermanos. ¿Y si me encierran de por vida? En mi fuero interno sé que no es la vida que deseo. Quiero que mi madre se sienta orgullosa de mí por ser algo más que un pandillero. Quiero un futuro del que pueda sentirme orgulloso. Y deseo con todas mis fuerzas demostrarle a Demi que soy un buen tipo.

    Me golpeo la parte posterior de la cabeza contra las barras de hierro, pero no logro apartar todos estos pensamientos de mi mente.

    - Te he visto en el instituto Fairfield. Yo también voy allí -dice un blanco bajito, aproximadamente de mi misma edad.

    El petardo lleva una camisa de golf de color coral y unos pantalones blancos, como si lo hubieran sacado de un torneo de golf junto a otros ciudadanos de clase alta. El blancucho aparenta ser un tipo guay, pero con esa camisa de color coral... Joder, aparentar eso va a ser el menor de sus problemas. El tipo lleva tatuado en la frente «soy un niño rico de la zona norte».

    - ¿Cómo has acabado aquí? -me interroga, como si fuera una pregunta normal entre dos personas normales, un día normal.
    - Iba armado.

    - ¿Cuchillo o pistola?
    - Y a ti qué cono te importa -digo, fulminándolo con la mirada.
    - Solo intento mantener una conversación -confiesa el blanquito. ¿Acaso a todos los blancos les gusta demasiado el sonido de su propia voz? - ¿Y tú? -le pregunto.
    - Mi padre llamó a la poli y les dijo que le robé el coche -confiesa, dejando escapar un suspiro.

    - ¿Estás en este agujero por tu viejo? ¿Y lo ha hecho a propósito? -pregunto con una mueca. - Cree que así aprenderé una lección. - Sí. La lección es que tu viejo es un gilipollas -sentencio, pensando que lo mejor que podría haber hecho su padre es enseñar a su hijito a vestirse. - Mi madre pagará la fianza. - ¿Estás seguro? -El blanquito se endereza.

    - Es abogada, y no es la primera vez que mi padre hace algo así. De hecho, ya son varias. Creo que intenta joder a mí madre y atraer su atención. Están divorciados. . Niego con la cabeza. Estos blanquitos... - Es verdad -dice el tipo-. Sí, estoy seguro.
    - Jonas, ya puedes hacer tu llamada -anuncia el poli desde el otro lado de los barrotes.

    Mierda, me he distraído tanto con este bocazas que ni siquiera he decidido a quién llamar para que pague la fianza. De repente, siento un nudo en el estómago, el mismo que sentí al ver el enorme suspenso en boli rojo en el examen de química. Solo conozco a una persona con el dinero y los medios para sacarme de este lío: Héctor. El jefe de los Latino Blood.

    Nunca le he pedido un favor a Héctor. Porque nunca sabes cuándo querrá cobrárselo. Y estar en deuda con él significa algo más que deberle dinero.
    A veces, la vida te obliga a tomar decisiones que no deseas tomar.

    Tres horas más tarde, después de que un juez me eche la bronca hasta casi hacerme sangrar los oídos y fije una fianza, Héctor me recoge en el juzgado. Es un hombre poderoso. Lleva el pelo engominado y peinado hacia atrás, de un tono más negro que el mío, y hay algo en él que dice que más vale no intentar jugársela.

 Le tengo mucho respeto a Héctor porque es el tipo que me inició en los Latino Blood. Creció en la misma ciudad que mi padre; se conocían desde pequeños. Héctor ha estado pendiente de mi familia y de mí desde que murió mi padre. Me enseñó nuevas expresiones como segunda generación y suelta palabras como legado. Nunca le olvidaré.

    Héctor me da un manotazo en la espalda mientras nos dirigimos al aparcamiento.
    - Te ha tocado el juez Garrett. Menudo hijo de puta. Tienes suerte de que la fianza no haya sido muy alta.

    Asiento con la cabeza. Solo deseo regresar a casa. Ya en el coche, lejos del juzgado, le digo:
    - Te devolveré la pasta, Héctor.

    - No te preocupes por eso, hombre -responde él-. Para eso están los hermanos. Para ser sincero, me ha sorprendido saber que es la primera vez que te arrestan. Estás más limpio que ningún otro miembro de los Latino Blood.

    Miro a través de la ventanilla del coche de Héctor. Las calles están tranquilas y oscuras, como el Lago Michigan.

    - Eres un chico inteligente, lo suficiente como para ascender dentro de la banda -explica Héctor.

    Daría lo que fuera por ocupar el lugar de algunos Latino Blood, pero ¿ascender? Vender drogas y armas son algunas de las cosas ilegales que suponen estar en una posición más alta. Me gusta estar donde estoy, cabalgando sobre esta peligrosa ola pero sin sumergirme completamente en ella. Debería alegrarme de que Héctor se plantee la idea de darme más responsabilidad dentro de los Latino Blood. Lo de Demi y su mundo es solo una fantasía.

    - Piénsatelo -dice Héctor cuando llegamos a mi casa.
    - Lo haré. Gracias por pagar la fianza, tío.
    - Toma, coge esto -añade, sacando una pistola de debajo del asiento del conductor-. La poli te ha confiscado la tuya.

    Vacilo un instante, recordando el momento en que el poli me preguntó si iba armado. Joder, resultó muy humillante que me apuntaran con un arma en el pecho mientras me quitaban la Glock. Pero rechazar el arma de Héctor sería una falta de respeto, y yo nunca haría algo así. Acepto el arma y la deslizo en la cinturilla de los vaqueros.

    - Me han dicho que has estado haciendo preguntas sobre tu padre. Mi consejo es que lo dejes como está, Joe.
    - No puedo, ya lo sabes.
    - Bueno, si descubres algo, házmelo saber. Siempre te respaldaré.
    - Lo sé. Gracias, tío.

    En mi casa se respira tranquilidad. Entro en mi habitación y encuentro a mis dos hermanos durmiendo. Abro el cajón superior y escondo el arma bajo la tabla de madera donde nadie pueda dar con ella. Es un truco que me enseñó Paco. Me tumbo en la cama y me tapo los ojos con el antebrazo, esperando poder dormir algo esta noche.

    Destellos de lo sucedido el día anterior se suceden ante mí. La imagen de Demi, sus labios sobre mi boca, su dulce aliento mezclado con el mío, es la única imagen que persiste en mi mente. Mientras me quedo dormido, su rostro angelical es lo único que consigue alejar las pesadillas de mi pasado.